“Fue un enorme desafío, con momentos de incertidumbre, de mucha tensión. Algunas noches se me complicó el sueño -confiesa el ministro de Ciencia Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza-. Por suerte estuve acompañado por un grupo de secretarios, subsecretarios, la jefa de Gabinete, con los que trabajamos realmente como un equipo y eso nos permitió compartir la tarea de una manera equitativa”, agradece. Y completa con una frase que sorprende al sentido común: “Estoy muy satisfecho de haber estado en este lugar, en este momento histórico”.
Es que gestionar uno de los ministerios clave para enfrentar una pandemia que nadie preveía es una tarea que nadie le desearía a un amigo. Y mucho menos, cuando todo estalla muy poco tiempo después de hacerse cargo de un área que venía de cuatro años de fuerte ajuste, a tal punto que había sido degradado de ministerio a secretaría. “Al asumir, nuestros objetivos tenían un doble foco. Por un lado restaurar el daño causado por los cuatro años de Macri y, por otro, trabajar para que la ciencia aportara a la solución de los problemas de los argentinos. La llegada de la pandemia trastocó todos los planes y nos colocó de lleno en la necesidad de buscar respuestas urgentes para semejante desafío”.
Salvarezza considera que semejante prueba pudo tener una respuesta acorde con la altura del problema gracias al enorme acompañamiento de la comunidad científica. Como prueba de ese apoyo señala la extraordinaria respuesta que tuvo la Convocatoria IP-COVID-19, lanzada a fines de marzo de 2020, en la que se presentaron más de novecientos proyectos. “Creo que el Ministerio tuvo como mérito la habilidad de articular a todos los actores del sistema y la rapidez para financiar los proyectos con fondos que quedaban sin utilizar de la gestión de Mauricio Macri. Parece increíble pero encontramos recursos de organismos de crédito internacional sin ejecutar que pudimos redirigir rápidamente para que esas iniciativas pudieran avanzar”.
Las respuestas que el sistema científico tecnológico nacional viene brindando para enfrentar al SARS-CoV-2 han sido valoradas recientemente en un artículo publicado por la revista Nature Inmunology en el que se enumeran algunos de los aportes realizados por científicas y científicos argentinos, se remarca la actuación de las agencias estatales para impulsar múltiples iniciativas y se subraya que “Argentina permanece a la vanguardia de los esfuerzos internacionales para controlar la pandemia”.
– ¿Qué proyectos destacaría del conjunto de contribuciones que hicieron los investigadores e investigadoras argentinas para dar respuesta ante la pandemia?
– Hay numerosos proyectos para destacar. Entre las herramientas de diagnóstico yo diría que el NEOKIT, del Instituto César Milstein y el Laboratorio Cassará, ha sido un instrumento muy importante que hoy está siendo utilizado en las provincias y fue usado durante toda la temporada de verano en la costa por la Provincia de Buenos Aires. Respecto del test de anticuerpos el COVIDAR de la Fundación Instituto Leloir (FIL) y del CONICET, liderado por Andrea Gamarnik también fue muy relevante. Los barbijos, que fueron un éxito, a partir de un desarrollo de investigadores de la UBA, UNSAM y CONICET y producidos por la empresa Kovi. Otra iniciativa que tuvo enorme importancia fue el Suero Equino Hiperinmune (SEH), que hoy en día está siendo utilizado en los hospitales de la Argentina para pacientes moderados y severos. También quiero resaltar el ensayo clínico de plasma de convaleciente o plasma de paciente recuperado, que llevó adelante Fernando Polak, del que se comprobó su utilidad real cuando se aplica a enfermos que están en un estado leve, en los primeros días con síntomas. Es un estudio clínico que dio muchísimo soporte a una terapia que se venía aplicando en muchos lugares del país sin tener todavía un sustento clínico verificable.
