(La primera parte de este artículo está aquí)
2. El Covid-19 en su marco viral
En las virosis pulmonares, las vacunas cambian el juego a nuestro favor siempre. Pero con el Covid-19 y juzgando las cosas según están saliendo en Israel, el cambio es inmenso. Es antes y después de la vacuna. En esta parte, sin embargo, pongo la lupa sobre qué pasa después del después: los triunfos iniciales pueden ser enormes, pero no es tan fácil mantenerlos. Sorprendentemente, eso depende en buena medida de algo muy alejado de la ciencia biomédica. Y ese algo es el modelo de producción de proteínas animales de la agroindustria.
Si Ud. está vacunado con ambas dosis de una vacuna anti-Covid eficaz, sus posibilidades de ir a dar con IRAG (Infección Respiratoria Aguda Grave) a un hospital son casi 43 veces menores que las que tuvo de terminar en igual sitio por aquella gripe brava de 2016. Y aquel año, oh lector, casi ningún argentino estaba muy preocupado por terminar en una terapia intensiva debido a una gripe de morondanga. Aunque parece haber matado al menos a unas 650.000 personas en el mundo, mayormente de complicaciones neumónicas, mayormente viejas, mayormente pobres.
Nada hay de común en la gripe común. Todas las gripes anuales pandémicas de tipo A son descendientes atenuadas de aquel mítico evento de 1917. Se lo llamó erróneamente “la gripe española”, porque en España no había censura de guerra y la prensa podía hablar del asunto.
En 1921, cuando aquel virus H1N1 causante, tras tres oleadas pareció desaparecer solo y por su cuenta, ya había matado a entre 50 y 100 millones de habitantes. Eso fue entre el 4 y el 8% de la población mundial de entonces. Son cifras perplejas. Una peste equivalente hoy tendría que cargarse a entre 320 y 640 millones de humanos, hechas las equivalencias demográficas.
Aquel virus de 1917 en realidad no desapareció: con el prefijo de “gripe A”, distinta genética y una letalidad atenuada pero ondulante, todos los años emerge desde Extremo Oriente, y demasiado específicamente, desde China.
En general las gripes pandémicas vienen fogoneadas por la cría de porcinos y aves a con una intensividad casi incomprensible, vista desde afuera de la industria. La familia gripal de los Orthomixoviridiae circula bastante libremente entre cerdos, pollos, patos, pavos y humanos, y en esos saltos entre especies coexistentes bajo igual techo, los genes de dos subespecies que infectan a una misma persona o animal, se recombinan y surgen así nuevas cepas virales. Todo sucede al azar, pero a enorme escala. Un laboratorio de armas biológicas no sería ni la mitad de creativo que ese tipo de explotaciones, ni haría mejor trabajo.
Reconforta saber que Argentina ahora quiere adoptar este modelo ultraintensivo de producción animal. Tranquiliza saber que lo hará bajo el comando de expertas empresas chinas, que se instalarán aquí porque tienen la soja a pie de chancho, como quien dice. Pero además se vienen porque, de puro intensivos que son para la cría, de tan amuchados que tienen a los bichos, arrasaron su propia base industrial. Perdieron la mitad de su stock debido a la Fiebre Porcina Africana, virosis mundial que se desató en 2016 y no remite, pese a que la industria ya sacrificó 8,2 millones de animales infectados. Ahora que los chinos traen su modelo (y sus firmas, y sus métodos) para aquí, generarán cantidad de puestos de trabajo locales directos e indirectos. No pocos de ellos, en las funerarias.
Ninguna nueva subespecie gripal zoonótica es especialmente bondadosa. Hasta la más boba, cuando pasado el invierno austral termina de hacer su tour anual del planeta, se ha llevado a la tumba alrededor de 380.000 personas, según estimaciones de la Universidad de Edimburgo.
Pero las hay fieras en serio. La H3N2 de 1957, llamada “asiática” porque China ignoró su paternidad con esa cara de granito que pone el autor de un cuesco letal en un ascensor lleno, mató a entre 1 y 4 millones de gentes.
La H3N2 de 1968 tuvo similar performance. A ésa se la llamó “de Hong Kong”, porque en dicha isla colonia, la prensa probritánica tenía permiso pleno para mentar la nueva y brutal gripe. En contraste, hablar de pandemias respiratorias emergentes aún hoy sigue siendo complicada en la República Popular, origen de casi todas.
