COVID-19: LA INDIA, PAKISTÁN Y OTROS PAÍSES ESCONDEN MUERTES
Sumando las poblaciones de la India y Pakistán, uno de cada cinco seres humanos hoy vive en esos dos países enfrentados. En ambos la infraestructura médica y sanitaria es tan mínima que hablar de su colapso no significa nada, incluso fuera de pandemia. En ambos las megalópolis como Rawalpindi, Karachi, Kolkata y Delhi, con su aire ennegrecido de productos de combustión, son focos de distintas patologías cardíacas y respiratorias crónicas, también fuera de pandemia. ¿Cómo puede ser que hoy en plena pandemia de Covid tengan estadísticas de mortalidad tan bajas?
Porque las truchan, responde “The Telegraph”. Se trata de un diario conservador pero bien escrito, a la derecha del viejo y sobrio “Times”. Al igual que éste, el Telegraph tiene ese conocimiento de la India y de Pakistán propio de los viejos amos imperiales, mucho interés en la zona y corresponsales desplegados en ambas vertientes de los Himalayas.
Son dos mundos diferentes. Esas altas cumbres dividen desde 1948 una provincia en disputa interminable entre la India y Pakistán, el Kashmir. Bill Clinton llamó a esa demarcación “la frontera más peligrosa del planeta”, dado que separa dos países con armas nucleares que para más inri desde 1948 ya estuvieron 4 veces en guerra, y queman recursos ingentes –que no destinan a salud pública– preparándose para una posible quinta y definitiva.
El Telegraph subraya que las estadísticas locales de muertes por millón de habitantes, aunque en ascenso, van muy por debajo de lo esperable del hacinamiento y las “comorbobilidades” respiratorias de megalópolis tan contaminadas. La mortalidad regional del Covid es insólitamente menor que la de EEUU, el Reino Unido y Brasil. Añado, como argentino escéptico: “¡Y que la nuestra!”.
Estos 2 países tal vez estén en otro planeta, pero no son los únicos. Aquí, en la Tierra, el aire viciado por hollines de grano ultrafino, los famosos PM 2,5, mata rutinariamente unos 9 millones de humanos por año (detalles, aquí y aquí). Lo hace por hipertensión arterial crónica, enfermedad coronaria, accidentes cerebrovasculares y EPOC, o enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Y eso, subrayo, fuera de pandemia.
El problema es que cualquiera de estas patologías por separado agrava el desenlace de una infección del virus SARS CoV-2. No obstante, a fecha del 22 de mayo, cuando el Telegraph empezó a hurgar en el asunto, la India admitía 3435 muertes por Covid-19 y Pakistán, 1017. Aquel día EEUU, con una población mucho menor y mejor calidad de aire en todas sus ciudades, ya contaba oficialmente 95.000 muertes.
Y a creerles: los números de EEUU, como dice aquí la Dra. Elizabeth Rosenthal en el New York Times del 25/05, están deliberadamente desinflados, algunos estados menos y otros más. La eliminación de casos permite torcer para abajo las curvas de contagio, cosa de acelerar las salidas de cuarentena y llegar a una situación BAU (Business as Usual), con ninguna restricción a la economía. Rosenthal da pruebas, pero su as de espadas es el caso de su madre, fallecida «naturalmente» en un geriátrico y con Covid. Pero el certificado de defunción habla de «paro cardiorrespiratorio» y no hubo modo de cambiarlo.
La pandemia de este siglo no es el Covid, pese a ser tan letal: es la contaminación aérea, es decir el escenario BAU. Las partículas PM 2,5 (menores de 2,5 micrómetros) penetran muy profundamente en los alvéolos pulmonares, allí traspasan sus inventarios moleculares de hidrocarburos mal oxidados y compuestos cíclicos y policlíclicos a la sangre, estas moléculas inflaman crónicamente los epitelios arteriales y van desatando lentos desastres en la circulación.
Su efecto acumulado hace que todos los porteños viejos estemos relativamente más fregados que los jóvenes, en caso de ligarnos un Covid: demasiadas décadas respirando basura en aerosol.
El umbral a partir del cual la OMS (Organización Mundial de la Salud) considera peligroso y tóxico el aire urbano es cuando llega a 10 µg/m3 de PM 2,5. En criollo, eso significa 10 microgramos de particulados finos por metro cúbico. Pero ups, en la mancha urbana metropolitana argenta estamos un 40% arriba, en 14 µg/m3, y eso nos está costando, “grosso modo”, más de 5.000 muertes/año. Si sumamos las otras megalópolis patrias, 10.000 más. ¿Se puede estar peor?
