La dirigencia nuclear mundial, «por una cabeza»

Reconozcamos que es raro, cuando vemos el nivel de incompetencia y tontería con que se manejan las relaciones exteriores en el gobierno argentino (no sólo en el actual, aunque es cierto que marca vara alta), saber que una buena cantidad de compatriotas ocupó u ocupa lugares importantes en la red global. En el plano de la economía, de la tecnología, aún en el del delicado equilibrio del poder.

Aquí Daniel Arias escribe de uno que está disputando un cargo con importancia significativa en ese campo, justamente. Pero que ya en su trayectoria ha jugado en esa cancha. O corrido esa carrera, para emplear la imagen que usa Daniel.

En el tango más famoso de la historia, uno con letra de Alfredo Le Pera, el caballo al que apostó Carlitos Gardel pierde “por una cabeza”. Hasta este jueves 10, el embajador Rafael Grossi, la apuesta argentina en una carrera más compleja y larga que las de Palermo (por la dirección del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), venía ganando. Pero, justamente, por una cabeza. El que puede terminar cantando tangos es su rival.

Grossi corre contra el rumano Cornel Feruta, mano derecha y hoy interino del japonés Yukiya Amano, tronchado por un intempestivo cáncer en su tercer directorado. La elección se decide “a pura rosca” entre los miembros de la Junta de Directores del OIEA, cuerpo de reducido que hasta ayer debía escoger entre 4 candidatos: nuestro compatriota, el rumano de marras, el burkinés Lassina Zerbo y la eslovena Marta Ziakova, que ayer se quedó sin voto alguno. Otra para el tango.

La partida se dirime entonces entre Grossi, anteayer con 15 votos, y Feruta, con 14. Zerbo, quien recibió sólo 4 apoyos, está casi afuera. Así las cosas, la semana se corre la final “cuello a cuello”. La escasa barra brava de compatriotas de Grossi, los que sabemos que la Argentina se juega mucho en esto, seguiremos la contienda de cerca y al rumano le desearemos poca suerte.

Con qué se come el OIEA

Y ahora que ganamos le guerra, ¿qué demonios hacemos? La pregunta que EEUU debió hacerse antes de ocupar Irak.

El OIEA es «Naciones Unidas, asuntos nucleares». No es una oficina cualquiera. Y como “pa’ conocer un rengo, hay que verlo caminar”, veamos en qué basa Feruta su campaña: promete la continuidad del directorado de Amano, apuesta que hasta hoy viene pagando. El japonés fallecido tuvo un perfil muy distinto a su antecesor, el egipcio Mohamed el Baradei. En 27 de enero de 2003, el Baradei se le plantó de manos al presidente estadounidense George W. Bush y dijo ante el Consejo de Seguridad de la ONU que según las evidencias científicas y legales, el OIEA certificaba que Irak no tenía capacidad alguna de fabricar armas nucleares.

Así, bajo conducción de el Baradei, el OIEA declaraba ilegal ante la ONU que EEUU, el Reino Unido, España y Portugal invadieran Irak, y solicitaba más tiempo para que sus inspectores, todos ellos científicos e ingenieros nucleares, volvieran a «peinar» a aquel país de pies a cabeza. Ya con esto el lector empieza a sospechar para qué sirve y debería servir el OIEA.

Bush y sus tres laderos invadieron igual: el petróleo iraquí tiene más encantos que la legalidad y la ciencia, tan internacionales. Obvio, los invasores no encontraron indicio alguno de “armas de destrucción masiva”, y no por no buscar. Pero el estado laico despótico de Saddam Hussein cayó y en ese vacío de poder surgió explosivamente el “Daesh”, o ISIS, o Estado Islámico, que degüella ante las cámaras de TV a los no creyentes adonde los encuentre, y que representa una amenaza múltiple (nuclear, química y biológica) pero ya no regional, sino sistémica, según muestran sus “franchisings” terroristas en el Norte de Nigeria, en Somalia, en la península arábiga, en París, en California, en Rusia, etc.

Eso sí, el petróleo iraquí, quinta reserva del planeta, cambió de dueños. La vieja Iraq National Oil Company murió con Saddam y hoy se privatizó todo. 16 años tras la invasión, el petróleo del Norte iraquí, en cercanías de Kirkuk, está bajo control de los “peshmergas” kurdos y hoy lo venden ExxonMobil y Chevron. El petróleo del Sur, en vecindad de Basra, lo domina (es un decir) el ejército del estado residual iraquí, bajo ataque constante de las milicias chiitas, de modo que cada petrolera occidental allí tiene su ejército privado. Si algo sobra en Irak son el petróleo y los ejércitos.

Los ingresos nacionales (aunque no haya una nación) dependen en un 99% de exportar crudo, y el país –hasta donde existe- pasó de una tiranía monolítica asesina a un caos innavegable. El 7 de Octubre de 2005, en un reconocimiento tardío a la honestidad de el Baradei, el Comité del Premio Nobel de la Paz le otorgó la distinción al OIEA. Todo esto, lector, para explicar que el OIEA es un sitio importante pero no todopoderoso, y –como sucede con el papado de la Iglesia Católica Apostólica Romana- si lo termina dirigiendo un argentino y hace buen papel, no será para desprestigio de nuestro país.

