Hace no mucho tiempo, mencionábamos en AgendAR un dato curioso: la cantidad de compatriotas que ocuparon u ocupan lugares importantes en el sistema global. En el plano de la economía, de la tecnología, aún en el del delicado equilibrio del poder. Bueno, esta semana el argentino Rafael Grossi fue elegido director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). En sus propias palabras «uno de los organismos más importantes en la esfera internacional. Es la cúspide de la gobernanza global». Por eso mismo, era de esperar su siguiente declaración «Mi prioridad inmediata será atender la negociación con Irán».
Creemos que Daniel Arias, que lo conoce bien y ha escrito mucho sobre él y sobre la OIEA (ver en nuestro buscador) es el más adecuado para informarnos fondo sobre lo qué significa este nombramiento:
EL NUEVO PAPA NUCLEAR ES ARGENTINO
¡Fumata blanca, compatriotas! Rafael Grossi, diplomático nuclear, porteño de Almagro, hincha de Platense, 7 idiomas, 8 hijos, acaba de ganarle la Dirección General del Organismo Internacional de Energía Atómica al rumano Cornel Feruta. Con esto, ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Grossi se vuelve el equivalente atómico del Papa en la Iglesia Católica.
Tras dos semanas de combate a puertas cerradas en la Junta de Gobernadores del OIEA, formada por los 35 representantes de los países oferentes de tecnología nuclear, Grossi dejó “knock out” a sus dos oponentes circunstanciales, la eslovena Marta Ziaková y el burkinés Lassina Zerbo, y el fin de semana pasado fue demoliendo a su oponente principal, el conservador Feruta. Lo sacó del ring como quien dice en el 5° round, tras 3 “straw polls”, votaciones oficiosas, y 2 votaciones formales. Ayer temprano le pasó por encima con 24 votos contra 10, con una solitaria abstención. En el medio, sucedió toda la rosca de pasillo imaginable y la no tanto. La Junta de Gobernadores es idéntica al cónclave papal, pero más desangelado, sin arquitectura de Miguel Ángel, ni humito blanco, ni multitudes expectantes en la plazoleta del complejo de edificios de la ONU.
Como quizás pasó con nuestro Papa en Roma, Grossi ganó en Viena no por argentino sino porque prometió poner la casa en orden en un momento de particular descrédito y pérdida de autoridad de la misma. Y por antecedentes, le creyeron.
Nuestro Papa Nuclear tendrá mando real en pulseadas viejas y por suceder de asuntos de proliferación y desarme. Será también el referente final en vigilancia y control de materiales físiles (salvaguardias), y lo mismo en asuntos de seguridad operativa y radiológica de unas 450 centrales nucleoeléctricas y 250 reactores de investigación y otras instalaciones nucleares civiles en 50 países. Es como mucho, pero en todas esas canchas Grossi acredita goles.
El principal gol de Grossi
Sesión abierta de la Junta de Gobernadores del OIEA, organismo que decidió el triunfo de Grossi
El 24 de Noviembre de 2013, tras negociaciones estériles que se arrastraron desde 2005 de 2 predecesores, fue Grossi quien logró que Irán aceptara desmantelar su programa de armas nucleares bajo supervisión del OIEA. El país persa estaba a sólo 3 meses de obtener los 27 kg. de uranio enriquecido al 90% que necesitaba para su primera bomba atómica.
Irán accedió a esto a cambio de poder volver a vender crudo, su único producto de exportación, y salir así de una estanflación casi letal debida al bloqueo de su comercio exterior. El pacto de 2013, llamado JPOA o “Plan de Acción Conjunto”, fue la negociación de desarme más larga y difícil de la historia del OIEA. No fue una solución mágica: atrasaba a lo sumo en 15 años el “breakout time”, el tiempo necesario para que la república islámica estuviera en condiciones de obtener el núcleo de una bomba de uranio tipo “Little Boy”, la de Hiroshima.
Pero en 15 años se puede negociar mucha paz entre dos ciudades que hoy se odian, Teherán y Tel Aviv, y que entre 2005 y 2013 estuvieron más de una vez en un tris de misilearse. Sí, lector, el JPOA es el mismo documento que el presidente estadounidense Donald Trump rompió unilateralmente el 8 de mayo de 2018, lo que hoy obliga literalmente a los iraníes a volver, de a milímetros, a retomar su programa armamentista. Las encuestas de opinión en el país persa, hasta donde son confiables, muestran que más del 65% de la población está harta de pactos que no se cumplen.
Esto va reabriendo una situación de “dedo en el gatillo” entre Israel e Irán, y ha hecho que Turquía y Arabia Saudita hayan declarado abiertamente que van a por arsenales atómicos propios. En cortito, que piensan mandar al carajo el Tratado de No Proliferación (TNP), la ley fundante –y defectuosa- del OIEA, porque supone exclusivamente “el desarme de los desarmados”, como dijo en su momento el embajador Julio César Carasales. Y esta ley será mala, pero la ausencia de toda ley es peor.
