martes, 5 agosto, 2025 - 1:05 am

La saga de la Argentina nuclear – XLV

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui Los materiales físiles explican el 90% del costo de aproximadamente U$ 44.000 millones del Proyecto Manhattan (valor actualizado a 2022). Son la parte cara, más aún que el personal experto y la logística. Para evitar la sobredetonación, aún con plutonio 239 casi puro, los Manhattan Boys desarrollaron dos trucos de fabricante, esos secretos de cocina que sólo se desarrollan a fuerza de darse palos y fracasar en un enfoque «hands on», pero que empezaban a poder predecirse a fuerza bruta de cálculo. Significativamente, ambos son asuntos de una disciplina entonces a punto de nacer: la ciencia de materiales, que arrancó como un híbrido de la metalurgia con la mecánica cuántica. El primer secreto de cocina es mezclar el plutonio con un 3% de galio, que absorbe neutrones. Pero además otorga plasticidad a la aleación y favorece su moldeado en caliente (a 450º C) hasta obtener un carozo perfectamente esférico, sin tener que andar torneándolo y desperdiciando material muy, muy caro. Así, Ud. o yo podemos agarrar esa pesadísima esferita sin que nos tengan que amputar la mano a las pocas horas. Nada de guantes, ¿OK? Ud. primero, caballero, faltaba más. El otro secreto de cocina: una envoltorio de plástico impregnado en boro empaquetando el carozo. El boro es otro buen absorbente de neutrones. Pero todos los trucos no servían de nada ante la sobrerreactividad del plutonio 240. Como pudo demostrar a tiempo el físico italiano Emilio Gino Segrè, el plutonio que estaban entregando los reactores de Oak Ridge y Hanford estaba contaminado con ese isótopo por sobreirradiación, y era imposible eliminarlo en el corto plazo. El plutonio 239 realmente puro, libre de contaminación de isótopo 240, había que producirlo en ciclotrones. Era un proceso lentísimo, la guerra en Japón se complicaría por la más que probable invasión del archipiélago por el Ejército Rojo.
La sencillez conceptual de una bomba «tipo cañón» como Little Boy, en la que una bala de uranio 235 muy enriquecido se estrella contra un blanco del mismo material para formar una masa supercrítica.
Puesto en una bomba sencilla, de tipo cañón, ese plutonio tan desprolijo conllevaba siempre el peligro de un “transient”, un fogonazo, una excursión crítica, una rampa breve de fisiones espontáneas, que sin terminar en una explosión propiamente dicha, podía resultar en una deflagración de suficiente energía termomecánica para destruir y dispersar en forma de gases los componentes metálicos y plásticos del “physics package”. Ése es el eufemismo adoptado por la muchachada del Manhattan para darle nombre al corazón funcional de la bomba. Los físicos de armas viven haciendo cosas raras con el lenguaje. Esto tenía consecuencia tácticas. Si no se usaba plutonio 239 de la pureza adecuada, tales fogonazos por exceso de reactividad podían matar en tierra a a los que intentaban integrar los componentes de la bomba, o posteriormente en el aire a la tripulación del B-29 en vuelo hacia su blanco. En suma, que todo el proyecto Manhattan odiaba al plutonio 240. De hecho, el 240, contaminante inevitable del 239 si el proceso de fabricación no es óptimo, forzó a más de 700 físicos a abandonar 4 años de trabajo en su primer objetivo: una bomba lineal, tipo cañón, “Thin Man” (hombre flaco), al parecer muy prometedora por la sencillez de diseño. Era un artefacto que podría haber acortado notablemente la guerra en el Pacífico. Es más, podría haber llegado tanto antes, que su blanco quizás hubiera sido Berlín. Thin Man habría sido funcionalmente bastante parecida a la “Tall Boy” de uranio 235 que reventó Hiroshima. Hasta 1944, la idea de una bomba esférica con un carozo a supercomprimir era exclusiva de un elenco de 5 físicos algo marginales en el presupuesto y en el gallinero de mando de aquella ciudad improvisada y secreta en medio del desierto de New Mexico, Los Álamos: Leo Szilard, Hans Bethe, Ernest Lawrence, Klaus Fuchs y Glenn Seaborg. Pero esos 5 terminaron teniendo razón, y eso a Seaborg le valió un Nobel en la posguerra, como descubridor del plutonio en 1941, y la dirección de la Atomic Energy Commission en 1971. En cambio a Klaus Fuchs, que le pasó el secreto de la bomba implosiva de plutonio a la URSS, la ranada le valió 14 años de prisión en 1949. Sólo muy tardíamente y ante el peligro de que la guerra terminara sola, por ocupación soviética de Japón y sin que Manhattan pudiera haber borrado del mundo alguna ciudad, los 5 marginales impusieron su plan B como línea principal. Eso sucedió después de que el líder científico del programa, Robert Oppenheimer, los escuchara en serio, y se tomara el trabajo de convencer al coronel Leslie Groves, un tipo sin mucha fìsica y de ideas un tanto rígidas, pero absolutamente terrorífico en el arte de imponer el secreto militar a 700 académicos acostumbrados a la libre discusión de sus ideas. Por algo Groves los había hecho traer desde todo el país y recluido en Los Álamos, una especie de villamiseria militar de madera en medio de la nada, donde la mitad de los días las casas se quedaban sin agua, y las posibilidades de comunicarse con el exterior medían en números negativos. Pero adentro de las alambradas, las discusiones entre físicos a veces llegaban cerca de la agarrada a piñas. Oppenheimer flotaba, impasible, sobre ese caos con su pipa y sombrero de cowboy, como un árbitro imparcial. De no haber sido por aquellas internas que atrasaron todo casi un año el Programa Manhattan, la primera ciudad del mundo en desaparecer enteramente del mapa en pocos segundos habría sido Berlín. demon-pitMire bien este carozo que le costó la vida a dos físicos y un soldado, y quizás mató a otro científico más de leucemia aplástica, años más tarde. Costó, además, años de discusión. Para volverlo bomba, otros dos trucos garantizaban el rendimiento termomecánico y radiante: la implosión estrellaba una contra la otra dos piezas metálicas, relativamente separadas entre sí, que formaban brevemente una esfera de berilio. Ésta envolvía el carozo y, como un espejo, le devolvía reflejados hacia adentro los protones liberados hacia afuera, fogoneando aún más las fisiones. Un espejo no muy duradero, eso sí. Otro envoltorio transitorio, externo a la esfera de berilio, y formado también durante la implosión, estaba hecho de pesado uranio 238. Reforzaba básicamente el trabajo del liviano berilio: impedir la fuga de neutrones y reflejarlos hacia adentro. Y en eso era importante la inercia, ya que el uranio no es tan insustancial como el berilio sino uno de los elementos más pesados de la tabla química. Esa inercia mantendría confinado durante unos nanosegundos adicionales el plasma de plutonio, a millones de grados. Eso garantizaría que al menos 2 kg. de los 6,2 del carozo entraran en fisión antes de que toda esa masa se dispersara en forma de gases a velocidad hipersónica. Pero esa última y pesada envoltura de uranio cumplía otro rol más: parte del uranio 238, transformado instantáneamente en 239 por captura de neutrones, entraría también en fisión debido a la hiperabundancia transitoria de neutrones libres, y eso añadiría un tercio de potencia termomecánica extra a la reacción. El que diseñó la fantástica y transitoria ingeniería básica de las bombas Trinity y Fat Man (hombre gordo) fue un canadiense flaco y muy joven, Robert Christy. Le añadió además un núcleo adicional al carozo, algo así como el carozo del carozo, que bautizó «The Urchin» (el erizo), y está hecho de una aleación de polonio y berilio que emite neutrones, como para que no falten en la fiesta. Tipo longevo, Christy llegó a los 96 y se murió en 2012. Todavía a su invento se lo llama «The Christy Pit» entre los ingenieros de armas. Como le dijo a Vannevar Bush, el Consejero Científico de Presidencia al todavía vivo Franklin Roosevelt, poniéndolo al tanto de las polémicas y avances del Proyecto Manhatan, el plutonio parecía mucho más efectivo que el uranio enriquecido, y se necesitaría una masa físil mucho menor. Pero tenía que ser plutonio «del bueno». Pero como de ése no había, se tendría que usar plutonio «del malo», con una ínfima contaminación de isótopo 240. La bomba resultante tendría una ingeniería más complicada que envolver una bicicleta, un raro artefacto con forma de esfera, que a duras penas cabía en la bodega de bombas de una Superfortaleza B-29, con una aerodinámica horrible y casi imposible de apuntar a un blanco. El truco de esa bomba pasaba por poder transformar mágicamente una masa subcrítica, es decir relativamente estable, en supercrítica, es decir reactiva. La sencillez ingenieril de Little Boy es llamativa, frente a la complejidad de Fat Man. Little Boy fue un dispositivo tipo cañón, una bala subcrítica de uranio 235 bastante puro se estrella contra un blanco igualmente subcrítico del mismo material, todo dentro de la recámara y el tubo de un cañón, lo que explica la forma más o menos alargada de la bomba. A la Fuerza Aérea le gustaba: era bastante aerodinámica. Pegaba más o menos adonde apuntabas. El aplastamiento de la bala contra el blanco genera una brevísima masa hipercrítica de 64 kg. de uranio, del cual apenas 1 kg. entra en reacción en cadena de fisiones. Pero todo eso desaparece por la transformación einsteniana de 1 gramo de masa en energía pura en forma de neutrones, rayos gamma, X y ultravioleta, luz visible y rayos infrarrojos. El problema con Little Boy era de producción: aquellos 64 kg. de uranio enriquecidos al 80%  promedio eran el fruto de muchos meses de trabajo separativo. El mineral de uranio había venido del Congo Belga, y se había ido eliminando el uranio 238, el isótopo preponderante del uranio natural, en sucesivos y minúsculos pasos hasta aumentar 113 veces la proporción del isótopo 235. Una vez gastados esos 64 kg. en destruir Hiroshima, cosa que sucedió el 6 de Agosto de 1945, no habría suficiente enriquecido de alto grado para una segunda bomba de uranio hasta Diciembre de aquel año. No era imposible que la guerra se complicara mucho antes con una invasión rusa de Japón.
La compleja ingeniería de Fat Man, bomba implosiva de plutonio 239. El carozo de la bomba es una esferita hueca subcrítica de apenas 6,2 kg., para mitigar la hiper-reactividad del material por su relativa contaminación con el isótopo 240. La implosión sincronizada a la millonésima de segundo de decenas de cargas huecas aplasta el metal al doble de su densidad y lo vuelve supercrítico.
Pero Fat Man, la bomba de plutonio, es endiabladamente más barata, simple y compleja a la vez, estaría lista antes. La masa de plutonio (6,2 kg.) es deliberadamente subcrítica para que no haga pre-detonación, o excursión crítica, dado que finalmente hubo que hacerla con el único plutonio disponible en cantidad suficiente, el de los reactores de Oak Ridge y de Hanford. Ese material sólo llegará a criticidad al ser comprimido explosivamente al doble de su densidad inicial. La bomba real se ensambla únicamente durante la explosión, y se potencia con ella. Y logra una reacción más profunda del plutonio: hace entrar en fisión 1/3 de la masa físil inicial. Pero, como se dijo, el plutonio adecuado no crece en los árboles. En contraste, Alemania y Japón nunca llegaron ni cerca de tener suficientes elementos físiles en la suficiente cantidad y con la suficiente pureza. Como dijo después el físico puro inglés Richard Feynman, que estuvo tan en la movida del Proyecto Manhattan que podría haber firmado la primera y la segunda bomba, pero luego se ganó un Nobel por cosas más inocentes: “Aquello no fue tanto ciencia como ingeniería”. Ya finalizada la guerra y ocupado Japón, la muchachada del Manhattan, llena de prestigio y con mucha gloria académica por delante, siguió un tiempo bastante largo recluida en aquella piojera de tablones y chapa perpetrada por el general Leslie Groves en el único estado de los EEUU con más ganado que población humana. Todavía buscaba elevar el umbral de criticidad del carozo, paso a paso. Por ejemplo, rodeándolo gradualmente de ladrillos de carburo de tungsteno, que también son reflectores de neutrones. La Guerra Fría estaba por comenzar. Los tipos buscaban mejores “tampers” para un carozo “mini-mini”, algo que pudiera caber en un misil tierra-tierra como la V-2 alemana. Y es que resultaba claro que derrotados alemanes y japoneses, también habría que derrotar a los soviéticos, si se les ocurría invadir Europa Occidental. Y eso pintaba militarmente difícil, al menos con armas convencionales. La búsqueda de carozos chicos la motivaba también que el costo de producción del plutonio. Aunque ya empezaba a venir más puro por un reprocesamiento mejorado desde los reactores plutonígenos de Hanford y Oak Ridge, seguía por las nubes. El que lograra un carozo ahorrativo en masa, sería Gardel, allí en New Mexico. Como concepto de seguridad radiológica, el experimento que liquidó a Harry Daghlian, el irradiado del que prometí hablar, era una estupidez propia de la actitud de cowboy de los “pibes del Manhattan”, vigente aún en 1946. El mejor de todos aquellos físicos nucleares, el italiano Enrico Fermi, vivía diciendo que aquellos muchachos eran unos idiotas y se iban a matar. Tuvo razón en dos ocasiones. Mientras Daghlian iba apilando ladrillos de carburo de tungsteno alrededor del carozo, uno se le cayó encima, tapando el conjunto. Eso provocó una “excursión crítica” o “transitorio” o “rampa crítica”. Fue apenas un fogonazo azul brevísimo. Pero en 25 días de agonía atroz, la radiación gamma y los neutrones absorbidos se llevaron a Daghlian y a un inocente guardia de seguridad que custodiaba la puerta del hangar, el soldado Bob Hemmerly. trinityA Daghlian se lo puede ver a la derecha, intensamente concentrado, meses antes, mientras arma “Trinity”, la primera bomba atómica de la historia, dotada de “su” carozo subcrítico. Trinity liberó una energía termomecánica equivalente a la explosión de 20 toneladas de TNT. 20 kilotones, o 0,20 megatones, en la jerga. En esa foto histórica, el muchacho de anteojos de aviador frente a Daghlian es el canadiense Louis Slotin, otro genio canchero. Y lo mató otra excursión crítica accidental del mismo “carozo” cuando buscaba los límites de la criticidad con otro reflector de neutrones mucho más delgado que los pesados ladrillos de Daghlian, una cúpula de tenue berilio. Mientras hacía un show para la gilada de colegas visitantes, a Slotin se le resbaló la cupulita del destornillador con que evitaba que ésta cubriera totalmente el carozo: FSSSS, fogonazo azul. Otra vez. Slotin murió 9 días más tarde, con lo que los forenses llamaron “el equivalente tridimensional de quemaduras de sol en todos sus órganos internos”. Ese carozo fue bautizado de ahí en más “The Demon Pit”, “el carozo del demonio”. Desapareció del mundo en el testo de la bomba “Able”, en el atolón de Bikini, perteneciente a las islas Marshall, en 1946. Donde contribuyó a joderle la vida a miles de anónimos isleños expulsados «pacíficamente» de sus islas por el Ejército de los EEUU, bajo la promesa de que luego se las devolverían. 63 pruebas nucleares y 77 años más tarde, todavía no cumplieron. Bueno, perdón por tanto academicismo histórico. Es que mi deber es explicar que no con cualquier plutonio se hacen bombas, y que el bueno-bueno no crece en los árboles, y eso lo sabe hasta el físico más nabo. david-albrightAhora fíjese, oh lector/a, en este detalle. El pulcro, frío, aburrido y ritual David Albright, por físico y por matemático, sabía perfectamente que el maldito LPR de Ezeiza iba a emplear combustibles gastados de Atucha I. Eso supone que su contenido de plutonio tendría una contaminación de 240 superior al 20%. Por todo lo dicho y narrado antes, oh lector, habría sido tan útil para hacer bombas como un bate de baseball para la neurocirugía. Pero el quía se había venido hasta aquí de todos modos con su valijita y su cara de vinagre a jodernos la vida, y a empiojar el desarrollo de una instalación que habría duplicado o triplicado la duración de los yacimientos de uranio argentinos. Y también venía a buscar fisuras en la CNEA con voluntad de ir limando desde adentro el proyecto argentino de autonomía en combustibles nucleares. Proyecto por el cual, entre marzo y abril de 1976, y probablemente no sin una orden secreta de los EEUU, habían sido asesinados 33 físicos, radioquímicos e ingenieros nucleares argentinos. Mírele bien la trucha al tipo. Todavía anda suelto. En 2003 se encargó de persuadir, como gran experto, al Congreso de los EEUU de que había que invadir militarmente a Irak para frenar el programa atómico militar de Saddam Hussein… que según el Organismo Internacional de Energía Atómica, no existió jamás. Hace 20 años ya que ese estado dejó de existir, y lo único que hay allí es una guerra infinita y unos 380.000 civiles muertos. Sí, deje en paz su bate de baseball. A mí tambíen me dieron ganas, no es personal. Dado que el hombre quería entrar en contacto con líderes de la CNEA, le presenté al Dr. Carlos Aráoz, uno de “los doce apóstoles de Sábato”, un capo en combustibles y aleaciones especiales. Albright debe haber creído que yo lo pondría delanta de un posible «topo», cuando lo que hice fue dejarlo atado (al menos un par de horas) delante de una máquina intelectual de picar turros. Entre sus antecedentes, Aráoz tenía una larga negociación con Alemania hasta que su gobierno aceptó que se usaran combustibles argentinos en Atucha I sin retirar las garantías: Carlitos no es un duro: es de piedra. La conversación giró sobre la necesidad «objetiva» de que la Argentina desmantelara el proyecto LPR, firmara el Tratado de No Proliferación, y terminara con sus devaneos con el enriquecimiento de uranio o la fabricación de agua pesada. ¿Por qué?, quiso saber, cortés y sucinto, Aráoz. «Para no ser catalogados como proliferantes por los EEUU, porque esas tecnologías nos hacen creer que pueden estar escondiendo un programa de armas nucleares», dijo Albright, casi con convicción. Carlitos lo miró filosóficamente. «Que Uds. crean eso de nosotros, ¿no viene a ser un problema de Uds?», preguntó, mientras encendía, tranquilo, su pipa. La charla duró 2 horas y creo que el yanqui se volvió a su hotel con una úlcera. O eso espero. Mientras yo volvía a mi casa, me decía que el LPR ya estaba perdido desde el mismo segundo en que el ing. Alberto Costantini reemplazó al contraalmirante Castro Madero en la presidencia de la CNEA. La mía fue una venganza de muy bajas calorías, pero me sentí un poco menos peor. Aráoz seguramente ya se olvidó de aquello. Hizo cosas bastante más importantes en su vida. Un saludo, si estás leyendo la Saga, Carlitos. En cuanto a los de la citada mutual médica bonaerense, no creo que hayan entendido jamás de asuntos atómicos. No es lo suyo. Pero como cualquier institución argentina, le tiene más miedo a Clarín que al plutonio. No sin razón.