¿Por qué ese casi monopolio, que no se limita a las gripes sino -como se probó en 2019- a otras virosis pulmonares? China es inmensa, pero comparte otro rasgo con la también considerable Argentina: mucho territorio árido, montañoso y poco habitable. Las llanuras del Sudeste y los fondos de valle de los 7 grandes sistemas de ríos chinos ya estaban sobrepoblados en tiempos de la dinastía Han, cuando se hizo el primer censo, entre los años 220 y 202 antes de Cristo. Los administradores contabilizaron 57,5 millones de habitantes.
Semejante concentración humana en superficies cultivables comparativamente exiguas obligó al país a una revolución productiva: se terminó con los 4 milenios previos de cría de animales a campo: toda la poca tierra arable se necesitaba para cultivos. La cría de animales se transformó obligadamente una industria doméstica aldeana. La foto de abajo es contemporánea, pero ilustra ese mundo casi extinto, vigente hasta 1976.
Aldeanos en Zengchong, Ghizou: una postal de tiempos de Mao Zedong
Mientras China fue un país campesino, y el más poblado del planeta, es decir casi toda su historia desde la Edad de Bronce hasta aquel año que cambió todo, las familias criaban porcinos, patos, pollos y gansos literalmente en sus casas, todos respirando el mismo aire e intercambiando los mismos virus respiratorios. Si los virus gripales hubieran gozado de patentes, China habría podido vivir de royalties desde hace siglos.
Desde los tiempos Han, los chanchos fueron la piedra clave que mantenía el equilibro de un sistema agroproductivo explotado al límite técnico de entonces: se alimentaban de los desechos domésticos de las aldeas. Y debido al despiadado empobrecimiento del suelo agrícola, devastado por milenios de cultivo, valían más por su estiércol que por su carne.
En términos científicos, los chanchos cerraban el ciclo del nitrógeno, el fósforo y otros minerales extraídos por el cultivo de las tierras de labranza, y al volver a ellas como abono, las mantenían productivas. La bosta de porcino era un commodity que se vendía a buen precio en los mercados populares aldeanos. Y salvo en fiestas de guardar, los campesinos pobres rarísimamente comían cerdo, privilegio más bien de sus señores feudales, y luego de sus terratenientes.
Hace 3500 años que el idioma mandarín acuñó el ideograma 家 (jia), que significa tanto “hogar” como “familia”, poniendo la raíz del sustantivo “techo” sobre la del sustantivo “cerdo”: literalmente, una casa aldeana funcionaba poniéndole un techo al chancho.
Aquel modelo duró milenios y atravesó dinastías. En el breve período socialista entre 1949 y 1976, Mao Zedong, ya con 10 veces más población a alimentar que la numerada por los censistas Han, acuñó aquella definición famosa según la cual el chancho es una fábrica de fertilizante en cuatro patas.
Pero con el “boom” capitalista de Deng Xiaoping y Xi Jinping, era imposible seguir manteniendo a la mayor parte de la población en el campo: con los cambios en la propiedad y el uso de la tierra, se hubiera muerto de hambre. En cambio, se la necesitaba desesperadamente en las ciudades industriales para volver a China “la fábrica del mundo”, como dijo Deng Xiaoping. Y eso cambió la visión china del chancho.
La privatización de la propiedad rural dio origen a la mayor migración de la historia humana: entre 1976 y 2006, 400 millones de campesinos chinos dejaron el campo y se volvieron citadinos y obreros, mientras la población nacional pasaba de 800 a los 1400 millones de hoy. Con fábricas cada vez más modernas y niveles de calidad que permitían exportar, la prosperidad promedio crecía y la nueva burguesía y la flamante clase media chinas descubrían la carne, cuyo ideograma es 肉, rou. Y no hace falta de aclarar que rou, sin otras raíces modificadoras, es carne porcina. Si fuera vacuna o de pollo, hay que anteponerle los ideogramas correspondientes a «vaca» y «pollo».