Claro que sí, y ahí volvemos a la India y Pakistán. San Pablo, Brasil, anda con 19 µg/m3 de partículas PM2,5 (un 90% arriba del estandar tolerado por la OMS). Beijing con 85 µg/m3 está un 850% arriba y Nueva Delhi, campeona mundial en contaminación aérea, ostenta 122 µg/m3, 1220% por encima del techo fijado por la OMS. Nuevamente, ups y re-ups. Rawalpindi e Islamabad, sin cifras. ¿Y hay que creer que en la India y Pakistán se la están llevando tan de arriba, esta pandemia?
Para ver las cosas en contexto, van los datos oficiales de muertes por millón de habitantes que la OMS toma por buenos. Son los que dan los gobiernos nacionales y estas cifras son del 25/05.
Bélgica se lleva el premio mundial, con 812,46 muertos por millón. El Reino Unido está en tercer lugar, con 553,37. EEEUU llega al 9no puesto, con 298,26. Brasil está en el puesto nro 14, con 108,21. Nosotros, Argentina, hoy llegamos a los 10,16 y somos el nro. 70 en el ránking fúnebre.
La India, único país capaz de ganarle a China en contaminación aérea y hacinamiento, admite angelicalmente tener 2,97 muertos por millón, lo cual la colocaría en el puesto 101. Pakistán no está siquiera enlistado: el portal Statista, que tomar información de la OMS en este caso, tiene 144 estados-nación registrados sobre 195 existentes.
Ante esta pandemia, además de países gigantes que mienten a lo pavote sobre su número de difuntos (Donald Trump, are you there?), hay otros 55 de categoría “No sabe/No contesta”, otra sorpresa.
Y siguen las sorpresas: un muestreo con tests de anticuerpos sobre 25.025 personas en 133 municipios brasileños, presentado el 26/05 por la Universidad Federal de Pelotas (UFPel), muestra que el país tiene 7 veces más infectados que los que declaran las autoridades sanitarias. En 90 ciudades donde según cifras oficiales hay 104.792 casos, el estudio de la UFPel estima al menos 760.000. La mencionada es una de las tres universidades más prestigiosas del país, junto a la de Sao Paulo y a la de Rio de Janeiro.
En todo Brasil, el Ministerio de Salud dice que hay 374.898 infectados, pero según el estudio de la UFPel sólo en la ciudad de Sao Paulo hay al menos 380.000. El epidemiólogo que dirigió esta investigación gigantesca, Pedro Hallal, la resume así: «Podemos decir con la mayor tranquilidad con base en nuestra pesquisa que el conteo de casos en Brasil ya no debe ser hecho en millares, debe ser hecho en millones«.
En suma, que no tenemos la más pálida idea del impacto real del Covid en el mundo. No estamos simplemente flojos de vacunas o antivirales, sino de números.
India bajo lupa ajena
Un elefante con barbijo ¿hará que los ciudadanos indios que lo miran lo imiten? No parece.
Hace un par de meses, en tiempos más ingenuos, los “pundits” (sabios, en hindi) atribuyeron inicialmente las rarezas de la India a que el virus SARS CoV-2 estuviera mostrando diferentes virulencias regionales. En la India pobres sobran pero raramente llegan a muy viejos, de modo que la población es más juvenil. ¡Genial, ésa debía ser la causa! O el virus quizás sobreviva menos en el calor, vaya a saber. O es la espiritualidad, tal vez.
Pero según los corresponsales de The Telegraph (Joe Wallen en Delhi, Ben Farmer en Islamabad, Ashfaq Yusufzai y Vivashwan Singh en Peshawar), los médicos en las dos vertientes del Himalaya tienen órdenes de atribuir a otras causas las muertes por Covid-19. Ambos países, aunque no por exactamente iguales causas, están escamoteando difuntos.
Ante una pandemia, las instrucciones que reciben los médicos en general bajan desde la cúpula del estado. En la India, no necesariamente del Primer Ministro (en este caso, Narendra Modi, del BJP, Bharatiya Janata Party o Partido Popular Indio, nacionalista muy de derecha). La organización del estado indio es fundacionalmente federativa, casi autonomista, a diferencia del de Pakistán, que fue buena parte de su historia un país monolíticamente dirigido por su ejército.