 

Massa lanzó el “dólar vino” y promete un plan para las economías regionales

El ministro de Economía, Sergio Massa, anunció que habrá un dólar especial para liquidar las exportaciones vitivinícolas desde abril y aseguró que Estados Unidos levantó las restricciones para importar mosto argentino.
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Así afirmó durante el desayuno vitivinícola con el que comienza la Vendimia, desde Mendoza, organizado por la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR).
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“Quiero dejarles una buena noticia”, aseguró el funcionario, y confirmó que además de la puesta en marcha de esa divisa sumarán otras decisiones para recuperar mercados con un programa de “fortalecimiento exportador”. Y continuó: “A partir del 1º de abril, vamos a acompañar con un mecanismo para las economías regionales, arrancando por la vitivinicultura”.
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Sobre el valor de ese nuevo dólar, señaló que este mes convocarán una mesa de trabajo para definirlo, sin perder de vista tres desafíos fundamentales: “Recuperar competitividad, que el beneficio llegue a todos los productores y que no se afecte el precio del vino para la mesa de los argentinos”. “Así como pusimos en marcha para el complejo agroindustrial, vamos a acompañar a la industria vitivinícola”, agregó Massa.
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“Desde el 1° de abril, con competitividad cambiaria, tenemos que tener más vino argentino en el mundo”, enfatizó el tigrense.
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Señaló además que el Ministerio trabajará en los próximos días para que “el precio nuevo llegue a todos los productores para que no se transforme en utilidad de unos pocos” y que “esté garantizado con buen precio el abastecimiento en el mercado interno”.
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Las medidas para el sector vitivinicultor
El Ministro habló de fortalecimiento de la competitividad del sector, que pueden incluir medidas en tipo de cambio, retenciones, impuestos y promoción. Adelantó que el lunes estará publicado el decreto que habilita la línea crediticia por US$ 50 millones, como parte del Programa de Apoyo para Pequeños Productores Vitivinícolas de Argentina (Proviar II).
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Además, indicó que esperaban una cosecha vitivinícola con “un volumen inferior al 21% respecto de la temporada pasada, que había sido escasa, y un 34% inferior a la media”, y lamentó que “el clima está castigando”.
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“El clima nos está castigando cada vez más frecuentemente: helada, granizo, olas de calor, nos han ido quitando superficie productiva y dañando producciones que se habían llevado adelante, son 2.000 viñedos menos a lo largo y ancho del país. El cambio climático es uno de los grandes enemigos que tenemos y por eso firmamos con Coviar un acuerdo para financiar la red de estaciones meteorológicas para anticiparnos y trabajar en términos de prevención de mediano y largo plazo”, sostuvo.
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También remarcó que “el Estado tiene que intervenir a favor de quienes sufren los problemas climáticos”. Massa anunció que ampliará “con más de 583 millones de pesos el apoyo a los productores que sufren los problemas climáticos”.
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“Estamos poniendo en marcha el sistema de riego para ampliar la superficie atendida, y estamos licitando del sistema Luján Oeste”, dijo.
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Importaciones
Massa también destacó particularmente el “acuerdo con Estados Unidos que permite levantar las restricciones para el mosto” y anunció que este lunes estará publicado el decreto del Gobierno Nacional que hace efectivo el aporte de 40 millones de dólares y un adicional de 10 millones del Estado Nacional para la puesta en marcha del programa Proviar II.
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“Este crédito que tomará el Gobierno servirá para mejorar la productividad, con foco en la eficiencia hídrica. Contribuirá al arraigo de jóvenes en la ruralidad. Para Coviar es muy importante una participación activa en conjunto con el organismo subejecutor (el INV) y el Gobierno nacional, por los próximos cinco años, garantizando la transparencia, tal como sucedió en la primera etapa exitosa de este programa”, explicó González.

Europa: 1° cementerio de dioxido de carbono importado

Primer país del mundo en enterrar dióxido de carbono importado del exterior, Dinamarca inauguró un sitio de almacenamiento de dióxido de carbono a 1800 metros bajo el mar del Norte, una herramienta considerada esencial para frenar el calentamiento global. «Hoy hemos abierto un nuevo capítulo verde para el mar del Norte», celebró el príncipe Federico, al dar inicio a la fase piloto del proyecto en Esbjerg. Paradójicamente, este cementerio de CO2 es un antiguo yacimiento petrolífero que contribuyó a las emisiones.
Dirigido por la multinacional química británica Ineos y la empresa energética alemana Wintershall Dea, el proyecto «Greensand» permitirá almacenar hasta ocho millones de toneladas de CO2 por año hasta 2030.
Todavía en pañales y muy costosa, la captura y almacenamiento de carbono (CAC) consiste en captar y luego aprisionar el CO2, principal causante del calentamiento global. Actualmente hay más de 200 proyectos operativos o en desarrollo en todo el mundo. Lo que hace especial a Greensand es que, a diferencia de los emplazamientos existentes que secuestran CO2 de instalaciones industriales vecinas, utiliza carbono venido de lejos. «Es un logro europeo en materia de cooperación transfronteriza: el CO2 es capturado en Bélgica y muy pronto en Alemania, cargado en barco en el puerto (belga) de Amberes», dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El gas se transporta por mar hasta la plataforma Nini West, en el borde de las aguas noruegas, y se transfiere a un depósito a 1,8 km de profundidad. Para las autoridades danesas, que aspiran a la neutralidad de carbono en 2045, se trata de un «instrumento indispensable en nuestra caja de herramientas climáticas». El mar del Norte es una región propicia para el enterramiento porque alberga muchos oleoductos y depósitos geológicos que quedaron vacíos tras décadas de producción de petróleo y gas. «Los yacimientos de petróleo y gas agotados tienen muchas ventajas porque están bien documentados y ya existe infraestructura que muy probablemente pueda reutilizarse», afirma Morten Jeppesen, director del Centro de Tecnologías Marinas de la Universidad Tecnológica de Dinamarca. Cerca de Greensand, el gigante francés TotalEnergies va a explorar la posibilidad de enterrar a más de dos kilómetros bajo el lecho marino unas 5 millones de toneladas anuales de CO2 hasta 2030. Pionero del CAC, la vecina Noruega también recibirá toneladas de CO2 licuado de Europa en los próximos años. Principal productor de hidrocarburos de Europa Occidental, el país posee también el mayor potencial de almacenamiento de CO2 del continente.

