En el título de esta nota reunimos cosas muy distintas, pero no desvinculadas. La pandemia es un dato de la realidad -quedan algunos negadores, pero son muy pocos e irrelevantes- que inquieta y condiciona a pueblos y gobiernos en todo el mundo. El retorno a las aulas -a clases presenciales- y los actos electorales involucran el cumplimiento de normas legales que incluyen la movilización de muchas personas y, por lo tanto, influyen en mayor o menor grado sobre la situación sanitaria.
En nuestro país el retorno a las aulas y las elecciones primarias obligatorias (las «PASO») se han politizado al extremo -no es sorpresa- y despiertan pasiones encontradas… en los politizados. Hasta donde puede apreciarlo la agencia de comunicación vinculada a este portal, la mayoría de la población no ve a ninguno de esos dos hechos en términos políticos. Las PASO a esta altura no le importan mucho, pero el retorno a las aulas sí- y su posición ante el tema no se correlaciona con estar a favor o en contra del gobierno.
Ahora, el hecho decisivo -más allá de las decisiones del gobierno- es a la larga el mencionado en el título en último término: las decisiones de las personas. Que individualmente pesan muy poco, pero cuando se suman por centenares de miles y millones… esa voluntad se termina imponiendo. Aunque a veces tarda.
En el caso del retorno a las aulas, nos parece evidente que, aunque un sector numeroso de la población lo considera un riesgo inaceptable todavía, una mayoría no aplastante pero clara está a favor. Y eso ha hecho que el gobierno nacional y los provinciales lo terminen aceptando.
¿Por qué esa mayoría heterogénea ha decidido asumir (o ignorar) el riesgo? Daniel Feierstein, sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, investigador del CONICET y profesor en la UBA y en UNTREF, a quien hemos citado otras veces en AgendAR -por ejemplo aquí– expuso su opinión en las redes sociales y hemos decidido reproducirla.
No es que suscribamos su opinión; al final mencionamos algunas críticas de terceros y apuntamos otro factor, obvio, que nos parece se pasa por alto. Pero creemos que vale la pena tomar en cuenta lo que nos dice sobre la sociedad en que vivimos.
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«Por qué fracasamos en la lucha contra la pandemia
1) Un elemento que sirve para comprender el comportamiento social en pandemia es la dificultad creciente para aceptar el aplazamiento de la gratificación, algo que puede servirnos para analizar algo más tranquilos la cuestión de la vuelta a clases.
2) Branko Milanovic, economista serbio, ha analizado el rol de la impaciencia, en este artículo sobre el fracaso de muchas sociedades occidentales en la lucha contra la pandemia.
3) Aunque es interesante llamarlo impaciencia, en términos técnicos se vincula más a la infantilización de los comportamientos sociales que caracteriza esta etapa de la construcción de subjetividad y su expresión en la dificultad para aceptar el aplazamiento de la gratificación.
4) Tanto Freud como Winicott han trabajado mucho esta conquista en la construcción de la subjetividad humana, algo que también han constatado las neurociencias: muchas veces resignar algo en el presente constituye la posibilidad de un mejor desempeño o un logro futuro.
5) Esta capacidad humana milenaria se ha visto fuertemente atacada en este momento del capitalismo, que busca atizar el consumo vía la satisfacción inmediata: el reino de la tarjeta de crédito reemplazando a la tarjeta de ahorro, algo muy bien trabajado por Zygmunt Bauman y otros.
6) En lugar de sacrificar algo en el presente en aras de conseguir algo mejor en el futuro, la conminación de la subjetividad contemporánea es comprometer el futuro en aras de disfrutar el presente. El cambio climático es uno de los mejores ejemplos de sus consecuencias.
7) La pandemia nos ha confrontado con este obstáculo, de un modo harto evidente: el virus no vive más de 15 o 20 días pero numerosas sociedades fracasaron en sostener el cumplimiento de los 20 días de restricciones a la movilidad sin numerosas violaciones.
8) Ergo: las restricciones debían «renovarse» (la cuarentena que parecía «interminable» en AMBA) y/o se abandonaron, aceptando «que mueran los que tengan que morir» y convenciéndose de la ineficacia de cualquier medida de cuidado.
9) El debate de aquellos días parecía una discusión con un niño cuando a los gritos de «no podemos vivir encerrados» se oponía el argumento «se trata solo de 20 días que debemos respetar». Las restricciones se extendían porque no se respetaban, generando un círculo vicioso.
10) Esta dificultad para el aplazamiento de la gratificación o la aceptación de cualquier sacrificio se observa ahora en el debate sobre la posibilidad de apertura de la presencialidad escolar.
11) Cualquier decisión que contemple el principio de realidad debe tomar una decisión entre dos sacrificios distintos: mantener virtualizada la educación hasta vacunar masivamente o encarar una estrategia para bajar significativamente los contagios antes de abrir las escuelas.
