¿Podía preverse la pandemia de coronavirus? Sí. ¿Cómo? Hubo al menos dos trabajos en revistas científicas de primera línea que adelantaron la cuestión. Uno, hace 13 años, tras la epidemia de SARS de 2003 en el sudeste asiático, advirtió el creciente potencial de los virus de la familia “corona” en los animales: “La presencia de una gran reserva de virus similares al SARS-CoV en murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de tiempo”.
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El segundo detectó en 2015 cómo esos agentes infecciosos eran, además, capaces de unirse con éxito a unos receptores de las células del tracto respiratorio. Y avisó: “Nuestro trabajo sugiere un riesgo potencial de reaparición de SARS-CoV de virus que circulan actualmente en poblaciones de murciélagos”. Las preguntas son obvias: ¿alguien les dio bolilla a estas publicaciones? No. ¿Por qué? Lo aclararemos a continuación. Y, ¿podremos aprender la lección, de modo de prever la próxima epidemia viral? Tal vez.
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Sobre estos aspectos hablaron dos expertas: la primera, Sofía Merajver, renombrada física y médica argentina experta en cáncer y epidemiología, que hace años dirige un equipo de investigación en la Universidad de Michigan, Estados Unidos. La otra, Sandra Goñi, biotecnóloga con doctorado en Ciencias Básicas y Aplicadas, especialista en virología de la Universidad Nacional de Quilmes. Ambas apuntaron a un “dramático divorcio” entre la ciencia básica y las ciencias aplicadas. Y así, trabajos de investigación que podrían cambiar el rumbo de eventos indeseables quedan cajoneados, circunscriptos al mundillo de los especialistas.
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Para los ansiosos, acá va el final de esta nota: Merajver insistió en la importancia de aprender la lección. “La próxima epidemia seguramente venga de las aves, un tipo de gripe aviar. Quizás sea la influenza del subtipo H5N1 o una similar. Es una de las que más se teme y ya reapareció en 2014, en Canadá. Tiene alta mortalidad».
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¿Qué decían los papers sobre el nuevo coronavirus?
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Uno fue una publicación en octubre de 2007 (“Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus as an Agent of Emerging and Reemerging Infection”, es decir, “Un coronavirus que provoca Síndrome Agudo Respiratorio Severo podría ser un agente responsable de la aparición y reaparición de infecciones”) fue fruto de expertos de la Universidad de Hong Kong y publicado en la revista Clinical Micriobiology Review, en el marco de un sinfín de investigaciones sobre esos agentes infecciosos, tras la epidemia del SARS-CoV en la que, entre 2002 y 2004, más de 8.000 personas resultaron infectadas y unas 900 murieron.
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El paper ofreció una síntesis analítica de unas 4.000 investigaciones sobre el complejo ítem “coronavirus” e insistió en la necesidad de no ningunear la comprensión del virus, ya que es la vía para “el desarrollo de pruebas de diagnóstico (…) antivirales, vacunas (…) que podrían ser útiles en ensayos de control aleatorio si el SARS regresara”.
Advirtieron que “los hallazgos de que los murciélagos en herradura son el reservorio natural de virus similares al SARS-CoV y que las civetas son el huésped de su amplificación, destacan la importancia de la vida silvestre y la bioseguridad en las granjas y los mercados húmedos, que pueden servir como fuente y centros de amplificación para infecciones emergentes”.
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Esos conceptos fueron retomados al final del paper, en un apartado de título sugerente. “¿Debemos estar listos para la reemergencia del SARS?”, se preguntaron los investigadores.
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Y lanzaron un pronóstico contundente, basado en la teoría y la mera observación empírica: “Los coronavirus son bien conocidos por sufrir recombinación genética, lo que puede conducir a nuevos genotipos y brotes. La presencia de una gran reserva de virus similares al SARS-CoV en murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de tiempo. La posibilidad de la reaparición del SARS y otros virus nuevos de animales o laboratorios y, por lo tanto, la necesidad de preparación no debe ignorarse”. Repetimos que esto fue en 2007.
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Cinco años atrás
En noviembre de 2015, científicos de renombradas instituciones estadounidenses (la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y el National Center for Toxicological Research, Food and Drug Administration), en un trabajo conjunto con el Key Laboratory of Special Pathogens and Biosafety del Instituto de Virología de Wuhan, en China, publicaron en la prestigiosa revista Nature el trabajo “A SARS-like cluster of circulating bat coronaviruses shows potential for human emergence”. En español, “Un cluster de coronavirus tipo SARS que circula entre los murciélagos tiene el potencial de transferirse a los humanos”.
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Sandra Goñi, experta en virología de la UNQ, explicó que “aislaron el coronavirus de murciélago e hicieron pruebas combinando herramientas que habían sido usadas para el SARS, ya que era el conocido en ese momento. Y lo que dicen es que, en el contexto adecuado, ese otro coronavirus podría adquirir la capacidad de infectar a humanos. En ese momento faltaban pasos ‘evolutivos’ para que se diera ese salto”.
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Lo de “evolutivos” es interesante: los virus son agentes de la naturaleza con un “rumbo” muy lejos de la malignidad con que se los pinta. No hay “propósito consciente” que persigan, y por lo tanto, términos como “guerra” no serían los adecuados. “Se mueven al azar como una estrategia evolutiva. No son seres vivos, pero se van adaptando a los distintos huéspedes”, explicó Goñi.