– Esto le permite a la Argentina contar con diferentes alternativas terapéuticas…
– Claro, esto hace que, hoy en día, Argentina tenga en sus hospitales dos opciones: el plasma de paciente recuperado y el SEH. Todos los días recibo reportes del interior del país destacando la eficiencia del SEH y del plasma de convaleciente. Todos estos desarrollos tienen, además, proyección para exportación. En otro orden de cosas, también fueron importantes algunos desarrollos informáticos, como la plataforma CUIDAR, que permite hacer un autodiagnóstico y gestionar el permiso de circulación. Eso fue desarrollado por investigadores del CONICET y de Exactas UBA que están en la Fundación Sadosky. Y no me quiero olvidar de algo fundamental, que se llama Proyecto PAIS, integrado por unos 100 investigadores de diferentes instituciones, que tiene por objetivo detectar y secuenciar el genoma de las diferentes variantes del SARS-CoV-2 que están presentes en nuestro país. Ellos revelaron, hace algunas semanas, la aparición de la variante de Río de Janeiro, luego la del Reino Unido y hace unos días anunciaron la presencia de otro caso de la variante de Manaos. Se trata de un tema fundamental para saber con quién nos enfrentamos y la eficacia que tienen las vacunas.
– En qué instancia está el desarrollo de vacunas nacionales en el que participan algunos grupos de investigación de la Argentina?
– El tema de la vacuna lo quiero poner en el marco correcto. Argentina puede fabricar vacunas. De hecho, la vacuna de Oxford se fabrica en mAbxience, en una planta en Munro y lleva producido el principio activo de 18 millones de dosis que ya fueron enviadas a México para ser distribuidas en América Latina. Lo que nosotros no pudimos concretar fue el diseño de una vacuna argentina. A mí me hubiera gustado que Argentina pudiera diseñar una vacuna de la UBA, de San Martín, del Litoral. Ese es el espíritu que hizo que nosotros saliéramos desde el comienzo con dos proyectos, uno de la Universidad de San Martín con investigadores del CONICET y otro de la Universidad del Litoral, también con investigadores del CONICET. En el primer caso, ya tenemos un laboratorio nacional que está interesado en fabricarla. Estamos esperando a que se firme el convenio para anunciarlo. Obviamente, se encuentra en fase preclínica, o sea, en los ensayos previos a la aplicación en humanos. El horizonte, si todo sale bien, es que el año que viene se podría avanzar a la fase 1. No es un tema disparatado si tenemos en cuenta que este virus nos puede visitar en forma recurrente con distintas variantes.
– Da la sensación de que la pandemia volvió a poner en valor un concepto que habitualmente no es tenido en cuenta por el neoliberalismo. Me refiero a la soberanía científico tecnológica.
– Sí, es un tema que la pandemia puso en evidencia. Tener la capacidad de diseñar nuestras vacunas nos da un margen de soberanía muy importante. El país no debería tener que recurrir otra vez a un proveedor extranjero para conseguir vacunas. Deberíamos adquirir nuestras propias capacidades. Así lo hicimos con nuestros kits de diagnóstico, que al principio había que importarlos. Así hicimos con los elementos de protección, con la producción de respiradores. En este momento, Argentina fabrica todos estos elementos en el país. Nos falta diseñar nuestra vacuna y tenemos que aprender a hacerlo. Porque, incluso, Argentina puede exportar estos productos que desarrolló y que mañana pueden ser dedicados a otras enfermedades.
– ¿Qué importancia le otorga a la posibilidad de que la vacuna Sputnik V se fabrique en Argentina?
– Ustedes saben que se trata de un acuerdo entre privados. De la misma manera ocurrió cuando se hizo el acuerdo entre el laboratorio mAbxience y AstraZeneca para fabricar esa vacuna en el país con una transferencia de tecnología. Aquí se trata, más o menos, del mismo esquema. El Fondo Ruso de Inversión Directa hace un acuerdo preliminar con el Laboratorio Richmond. El gobierno actuó de articulador, pero sigue siendo un acuerdo entre privados. En este caso, se está planteando la construcción de una planta de producción de vacunas, lo que le daría al país una capacidad de producción mayor para el futuro. No sólo para COVID sino para otras enfermedades.