En el Hospital de la Facultad de Medicina de Murshidabad, del estado indio de Bengala Occidental, entre la lista de turnos de guardia, se instruye a los médicos sobre qué hacer cuando un paciente se muere de Covid-19 en estos términos: “En caso de positivo a Covid, ninguna mención de Covid en el certificado de defunción”.
Los médicos que le filtraron copias de esto al Telegraph prefieren no dar sus nombres. Y es que el informe final sobre quién murió de qué en Bengala Occidental la cocina un comité “opaco”, o secreto “ma non troppo”, formado por médicos del gobierno estadual con quienes no hay que pelearse.
En Bengala gobierna Mamata “Didi” (literalmente “Hermanita Mayor”) Banerjee del AIT-CP, All India Trinamool, una fracción del viejo Congress Party, aquel partido de las dinastías Nehru y Gandhi que literalmente inventó la India en 1948. Aunque el AIT y el BJP se detestan, hay acuerdos de los gobernadores estaduales con el “Prime Minister” en macanear sobre el impacto del Covid. Hay que justificar la resistencia a entrar en cuarentena hasta casi pasado marzo, y hoy el apuro por salir de ella como sea y llegar al laborioso Nirvana del Business as Usual.
Más detalles. En Bengala hay instrucciones adicionales de no emplear tests, sean de anticuerpos o genéticos (PCR) aunque los haya (no sobran) y los pacientes tengan clara sintomatología de Covid. Las historias clínicas tienen que estar lo más libres que se pueda de esta palabra. Se usan subterfugios similares en otros estados de la India, porque ningún gobernador estadual quiere perder puntos ante la oposición local por haberse dejado llenar la canasta de muertos durante la pandemia.
Es curioso (si Ud. leyó el artículo del New York Times de ayer), que se esté haciendo lo propio en EEUU, aunque con diferencias de escala, pero por lo mismo. Curioso, pero no tanto: después de todo, la India es verdaderamente una democracia representativa, aunque en la calle eso no se note, y los soplones con guardapolvo pero sin banca política deban ocultar su identidad para preservar sus trabajos y dentaduras.
Citado por el Telegraph, un médico (anónimo) de hospital público del distrito de Cooch Behar, en el Norte de Bengala Occidental, admite que el “comité opaco” impide usar la palabra “coronavirus” salvo en casos expresamente autorizados. “Esto viola las directivas de la OMS (Organización Mundial de la Salud)– dice la misma fuente reservada- Nuestra primera ministra (“Didi” Banerjee) está tratando esta pandemia como una gastroenteritis o un dolor de cabeza que se cura solo. Se olvida de que cuanto más escondamos los números, más estaremos arriesgando las vidas de una parte cada vez mayor de nuestra sociedad”.
Mohammed Salim, del Partido Comunista y ex gobernador de ese mismo estado, fundamentó la acusación de los médicos contra Banerjee, y añadió que esa política agrava el peligro en que vive el personal de salud, por estar en primera línea frente al SARS CoV-2. Interrogada por el Telegraph, Banerjee optó por no responder. Tampoco lo hizo, para el caso, el Hospital de Musrhidabad.
Otro doctor bengalí, esta vez del sur de ese estado, dice que los colegios médicos y hospitales tienen instrucciones oficiosas de limitar el testeo para reducir las cifras oficiales de Covid-19, y que quien viole la consigna o se queje pierde su puesto.
Pero la historia del crematorio Rashmoni Ghat de Barrackpour es más elocuente. Es una ciudad 45 kilómetros al Norte de Kolkata (en otros tiempos, Calcuta). Los vecinos tienen esa instalación bajo vigilancia 24×7 desde que empezaron a llegar personas con traje hazmat (de protección completa) en horas de la madrugada para quemar difuntos por causas presuntamente ajenas a la pandemia.
Cremaciones a deshoras, apresuradas y clandestinas
“Dijeron que la persona se había muerto de diabetes pero no pudieron contestar por qué usaban trajes hazmat para incinerar a un diabético”, dijo un vecino.
Al parecer hay una rampa de casos de cremación. Un empleado de otro crematorio de Kolkata dijo: “Cada cadáver tarda unas 3 horas en arder completamente y teníamos una rutina de entre 15 y 20 cuerpos por semana antes de la llegada del Covid. Pero ahora eso es lo que nos llega por día. Si la situación persiste, las hornallas se van a rajar por uso excesivo”.