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El logro del paper de 2015 es que, en base a ese coronavirus de murciélagos que estudiaron en China, se diseñó, in vitro, una suerte de “quimera”, un virus que combinaba las características del primero con otras del SARS. “Eso lo adaptaron a ratones, con una vueltita de rosca experimental. Y así vieron que se infectaban las líneas celulares de las vías respiratorias en forma eficiente».
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«La información genética no era igual a la del SARS, pero podía llevar adelante la infección en esas células, lo que les permitió aislar lo que podría llamarse la ‘llave’ a través de la cual muchos coronavirus se unen eficientemente a los receptores presentes en las células del tracto respiratorio”, detalló Goñi.
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Lo que buscaban los investigadores era “probar herramientas ante un potencial nuevo brote de coronavirus”, explicó la científica, y aclaró: “Como eran parecidos, probaron la terapia de anticuerpos que se había desarrollado para el SARS, pero no fue efectiva. Después hicieron al revés: agarraron ese virus quimérico, se lo inyectaron a los ratones y los desafiaron con una dosis de virus atenuado de SARS, y ahí parece que se vio cierta defensa. Lo cierto es que cada virus tiene su propio comportamiento cuando querés hablar de vacunas o terapéutica en general”.
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Teorías conspirativas
El diseño de un virus experimental dentro del laboratorio dio lugar a versiones conspirativas que se refieren a un patógeno «creado» en China. En respuesta, al pie del informe de 2015 se puede leer una nota aclaratoria de los autores, fechada hace poco, el 30 de marzo de 2020: “Somos conscientes de que este artículo se está utilizando como base para teorías no verificadas de que se diseñó el nuevo coronavirus que causa COVID-19. No hay evidencia de que esto sea cierto. Los científicos creen que un animal es la fuente más probable del coronavirus”.
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Goñi explicó que “los ensayos de genética reversa son estrategias ampliamente usadas para estudiar virus. Es decir, esto de usar una herramienta que contiene el genoma del virus a la que le hacés cambios para ver qué pasa con su fenotipo, su capacidad de replicación de afectar células in vitro, entre otros aspectos”.
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Mientras para la experta es fundamental estudiar estos comportamientos, también hay limitaciones propias de este campo de estudio: “Las emergencias virales son así. O sea, hay enfermedades virales que convivieron con nosotros desde siempre, como el herpes. O, por ejemplo, entre el 20% y el 30% de los resfríos proviene de coronavirus endémicos”.
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En cambio, dijo: “Otros virus representan eventos impredecibles. Emergente significa ‘novedoso’. Sin embargo, uno a veces la puede ver venir, como en este caso de los murciélagos, ya que hay mucho contacto de ciertas poblaciones con esos animales”.
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¿Nadie la vio?
Si se podía ver venir la pandemia, ¿cómo es que nadie vio? Aunque Sofía Merajver es una argentina reconocida internacionalmente por sus investigaciones en materia de cáncer de mama y ovario (tarea que realiza en el laboratorio que dirige en la Universidad de Michigan), una de sus áreas de especialización es la epidemiología. Por eso habla del coronavirus.
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“Leyendo los papers de los últimos años, era clarísimo que algo así iba a pasar”, introdujo con dureza, y explicó: “La falta de conexión entre ciencia básica y salud pública es la receta para la muerte que se está viendo. En otras palabras, el estado de la pandemia en el mundo y la cantidad de gente que se murió hasta ahora es un resultado directo de la falta de planeamiento y comunicación entre las ciencias básicas -virología y microbiología- y la ciencia aplicada a la salud pública. Mientras exista esa grieta, millones de personas van a seguir muriendo”.
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La experta apuntó al estilo de vida moderno, “como pasa también con el cambio climático”, comparó: “Es imposible no predecir estas enfermedades emergentes, considerando el número de personas en el planeta, las aglomeraciones urbanas, las inequidades y el estilo de vida. Todo eso hace que las enfermedades emergentes tengan conductos para esparcirse”.
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Goñi agregó que, «además, no respetar los habitats naturales de los animales propicia estas transmisiones».
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El paper de 2015 es clave, apuntó Merajver: “A medida que tenemos la secuencia genética de estos virus y acceso a la información genética humana y de muchas especies de animales, podemos entender la probabilidad de que un virus se inserte en células humanas o de ciertos animales. El avance de este paper fue probar que esos virus tenían una gran probabilidad de expandirse en la especie humana porque la secuencia estaba lista para eso: sólo faltaba un pequeño salto”.
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“¿Cómo actuar en el futuro?”, se preguntó la médica, y respondió: “Existen la Organización Mundial de la Salud y distintos organismos de control de enfermedades en cada país, pero no hay reglas universales para enfermedades emergentes como estas. Se necesita de inmediato la creación de un consorcio internacional liderado por científicos, no políticos, con participación de institutos públicos y privados y empresas».
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De ese modo, se haría una lista de potenciales enfermedades emergentes: «Por años estuvieron a disposición los datos que indicaban todo esto… Hay que tener los laboratorios listos haciendo investigación básica apropiada”.
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Y, por fin, advirtió: “Este es el momento de explicarle a la gente que hay virus de las aves que tienen una mortalidad calculada en 30% y no del 1% o 5% como el coronavirus. Y tienen la misma capacidad de emerger que el CoV2. Si en este momento la ciudad de San Francisco tuviera un terremoto estarían preparados porque la experiencia los llevó a reedificar su ciudad en modo antisísmico. ¿Por qué no nos preparamos para esto?”.