Los medios masivos ya han informado en amplitud sobre la corrida cambiaria que los argentinos estamos viviendo. Cada uno con su sesgo, naturalmente. Preferimos el resumen que hizo ayer Marcelo Falak en su newsletter DesPertar.
«Una diferencia tan amplia entre los tipos de cambio paralelos y el oficial expresa expectativas de megadevaluación del segundo. Debido a la perspectiva de un cambio radical de cotización, ese tipo de profecía tiende a autorrealizarse a través del desaliento a la liquidación de exportaciones y del anticipo de importaciones.
Hasta ahora, las exportaciones habían respondido bien, pero el «festival de importaciones» y la factura energética abultada por la guerra en Europa hicieron que el Banco Central no dejara de perder divisas.»
Sobre las razones del «festival de importaciones» este editor se había extendido hace un mes, aquí. Basta decir ahora que forman un círculo, muy vicioso. A la demanda de dólares para importar -legítima, necesaria, porque la mayoría de las actividades y de los productos de consumo tienen un altísimo componente importado (piensen en los celulares, por ejemplo)- se le suma la codicia por conseguir acceso al dólar oficial, que se percibe «barato».
En el extremo, ya delictivo, se «alquilan» cautelares judiciales para conseguirlo, como el lunes informamos aquí.
Pero esa es la patología. El problema central son las grandes empresas que toman la decisión -legal, y justificada desde sus intereses- de salir de sus inversiones financieras en pesos y «pasarse a dólares». Los ahorristas individuales ya lo hacen desde hace mucho tiempo.
Y este mes el sector agroexportador ha comenzado a retener los cereales y la soja que aún conserva en su poder. La motivación más importante ya no es el fastidio con las retenciones; como cobran lo que exportan con el dólar oficial, sienten que están perdiendo frente al que perciben como el valor «real» de sus productos.
El gobierno está resistiendo estas presiones devaluatorias. Es lo que corresponde, es lo que hacen todos los gobiernos ante situaciones similares. Y no es serio vaticinar si tendrá éxito o no, en ausencia de los datos precisos que sólo se tienen cuando se está en el nivel de decisión. La ministra Batakis tiene una sólida formación económica, y más experiencia en el Estado de la que tenía el ex ministro Guzmán.
Sí se pueden decir dos cosas con razonable seguridad. Una es que si la inflación sigue en sus niveles actuales, un «salto» devaluatorio será inevitable. Porque aunque el Banco Central ha aumentado el ritmo de la devaluación del «dólar oficial», todavía está por debajo del de la inflación actual. Y si hoy un dólar a $ 317 parece, es, absurdamente alto, en meses o semanas se percibirá «barato».
La otra es que una devaluación, en sí, no resuelve nada. Salvo para especuladores con información anticipada, si los hubiera. Una devaluación sin un plan de estabilización severo -esto Batakis, cualquier economista, debe saberlo- simplemente acelera la inflación y crea las condiciones para la devaluación siguiente.
Tenemos suficiente experiencia en Argentina para afirmar estas certezas. Como recuerda Joaquin Waldman en «Argentina ingresó en un régimen de alta inflación» que publicamos el viernes pasado, nuestro país convivió con una inflación muy alta y constante, entre 1975 y 1991. Y, agrego yo, entre 1958 y 1973.
Esa experiencia dejó lecciones claras. Incluso en la década del ’60, el desarrollismo, el movimiento político que encabezó el ex presidente Arturo Frondizi después de su derrocamiento, junto a Rogelio Frigerio, proponía una devaluación «alta y definitiva» que encareciera las importaciones y protegiera a la industria nacional (un eco de esto fue el «dólar recontraalto» que prometió Guido Di Tella en 1989).
Las devaluaciones de esos años, y hubo muchísimas, sólo creaban las condiciones para otra devaluación posterior. La única excepción -por un par de años- fue la que aplicó en 1966 Krieger Vasena -ministro de Economía en el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía- que incluyó fuertes retenciones al agro. Un elemento ineludible ce cualquier plan de estabilización.
La pregunta es entonces si el gobierno de Alberto Fernández está en condiciones, políticas y económicas, de llevar adelante un plan de estabilización. Si el gobierno -el presidente y sus ministros- creen que no, el «plan aguantar» resulta el único posible.
A. B. F.