Como además el cremado insume combustible a lo grande, Kolkata está empezando a usar fosas colectivas. De modo que hace lo mismo que la ciudad de New York en EEUU: allá siguen enterrando cuerpos en la isla Hart, un lugar administrativamente inaccesible pero bien a la vista de la ciudad, frente al Bronx y en medio del gran estuario del Hudson. Desde 1868, los muertos diarios que nadie reclama, amén de sucesivas y hoy ya olvidadas epidemias, fueron acumulando alrededor de un millón de cuerpos en esta isla.
Comenzando 2020, el promedio de entierros en Hart Island era de 17/día, cuando en febrero desembarcó el Covid, el alcalde Bill de Blasio (demócrata) se opuso a la cuarentena y se le murieron casi al toque unos 17.000 neoyorkinos. No colapsaron únicamente las terapias intensivas: colapsaron las funerarias. El trabajo se volvió entonces brutal para los presos del complejo penal de la isla vecina de Rykers Island, a quienes la ciudad les paga 17 centavos de dólar por cada cajón que gestionan en la de Hart. Se los apila verticalmente de a 3 en largas y hondas fosas colectivas, y se los sepulta sin señalización (historia aquí).
Por propia iniciativa (es decir gratis), los presos hicieron una cruz de rocas blancas en una loma cercana, acaso buscándole algún sentido humano a su trabajo. Los registros de adónde está enterrado quién se pierden rutinariamente para evitar el engorro de que la municipalidad deba responder a averiguaciones o gestionar visitas de familiares. Los pedidos de éstos se rebotan o no se contestan jamás, hasta que desisten. Si los muertos no pagan, al menos que no cuesten. Bienvenidos a New York.
Detalles de cuan berreta, cuan obviable se vuelve la muerte en pandemia, en ésta, en las anteriores, en las próximas: los números se hacen atónitos, lo individual se borra en el anonimato, la vida humana pierde valor a un grado rutinario en el atestado Sudeste Asiático, ¿pero aquí, en esta capital global de la arquitectura, el arte y la ciencia?
Y con poca base para que eso suceda. Los “slums” neoyorkinos habrán brillado siglos por su hacinamiento, miseria y suciedad pero –el frío invernal manda- la Gran Manzana jamás se permitió tener verdaderas villamiserias de chapa y cartón, como las nuestras. Aquí en New York existen hospitales públicos (pocos, colapsados, pero hay) y la calidad de aire viene mejorando de forma continua desde los ’60.
¿Cómo será comparativamente el Covid en Delhi, donde hay oficialmente 200.000 “homeless” y el aire está un 1220% más contaminado que el máximo fijado por la OMS? Delhi no te lo dice. Y tal vez no lo sepa.
Pakistán bajo otra lupa
Comprobación rápida de fiebre en las calles de Islamabad
Estas cuchipandas se repiten en Pakistán, pero por causas más culturales: los médicos tienen instrucciones de “no estigmatizar” al que se muere de Covid-19. Es que para los familiares de ese muerto hay restricciones fúnebres estrictas: por motivos de contagio, el gobierno no quiere grandes reuniones a la hora de velarlo o a enterrarlo.
Pero para el pakistaní medio es importante juntar una buena muchedumbre a pie de tumba, y para lograr eso prefiere morir en su casa y por causas inventadas antes que hacerlo en un hospital, donde es más probable que la historia clínica lo delate. Por otro lado, incluso si ese hospital garantizara una terapia intensiva pero no suficientes respiradores, ¿mejoraría tanto sus posibilidades de salir vivo? Enfermos, pero no tontos.
Hay órdenes de borrar “Covid” de las historias clínicas, y eso lo admiten los internistas del hospital de Khyber Pakhtunkhwa, y dio la cara por ellos el Dr. Suhail Ahmed, de la Asociación Médica de esa provincia, la de peores números pandémicos del país. Otro que se arriesgó a hablar del asunto fue el Dr. Muhammad Akram, del hospital de Mardan: los familiares del que se muere hacen lo posible por garantizar funerales multitudinarios, razón por la cual el 50% de los decesos por Covid-19 son domésticos.