– ¿Qué tipo de aprendizajes tuvo que desarrollar con urgencia el sistema científico para enfrentar la pandemia y que podrán aprovecharse de aquí en adelante?
– En este tiempo hemos aprendido a hacer una muy buena interacción entre el sector académico y el sector productivo. Yo recuerdo que uno de los grandes problemas que existía en el 2015 era la articulación entre instituciones diferentes y con el sector productivo. Bueno, la pandemia demostró que es posible trabajar en forma asociada. Si uno mira el caso del SEH, la verdad es que, sin mayores inconvenientes, se pusieron a trabajar tres instituciones científicas: el ANLIS, la UNSAM y el CONICET, junto con dos empresas como BIOL e INMUNOVA. Y en menos de un año sacaron un producto. La verdad es que esa manera de organizarse cuando hay un objetivo claro, una acción concreta, definida, con un financiamiento ágil, con una decisión política, permite solucionar múltiples problemas. Creo que es un ejemplo de lo que vamos a estar haciendo en otras áreas. Pero no nos olvidemos de que nosotros estamos trabajando para financiar toda la ciencia. Porque nunca sabemos qué es lo que vamos a requerir mañana.
– ¿Cuál es su opinión sobre la Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que fue recientemente aprobada en el Congreso?
– Yo diría que se trata de una ley histórica. Mirá, en 2015, el país invertía en CyT el 0,65 % de su PBI. De ese 0,65, el 0,35 correspondía a la función CyT del presupuesto nacional. Pero ese monto no contempla la inversión privada, lo que ponen las universidades, las provincias. Todo eso sumaba el 0,65 % del PBI. Ahora bien, la ley establece que la función CyT, que era del 0,35 en 2015 y que Macri dejó en 0,23 en el 2019, irá aumentando progresivamente año tras año, hasta alcanzar el 1% en 2030. Es una cifra importantísima porque fija el piso de financiamiento en el 1% del PBI. Pero ese 1% corresponde exclusivamente a la función de CyT del Estado nacional. Si a eso le sumamos el aporte privado -que debería incrementarse con la Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento-, más lo que inviertan las provincias, más las universidades, podríamos estar llegando al final de esta década con un 2% del PBI como de inversión en CyT.
– Nunca en la historia argentina se logró un financiamiento para la ciencia de este nivel…
– Lo que tenemos garantizado por ley es el 1 %. Y ese 1 % ya es un logro porque nunca llegamos a esa cifra. En el mejor momento llegamos al 0,65 sumando todas las componentes. Este año la función CyT es de, aproximadamente, unos 100 mil millones de pesos, lo que equivale a cerca de 1.100 millones de dólares. De acuerdo con la Ley, dentro de 10 años, el compromiso del Estado es poner 4 mil millones de dólares. Un salto enorme.
– El hecho de que ese monto sea establecido por ley, ¿constituye un reaseguro suficiente para que ese financiamiento sea respetado más allá de los cambios de gobierno?
– Lo bueno, que ha significado una derrota cultural para el proyecto neoliberal periférico de Juntos por el Cambio, es que todos han tenido que acompañar esta ley. ¿Por qué? Porque, a la luz de la pandemia, quién puede negar que el Estado tiene que invertir en CyT. Si hasta aquellos que recortaron recursos ahora terminaron apoyando que este renglón presupuestario suba en forma escalonada hasta el 1 % del PBI. Es decir, terminaron apoyando que sea el Estado y no el privado, el que aumente esa inversión. Y la iniciativa fue aprobada casi por unanimidad en ambas Cámaras. Ojalá que ésta se convierta en una política de Estado y que podamos seguir invirtiendo en algo que es básico. Ningún país desarrollado del mundo deja de invertir en CyT. Solamente los proyectos neoliberales aplicados a países periféricos hacen estas cosas. Que son chapucerías, realmente. Eso fue lo que hicieron pero ahora este gobierno cambió el rumbo.