12) Esta estrategia de baja de contagios puede hacerse de dos maneras: cierre muy estricto y total de actividades por 3 o 4 semanas o cierres intermitentes, selectivos y planificados por 3-4 meses. En un caso la baja es instantánea, en el otro gradual. Dos sacrificios distintos.
13) Sin embargo, el reclamo de apertura de escuelas no contempla ninguno de estos sacrificios. Nuevamente es un razonamiento infantil: «quiero las escuelas abiertas y no quiero ninguna restricción a la movilidad ni cierre de nada».
14) Como no se quiere aceptar ningún sacrificio, se pasa rápido a la proyección: la culpa es de los docentes que no quieren ir a dar clases (como si no hubiesen dado clases durante todo 2020, teniendo además que pagar por sus instrumentos de trabajo y comprometer tiempo no pago).
15) Con un virus de transmisión aérea es inimaginable un protocolo escolar sensato: las escuelas no tienen la ventilación necesaria, los maestros «taxi» circulan por distintas instituciones, las aulas tienen tres veces más niños de lo recomendable, no hay medidores de CO2, etc.
16) El único modo de una vuelta viable a clases presenciales sería con un número de contagios más bajo (preferentemente un número que rondara entre 500 y 2000 casos detectados diarios a nivel nacional), según recomendaciones del CDC u otras estimaciones.
17) Pensado para cada jurisdicción, que es lo sensato, números que estuvieran entre 20 a 40 contagios diarios detectados cada millón de habitantes, algo que solo pueden mostrar escasas jurisdicciones, entre las que destaca Formosa, quizás Catamarca o La Rioja o ciudades puntuales.
18) Hoy, por el contrario, tenemos un número de casos diarios detectados que oscila entre 9 y 10.000 nacionales, lo que implica altísimas chance de tener un niño contagiado activo en cada escuela, en especial en jurisdicciones como el AMBA, Córdoba o Santa Fe.
19) Lo aplicable a la vuelta a clases vale para cualquier otro conjunto de desafíos. El estilo denuncialista (que no es propio de un solo grupo político) pretende réditos sin aceptar ningún sacrificio ni aplazamiento. La instantaneidad egoísta es el «quiero, quiero y quiero ya».
20) Lo que termina ocurriendo al ignorar de tal modo el principio de realidad es la peor de las consecuencias: si no quiero aceptar ningún aplazamiento ni sacrificio, lo que logro es la profusión del virus, de sus contagios, muertes, mutaciones e incapacidad de gestión.
21) Y entonces las únicas respuestas posibles son el negacionismo («no se mueren tantos, no exageren») o la proyección («la culpa la tienen los otros», sean los jóvenes, los docentes, los padres que temen mandar a sus hijos, los que osan poner el mandato en cuestión o quien sea).
22) Poco nos ayudan en este contexto los mantras sociológicos de moda que, casi en tono de autoayuda, incitan a «negociar» las normas como modo de «evitar el sacrificio» o que tildan de «moralizante» a cualquier señalamiento del principio de realidad.
23) Si tenemos un problema, hay que hacerse cargo de que existe y entender que solo aceptando aplazar ciertas gratificaciones se podrá resolverlo. Enojarnos con la realidad permite proyectar la angustia, pero poco aporta para construir ninguna solución viable.
*Agradezco a @Carlos_Stortz @sole_reta Roberto Etchenique y @WillyDuran65 que me ayudaron a entender un poco mejor el sentido de las estimaciones de casos diarios detectados y su evaluación de riesgo para la apertura de clases presenciales.
Comentario de AgendAR:
Estas reflexiones de Feierstein han sido consideradas como «no sociológicas».Creemos que se debe a que no atribuye el fenómeno que describe a una determinada estructura social, y sí a la sicología de los individuos en la sociedad actual.
No estamos de acuerdo con esa crítica. Y sí lo estamos, en buena parte, con las características que D. F. atribuye aquí a la sociedad moderna.
Pero… como anticipamos al principio, creemos que hay un factor tan obvio que se está pasando por alto. El covid es una enfermedad altamente contagiosa pero su letalidad es muy baja, comparada con otras epidemias. Hasta los que requieren internación son una minoría de los contagiados, aún entre los adultos mayores de 60 años. En los más jóvenes, hay víctimas, por supuesto, pero es una minoría muy pequeña.
Entonces, una buena parte de los adultos mayores, y una mayoría de los jóvenes, siente que el riesgo de ser víctimas del covid es bajo, y están dispuestos a correrlo. Por necesidad, coraje o desaprensión ¿Acaso el hábito de fumar no está desapareciendo muy lentamente, a pesar que su correlación con el cáncer de pulmón y el EPOC es bastante alta? ¿Acaso no se bebe y se conduce? Hay muchas otras conductas de riesgo que los seres humanos mantenemos -hacer la guerra, entre ellas- y no parece que sea fácil erradicarlas.
Esto no es un llamamiento a no hacer nada. La obligación del Estado es proteger a sus ciudadanos, y sus miembros cobran un sueldo -unos pocos, muy alto- para ello. Es un llamamiento a entender el problema como es, y entender los límites del poder estatal.
A. B. F.