El manual del neoliberalismo para pobres definió al Estado como “elefantiásico” y formateó el sentido común para que “industria”, “industrialización” o “políticas industriales” sonaran como anacronismos. Por default, las periferias entregaron los “sectores estratégicos” al mercado –eufemismo de grupos concentrados nacionales y extranjeros–, y nociones como “capacidades autónomas” o “autonomía tecnológica” se disolvieron como humo. La pregunta prohibida para nuestros neoliberales de cabotaje es: ¿qué cosa es un país sin Estado, ni industria, ni sectores estratégicos, ni capacidades autónomas?
Desde 2007, las sucesivas crisis globales –financiera, climática, sanitaria– abrieron una brecha para una rehabilitación (ambigua) del rol del Estado y, desde hace un par de años, la noción de “políticas industriales” comenzó a figurar en documentos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Una novedad de esta reivindicación culposa fue la eclosión de la noción de mission-oriented policies (“proyectos orientados por misión”, POMs), inspirada en hitos como el Proyecto Manhattan o la Misión Apolo, hoy destacados como gestas de supremacía tecnológica con resonancias de destino manifiesto.
La economista Mariana Mazzucato (2018), con rango de gurú de la perspectiva neoschumpeteriana, explica que la noción de POMs se enfoca en el abordaje de desafíos amplios –ambientales, demográficos, económicos o sociales–, con un compromiso de largo plazo de “gobiernos y organismos trasnacionales”. De hecho, estos desafíos proporcionan “una dirección estratégica para las políticas de financiamiento y los esfuerzos de innovación”.
El título de su libro reciente es elocuente: Mission Economy: A Moonshot Guide to Changing Capitalism (Economía por misión: Una guía disparo-a-la-Luna para cambiar la economía, Penguin, 2021), donde la Misión Apolo, en clave de arenga épica de enorme eficacia comunicacional, se presenta como analogía para organizar una economía y definir sus metas.
Hoy sabemos que las nociones de moda en las economías centrales suelen funcionar como caballos de Troya en las periferias. La noción de “políticas orientadas por misión” no es una excepción y está siendo asimilada en América Latina de forma acelerada, sin contexto, sin historia, sin mediaciones. Si vamos a asimilar esta noción en la Argentina, es necesario hacer un trabajo de resignificación que considere las especificidades del país y la región.
La geopolítica determina la economía
En la Argentina, igual que en Brasil o México, se pueden identificar trayectorias de evolución de sectores estratégicos que podrían ser caracterizadas como políticas orientadas por misión a la medida de países de la semiperiferia latinoamericana. Incluso, en nuestro país podemos incluir en la lista de casos “exitosos” de POMs los desarrollos nuclear, satelital, de radares o la trayectoria 2006-2015 de la empresa ARSAT. Apuestas semejantes con grandes costos de inversión pública, pero que no lograron sus objetivos, se impulsaron en aeronáutica, semiconductores y TICs, automotriz o hidrocarburos.
Que la Argentina hoy no exporte aviones, electrónica de consumo, automóviles nacionales o con alto porcentaje de componentes nacionales, y que todas las máquinas y equipamientos para extraer petróleo y gas sean importados, se explica por las dictaduras que asolaron nuestro país hasta diciembre de 1983 y por gobiernos como los de Carlos Menem y Mauricio Macri.
Es importante notar que el conjunto –los casos exitosos y no exitosos– aporta enormes aprendizajes, pero por ahora no logra mover la aguja de la economía ni transformar el perfil productivo.
Un caso intermedio, que tal vez no pueda encuadrarse en las POMs, es el impulso de capacidades para producción de medicamentos. Derivó en una industria nacional competitiva, pero que importa los principios activos porque invierte poco en investigación y desarrollo; y en un sector público de investigación y desarrollo y producción de medicamentos desconectado del sector privado. Otro caso que merece un tratamiento separado es el desarrollo de semillas y tecnologías para el agro.