Era inevitable mencionar a el Baradei para entender qué hizo su reemplazante Amano: descolló una década entera en “hacer la plancha”. Tal vez no podía hacer otra cosa, máxime con una retaguardia tan de vidrio en su casa: en 2011, en ocasión del accidente de las 4 centrales del complejo Fukushima Daichii, su país protagonizó el peor accidente nuclear desde el de Chernobyl.

A Grossi lo respalda su historia y hoy, por fin, su país. Miembro creador del Nuclear Suppliers Group (NSG), club informal que reúne a los países con industria nuclear propia, tras el accidente nuclear de Fukushima, Grossi se propuso emprolijar y elevar los niveles de seguridad operativa en todas las instalaciones atómicas civiles de la Tierra. Lo viene logrando, aunque en la industria lo quieren tanto como el lector a su dentista, y por lo mismo: duele y cuesta plata. Medida en costo del megavatio (MW) instalado, hoy construir una central nucleoeléctrica sale, promedio, 23% más caro en dólares constantes que en 2011, y eso por la multiplicación de sistemas y procedimientos de seguridad, así como por el cambio de paradigmas en arquitecturas de diseño. Todo eso tiene huellas de Rafael Grossi, oriundo de Almagro, pincharrata enfermo que aún recuerda el Platense glorioso de Pachamé y Verón, y confiesa 7 idiomas y 8 hijos.

Si hoy se habla tanto de los SMRs, “Small Nuclear Reactors” o centralitas modulares como nuestro CAREM argento, es porque su ingeniería divergente de las PWR y AWR hoy dominantes puede lograr plantas más seguras pero, curiosamente, también más sencillas, irrompibles y baratas. Esto significa centralitas atómicas chicas capaces combinarse elásticamente con las fuentes renovables, como “respaldo de base”, haciéndoles “seguimiento de carga”. Esto es dar potencia a la red cuando el viento no sopla o el sol no brilla, sin carbón, combustibles líquidos o gas, e ir dando vuelta de una maldita vez nuestra dependencia como especie del carbono fósil.

Es decir que al exigirle más y más seguridad a la industria nuclear convencional, Grossi la empuja hacia este nuevo combo: nucleares chicas de seguridad inherente, y fuentes renovables. Es quizás lo necesario y existente a fecha de hoy para lograr que la Edad del Carbono Fósil, iniciada con la máquina de vapor de Thomas Newcomen en 1712, se vaya terminando alrededor de 2040 o 2050, como lo hizo hace unos 8000 años la Edad de Piedra: porque había mejores opciones, y no por falta de piedras.

En los pasillos de Viena, esto de ir de un país a otro jodiendo a los dueños actuales de la tecnología con exigencias draconianas de seguridad no vuelve simpático a Grossi. Sin embargo, alarga la sombra que proyecta su escueta y porteña figura. Todo el mundo en Viena sabe que otro Fukushima más y la industria nuclear energética mundial desaparece, chau, fuiste. Y ésa es una posibilidad que asusta sobremanera a otra burocracia técnica de las Naciones Unidas: el IPCC, o Panel Internacional para el Cambio Climático, con base en Ginebra, Suiza.

Como la vieja OIEA de el Baradei en 2005, el IPCC recibió también otro premio Nobel de la Paz, en 2007. El comité de Oslo decidió premiar el éxito total del IPCC en demostrar, con bases plenamente científicas y un 98% de consenso experto, que el mundo se está yendo climáticamente al carajo y que eso va a costar más hambres y peores guerras. Y todo ello el IPCC, impecable, lo viene probando cada vez mejor desde 1988, aunque sin haberle movido el amperímetro ni un poco a “los políticos serios”. Que hoy enfrentan –era hora- una rebelión climática masiva juvenil callejera como no se la veía desde el Mayo Francés, pero mayor. Es lógico, los líderes viejos no creen en la ciencia. Los pibes sí, y quieren llegar a viejos.

Sin más y mejores centrales nucleares que fabriquen electricidad “de base”, es decir libre de intermitencias eólicas o solares pero también de emisiones de carbono, los expertos del IPCC –que son climatólogos de 195 países, no ingenieros- gruñen que se dispara en espirales el recalentamiento global. Sólo que esto no es una predicción: es una descripción. También, una catástrofe multidimensional, casi incomprensible por su alcance: el mayor desafío de supervivencia de nuestra civilización, por lo que ésta vale. Y está sucediendo delante de nuestras narices desde la década del ’70.

¿Cuánto vale la paz nuclear?

En 2015 Grossi se anotó otro poroto mucho mayor que el de exigirle mejores instalaciones al Nuclear Suppliers Group. Tras 20 meses de trabajo sin pausa, cerró el acuerdo más difícil de la historia del OIEA, el llamado JPOA o “Plan de Acción Conjunto”, a cambio del cual Irán deponía sus ambiciones de desarrollo de armas nucleares, a condición de que se levantaran las sanciones internacionales contra su comercio exterior. Esa breve paz nuclear la compró Grossi. ¿Cuánto vale? Esperemos no tener que descubrirlo en guerra, pero no es imposible.

(Continuará)

Daniel E. Arias