Hace 16 años, un equipo argentino de investigadores desarrolló semillas de trigo y de soja tolerantes a las sequías e inundaciones. La HB4 es la primera tecnología transgénica desarrollada íntegramente en la Argentina. Sin embargo, a pesar de tener reconocimiento internacional y de ser aplaudida en el mundo académico, en el país que la desarrolló aún no se puede utilizar. En 2017/18 la sequía costó pérdidas por U$ 7000 millones, sin que las autoridades autorizaran el uso comercial de estas semillas. Y en 2020 va a repetirse lo mismo, porque estamos en otra seca igual o peor, y el Estado argentino sigue insólitamente esperando que su responsabilidad regulatoria la asuman Brasil y/o China.
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“Es frustrante”, define Raquel Chan, investigadora superior del Conicet y docente de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). La científica lidera el grupo de investigación que descubrió el gen HB4 del girasol hace ya 16 años, con el cual las plantas -como el trigo y la soja- adquieren mayor tolerancia a la sequía. Un aporte clave al agro argentino.
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Actualmente, y desde 2015, la aprobación del trigo HB4 depende del dictamen de la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios. En caso de avalar la tecnología, la Argentina sería precursora en comercializar un cultivo de estas características. “Ni este gobierno ni el anterior hicieron un análisis con un dictamen positivo o negativo. El problema es que no lo definen y mientras, las tecnologías se duermen. El gobierno tiene que tomar una decisión para decir que si o que no, o que si en forma condicionada a tal o cual evento, como en el caso de soja”, se lamenta la especialista, quien inició sus investigaciones con el objetivo de que en una misma tierra cultivable hubiera mejores rindes para obtener más alimentos a menores precios. “Muchos detractores de esta tecnología dicen que se quiere avanzar sobre la tierra que no era cultivable, pero es al revés. La idea es producir más en el terreno cultivable”, observa Chan.
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Uno de los temores de quienes se pronunciaron en contra de este producto es que los compradores internacionales rechacen el trigo transgénico.
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Sobre los logros alcanzados, la bioquímica apunta: “A nivel científico es una maravilla, el trabajo es sólido y los resultados fueron espectaculares en el campo. Tuvimos repercusión a nivel internacional en países como Estados Unidos y Australia. Tenemos artículos publicados y citados en revistas del mayor prestigio. Ahora, con la política no puedo hacer más nada”.
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«Es el país el que tiene que decidir si es pionero en esto y toma el riesgo o si no lo asume», agrega.
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Respecto de la soja con tecnología HB4, se espera la aprobación de China para su comercialización, una autorización que se cree que llegará a fines de este año.
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Todo inició en 1995, cuando Chan comenzó a trabajar con genes de diferentes plantas para conocer sus estructuras. Casi 10 años después, en 2003, comenzaron los experimentos aplicados. “Con mi equipo estudiamos por qué las plantas se adaptan al medio ambiente. La pregunta que nos hicimos fue: ‘¿Por qué esta planta x, si no la regamos por tres días, sigue viva, y esta otra no?”, explica. Con experimentos de semillas idénticas tomadas de una misma planta, comenzaron a investigar las diferentes morfologías de las nuevas plantas que nacían. “Estudiando eso aislamos un montón de genes, entre ellos un gen de girasol, que es una planta que se adapta muy bien, respecto de otras como la soja o el maíz, a terrenos con poca agua”, aclara Chan.
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La especialista cuenta que comenzaron a aislar los genes y probar cada uno de ellos (para ver si tenía que ver con la respuesta de adaptación) en una planta modelo llamada Arabidopsis. “Hicimos una planta transgénica, la pusimos en otro ambiente y vimos cómo era su comportamiento en otra condición”, destaca.
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Hasta que dieron con un gen de tolerancia. “Cuando pusimos uno de estos genes de girasol en la planta de Arabidopsis y vimos que esta última podía soportar mejor el déficit hídrico, ahí lo patentamos”.
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En 2004 el Conicet y la UNL patentaron una construcción genética que contenía el gen de girasol Hahb-4 y lo licenciaron -conformando una alianza pública privada- a la empresa argentina Bioceres, una compañía con más de más de 300 socios, entre los que hay desde productores agropecuarios y cooperativas hasta accionistas minoritarios como Hugo Sigman y Gustavo Grobocopatel.
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De forma conjunta fueron desarrollando primero la soja tolerante a sequía y luego el trigo tolerante a sequía. También hay otros proyectos en curso, pero esos dos son los más adelantados
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A partir de ahí, comenzaron los ensayos en campo. “Vimos que el gen no solo funcionaba muy bien en trigo y soja, sino también en campo, porque una cosa es hacer un ensayo en una cámara de cultivo, que es un ambiente controlado en laboratorio, y otra en campo, donde se mezclan las condiciones ambientales”, añade.
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Camino burocrático
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Si bien tanto el trigo HB4 como la soja HB4 tuvieron dictámenes favorables de CONABIA (Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agrícola), que concluyó que el cultivo no afecta al medio ambiente, y del SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), que determinó que el producto es inocuo para su consumo, ninguna de las dos semillas puede comercializarse aún en el país.
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La soja tolerante a sequía fue aprobada en 2015 en la Argentina, Brasil y Estados Unidos, pero se está a la espera de la aprobación en China. El gigante asiático es clave, porque existe un convenio que indica que la soja transgénica se puede vender en la Argentina sólo si China la aprueba, dado que es el principal importador de la oleaginosa. “Desde Bioceres están optimistas y creen que a fin de año se logrará aprobar”, adelanta Chan.
El trigo, por su parte, depende de la aprobación de la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios, que analiza el impacto comercial. Si el veredicto es positivo, la Argentina sería el primer país en el mundo en liberar un trigo de estas características. Todavía se espera la autorización.
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El argumento se centra en que antes de aprobarlo quieren consensuar con el principal importador del cereal, que es Brasil. El punto central es el temor a que si llega un embarque con un producto transgénico no autorizado, se rechace todo el envío. “Es un círculo vicioso, porque desde Brasil consideran que si el propio país de origen no lo aprueba, ellos no lo harán. Y desde la Argentina no se aprueba por miedo a que ellos nos dejen de comprar”, dilucida Chan.
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“Para liberar un evento transgénico hay que demostrar mediante muchos ensayos que no afecta a la flora ni a la fauna y que no tiene consecuencias negativas con el ambiente. Además, se debe demostrar que la planta modificada no tiene tóxicos ni alergenos, y que es segura para la sanidad animal y la salud humana. Tanto SENASA como CONABIA dijeron que lo que hicimos estaba bien y que la tecnología no es nociva”, sintetiza Chan, quien tras años de investigación considera la actual situación como “frustrante”.
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“Yo no vivo ni dependo de esto, pero sentir que el país no puede ser pionero y que esto no termina de liberarse para mí es frustrante”, completa.
16 años de espera no han sido gratis para el país. Mientras el licenciamiento a campo de la soja y el trigo HB4 resistente a sequías duerme en escritorios, las lluvias en las llanuras chacopampeanas se vuelven cada vez más erráticas por el cambio climático. En la seca de 2017/18 se perdieron casi U$ 7000 millones, se fundieron muchos productores chicos y medianos… y la propiedad agrícola se concentró un poco más.
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