Es decir, si vamos a hablar de POMs en la Argentina es fundamental calibrar esta noción al contexto de alta inestabilidad política, económica e institucional y a las reglas de juego adversas (asimétricas, injustas) que definen el lugar geopolítico asignado a la región. Por ejemplo, los acuerdos de protección de propiedad intelectual (TRIPS) de la Organización Mundial del Comercio (OMC), o el laberinto de regulaciones que favorecen a los matones del barrio en comercio internacional, o el proteccionismo oculto en medidas paraarancelarias de las economías centrales, entre otros factores.
Dicho breve: en América Latina una geopolítica despiadada modula (determina) la economía. El lawfare es una de sus manifestaciones actuales.
Autonomía, no frontera
En la presentación de Mazzucato (2018), impecable, heterodoxa y progresista para las economías centrales, las POMs “pueden definirse como políticas públicas sistémicas que se basan en el conocimiento de frontera para alcanzar objetivos específicos”. “El Estado lidera y las empresas lo siguen”, a diferencia del “enfoque tradicional en el que el Estado es, en el mejor de los casos, un reparador de las fallas de mercado”.
Pero en la Argentina, los “casos exitosos” que se asemejan a POMs no tuvieron como meta el “conocimiento de frontera”. Lo que tienen en común es haber impulsado senderos de aprendizaje (institucional, empresarial, organizacional) en sectores definidos como estratégicos, con acumulación incremental de capacidades y aumento de la complejidad: encadenamientos productivos, densidad creciente de interconexiones, formación intensiva de recursos humanos. Estos senderos de aprendizaje se orientaron a la acumulación y diversificación de capacidades autónomas. Autonomía, no frontera. La frontera es una consecuencia de la autonomía.
Así, las funciones que Mazzucato le asigna al Estado emprendedor deben ser reformuladas para que sean eficaces en la neutralización de los obstáculos específicos de la semiperiferia latinoamericana:
- Una política exterior decidida de apoyo a sectores estratégicos y metas propuestas en las POMs, que van a contramano del lugar asignado a la Argentina en el ajedrez hegemónico: productor-exportador primario y consumidor-importador de alto valor agregado.
- Frente al segmento de grandes empresas con capacidad de inversión en investigación y desarrollo, el liderazgo del Estado debe transformar culturas empresariales de aversión al riesgo, cortoplacismo, tendencia a la financierización y fuga. Esta meta supone alta legitimidad política y capacidades para disciplinar a estos segmentos concentrados de la economía que se benefician con el subdesarrollo.
- Con el objetivo de transformar las dinámicas de la inversión extranjera en sectores dinámicos, extractivos o en infraestructura, el Estado debe ser capaz de negociar procesos de transferencia de tecnología y de apertura a la integración del entramado productivo local.
¿Cómo abrir la ventana?
El capitalismo post-revolución industrial se estructura alrededor de revoluciones tecnológicas que “rejuvenecen” la economía con nuevos ciclos de innovaciones que se extienden alrededor de 50 años. Hoy estaríamos en los inicios de una nueva revolución tecnológica que combina la transición energética hacia las energías renovables con las tecnologías digitales.
Un lugar común es pensar que las revoluciones tecnológicas abren a los países de la región “ventanas de oportunidad”. La historia enseña lo contrario: las revoluciones tecnológicas tienden a restringir sus opciones. Se los necesita como escala de mercado, como consumidores de los nuevos productos. Es decir, la ventana de oportunidad no viene dada, se construye, es una opción geopolítica.
Hoy la transición energética hacia las energías renovables y la movilidad sustentable pueden transformarse en una ventana de oportunidad si la Argentina es capaz de blindar sus objetivos estratégicos, disciplinar algunos segmentos empresarios concentrados y dar un salto cualitativo en las capacidades de coordinación de políticas públicas y de asociatividad público-privada.
A partir de esta reformulación de qué cosa define un Estado inteligente en la Argentina, las políticas orientadas por misión pueden ser un vector adecuado para impulsar algunos de los grandes desafíos de un proyecto de país democrático, con equilibrio territorial, inclusión real, creciente equidad y ampliación de derechos.
Diego Hurtado