No hay milagros

Las cantidades almacenadas siguen siendo pequeñas en relación con la magnitud de las emisiones. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la Unión Europea emitió 3.700 millones de toneladas de gas de efecto invernadero en 2020, un nivel bajo por ser un año afectado por la pandemia. Percibida por mucho tiempo como una solución técnicamente complicada y costosa, la CAC es vista ahora como necesaria, tanto por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) como por la Agencia Internacional de Energía. Pero no es una solución milagrosa al calentamiento global. El proceso de captación y almacenamiento de CO2, que consume mucha energía, emite el equivalente a 21% del gas capturado, según el grupo de estudios australiano IEEFA. Y la técnica implica riesgos, advierte el centro de investigación, que cita el riesgo de fugas con consecuencias catastróficas. «El CAC no debe utilizarse para mantener el nivel actual de producción de CO2, pero es necesario para limitar el CO2 en la atmósfera», explicó Jeppesen. «El costo de almacenar carbono debe ser reducido para que se convierta en una solución duradera de mitigación, a medida que madura la industria», agregó el científico. Entre los defensores del medio ambiente, la tecnología no tiene apoyo unánime. «No resuelve el problema y prolonga las estructuras nocivas», afirma Helene Hagel, responsable de energía de Greenpeace Dinamarca. «El método no cambia nuestros hábitos mortales. Si Dinamarca quiere realmente reducir sus emisiones, debe ocuparse de los sectores que producen gran parte de ellas, es decir, la agricultura y el transporte«, aseguró.

El fenómeno climatológico de «La Niña» se debilita, pero deja consecuencias graves para la Argentina

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La sequía severa en nuestra región productiva desde el inicio de la campaña agrícola provoca caídas fuertes en las proyecciones de cosecha de maíz y soja. Con un 94% de probabilidades, en este mes se volverian a condiciones más normales pero seguiran las altas temperaturas.

En su informe del 3 de marzo, la cátedra de Climatología y Fenología Agrícolas de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) indicó que en gran parte de la región productiva agrícola del país, la escasez de lluvias durante los meses de verano, combinada con las olas de calor extremo, desecó los suelos y afectó los rendimientos del maíz y la soja. Según estimaciones de la Bolsa de Cereales de BA, las cosechas de maíz y soja estarían 11 y 10 millones de toneladas por debajo de la campaña pasada, respectivamente. Mientras tanto, el pronóstico de El Niño-Oscilación del Sur informa que con un 94% de probabilidades tendría lugar una transición de La Niña hacia condiciones neutrales en el trimestre marzo-abril-mayo. Según Adela Veliz, docente de Climatología y Fenología Agrícolas en la FAUBA, “el último trimestre —verano, si lo consideramos desde el punto de vista meteorológico— presentó anomalías negativas importantes en las precipitaciones en casi todo el país, salvo en el centro de la Patagonia y el norte de Cuyo, con lluvias por encima de los valores normales para la época. A esto hay que sumarle las temperaturas extremas que ocurrieron desde noviembre, con una sucesión de nueve olas de calor hasta al momento de elaborar el informe”. Al respecto, y como ejemplo, Veliz comentó las temperaturas registradas desde principios de febrero en la estación meteorológica automática ubicada en la FAUBA. “El 11 y el 12 de febrero, la temperatura máxima llegó a 38,5 °C, y seis días después ingresó una masa de aire frío que provocó una caída abrupta de las marcas térmicas, con una mínima de 7,9 °C el día 17. Y luego, marzo arrancó con temperaturas elevadas: el día 2, la marca fue 38,8 °C, récord para el mes”, afirmó la docente. La docente hizo hincapié en que las altas temperaturas y las lluvias deficitarias causaron el desecamiento de las reservas de agua útil en los perfiles del suelo justamente en los momentos en que se definieron los rendimientos de la soja y el maíz, los cultivos más importantes de cosecha gruesa. “Los maíces tempranos que ya se comenzaron a recolectar en zonas como el norte de Santa Fe presentan rendimientos muy por debajo de lo esperado, ya que tampoco hubo oportunidad de acumular agua en el suelo durante los meses del invierno, que también resultó extremadamente seco”. Además, Adela agregó que en el caso del maíz, las temperaturas muy elevadas tuvieron un efecto negativo en la viabilidad del polen, lo cual disminuyó la formación de granos. En cuanto a la sequía, Veliz aseguró que regiones productivas como el NOA, el centro de Santa Fe, la zona núcleo, el centro y norte de Córdoba, Corrientes y el AMBA presentan condiciones de sequía extrema. Esto se puede apreciar en el mapa del Índice de Sequía SEDI, un índice agrometeorológico que considera los déficits hídricos acumulados en los últimos tres meses. El agua del suelo, heladas y cosecha gruesa Por otra parte, Liliana Spescha, coautora del informe junto con Adela Veliz, María Elena Fernández Long y Gastón Sosa —docentes de la misma cátedra de la FAUBA—, se refirió a la evolución del almacenaje de agua del suelo en dos situaciones de sequía en localidades de la provincia de Buenos Aires. “Tomando el perfil hasta 1 metro de profundidad, en Junín, los niveles de reserva se mantuvieron por debajo del punto de marchitez de manera casi permanente desde el inicio de la campaña”. Liliana agregó que, en cambio, en la localidad de Olavarría, el estado de humedad del suelo se encuentra en condiciones no tan desfavorables, aunque con 50% de agua útil desde principios de año. “Otra adversidad en febrero fue la helada agrometeorológica —es decir, temperaturas mínimas menores o iguales a 3 °C— que ocurrió el sábado 18 en el oeste de la zona agrícola, particularmente en el este de San Luis, Córdoba, la zona núcleo y en el oeste de Buenos Aires. Los daños a los cultivos van a depender de la fase fenológica en la que estaban, del estado de los lotes, de la cobertura y de su ubicación dentro del paisaje: los sectores bajos serán los más afectados”, dijo la docente. Por lo señalado anteriormente, Spescha advirtió que habrá una disminución muy importante en los volúmenes de maíz y soja producidos en la presente campaña. De acuerdo con la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la proyección de cosecha de maíz sería de 41 millones de toneladas, mientras que la de soja sería de 33,5 millones de toneladas. En comparación con la campaña pasada, estas cifras representarían una caída de 11 millones en el caso del maíz y de 10 millones en el caso de la soja. La Niña y una ansiada neutralidad Fernández Long, por su parte, comentó que el 20 de febrero, el International Research Institute for Climate and Society —o IRI, por sus siglas en inglés— difundió su pronóstico para el fenómeno El Niño-Oscilación del Sur. En el mismo anunció que existe un 94% de probabilidades de que tenga lugar una transición hacia condiciones neutrales para el trimestre marzo-abril-mayo. Además, María Elena resumió los contenidos del pronóstico trimestral que elaboran —en el ámbito del Servicio Meteorológico Nacional— distintos organismos oficiales, incluyendo la cátedra de Climatología y Fenología Agrícolas de la FAUBA. “Para el trimestre otoñal se indican precipitaciones inferiores a las normales en el norte y el centro de la Mesopotamia, en Cuyo y en el norte y centro de la Patagonia. También se espera que sean superiores a lo normal en el noroeste, y valores normales en la Región Chaqueña. Para la Región Pampeana no hay una categoría con mayor probabilidad de ocurrencia, por lo que se recomienda seguir los pronósticos a corto plazo. En estos casos se debe considerar la información estadística del trimestre”. Para concluir, Fernández Long indicó que las temperaturas medias continuarían siendo elevadas y superiores a los valores normales en gran parte del territorio, especialmente en la Mesopotamia y en el oeste de la Región Pampeana.