Lo que lleva de cabeza a una pregunta: ¿por qué Rick Perry, secretario del Departamento de Energía (DOE) de los EEUU, apoyó públicamente la candidatura de Grossi? Después de todo, su jefe, Trump, acaba de destruir de un codazo el paciente trabajo de nuestro compatriota, desde 2013 considerado el bombero “summa cum laude” de esa región tan incendiable. Puede ser que Perry sea parte de una burocracia profesional estable, dedicada a corregir sin ruido las bestialidades de un presidente impulsivo. O puede deberse a la hipótesis esbozada en La doctrina Trump y las «guerras ridículas».
Con qué se comen las salvaguardias
El derrotado de ayer: Cornel Feruta (derecha), que peleó por el OIEA prometiendo cero cambios
“Salvaguardias”, tema principal en la vida pasada y futura de Grossi, significa básicamente control de inventarios de combustibles nucleares quemados por la flota mundial de centrales y reactores de los países firmantes del TNP. Y entre los pocos no firmantes, los que compraron legalmente tecnología nuclear de otros, cosa que volvió inspeccionables esas compras. Se sabe: un “tostado livianito” con neutrones del uranio 238 genera un cóctel isotópico de plutonios rico en Pu 239 y bajo en Pu 240, ideal –reprocesamiento mediante- para hacer el núcleo de una bomba atómica implosiva, más barata y efectiva que la de uranio.
De modo que la vida de un inspector del OIEA pasa en gran parte por comparar físicamente inventarios: el del combustible fresco entrante a una central o reactor nuclear, y el saliente. En la inspección de un complejo de varias centrales nucleoeléctricas grandes esto significa medir el nivel y tipo de radioactividad de miles de elementos, y al menos 1100 horas/hombre de trabajo de una delegación de inspectores que se queda “in situ” hasta 10 días. El trabajo no excluye –pongo por caso cercano las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Brasil en Aramar- la negociación a cara de perro por cuestiones de “Este detalle del rodamiento de la ultracentrífuga no te lo muestro porque es secreto comercial”, y similares.
Más allá de la aparatología que se traen los inspectores en sus visitas sorpresa (te caen con 2 horas de preaviso), más allá de la protección radiológica y de los centenares de kilos de equipos y sensores que se traen consigo, éste es un trabajo físicamente extenuante. Implica vivir un mínimo de 100 días por año en aeropuertos y aviones. Y tras llegar a destino, donde son recibidos con la misma sonrisa con que en nuestros mataderos se saluda a los agentes de la AFIP, los inspectores del OIEA deben hacer kilómetros de “parkour” por perplejos laberintos de pasarelas, escaleras, escalinatas y escotillones, sorteando portaesclusas con los pies, caños con la cabeza y evitando marearse en algunos ambientes desmesurados por el combo de alturas, vibración y estrépito.
Mayormente ingenieros, químicos y físicos con maestrías y posdoctorados nucleares, los 385 inspectores del OIEA, oriundos de unos 80 países, suelen peinar canas pero deben estar en buen estado físico. Todos los años se presentan unos 250 candidatos y a lo sumo entran entre 10 y 25, que requieren no menos de 5 años de entrenamiento con un mentor. Y dado que lo que estos inspectores informan al OIEA puede decidir titulares, denuncias en horario central, bloqueos de cuentas de ultramar, embargos comerciales, invasiones y alguna vez alguna guerra, tienen que ser más honestos, valientes y aburridos que Elliot Ness. Y desde ya, más políglotas.
Y no se acaba aquí la tarea del OIEA, que debería ser un organismo mucho mayor para atajar en tantos arcos. El Nuclear Suppliers Group o NSG, creado por Grossi hace décadas, formado por los 35 países con oferta de tecnología nuclear, se reúne periódicamente a armar listas de los componentes industriales “duales”: son bombas, membranas, sustancias químicas y sistemas de manipulación que sirven indistintamente en industrias tan inocentes como la pastelería y tan merecedoras de lupa como el reprocesamiento de combustibles gastados. Son decenas de miles de ítems, y algunos se venden por Amazon y Mercado Libre. Y hay que controlar quién le vendió qué cosa a quién y para qué en todo el planeta, y cuando ocurren coincidencias sospechosas, generar alertas. El que quiera entretenerse en el OIEA, tiene con qué.
El reformador de la industria nuclear
El Ejército Japonés en limpieza de precipitados radioactivos en las centrales del complejo Fukushima Daiichi
Pero hay más: el NSG en 2011 llegó a la conclusión de que con otro Fukushima más, desaparecía la industria nuclear. Y justo cuando más se la necesita, porque –como muestra bien otro año más de sequía, apagones e incendios masivos en California- la climatología mundial está desquiciada: ya no se banca más emisiones de carbono fósil.