Lo confirma también el Dr. Fazal Maula, de la provincia de Malakand: las familias de los difuntos que mueren en hospitales tratan incluso de sobornar a las autoridades sanitarias, y han llegado a atacar a los médicos o empleados que se niegan a darles el cadáver. No es imposible que situaciones parecidas se terminen viendo en la Argentina, cuando las cosas se pongan verdaderamente feas.
Obviamente, la cultura fúnebre pakistaní conspira contra todo control de la enfermedad por rastreo de casos y “micro-cuarentena” de los que testean positivos. Fue el método selectivo que usaron con razonable éxito China, Corea, Singapur y Hong Kong para contener el primer brote, y deberá ser durante largo tiempo el de la India y Pakistán ahora que ambos países empiezan a salir desorganizadamente de la cuarentena nacional, que sus gobiernos nacionales hicieron todo lo posible por impedir.
Las renuencias son lógicas. Nadie quiere frenar en seco un país, aún si es el mínimo Liechtenstein, con apenas 38.557 habitantes. Pero parar de golpe las economías de 1353 millones de habitantes (la India) y de 215 millones (Pakistán) es como clavar los frenos de 2 trenes enormes y mal mantenidos: los apilamientos y descarrilamientos de vagones son inevitables.
Ahora que la India y Pakistán emergen de sus cuarentenas, se impone el rastreo de casos: dada la contagiosidad de este virus, no es improbable que los familiares y allegados a una víctima del SARS CoV-2 sean portadores sanos (al menos un tiempo), y por ende, contagiadores. Si testean positivo, habrá que aislarlos. Pero ambos países, cada cual por sus razones, prefieren ignorar quién se murió de qué. Esto matará más gente.
En suma, The Telegraph aporta algunas claves sobre un misterio epidemiológico: a 5 meses de empezada la pandemia, esa zona del planeta, la más hacinada y de peor calidad de aire, sigue estadísticamente libre de la mortalidad espantosa de países como España, Italia o el Reino Unido, cuyas poblaciones podrán ser más viejas pero tienen “fundamentals” muy superiores en urbanismo, regulaciones ambientales y salud pública.
En suma, es altamente probable que la India y Pakistán tengan mortalidades muy superiores a las que dicen tener.
Por una OMS 2.0 y repotenciada
El simpático doctor Anders Tegnell, que para lograr “inmunidad de manada” en Suecia lleva muertos más de 4000 ancianos.
Lo que queda en claro con todo esto son las limitaciones legales de la OMS para conseguir buena información por parte de sus estados integrantes, y no sólo en la India y Pakistán, sino en EEUU y Brasil, y de Rusia ni hablar. Por razones mucho más diversas de las que se enumeraron en este artículo, hay demasiados países barriendo sus muertos bajo la alfombra. No es verdad que a fecha del 26/05 haya 325.000 en todo el mundo: probablemente son más.
De creerle la citada Dra. Elizabeth Rosenthal, y al New York Times que decidió publicar su historia, tampoco es verdad que el 1 de junio EEUU haya alcanzado ayer las 100.000 muertes. Eso sucedió tiempo antes, pero se están maquillando historias clínicas y certificados de defunción: en lugar de Covid, paro cardiorrespiratorio. Que es como decir que el finado se murió de muerte, nomás, pero suena más técnico. Dado que hasta 1/3 de las muertes por Covid ocurre en geriátricos, estos tratan de escaparle al estigma de cargar con cifras abultadas: «bad for business».
En New York, si la historia clínica menciona Covid como preexistencia, basta que el acta de defunción acompañe ese sustantivo del adjetivo «posible» para que ese deceso se archive fuera de las estadísticas de muerte por el virus SARS CoV-2, así de simple. Un adjetivo. «Easy does it», como dicen los neoyorkinos. Los hospitales privados y/o universitarios recurren a la misma manganeta, y los alcaldes y gobernadores prefieren mejorar la imagen de su administración de los hospitales de sus condados o de sus estados. Florida, dice Rosenthal, echó de su cargo al informático que había diseñado el sistema estatal de manejo de datos del Covid: lo hizo demasiado transparente.
Ocultar las muertes disimula la prevalencia del Covid e impide el rastreo de contactos. Por ende, mientras no haya vacunas eficaces para ponerle cerco a la enfermedad, pondrá en riesgo de contagio y re-contagio a los países vecinos del infectado, y también a sus socios comerciales. Eso es un problema para cada país, y a veces para cada región si todos sus países integrantes asumen la misma política sanitaria.