La saga de la Argentina nuclear – XLIV

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui El plutonio militar no se compra en los quioscos.
demon-pit
“Demon pit” (el carozo del diablo) bautizado así por sus colegas del proyecto Manhattan.
Voy a explicar el origen de una leyenda negra generada inadvertidamente en épocas del contraalmirante Carlos Castro Madero, y que todavía atormenta a algunos memoriosos pero científicamente desinformados habitantes de Capital Federal y de Ezeiza. Pero para ello, tengo que referirme sí o sí a cómo los EEUU en 1945 pudieron ocupar el territorio metropolitano japonés casi pacíficamente, casi sin sufrir pérdidas. Ambos hechos están relacionados con el plutonio, y ambos dejaron secuelas históricas: Japón sigue militarmente ocupado por los EEUU, y en Argentina perdimos otras cosas de las que no sólo el argento de a pie sino su dirigencia no tiene la menor idea. En 1987 y 1988, muchos porteños fueron persuadidos de que una instalación del Centro Atómico Ezeiza iba a transformarse en un Chernobyl criollo, aunque en general la propaganda lanzada por “vecinos preocupados” e incluso por la mutual médica bonaerense FEMEBA mostraba explosiones de armas atómicas, con la típica nube en forma de hongo. En los textos, ya que no en las fotos, no hablaban de explosiones. Decían que el Laboratorio de Procesos Radioquímicos iba a causar los mismos efectos del derretimiento e incendio de una central nucleoeléctrica gigante, siendo apenas un laboratorio. A todo esto en el Centro Atómico Ezeiza no hay centrales grandes ni chicas. Hay un pequeño reactor que, con sus laboratorios adjuntos, fabrica radiofármacos para diagnóstico y terapia de cáncer, enfermedades circulatorias, metabólicas, autoinmunes, neurológicas, y sigue la lista. No hay muchos modos de derretir el núcleo de uranio de una central atómica que no existe, sobre todo porque no existe. Tampoco de hacer lo propio con una planta radioquímica que, por empezar, carece de núcleo. Pero además, según las imágenes, éste accidente tendría las características termomecánicas de la explosión de una bomba A: bola de fuego, térmicas huracanadas ascendentes chupando polvo y humo hacia lo alto, la formación de un hongo atómico y todo eso. Como lo saben los chicos, el cuco se oculta en la oscuridad. Un poco de luz sobre el LPR, aunque ya no existe, puede disipar pesadillas viejas, si el lector sigue siendo vecino del Centro Atómico Ezeiza. El LPR iba a reprocesar plutonio, ¿pero se parecería en algo al plutonio militar, grado bomba, que todavía se usa en las armas nucleares de implosión? Ni un poco. Vamos a 1945, a la historia de la bomba y de la muerte de Harry Daghlian y Lewis Slotin, porque de otro modo no se entiende la muerte de nuestro LPR. Buscando ahorrar plutonio metálico de altísima pureza en isótopo 239, cuyo costo de fabricación a fines de los ’40 era sideral, la gente del proyecto Manhattan buscó hacer una “carozo mini”, de masa muy subcrítica, de sólo 6,2 kg y 9,2 cm de diámetro. Y lo logró. Mírelo con respecto: es esa aparente “bola de billar” de la foto de arriba es idéntica a la que el 9 de agosto de 1945 mató a 70.000 japoneses en Nagasaki. Según uno de los proponentes del “carozo mini”, Harry Daghlian, éste carozo debía ser un “faltan cinco para el peso” (a dime less than a buck), es decir debía tener una masa un 5% inferior a la crítica, con la que se inicia una reacción en cadena espontánea. Ese carozo subcrítico tiene suficiente descomposición nuclear infusa y permanente como para estar todo el tiempo a una temperatura de 43º C, y emitir rayos alfa de mucha energía, pero muy poca penetración. Se lo puede llevar en la mano sin consecuencias, (por las dudas, use guantes, alcanza con que sean de algodón). Eso que Ud. carga con desconfianza costó una cifra con la que se podría comprar el palacio de Joe Lewis en el Lago Escondido, tiene casi 3 veces la densidad del acero y una tibieza permanente. Objeto raro, ¿no? Más de lo que cree. Sometido a 100.000 atmósferas de presión, ese carozo cambia de personalidad. Tan bruta compresión se lograba mediante la implosión concéntrica y sincronizada de 32 explosivos envolventes de tipo “carga hueca”, que explotan todos direccionalmente, desde afuera hacia adentro. Ante tan prepotente aplastamiento, el carozo colapsa, se vuelve un fluído compresible y pasa a otro estado alotrópico del metal, duplicando en ello su densidad de casi 20 a 40 gramos/cm3. Al hacer esto, se pone supercrítico y entra a reaccionar en cadena, fisiones desencadenan fisiones, etc. ¿Pero cuánto dura en ese estado? Toda la tecnología de Fat Man, la bomba que eliminó a Nagasaki, la que fue modelo de decenas de miles de bombas más, involucra dos ideas: primero, tener un carozo hueco de un plutonio 239 muy puro, poco contaminado del isótopo 240. En el momento adecuado, se lo aplasta con explosivos. Si hay demasiado isótopo 240 (más del 3 o del 7%, según distintos usuarios), es dificilísimo de transportar plutonio, incluso si usa el consabido truco de dividir la masa por la mitad: cada una irradia a lo bestia rayos gamma, muy energéticos y penetrantes. Sólo se puede manejar con brazos telecomandados, y desde atrás de una protección de ladrillos de plomo. Peor aún, ese combo empieza a entrar en fisión espontánea aunque las dos secciones del carozo estén separadas entre sí por decenas de metros, porque se detectan la una a la otra y se bombardean con neutrones. Esto se llama predetonación, o “fizzle”, y supone un desperdicio considerable de potencia y dinero, e incluso de pilotos. A los ingleses les sucedió cantidad de veces, en la posguerra, cuando trataban desesperadamente de mostrarle a los EEUU que ellos también tenían la bomba, y había que sentarlos a la mesa para dividirse el mundo con la URSS. La gente del Programa Manhattan para tener carozos “comme il faut” usó únicamente el plutonio fabricado en ciclotrones de la Universidad de California (“Calutrones”, en cortito).  Todo tiene un por qué: el que salía de los reactores plutonígenos de Oak Ridge, todavía demasiado primitivos y difíciles de controlar, venía “sobrequemado” y con trazas inaceptables de 240. Todo esto fue descubierto por la patota Manhattan sobre la marcha, y duramente, aunque desde el principio hubo teóricos que podían predecir esa conducta del plutonio 239 «sucio» de modo puramente matemático. Mucha regla de cálculo, esos muchachos. Pero hay que ver cómo acertaban. Japón no pudo rendirse más a tiempo. Lo hizo el 2 de septiembre de 1945, después de los bombazos de Hiroshima (6 de agosto) y de Nagasaki (9 de agosto). La dictadura militar y nobiliaria que dirigía el país pensó que se venía rápido una tercera bomba (con toda razón). Pensó también que el paso siguiente sería toda una campaña prolongada y sistemática de bombardeo atómico. Y eso no era cierto, por imposible. Por una parte, ya no había mucho qué bombardear. Los japoneses ya no tenían país. Los B-29 yanquis del general Curtis Le May, con sus bombas de napalm y de fósforo blanco, habían vuelto cenizas las principales 67 ciudades del archipiélago, achicharrando entre 250.000 y 500.000 ciudadanos en ello. Tres años de bombardeos de Alemania por el Bomber Command de la RAF y el 8vo Ejército de la aviación yanqui no lograron lo mismo que Le May en medio año. Pero además los autodenominados americanos no tenían con qué bombardear (y ya llegará a ese tema), y tampoco para qué. La población nipona urbana, aún viviendo en carpas o entre puras ruinas, era unánime con el emperador Hirohito: ante el inminente desembarco estadounidense en Kyushu, la isla más austral del archipiélago central, no habría distingo entre militares y civiles. Morirían peleando todos contra la invasión, incluidos mujeres y pibes. Las chicas de primaria ya practicaban en la escuela cómo ensartarle una lanza de bambú en la panza a un marine. Nadie pensaba en rendirse, y tampoco en llegar a adulto o viejo. Los sobrevivientes se harían matar y/o se suicidarían antes que entregarse. Estas no son teorías o leyendas urbanas o inventos de la máquina propagandística aliada. Era exactamente lo que acababa de suceder dos meses antes en la isla japonesa de Okinawa, de apenas 1199 km2, en cuya captura se había insumido tres meses. Y en esos tres laboriosos meses murieron 12.000 marines, 100.000 soldados imperiales y 160.000 civiles isleños. Estos últimos ni siquiera se sentían culturalmente japoneses y toleraban al imperio de Hirohito como una presencia extranjera, abusiva y colonial. Y sin embargo sobran testimonios cinematográficos de madres okinawenses que, para no rendirse, saltaron desde acantilados muy altos con sus hijos en brazos. Si uno no ha estado inmerso un tiempo en la cultura japonesa no entiende nada: cree que la obediencia absoluta es humanamente imposible. Desgraciadamente no es así. Tampoco es un fenómeno exclusivamente japonés. La URSS, por su parte, le acababa de declarar la guerra a Japón, estaba haciendo picadillo al Ejército Imperial en Manchuria y Corea, en cualquier momento intentaría un desembarco en las islas Kuriles y desde ahí era apenas un salto hasta invadir Hokkaido, la isla más boreal de las cuatro mayores del archipiélago nipón. Y de ahí, a Honshu, la isla central y mayor. ¿Quién los paraba? Pregunta legítima, incluso para Japón. No era la primera vez que el imperio luchaba contra la URSS, pero siempre le había ido mal. En 1939, el hasta entonces imbatible Ejército Imperial había sido literalmente obliterado por el Ejército Rojo en la batalla de Khalkin Gol, por el control de Mongolia Exterior. El Imperio Nipón todavía estaba en su etapa de triunfalismo invencible, hasta que le sobrevino Khalkin Gol estaba seguro de conquistar Mongolia, y lueto territorio siberiano soviético hasta el lago Baikal. Pero sufrió pérdidas tan desastrosas e inesperadas que tuvo que firmar un insólito acuerdo de paz con los soviéticos. Es más, ese acuerdo se mantuvo toda la guerra, incluso cuando la Wehrmacht llegó a 15 km. de Moscú. La URSS se había vuelto un post-trauma irreductible para el alto mando japonés: era lo único en el mundo contra lo que no podían. Hasta que, ya en 1945, con Japón expulsado de casi todo el Pacífico y acorralado por EEUU en su territorio insular metropolitano, Stalin decidió violar el tratado, porque ya era hora de hacer leña del árbol caído. El generalato imperial había decidido la muerte honorable de todo su país, pero cambió de idea tras la segunda atómica, “Fat Man”, en Nagasaki. Ahora estaban ante dos novedades que no entendían y cuya potencia excedía lo imaginable: el átomo y el Ejército Rojo. El emperador dio la orden de deponer las armas por radio. Su inexpresivo y breve discurso, pactado con sus generales pero también con el general Douglas McArthur, omite cuidadosamente la palabra «rendición»: habla en cambio de deponer la lucha, como si se hubiera tratado de una cortés deferencia ante turistas inesperados. Todavía hoy millones de japoneses te explican con naturalidad que nunca fueron derrotados, porque jamás se rindieron. Es lo que se enseña en la escuela. Y se lo creen. Pero sí que se rindieron, y además sin cuestionamientos dado que la orden venía de un ser divino. No por nada los EEUU no tocaron demasiado la cúpula jerárquica del país que estaban invadiendo, y menos que menos, a la familia imperial. La necesitaban intacta. Una vez ocupado el país por EEUU, McArthur le escribió al emperador Hirohito un discurso en que el monarca declaraba -y lo leyó también por la radio, en cadena nacional- que él no era una deidad sino una persona. Cosa que la población acató también con naturalidad, porque lo decía una deidad. La suma de factures decidió que el alto mando se rindiera sin patalear. Para no morir irradiados, en primer lugar. No entendían el concepto, pero lo estaban viendo suceder en decenas de miles de sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, que al decir de los médicos japoneses, parecían estar pudriéndose en vida. Y lo estaban: la radiación los había inmunosuprimido totalmente. No tenían linfocitos para luchar contra sus propias bacterias y hongos saprófitos, generalmente inofensivos. Pero fundamentalmente la cúpula japonesa eligió que el país fuera ocupado por los autodenominados americanos antes que por los soviéticos, sabiendo que los primeros no tratarían de refundar socialmente al país, mientras que los últimos no tendrían miramiento alguno hacia la jerarquía empresarial y militar imperial. Paredón para todos. En cuanto a la falta de bombas atómicas para asestarles, los generales nipones ignoraban que desde el 19 de agosto había un segundo carozo de plutonio listo para otra bomba implosiva tipo “Fat Man”, asignada probablemente a la ciudad de Kokura. Era la que seguía en la planificación Curtis Le May. Sin embargo, por problemas industriales, no científicos, luego pasaría al menos un largo mes hasta que el Proyecto Manhattan lograra reunir suficiente material físil para una cuarta bomba, fuera de uranio 235 grado bomba o más bien plutonio militar. Éste es muchísimo más eficiente por su capacidad einsteniana de transformar materia en energía, y además, dentro de todo, es más pagable. La tercera y cuarta bombas serían para, respectivamente, Nara y Kyoto. Luego, sobrevendría el grave problema de que no quedaban más ciudades en todo Japón. Bombardear con atómicas el campo, las montañas y los bosques no es militarmente redituable. ¿Cómo ocupar -y para siempre- un país cuya producción de comida quedará dañada durante décadas? Además, las bombas de plutonio, aunque más baratas que las de uranio, siguen siendo carísimas. Quiero volver sobre esto: no sólo faltarían ciudades. Sobre todo y ante todo, faltarían bombas. Hasta agosto del ’46 no habría las cantidades necesarias de plutonio 239 de suficiente pureza para destruir con atómicas la retaguardia japonesa, en caso de desembarcos en las islas grandes, Honshu o más probablemente, Kyushu. En suma, tras borrar Kokura del mapa y si Japón se obstinaba en seguir en pie de guerra, los EEUU debían resignarse a rascarse el higo casi un año en sus buques mientras hambreaban al enemigo por bloqueo naval. Pero mientras sucedía eso, era cantado que perdían Hokkaido bajo las botas del Ejército Rojo, y quién te dice, también la isla grande central, Honshu, o al menos su prefectura más boreal, Tohoku. Por el contrario, una invasión de la isla bastante menor y menos poblada de Kyushu al estilo Normandía, con armas únicamente convencionales, significaba asumir la muerte de 1 millón de estadounidenses y al menos 4 millones de japoneses, fundamentalmente civiles. Esos eran los datos que le llegaban a Harry Truman, que por la muerte de Franklin D. Roosevelt, recién estrenaba sus zapatitos de presidente. Y como suele suceder con los vicepresidentes de los EEUU, que ejercen roles más bien ceremoniales, en vida de Roosevelt, don Truman había sido puesto deliberadamente dentro de un termo para que no se enterara de casi nada. Cuando asumió, no sabía siquiera de la existencia del Programa Manhattan. El núcleo de plutonio de las bombas sucesoras de “Fat Man” tardaba horrores en fabricarse en los “calutrones”. Un sincrotrón es primero y ante todo, un acelerador de partículas, un instrumento más académico que industrial: mueve muy poca masa usando demasiada energía eléctrica. Acumular los 6,2 kilogramos de plutonio “grado carozo” en 1945 y con tales medios era un trabajo de hormigas, algo así como llenar una pileta olímpica a cucharaditas o iluminar un estadio nocturno con fósforos. Y Ud., que quería saber qué corno pasó en Ezeiza en la década de los ’80, y yo hablándole de carozos del diablo, físicos irradiados, soviéticos invencibles, islas japonesas y calutrones californianos. Téngame paciencia y fe, no estoy tan perdido como parece. Estoy tratando de echar luz sobre algo importante que sucedió en nuestro país entre 1983 y 2000 y delante de nuestras narices,y cambió nuestra historia. Y no para bien. Es algo de lo cual ni siquiera nuestra dirigencia conserva recuerdos.