Y Fukushima sucedió porque en el país donde se inventó la palabra “tsunami” un malecón que debió medir 15 metros tenía la mitad de esa altura. También porque TEPCO, la firma privada operadora del complejo Fukushima Daiichi, se pasó la recomendación de aumentar la altura de ese murallón por salva sea la parte durante años. También hizo lo propio con la recomendación de poner los grupos electrógenos de respaldo ante apagón en lugares altos, y no en la planta baja, según el diseño original de General Electric. Y finalmente porque la autoridad regulatoria japonesa, la NRA, a diferencia de Dios, ni ahorca ni aprieta, y menos que menos a TEPCO.
Grossi encabezó entonces una movida no oficial dentro del OIEA para limpiar ese establo de Augías que suele ser, en algunos países, la relación entre las constructoras y operadoras de centrales y los entes regulatorios estatales. Fue una reforma silenciosa: la industria más regulada del mundo aceptó darle más poder a los estados de revocarle las licencias operativas a los que incumplidores de requisitos de seguridad, y también a los que tienen mala ingeniería.
Explicada así su iniciativa, Grossi parece un iluso creido de que los pájaros pueden volar cabeza abajo, si se los convence. Pero su movida hizo que la industria nuclear tuviera que gastar algunos billones (en el sentido latino) de dólares en mejorar sus fierros viejos, y en replantear la tecnología de las centrales pedidas y en construcción. En promedio, encareció un 23% el costo del kilovatio nuclear instalado, medido en dólares constantes. De chico, Grossi debe mirar demasiado “Los intocables”, y se le quedó pegado el personaje interpretado por Robert Stack.
Con todo ese currículum, en 2016 era fija que nuestro compatriota le quitaba el directorado del OIEA al japonés Yukiya Amano, el cual venía haciendo la plancha desde 2009. Pero a pedido de la entonces canciller Susana Malcorra, quien soñaba con dirigir las Naciones Unidas y temía los efectos adversos de un exceso de argentinidad en la dirigencia de la ONU, el presidente Mauricio Macri no lo propuso: a joderse, Grossi. La puñalada final en su espalda vino de un viaje a Baires del premier japonés, Shinzo Abe, que se bajó a prometerle a Macri que si la Argentina respaldaba un nuevo directorado de Amano, Japón invertiría U$ 7500 millones en infraestructura en nuestro país, especialmente en transporte. Todavía los dólares no pintaron: deben estar contándolos. Los esperamos.
El protocolar canciller argentino Jorge Faurie propone oficialmente al OIEA el nombramiento del eléctrico Rafael Grossi para Director General. Era hora
La que no espera es la crisis de credibilidad del OIEA. Si Israel tiene un arsenal ilegal de más de 200 armas nucleares desde fines de los ’60 y sin sufrir apriete alguno, si Irak fue invadido –y destruido como estado- por EEUU “por posesión de armas de destrucción masiva” pese a que el inspectorado y un director anterior del OIEA, el egipcio Mohamed el Baradei certificaron que tales “caños” no existían, si Corea del Norte es intocable justamente porque sí los tiene y funcionan, si la India y Pakistán (con el antecedente de 4 guerras desde 1948) se apuntan entre sí con un total sumado de alrededor de casi 270 misiles de cabeza nuclear, si Irán vuelve despacito a reconstruir su industria nuclear bélica porque hoy no le respetan lo que se vio obligada a firmar en 2013, si Turquía, Arabia Saudita (¡e incluso Brasil!) chirrían entonces su intención de tener programas nucleares paralelos y no inspeccionables; entonces, lectores, al OIEA hay que salvarlo, desprestigiado como está, para salvarnos como especie. Hay que rescatar al OIEA por lo mismo que un náufrago no rechaza un salvavidas aunque esté pinchado. Si puede, lo repara, aún con chicle, aún en el oleaje. Las soluciones de compromiso suelen ser mejores que morirse.
Parte del arsenal misilístico nuclear de la India en un desfile militar en Delhi
La crisis del OIEA lleva de cabeza a otra pregunta. ¿Por qué los países que dirigen el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es decir EEUU, China, Rusia, el Reino Unido y Francia, dejaron que fuera un argentino el que dirija el OIEA por los próximos 4 años?
Buena pregunta para contestar con otra. ¿Por qué el 13 de marzo de 2013 otro argentino, un cardenal no muy conocido de apellido Bergoglio, fue nombrado Papa de la Iglesia Católica? Parecen casos paralelables, y no sólo por las roscas de cónclave a puertas cerradas que anteceden a la fumata blanca. El dato en común es que los conservadores son derrotados y se intenta un salvataje institucional en los dos casos. Y a Francisco no parece irle tan mal. Bancado inicialmente por Rusia y China, Cornel Feruta murió como candidato no tanto por su corto currículum, sino por asegurar que continuaría la política contemplativa, casi zen, del extinto Yukiya Amano. Eso no le conviene a Rusia, a China ni a nadie.
En suma, que el nombramiento Rafael Grossi, quien estuvo años acumulando méritos de a toneladas para dirigir el OIEA, es un recordatorio de que cuando los dioses quieren volverte loco te conceden tus deseos. Buena suerte, compatriota. Buena suerte, compatriotas.
Daniel E. Arias