Pero eso no es muy común, y la Unión Europea o Norteamérica parecen más contraejemplos que ejemplos a seguir. Entre los países escandinavos, Suecia decidió no hacer cuarentena, y hoy tiene 395,65 muertos por millón de habitantes. Sus espantados vecinos que SÍ hicieron cuarentena tienen 97,11 (Dinamarca), 55,82 (Finlandia) y 44,22 (Noruega). Y como el 88% de los muertos en Suecia son mayores de 65 años, Dinamarca, Finlandia y Noruega cerraron sus fronteras con Suecia.
Es que Dinamarca, Finlandia y Noruega no tienen especiales ganas de permitir una eutanasia de viejos para alegrar a la manada de economistas liberales que aplauden el libre contagio de hasta el 70% de la población. Y lo hacen (dicen los economistas) para dar lugar… (aquí, PRRRRRR, redoble de tambor)… ¡A la inmunidad de manada! ¡Fuerte ese aplauso!
Genial, pero estudien un poco de biología, animalitos de Dios: Darwin no muerde. Los virus mutan espontáneamente, y los respiratorios con genes a ARN ni te cuento. De modo que el SARS CoV-2 modelo 2022 o 2023 podría llegar con nueva genética para infectar a los que se salvaron en la volteada de 2020. Así las cosas, no es imposible que este año Suecia haya inmolado aproximadamente 4000 ancianos al cuete, a cuenta de cero inmunidad futura. Si te toca ser Ministro de Salud, como al torvo doctor Anders Tegnell, no confíes a una enfermedad letal las tareas propias de una vacuna. La gripe, que muta año a año y requiere de nuevas vacunas año a año, te muestra que eso no sirve.
Norteamérica hoy es un moridero: EEUU admite 299,79 muertos por millón (¿les creemos?), Canadá 179,58 y México 60,49. Son vecinos de continente, pero es difícil que estos 3 países puedan expandir el virus hacia el Sur. Y además, no es necesario: aquí está Brasil, que tiene frontera con diez estados, amén de la mitad de la superficie subcontinental y la mitad de la población, y que con 112,06 muertos por millón de habitantes, perdió toda pretensión ya no de controlar sino de medir la pandemia, máxime a la luz del lapidario muestreo hecho por la UFPel. ¿Durante cuántos años y con cuántos cadáveres pagará la región la política del presidente Jair Bolsonaro de tratar esta pandemia como “una gripecinha”?
Pero ojo, compatriotas, con tirar demasiadas piedras al techo brasuca. El de villano regional es un lugar donde ya estuvimos: en 1957 Paraguay, Chile y Uruguay amenazaron cerrarnos las fronteras porque teníamos casi 700 casos admitidos de poliomielitis y no estábamos comprando la vacuna Salk (muy cara, otras prioridades). Pero ellos, con menos plata, menos industria, menos tecnología y menos educación y salud pública, sí la compraban. Y estaban vacunando. Vergüenza eterna.
El mundo es un consorcio epidemiológico desde hace rato. Cada estupidez que nos mandemos puede y suele ser funesta para otros. China, que logró aplacar su curva inicial de casos en la provincia de Hubei con cuarentenas heroicas, se acaba de reinfectar en la zona del Dongbei, en su extremo Noreste, con Covid proveniente de Rusia, país que reconoce sólo 25,15 muertes por millón, pero bueno, andá a creerles. En conclusión, 108 millones de chinos en las provincias de Jilin y Heilongyang acaban de entrar en cuarentena rabiosa. Y la ciudad más afectada parece ser Shulan.
El SARS CoV-2 oriundo de Rusia parece una enfermedad de avance general más lento, y por ende con más días de portación asintomática (y de contagio). No es imposible que el virus haya mutado un poco para superar lo único con lo que hasta ahora tenemos para combatirlo: las cuarentenas.
En este consorcio epidemiológico que se ha vuelto el mundo, necesitamos una OMS con poderes. Si el OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) tuviera la misma impotencia y pasividad de la OMS para auditar la trastienda nuclear de sus países integrantes, tendríamos decenas de países con bombas atómicas y termonucleares, en lugar de una sola decena, los disparatados gastos militares nos harían a todos mucho más pobres (caso de la India y Pakistán) y viviríamos conteniendo el aliento. O no. No viviríamos.
Se necesita una OMS 2.0 repotenciada. Hay que cambiar las reglas.
Daniel E. Arias