 

Invertirán 4 millones de dólares en la construcción de un polo científico en La Rioja

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La Rioja tendrá un polo científico y tecnológico que cuya inversión alcanzará a los US$ 4.767.000. La obra que tendrá 4 mil metros cuadrados, estará ubicada en la zona sur de la ciudad y nucleará al sistema científico tecnológico provincial. El acuerdo quedará plasmado en un convenio que será firmado entre el Gobierno de La Rioja y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Así lo anticipó el secretario de Ciencia y Tecnología Hugo Vera. “Estamos a días de que el gobernador (Ricardo Quintela) con el ministro Daniel Filmus firmen el convenio para iniciar el llamado a licitación”, dijo el funcionario a Radio La Red. Lo había adelantado el Gobernador cuando anunció que el Gobierno nacional “tomó la decisión de acompañar el proyecto para la creación del edificio del Polo Tecnológico de la Provincia de La Rioja, con un financiamiento aproximado de 1.100 millones de pesos que firmarán próximamente en Buenos Aires”. Por medio del Programa Federal “Equipar Ciencia”, se gestionó y ejecutó financiamiento para la adquisición de equipamientos con una inversión de 3.075.963 de dólares, destinados a laboratorios de la Universidad Nacional de La Rioja (UNLaR), Universidad Nacional de Chilecito (UNdeC), la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), CRILAR, CENTEC, IREPCYSA e INTA.

Autorizan en Argentina la comercializacion de mifepristona, usada para situaciones de aborto

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Mediante la disposición 1470/2023, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) autorizó, el pasado martes 7 de marzo, la comercialización de la especialidad medicinal denominada mifepristona y con ello permite su distribución y venta en farmacias y su uso en los tres subsistemas de salud -público, obras sociales y prepagas-. La mifepristona es una medicación que se usa combinada con el misoprostol para la interrupción del embarazo en uno de los esquemas recomendados por la OMS. La aprobación para su comercialización se enmarca en el cumplimiento de la Ley 27.610 de acceso a la interrupción voluntaria y legal del embarazo (IVE/ILE). La Organización Mundial de la Salud (OMS) consideró, desde 2005, a la mifepristona y al misoprostol como drogas esenciales para proveer servicios de salud de calidad y ratificó su eficacia y seguridad en el reciente documento “Directrices sobre la atención para el aborto” publicado en 2022. Cabe destacar que el laboratorio LIF de Santa Fe se encuentra en proceso de desarrollo de la producción pública de mifepristona y en el año 2022 el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires firmó un convenio con la Universidad Nacional de La Plata para su producción. Además, el Ministerio de Salud de la Nación inició, en el 2022, la distribución del tratamiento combinado de mifepristona y misoprostol, a través del programa REMEDIAR, a los programas provinciales de salud sexual y reproductiva y centros de salud y hospitales públicos que garantizan IVE/ILE en todo el país.

Consecuencias positivas del uso de esta droga

Las estadísticas muestran que entre los años 2020 y el 2021 se logró un descenso del 40% de la mortalidad materna por embarazo terminado en aborto. Las muertes maternas ligadas al “aborto médico, otro aborto, aborto no especificado e intento fallido de aborto” cayeron de 13 en 2020 a 9 en 2021. Si se consideran todas las defunciones por aborto, se observa que la disminución fue de 23 en 2020 a 15 en 2021.

En el día de la Mujer «nuclear»: afirman que el aporte femenino en el sector gana en valoración y visibilidad

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En 1957, la Comisión Nacional de Energía Atómica conformó un equipo para construir el que sería el primer reactor experimental de América Latina. Entre sus integrantes había hombres y mujeres, la mayoría surgidos del primer curso de reactores que se dictó en la institución. Trabajaron a la par, con roles repartidos en función de sus conocimientos y capacidades. De esta manera, el mismo proyecto que sentó las bases de la soberanía nuclear argentina, también fue una muestra de lo que significa la igualdad de género. Las mujeres eran minoría en ese equipo. Pero hasta hace muy poco, ocupaban apenas el 35% de los puestos de trabajo en la CNEA y solamente un 20% de las áreas técnicas. El organismo, que este 8 de marzo se suma a la conmemoración del Día de la Mujer, impulsa una política para cambiar esa situación, incentivar la participación de las mujeres, alcanzar la equidad de género y quebrar el techo de cristal que durante años impidió el acceso femenino a los cargos jerárquicos. “Cuando asumí no había ninguna mujer al frente de ninguna de las gerencias de la CNEA. Hoy ya tenemos casi equidad de género: pasamos de 0 a casi un 45% de mujeres a cargo”, cuenta la doctora en Física Adriana Serquis, que en junio de 2021 se convirtió en la tercera mujer presidenta de la CNEA. Creada en 1950, la Comisión tuvo su primera mujer en la presidencia recién 37 años después: la física Emma Pérez Ferreira, quien se hizo cargo del organismo entre 1987 y 1989. La segunda fue la licenciada en Química Norma Boero, entre 2007 y 2016. En 2023, todavía hay mucho por hacer. “Estamos dándole institucionalidad a una tarea que se empezó hace tiempo, dándole un apoyo a los movimientos de mujeres y colectivos de diversidades que están tratando de lograr una mayor representación en las posiciones de decisión, pero también en el día a día. Buscamos tener mayor equidad en la participación en temas técnicos y, también, evitar la violencia de género, que está presente con todas sus sutilezas como en el resto de la sociedad”, afirma Serquis. Para eso, explica, se creó el Departamento de Mujeres, Género, Diversidades e Inclusión Laboral dentro de Recursos Humanos, junto al que actualmente se trabaja para la aprobación de un protocolo de intervención institucional para casos de violencia de género, acoso o discriminación.
Celda caliente donde se telemanipulan químicamente los radioisótos farmacológicos fabricados en el reactor RA-3 de Ezeiza.
Las pioneras de la energía nuclear y sus aplicaciones En 1951, el químico alemán Walter Seelmann-Eggebert fue contratado por CNEA para crear una división de Radioquímica en la que brillarían las mujeres. Entre ellas, la física Ilse Franz y las químicas Josefina Rodríguez, Sonia Nassiff, María Cristina Palcos, Sara Abecasis y Maela Viirsoo, quien se sumó en 1961. La tarea de este grupo fue fundamental para el desarrollo de radioisótopos en la Argentina. “Había siempre un trato directo y personal. Éramos todos muy jóvenes y nos tratábamos como iguales. Además, la mayoría éramos mujeres”, cuenta la doctora en Química Maela Virsoo, profesora e investigadora especializada en radioisótopos de la CNEA y fundadora de Women in Nuclear (WIN) Argentina. Tiene 85 años y está retirada, pero durante la entrevista en la que recuerda aquellos tiempos luce orgullosamente su guardapolvo de investigadora. Ella descubrió dos de los 20 radioisótopos identificados por su División. Nacida en Estonia en 1937, Maela emigró con su familia durante la 2° Guerra Mundial, en 1944, y vivió en Finlandia y en Suecia. Ya en la Argentina, se radicaron en Tucumán, donde ella estudió en la Universidad Nacional de esa provincia. Su padre, ingeniero agrónomo, era docente universitario. En su hogar no había otra opción: ella también sería profesional. “La Asociación de Mujeres Universitarias de Estonia, de la que formo parte, existe desde 1911 y la de hombres, desde 1860. Son tradiciones de la Edad Media”, dice Maela, que descree de que exista una diferencia intelectual entre los géneros. “Todo tiene que depender de la persona, de su capacidad y de su experiencia, más allá de su género. Por eso tampoco estoy de acuerdo con el cupo femenino”, opina. En el equipo que construyó el RA-1, el primer reactor nuclear de América Latina que aún funciona en el Centro Atómico Constituyentes, también se destacaron las mujeres. Clara Mattei y Elda Pezzoni hicieron los cálculos de la configuración del núcleo del Reactor. Velia Hoffmann supervisó y trabajó en el desarrollo del blindaje de hormigón. Además, participaron Vera Vininski y María Delfina Bovisio. “Mi mamá tenía 24 años y era la única ingeniera civil del grupo, que estaba a cargo de Fidel Alsina. Los operarios la respetaban porque se ponía el mameluco igual que ellos para hacer la dirección de la obra. Para mí era normal que mi mamá fuera ingeniera. Estudió esa carrera porque mi abuelo trabajaba en la Dirección de Obras Públicas y ella siempre lo acompañaba a las obras”, cuenta Mariana Geiger, la hija de Velia Hoffmann y del ingeniero Miguel Alberto Geiger, quien también trabajó en la construcción del RA-1. “El matrimonio atómico”, los bautizó la revista Vea y Lea por aquellos años. Velia falleció en 2021. Pero dejó un escrito sobre su experiencia al frente del laboratorio que desarrolló hormigones de alta densidad para las paredes de protección contra las radiaciones del RA-1. Su taller estaba en un galpón en el predio de General Paz y Constituyentes. “Estábamos todos muy entusiasmados y poniendo el mayor empeño en pos del objetivo de lograr nuestro primer reactor nuclear. El avance de su diseño y el de la construcción de sus componentes no daba tiempo a pensar en otra cosa. Éramos un grupo de profesionales muy jóvenes, trabajando muchas horas, en el tramo final hasta de noche, en ese descampado”, relata. También cuenta que dormía en un catre que había llevado al laboratorio y que, como no tenían baños, les prestaban los del taller mecánico que había en el mismo predio. “A mí me dieron la llave del privado del jefe del taller”, recuerda. “Mi mamá me contó que en el proyecto no se hacían diferencias por sexo, sino por capacidad. Cada uno tenía un rol a cumplir y se sabía que tenía la capacidad para hacerlo. Era un trabajo en equipo. No tuvo un techo de cristal en CNEA, aunque sí lo tuvo cuando trabajó para una empresa privada. Ella pensaba que no debía haber diferencias por una cuestión de género”, enfatiza Mariana. El 20 de enero de 1958, día de la inauguración oficial del RA-1, Velia se sentó en la consola y le indicó al entonces presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu cuándo accionar el botón para que el reactor alcanzara criticidad. Detrás suyo estaba su esposo, Miguel Geiger. En el diario Noticias Gráficas salió una foto de ese momento en el que decían que ella era una operadora y él un ingeniero. “Esa nota causó malestar en mi casa, por su machismo –dice Mariana‒. Mamá también era ingeniera”. “Gracias a todas esas pioneras siempre hubo un montón de capacidades aportadas por mujeres en CNEA. Pero con el paso de los años, por alguna razón se fueron invisibilizando”, evalúa Serquis. “Me parece importante darle impulso y visibilidad a las mujeres capaces que vienen haciendo su tarea en forma invisible”, concluye. Las nuevas generaciones de mujeres de CNEA Dentro del nuevo organigrama hay gerencias de área a cargo de mujeres. Una de ellas es la de Producción de Radioisótopos y Aplicaciones de la Radiación, encabezada por Natalia Stankevicius, quien es egresada de Aplicaciones Nucleares del Instituto Beninson. Con 14 años de trabajo en la CNEA y conocimiento de los desafíos a enfrentar liderando grupos de trabajo, lo primero que se planteó al asumir fue cambiar ciertos roles prefijados por género. “En fisión o en la planta de producción de radioisótopos no había operadoras, a pesar de que había mujeres con capacidades para entrenarse para ese puesto”, señala. “En el imaginario estaba que una mujer no iba a tener fuerza para manejar los telemanipuladores, que son los brazos robóticos. Hoy tenemos operadoras, jefas de proceso, una jefa de instalación de la planta y una subgerenta. Y las mujeres tenemos mayor participación en la visión estratégica y en la toma de decisiones”, dice Natalia. En el medio hubo que acondicionar las instalaciones de la planta, como los baños, porque habían sido diseñados sólo para hombres. “Ante un evento de seguridad, las mujeres no tenían duchas y tenían que usar las del baño de hombres”, cuenta Natalia. ¿Qué es lo que falta? “Para mí hay que avanzar con respecto a la cultura organizacional, fortalecer una cultura de respeto, en condiciones seguras y vinculada con la perspectiva de género. Tener buenas condiciones laborales nos permite trabajar en forma segura y eso no se puede si no confío en mi compañero o si mi compañera no se va a animar a expresar su idea. Cómo nos tratamos forma parte de la cultura de la seguridad”.

La saga de la Argentina nuclear – XLIII

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui Todo para nada “Repro” había empezado en el Centro Atómico Ezeiza, en un laboratorio del tamaño de una cochera doble, el ERE. En 1974, bajo paraguas duplicado de Perón e Iraolagoitía, ya se había vuelto el PR, algo mayor en metros cuadrados, elenco y sistemas de radioprotección. Con ese tamaño nimio, reprocesó con el sistema químico PUREX 0,5 g. de plutonio del combustible quemado por el reactor vecino RA-3. El paso siguiente –que interrumpió la bestia de Massera- era un segundo laboratorio, el PR2, donde trabajarían 40 expertos ya designados para modificar o afinar la química extractiva del proceso PUREX, que data de los años 40, con la idea de llegar a los centenares de gramos, y quizás a los kilos. Sobre esto, tengo información contradictoria. La idea de llamar “Procesos Radioquímicos” (PR) a estos sucesivos laboratorios fue del propio Perón. Éste le había sugerido a Morazzo en 1974 evitar la palabra “reprocesamiento”, para no buscarse problemas. Pero cuando se planeó el PR2 las alarmas ya estaban sonando en La Embajada y los problemas ya lo estaban buscando a él. Sólo que Morazzo no lo sabía. Ante el ataque físico contra Repro, Castro Madero se jugó a la desesperada y muy por fuera de su arma, o eso es lo que interpreto yo. Lo que explicaría lo siguiente: Uno de los pocos físicos nucleares con grado militar de jefe que tenía el Ejército en la CNEA, el coronel Luis “Lucho” Argüello, quedó a cargo de liberar a los que pudiera de la ESMA. Al menos, eso le dijo Argüello al radioquímico Carlos Calle, entonces secuestrado, torturado y bastante resignado a morir, cuando lo fue a visitar a su celda. ¿Le dio mandato Castro Madero? No se sabe. Si parece que Argüello en esa movida no estaba solo: detrás se alineaban el entonces teniente coronel y físico nuclear Ricardo Rapacioli, y un general de brigada del arma de Ingenieros con iguales quilates atómicos, Máximo Abbate. En tercera línea, detrás de todos, se adivina todavía hoy un “señor de la muerte” de gran calibre del Ejército, el general de división Luciano Benjamín Menéndez, ya muerto, como todos los milicos citados aquí. Pero éste partió de este valle de lágrimas con 13 condenas encima a prisión perpetua por imputado en más de 800 desapariciones, torturas y asesinatos en Córdoba. Sus conmilitones lo llamaban «El Cachorro», sus víctimas, «La Hiena». No creo que Menéndez pudiera distinguir un protón de una llave inglesa, pero sí puedo imaginarlo tratando de conseguirle a su arma, el Ejército, una mayor autoridad, o tal vez la máxima, en aquel reducto académico-naval (y viceversa) bastante autogestionado que había sido hasta entonces la CNEA. Menéndez era una bestia cuartelera clásica. No entendía una mierda de nada salvo de golpes de estado, matanza de civiles y alpinismo en el tótem militar, que viene a ser el «Trivium» escolástico básico de su arma desde 1930. Me lo puedo figurar con planes de que el próximo presidente de la CNEA fuera del Ejército, y que sus camaradas le debieran homenaje por ello. No me cuesta imaginarlo tratando de conseguir los planos o maquetas de «la bomba de Perón» (que no existieron nunca, pedazo de imbécil) para ver cómo usaba esa palanca con (o contra) Videla. O con la Embajada. Como fuera, a alguien le sacaría algo. Creo que a fines de Marzo y principios de Abril de 1976, por las vidas de aquellos 33 secuestrados de la CNEA hubo una pelea múltiple y sorda: Menéndez por la suya y por la gloria, Argüello, Rappacioli y Abbate para plantar unos borcegos de Ejército en la dirección de aquel antro naval nuclear, y Massera intentando regalarle a la Embajada un sacrificio humano masivo, y junto a él, los planos de una bomba imaginaria. Y detrás de todos la CIA, discreta y letal, haciendo lo suyo. Probablemente quien estaba tratando de salvar a algunos náufragos atómicos en aquel «feeding frenzy» de tiburones con gorra haya sido Castro Madero. Y añadiría también a los tres altos oficiales de Ejército con pergaminos atómicos. Y creo que si yo estuviera acertado, eso último sucedió porque, sin importar de qué arma, los milicos nucleares son (¿eran?) una rara hermandad de locos que trataban de reinventar al país a través de la tecnología. Estaban muy contagiados del ambiente atómico, muy asimilados: intelectual y políticamente volaban kilómetros más arriba que sus conmilitones supuestamente sensatos. Pero lo mío es conjetural, tal vez un poco ingenuo, y puedo estar muy equivocado. Como sea, con el Proceso recién nacido pero ya gateando por lagos de sangre, la intromisión inesperada de Lucho Argüello en la celda de la ESMA donde Calle esperaba la muerte entre una y otra sesión de tortura debe haber sido, en lenguaje naval, un cañonazo por delante de la proa para el Almirante Cero, pero disparado desde el Ejército. Hasta acá, pibe. Pará las máquinas. Era impensable que Marina y Ejército se agarraran a tiros como lo habían hecho en la decada del ’60 por ejemplo, y menos que menos por 33 científicos y tecnólogos civilacos. Pero Massera, aunque lo suficientemente imbécil para creerse en serio lo de «la bomba de Perón», y pese a que con Videla y Agosti formaba parte de la Primera Troika procesista, nunca brilló por su coraje físico. No por nada: toda vez que se fueron a las armas los verdes contra los azules, el Ejército siempre pudo más. Resumiendo, de 33 desaparecidos nucleares (sumando todos los de la CNEA y 4 egresados del Balseiro), 12 pasaron de la ESMA a un buque cárcel y de ahí a la cárcel de Devoto, donde fueron declarados a disposición del PEN y posteriormente liberados, entre ellos Morazzo, físicamente hecho tiras. Los otros 19, parte de aquella burbujeante “primavera política nuclear” que empezó en 1970 con la campaña de APCNEA para que Embalse fuera de uranio natural, hoy tienen el mural que muestro arriba, y que los recuerda. Y que me parte el alma. Lo que nadie recuerda, lo que se ha hecho todo lo posible por olvidar o minimizar o bastardear, fue la respuesta de Castro Madero a Massera, y a la/las s embajada/s que probablemente secundaron el intento de exterminio de Repro. Esa respuesta fue el LPR, o Laboratorio de Procesos Radioquímicos, una instalación monumental que costó U$ 200 millones (equivalentes a U$ 530 millones de hoy). El LPR era más una planta de demostración tecnológica que una unidad fabril, pero su objetivo obvio era separar plutonio del combustible quemado de Atucha I, elegida deliberadamente. Como la central estaba bajo salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica, el reprocesamiento debía hacerse aceptando un control «full scope» de inspectores llegados de Viena sin avisar, y con rendición de cuentas del destino de cada gramo de los elementos físiles recuperados. Los planes de uso del LPR eran limitados: obtener en total 15 kg. de un plutonio que, por haberse formado en una central que intenta el mejor quemado posible del uranio 235, iba fatalmente a venir sobreirradiado, demasiado cargado de isótopos 240, 241 y 242, excesivamente radioactivos y reactivos como para fungir de «pits» de bombas nucleares. Pero las «salvaguardias pegajosas» adquiridas por el uranio en su paso por Atucha I obligaban luego a la CNEA a usar el plutonio para cosas potencialmente útiles y fiscalizables, como enriquecer el uranio natural de sus centrales, Atucha I y Embalse, y todo bajo vigilancia de Viena. Que era exactamente lo que quería Castro Madero. Legalidad internacional. Se suponía que una dosis bajísima de plutonio añadida al uranio natural lograría un aumento importante no de la potencia, pero sí de la eficiencia del «quemado» de ambas centrales, medible en megavatios/día/tonelada de combustible. En los planes setentistas de la CNEA de llegar a 1990 con al menos 2700 MWe nucleares instalados en 7 centrales, el LPR podía ser un modo inteligente de paliar la probable escasez de uranio en el país, y evitar las importaciones. Eso era lo que quería el reactorista Castro Madero de modo manifiesto. Un militar, a la sazón miembro de la única arma que prácticamente se jacta de haber importado casi todos sus fierros y no fabricar nada, y que tenía por ministro de Economía al vendepatria «summa cum laude» don José Martínez de Hoz, tratando de comprar nacional, y peleando por cierta autonomía tecnológica… Qué corso a contramano, ¿no? ¿Se entiende de qué hablo cuando digo que años de inmersión profunda en la cultura sabatiana de la CNEA le cambiaba el bocho a algunos milicos? La física, en líneas generales, le dio la razón a Castro Madero: cuando en 1987 se probó enriquecer ligerísimamente no con plutonio sino con uranio 235 el combustible de Atucha, al pasarlo del  0,71% natural al 0,85%, el «quemado» de la máquina saltó de 6,5 MW/día/tonelada a alrededor de 12 MW/día/tonelada. Esto significa que los elementos combustibles desde entonces duran un 80% más de tiempo en el núcleo de la central hasta perder reactividad. Y no la pierden por falta de uranio 235 sino por haber acumulado demasiados elementos de fisión, que atrapan neutrones. Es bueno añadir que en 1978 Castro Madero se bancó el boicot de uranio enriquecido del presidente estadounidense James Earl Carter, destinado a dejar parados todos nuestros reactores y los dos que le acabábamos de vender a Perú. En respuesta, don Carlos Castro Madero, anticomunista fundamental, le compró enriquecido a la URSS, tomá mate, Jimmy. Entre tanto, le daba mandato a aquella empresita desconocida fundada por Franco Varotto, INVAP, para desarrollar una planta de enriquecimiento de uranio en algún lugar de la meseta patagónica. Pero nada grande, muchachos, no fuera que los gringos la detectaran y se julepearan. Y en el máximo secreto, tampoco fuera cosa de que nos siguieran desapareciendo expertos, como había sucedido con el Proyecto Repro. Y ése es el origen de Pilcaniyeu. Es de tecnología de difusión gaseosa, deliberadamente atrasada y cara en energía, pero nos permite comprar enriquecido libremente. Nadie objeta que lo hagamos bajo salvaguardias: presienten que si no nos venden, de pronto nos agarra el ataque de la argentinidad al palo y modernizamos y ampliamos Pilca, y a cantarle a Gardel. Somos impredecibles. O no tanto: siempre que llega un gorilazo a la presidencia del país, cierra «Pilca». O no la reabre, si ya la encontró cerrada. Sí, mejor no me pregunte qué pasa hoy.   Seguramente, con el LPR Castro Madero también quería decirle a los EEUU que si sus propias leyes lo obligan a no reprocesar el uranio de las centrales nucleoeléctricas, y lo fuerzan a mandarlo a repositorio tras un único quemado, con un 96% de potencia térmica sin usar, y cuantimás hay que enterrarlo en su momento de máxima radiotoxicidad, bueno… esa ley no es argentina. Aquí no se aplica, pero no sólo por extranjera, sino básicamente por estúpida. Tampoco se aplica aquí el mandato de los EEUU que impide que los países que no pertenecen al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas enriquezcan uranio, pese a la creciente lista de infractores. Y ésa del enriquecimiento también se la debemos a Castro Madero. El objetivo del contraalmirante fue bastante obvio: dominar ambas tecnologías, enriquecimiento y repro, y poner al país a salvo de boicots y aprietes, onda «si exportás te dejo sin combustibles», o «si no nos das patente de sobrepesca, te dejo el AMBA en apagón». Por eso fue también Castro Madero quien continuó con las investigaciones tecnológicas de la CNEA en una tercera tecnología «non sancta» ante el ojo iracundo del águila: la fabricación de agua pesada. Las investigaciones se habían iniciando en tiempos del presidente Arturo Illia. Fabricar agua pesada es otro proceso de enriquecimiento, y esos siempre son difíciles, caros y dispendiosos en energía. Y además ofenden a adivinen qué Tío afecto a llamar «proliferantes» a vagos y malentretenidos como nosotros. Pero Castro Madero sacó los asuntos de agua pesada del limbo académico y no paró hasta construir una gigantesca planta de demostración tecnológica, la PEAP, Planta Experimental de Agua Pesada, al lado de Atucha I. Grandota como era, resultaba de bajo rendimiento, daba muy pocas toneladas por año de producto. Usaba sulfuro de hidrógeno como gas de proceso. Y se hizo porque nadie se había atrevido a vendernos una planta realmente industrial, por no desairar al Tío, que sabe vengarse. Pero con tal de que no mejoráramos y ampliáramos la PEAP, los autodenominados americanos no hicieron objeción a que lanzáramos una licitación internacional en la que se molieron las costillas a codazos cantidad de oferentes. De allí salió la actual Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP) junto al embalse de Arroyito, Neuquén. La hizo Sulzer de Suiza, funciona a amoníaco, y es muy distinta de la PEAP, hace décadas desmantelada. Con una capacidad de 180 toneladas de producto por año, la PIAP hoy es la mayor unidad del mundo en su tipo, y como Pilca, resulta otro alerta fiel de primate en la Rosada: el que llega ahí, la cierra. O no la reabre. No abundaré en esto. Con esto concluyo mi caso sobre Castro Madero, su Señoría: nos hizo crecer a velocidad de vértigo en las tres tecnologías que hay que dominar para tener un programa independiente. ¿Eso lo absuelve de partícipe en 33 secuestros, seguidos de 19 muertes? Como Juan D. Perón, Castro Madero no era ningún santo cívico. Al menos, no de mi devoción. Pero no me lo imagino mandando a asesinar a expertos de la CNEA, y menos que menos a los de «Repro». Por muy marino y mandón y facho que fuera, esos 33 eran nucleares, que durante décadas aquí fue como decir «familia». Y además porque don Carlos quería más o menos lo mismo que esos tipos, y no era de tirotearse las patas. Y al negarse a dar de baja el proyecto PR, y redoblar la apuesta y construir el LPR bajo las narices del Tío que te dije, y de yapa con todos los amparos legales que fija para estos casos el OIEA, Castro Madero, antiperonista como pocos, estaba continuando una idea iniciada en 1973 por el contralmirante Iraolagoytía y el presidente Perón. Este último, por ende fue el verdadero autor intelectual real del LPR. El Perón que yo conocí fue el de la Triple A y López Rega. No me muero de entusiasmo por su tercer gobierno. Me debe amigos, muertos de modo muy cruel. Pero me puedo imaginar, aunque sea contrafáctico, qué habría hecho El Viejo ante un boicot de uranio enriquecido por parte de los EEUU. ¿Mi pálpito?: mandar construir Pilcaniyeu, o algo parecido, en algún páramo parecido, y en un secreto parecido. Habría convocado al ya célebre Franco (a) «El Petiso» Varoto, le habría dado plata y uno de sus célebres «metalé, amigo», y ya. Creo eso porque, mientras le duró la vida, Perón le puso un paraguas de fierro sobre la cabeza a Morazzo y al proyecto PR. Esas no son elucubraciones, son hechos. La CNEA tenía, y tal vez todavía tiene, esa virtud de juntar archienemigos políticos y acollararlos a un proyecto tecnológico complejo y muy Nac & Pop, y hacerlos tirar juntos del carro. ¿No es un poco increíble? Pero es verdad. Es historia. Sucedió. Sin embargo era muy impredecible que, llegado el presidente Raúl Alfonsín, hombre de instintos democráticos, nombrara sin embargo a un gauleiter sin charreteras en la CNEA, el ingeniero Alberto Constantini. El embajador Max Cernadas Gregorio, nuclear pero alfonsinista de frente y revés, escribió todo un libro tratando de explicarse ese desastre. Constantini paró todo en la CNEA: Atucha II, la PIAP, Pilca, todo, todo, todo, sin perdonarle la vida a ningún proyecto. Pero la instalación del LPR la detuvo en seco justo cuando había que empezar los testeos preliminares. Y ahí quedó esa planta, tan bella e imponente, al cuete, a espera de que pasaran los años y las decepciones y llegara Menem a tumbarla, como tumbó tantas otras cosas. Muicho antes de su demolición la pude ver por dentro. No soy dado a la química industrial, pero esa interfase de tecnología extractiva en fase líquida con recaudos de seguridad radiológica no los había visto jamás. Seguramente ya no los veré. Me quedé un rato absorto en la contemplación de centenares de túbulos de titanio destinados a llevar combustible quemado disuelto en suspensión acuosa ácida desde el punto A al punto B. Las soldaduras de los túbulos en sus salidas y llegadas eran tan finitas, exactas y minuciosas que las habían tenido que hacer técnicos adolescentes, recién graduados de las escuelas técnicas locales. La CNEA siempre ha sido un segundo Ministerio de Educación, con sus obras complejas. Y es que en los ochenta todavía no existían esos robots chiquitos de soldadura, y menos de titanio, y menos que menos capaces de suturar semejante ensalada de fideos metálicos. Se necesitaban pibes, de perfecta visión cercana y un pulso de neurocirujano. No creo que en su vida posterior esos muchachos hayan vuelto a conseguir trabajo soldando titanio. This is Argentina! Eso me contó el jefe de planta, sabedor de que todo ese esfuerzo nacional había sido al pedo. «El titanio lo entiendo, no reacciona con nada, tolera casi cualquier ácido. Pero ¿por qué no usaron un caño único grandote y chau?», le pregunté al experto. «Para evitar excursiones críticas, pedazo de gil», me contestó el tipo, irritado. Aclarando un poco: una excursión crítica no es un picnic de comentaristas de cine. Es la reacción en cadena espontánea e indeseada de demasiados átomos físiles en proximidad, y puede suceder no sólo en sólidos sino en fluidos. Eso en una planta como el LPR generaría unos fogonazos azules que te la cuento, y estallidos de cañitos por gasificación instantánea de sus contenidos líquidos. Pero eso se había vuelto imposible por diseño, y ejecutado además con mucho arte. Hay una belleza en ciertas instalaciones tecnológicas que es difícil de transmitir, incluso con imágenes. Lo que yo pensaba, más bien melancólicamente, era que iba a ser un parto  venderle el LPR a Clarín, lograr que lo defendiera, derivando a la derecha como iba, día a día, el Gran Diario Argentino. Algo logré, finalmente. Obvio, no sirvió de nada. El LPR nunca fue inaugurado. Los radicales no te clausuran jamás un proyecto tecnológico, sobre todo si éste tiene algún calor patriótico: sólo posponen las cosas indefinidamente y las dejan pudrir. Ya se sabe, dividen los problemas entre los que se arreglan solos, y los que no arregla ni Magoya. Lo impresionante es cuánta y cuán distinta gente entró en esa volteada, pudrir el LPR. No fueron sólo los radicales. Lo terminó demoliendo Menem, ¿quién otro? Pero en 1987 la decisión alfonsinista de cajonear el LPR vino acompañada de una rarísima campaña de medios. El LPR, se decía, amenazaba a la población de Ezeiza y también a la de Capital con un Chernobyl. Ni más ni menos. No hay ninguna central nucleoeléctrica en Ezeiza. Pero las imágenes acompañantes no mostraban aquella mal diseñada central soviética tras su accidente, de suyo suficientemente desoladoras. Mostraban como fondo el hongo atómico de un arma nuclear, y un primer plano de lugares icónicos de Baires, como el Obelisco. Eran imágenes gráficamente muy torpes, como las viejas películas japonesas de Godzilla. No parecían fruto de una mente confusa, sino la de mentes expertas en confundir a otras mentes, pero ejecutadas con el nivel artístico de nabos totales, sin pedigrí publicitario alguno. Raro, eso, porque esa campaña debió bancarla un grupo de vecinos millonarios de Ezeiza, en aquel momento un municipio más bien gasolero, de clasemedieros, laburantes y cuentapropistas. Digo «millonarios», porque la movida contra el LPR anduvo meses en las paredes del área metropolitana en forma de carteles, y cabalgó por los noticieros y horarios centrales de la TV y la radio. Nada de eso es gratis. Y el barrio, en aquel entonces, no daba para tanto. ¿Entonces, quién puso la tarasca y quién puso la jeta? A la plata ya llegaré. Sobre asuntos de jeta: como la gente suele hacer lo que le aconseja el médico, alguien persuadió a la hasta entonces políticamente inocua Federación Médica de Buenos Aires (FEMEBA) de lanzar una carga «banzai» sobre el LPR. No a toda FEMEBA, ojo, sino a su representación en Ezeiza, que decidió que el LPR nos iba a envenenar con plutonio a todos los habitantes del área metropolitana, y que había que cerrarlo. El mensaje visual siempre venía servido con una fragante salsa de hongos atómicos. Los diarios y la TV se entusiasmaron y empezaron a tomar el tema por la propia. Se sabe, produce más huevadas un hato de periodistas amarillos que un fajo de billetes verdes, pero de esos no faltaron. «Money makes the world go round», como cantaban Liza Minelli y Joel Grey en la película «Cabaret». No puedo omitirme en esta historia. Le escribí a FEMEBA un editorial en Clarín, página derecha completa. Increíblemente, me dejaron. Clarín todavía tenía un corazoncito desarrollista oculto en algún lado, aunque bien escondido. A algunos de sus directivos del tercer piso, frondicistas de origen, les daba un orgullito nacional inconfesable haber tenido un país tan industrial, tan cientifico, tan tecnológico, tan nuclear, y la página de Opinión -que me ayudó no poco- todavía me toleraba algunas atrocidades. Después Clarín se volvió Godzilla,  pero ésa es otra historia. A la mutual médica la incomodé con algunos datos. Según la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas, la medicina nuclear ya se había vuelto la principal fuente de exposición a radiaciones ionizantes de los humanos, muy por encima de toda instalación nuclear civil o militar. «Tordos necios que acusáis…» Invité también a los directivos de FEMEBA –previa autorización de la CNEA- a conocer el LPR por dentro para que entendieran las diferencias entre una prolija planta radioquímica y una mala central nucleoeléctrica, como el RBMK de Chernobyl. La invitación serviría también para que algún médico experto en radioprotección con chapa mundial, como Dan Beninson, les explicara a sus colegas de la Regional Ezeiza las diferencias conceptuales entre instalaciones radioquímicas de demostración tecnológica y bombas atómicas. Y les pregunté también, oh doctores, ya que en su preocupación por el LPR era la primera vez que esa prestigiosa mutual médica se metía de lleno en asuntos de salud pública, por qué FEMEBA no había dicho nada respecto de la leche bonaerense. Me explico: había acaecido días antes una iniciativa del gobierno bonaerense (que pese a su origen lácteo, no cuajó). Era dejar de pasteurizar la leche de vaca para bajar su costo. Eso le hubiera abierto la puerta a dos infecciosas muy difíciles de tratar: la tuberculosis enteral y la brucelosis. Dicho sin mala leche, entiéndase. FEMEBA cambió de tema rápidamente y se olvidó por completo del LPR. Por supuesto, sus dirigentes no visitaron jamás la instalación y los dejé en paz. De todos modos, el daño estaba hecho. Prometí hablar de dólares. La abundancia de medios de FEMEBA Ezeiza para hacer campaña contra el LPR sucedió en coincidencia temporal con la visita a la Argentina del Dr. David Albright, representante del ISIS. Ojo, no del Estado Islámico o Daesh, todavía inexistente, sino de un antiguo y persistente think tank yanqui cuyo acrónimo viene de “International Science and International Security Institute”. Este viejo organismo académico se dedica a generar información para el gobierno de los EEUU, y también a apretar a otros gobiernos respecto de temas “de proliferación”, como llaman ellos a intentos incluso tímidos de independencia tecnológica. Los Albright de este mundo viven en la primera clase de los aviones, paran en hoteles con más estrellas que la revista Hola, y no faltan a ningún congreso. Pero logran no pintar jamás en los medios grossos. Los «direccionan». A Albright lo tuve que ver dos veces, ambas a pedido de él, y lo que me arrastró a la primera cita fue una curiosidad más bien entomológica: me faltaba conocer la especie. Albright, aburrido, hizo un intento ritual de convencerme de que el LPR era “proliferante”, es decir esa instalación ponía a la Argentina como país sospechoso de construir armas nucleares. Le contesté, candoroso, que semejante sospecha, viniendo desde el gobierno de un país con entonces alrededor de 24.000 armas nucleares, era como que la madama se preocupara por la moral de sus putas. Cara de piedra, el ñato. Ya había escuchado decenas de veces ese tipo de réplicas. Yo también puedo ser ritual. Los Albright de este mundo son un combo de espías, paganinis y chantajistas, con la ventaja añadida de no figurar oficialmente en la nómina de sueldos de las agencias federales de seguridad. No quiero decir con ello que don David fuera un valijero premium. ¿Un master en física y matemática haciendo esas cosas? La pata faltante fue Greenpeace, que en abril de 1987 recién abría su filial argentina. Su dirección fundacional estaba formada por toxicólogos, biólogos y bioquímicos antes que por lobbistas y militantes científicamente silvestres, pero re-verdes. Aquella primera Greenpeace decía que en nuestro país había problemas más urgentes que la CNEA: a saber, peones rurales afectados por agroquímicos, y asuntos hídricos urbanos, es decir contaminación de ríos y acuíferos. El Riachuelo, sin ir más lejos. Eran antinucleares, va de suyo, pero consideraban que el pequeño y atascado programa atómico local en tiempos de Alfonsín no merecía su atención inmediata, ya que todavía no había causado ningún desastre y además, estaba muriéndose solo y de pobreza. Eso me lo dijeron entre buenos canapés en el cóctel con que inauguraron su existencia oficial en el país, y me pareció científicamente coherente. El vino no era malo, tampoco. Sin embargo, aquella paz duró poco. En Greenpeace Argentina sobrevino gran raje de autoridades con pergaminos científicos y el equivalente juvenil y verde de los Guardias Rojos de Mao, pero pro-capitalistas, gente vehemente y rápida para su business. Que es exactamente eso: business. Desde el desastre de Chernobyl, en plan de salvar el planeta, nada hace que el pequebú de Holanda o Canadá haga sangrar su tarjeta de crédito tan rápido como el ser convencido de que Baires, por ejemplo, está bajo amenaza de un hongo atómico en Ezeiza, y eso debido a una maffia de científicos locos militaristas de la CNEA. La plata progre de Holanda y Canadá fluye desde las casas matrices al sitio de la periferia que logra generar más decibeles de ruido. Y este culis mundi, la Reina del Plata, capital del 2×4, es perfecta para decibeles. El que no llora no mama, dice el tango. Y como buena multinacional que es Greenpeace, aunque a diferencia de una empresa no presente balances, no aclare cómo se elige a sus dirigentes y menos que menos pague impuestos, apunta su prédica adonde haya plata y pueda vender su producto principal… que es Greenpeace. El LPR les encantó a los grinpisios. Se enamoraron. ¡Cómo facturaba! Cuando salí a pegarles desde Clarín, dado que no estaban acostumbrados a recibir sino a dar, me citaron a un bar. Allí me admitió “off the record” un directivo talibán de la nueva camada: “Si digo que hay que limpiar el Riachuelo ni salgo en tapa ni vemos un mango. Pero invento un quilombo nuclear, y soy Dios”. A ese muchacho le ha ido muy bien en la vida. Para Greenpeace era facilísimo fajar a la CNEA cuando ésta agonizaba bajo la dirección del ingeniero Alberto Costantini. Este señor, silbando bajito, se dedicaba al desguace material, intelectual y moral  de la institución, tarea en la que acumulaba harta experiencia. Con el ing. Álvaro Alsogaray como jefe, en 1961 Costantini había intentado cerrar de un saque 17.000 km. de ramales ferroviarios del estado. Eso culminó en la primera huelga general por tiempo indeterminado de ambos gremios del riel. El ingeniero Costantini sufría por ello de esa alergia a los medios que conviene al chatarreo silencioso. Atacar a la CNEA, otrora motivo de orgullo nacional, en 1988, con semejante presidente y cuantimás después del accidente de Chernobyl, a Greenpeace y similares saprófitos les resultaba tan sencillo y poco peligroso como pegarle  patadas a una vaca muerta. Y encima, daba prestigio y plata. Aquel año recrudeció toda una guerra contra la CNEA que se focalizó en el LPR. Y ya que hablamos de bombas y plutonio, evítenme repetir otra vez lo difícil que sería usar combustible de Atucha 1 para hacer una bomba de implosión, incluso muy primitiva, digamos una “Fat Man” gauchesca. En lugar de PUM haría FSSS, no sin antes irradiar a muerte a sus fabricantes y al piloto del avión. En este capítulo quise dejar en claro que el LPR, aquella instalación tan linda y por la que fueron secuestrados, torturados, ejecutados y siguen desaparecidos tantos compatriotas honestos, calificados y laburantes, estaba muy para otra cosa. Sí Ud. nunca oyó hablar del LPR es porque también lo desaparecieron. Me falta explicar eso y la segunda cita con Albright, en la que me vengué de él. Muy poco, sin embargo.

 

Argentina: Entre los proveedores globales de imágenes satelitales

A través de la empresa VENG, cuyo accionista mayoritario es la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), la tecnología de los satélites SAOCOM llega cada vez a más mercados. La compañía es la encargada de comercializar las imágenes de los satélites argentinos, pero hay más.

Apartir del 2020, la Argentina comenzó a exportar las imágenes satelitales de los satélites radar SAOCOM 1A y SAOCOM 1B. Desde aquel entonces, ya se comercializaron más de 2600 imágenes, y las perspectivas según los directivos de la compañía, son alentadoras: “Ya superamos los 2 millones de dólares de facturación y para 2023 esperamos que las ventas crezcan al menos un 50 % o más. Con este trabajo que venimos haciendo la Argentina se suma al reducido grupo de países que pueden comercializar la información radar de sus propios satélites de observación de la Tierra”, sostiene Juan Cruz González Allonca, vicepresidente de VENG. Desde fines de 2020, la compañía comenzó a tejer alianzas con empresas internacionales para potenciar la penetración de la tecnología SAOCOM en nuevos mercados. Recientemente durante los primeros días de febrero se firmó en Nueva Delhi, un acuerdo con la empresa de la India, Suhora, especializada en brindar soluciones con análisis geoespacial, para comercializar escenas SAOCOM en India, en nuevos mercados de Asia, y en todo el continente africano. 
Foto de perfil de Juan Cruz Gonzalez Allonca
 Juan Cruz González Allonca, vicepresidente de VENG
El acuerdo se firmó en la residencia del embajador de Argentina en la India, Hugo Javier Gobbi, y en representación de VENG, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, Daniel Filmus, rubricó el convenio entre ambas empresas. Amit Kumar, director de Operaciones y cofundador de Suhora, afirmó respecto al acuerdo: “Creemos que las imágenes en Banda L de los SAOCOM provistas por VENG ayudarán a Suhora a generar información importante en varios campos, como en infraestructura, monitoreo de desastres naturales y agricultura. Lo vemos como una situación en la que todos ganamos, tanto para nuestros clientes en la India como para el sector espacial argentino”. Pero el acuerdo con la empresa de la India no fue el único, dado que el objetivo es cubrir la mayor cantidad de mercados posibles. “El objetivo de las alianzas comerciales con empresas internacionales para distribución de escenas SAOCOM apunta a penetrar nuevos mercados de una manera rápida y eficiente. En el caso reciente de Suhora, ellos conocen bien las necesidades de sus clientes en la India y en las regiones cercanas. Hacerlo nosotros sólos desde la Argentina llevaría mucho más tiempo”, explicó Adrián Ungersubgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.
Foto de perfil de Adrián Unger CSEP, OCSMP, CPRE
Adrián Unger, subgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.
El primer acuerdo VENG lo firmó en diciembre de 2020 con la empresa italiana e-GEOS, propiedad de la Agencia Espacial Italiana (20%) y la empresa Telespazio (80%). Luego durante la segunda mitad del 2021, VENG firmó acuerdos con Bsed (Beijing Smart Earth Digital), de China; Restec (Remote Sensing Technology Center of Japan), de Japón y MDA, de Canadá. Finalmente, en marzo de 2022, y en el marco de la feria internacional Satellite, en Washington D.C., VENG firmó un acuerdo con la empresa URSA Space Systems, de Estados Unidos. Hasta ahora los países con mayor demanda para el tipo de imágenes que ofrece la constelación SAOCOM son en primer lugar, China, seguida de Brasil, Estados Unidos, Papúa Nueva Guinea e Indonesia. Durante 2022 la compañía recibió consultas y pedidos desde Arabia Saudita, Ghana, Golfo Pérsico, Haití, India, Malasia, Mongolia, Perú, Sudáfrica, Tanzania y Zambia.
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Imagen ilustrativa.
Respecto a su utilidad, las escenas satelitales radar de los SAOCOM son requeridas, en general, para detección de buques, monitoreo de recursos naturales, monitoreo ambiental, gestión y prevención de desastres, visualización de mapas de ambientes de humedad, detección de fugas de agua potable en zonas urbanas, y detección de manchas de petróleo en el mar y en el océano. “Dado el incremento exponencial que estamos logrando con la comercialización de imágenes, y las perspectivas de crecimiento global del mercado de observación satelital de la Tierra, VENG dobla la apuesta y busca incorporar valor agregado a esas escenas, desarrollando distintos productos en cooperación con actores del sistema científico y tecnológico nacional. Y esto a través de la incorporación de procesos de I+D, donde se aplica ciencia de datos e inteligencia artificial”, concluyó González Allonca.
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Un mercado global con perspectivas de crecimiento

Según datos publicados en diciembre de 2022 por Euroconsult, empresa internacional de consultoría especializada en el sector espacial y satelital, el mercado global de observación de la Tierra llegará a los 7900 millones de dólares para 2031. Esto incluye satélites de tipo óptico, infrarrojo, pancromático y radar (este último es el tipo de satélites que conforman la constelación SAOCOM). Según Euroconsult, este mercado se compone de información satelital sin un uso específico al momento de la ventas, y, por otra parte, por aquella información satelital con valor agregado destinada a verticales de la industria específicos, como puede ser la minería, monitoreo de catástrofes, medio ambiente, industria marítima, entre otras. Mientras el primero generó 1700 millones de dólares en 2021 y se prevé que casi se duplicará en 2031 (2700 millones de dólares), el segundo generó 2800 millones de dólares en 2021 y se prevé que llegará a los 5200 millones de dólares para 2031.
Satélites.
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“Casi la totalidad de nuestras ventas se enmarcan en el primer tipo de mercado. Es decir, nosotros vendemos un tipo de escena de tipo primario que puede tener o no un procesamiento posterior. Luego es el cliente quién define qué tipo de uso le dará, explicó Adrián Ungersubgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.  En esa misma línea, señaló que, en general, gran parte de nuestras escenas son utilizadas para generar “stacks” interferométricos. Es decir, series temporales de escenas correspondientes a un mismo lugar, tomadas bajo idénticas condiciones que, mediante una preselección que realizamos desde VENG, sirven como materia prima para estudios interferométricos. «Estos estudios permiten detectar cambios en el terreno de pocos centímetros que pueden utilizarse para el monitoreo de daños en infraestructura, alerta por probabilidad de aludes, explotación minera y petrolera, monitoreo de salud de represas y diques de cola, entre otros usos”, añadió. A nivel global, hoy la información se comercializa a partir de 370 satélites que se encuentran en órbita y sólo 153 fueron lanzados en 2021. Según Euroconsult, en 2031, habrá alrededor de 1040 satélites en órbita  desde los cuáles se comercializará información.