La unidad productiva de carne en China ya no es la aldea, donde ahora sólo viven algunos pocos chicos y viejos en gran pobreza, sino la fábrica hecha sobre el modelo yanqui y europeo creado en los años ’70, supuestamente cientifico y eficiente. Se trata de infiernos perfectos, con los animales empaquetados nariz contra nalgas, sin espacio para moverse, antibióticos a pasto para que no se infecten de bacterias, y los colmillos extirpados para que no se arranquen la cola por la desesperación. Los hay de 9 pisos, y hasta de 12 pisos de altura, como la granja que se muestra abajo, con 1300 animales por planta.
Megagranja porcina vertical de 9 y 12 pisos de altura en Yangxiang, en las afueras de Guigan, China del Sur, capaz de producir 840.000 chanchos/año.
Los antibióticos en tales unidades se consumen masivamente, pero son antibacterianos: no pueden nada contra los virus. El stress y el hacinamiento continuos son muy inmunodepresores y garantizan el éxito de todo virus capaz de infectar a un porcino, sin que las rigurosas normas de higiene y la vigilancia epidemiológica los atajen. El chancho en China ahora es una fuente de eso, rou, y el estiércol y la orina, atiborrados de antibióticos, más que un fertilizante vendible se han vuelto un problema gigantesco de contaminación de suelos y de ríos, que se gestiona con más tecnología y voluntad que éxito.
Esto explica por qué de los 1.300 millones de chanchos que hay en el mundo, la mitad se crían en China, hasta que de un año para otro se muere la mitad y contagia a no poco personal, y también por qué la empresa china HW, la mayor productora mundial de carne porcina, tiene algunas fábricas con hasta 100.000 animales, y la mayor industria de molienda de soja del planeta. ¿Por qué se cree que a mediados de los ’70 Argentina fue dejando de venderle trigo a la URSS para venderle soja a China?
Es cierto que al hacer eso descendíamos un escalón en las cadenas alimenticias: pasábamos de de producir alimentos a producir forrajes… pero daba más plata. Ahora también entiende por qué los chinos prefieren comprarnos el poroto de soja sin valor agregado alguno, si pueden. Mirado científicamente, lo nuestro es exportación unidireccional de nitrógeno, fósforo y agua desde la llanura chacopampeana a las ciudades chinas, con genética ya cada vez más china (Syngenta), en ramales ferroviarios como el Belgrano Norte reparados con plata, rieles, durmientes, material rodante y locomotoras chinas, y embarcado en puertos privados chinos sobre el Paraná para irse a China en barcos fletados por armadores chinos.
Obviamente el modelo ultraintensivo chino hace mucho tiempo que genera externalidades virales, pero hasta mediados del siglo XIX, cuando el Celeste Imperio conoció la brutal intromisión imperialista europea, la economía local era muy cerrada. Las gripes y virosis respiratorias generadas por el modelo pecuario intensivo doméstico de los aldeanos, eran grandiosas, pero epidémicas y locales. Occidente se enteraba de ellas, si lo hacía, por algún suelto en los diarios, la muerte de algún pastor protestante o católico.
Sien embargo, desde fines del siglo XIX, con el ferrocarril y la navegación a vapor como vías de transmisión aceleradas, esas virosis se han vuelto pandémicas. Y hoy, con un modelo de producción de proteína animal de una escala atónita, y con ayudado por la aviación, los virus nuevos llegan a las antípodas del planeta en 12 horas. Ese invento norteamericano y europeo, el modo ultraintensivo de la cría porcina se adoptó también en la avícola, se derramó por todo el sudeste asiático, y últimamente también por Latinoamérica y África. No sin consecuencias.
En 1974 y en 1977 virus A pandémicos de tipo H5N1, y origen aparentemente aviar, mataron gente a diestra y siniestra pero ambos brotes fueron contenidos en Norcorea, Vietnam, Hong Kong y China con cuarentenas rabiosas de los infectados, amén de la destrucción deliberada y rápida de la industria avícola local. Fue un “pasó raspando”.
El virólogo y “gripólogo” Robert Webster describe así el H5N1 de 1974: “Por empezar creo que es el peor virus gripal que jamás vi o con el que trabajé, por lo patogénico. No sólo es terroríficamente letal para los pollos, que se mueren hinchados y hemorrágicos a las pocas horas de expuestos, sino que mata a todos los mamíferos, desde ratones a tigres, con eficiencia parecida”. La mortalidad en humanos se estimó en el 54% de los contagiados.
La H1N1 de 2009 fue una novedad por no ser china. Fue la primera gran gripe pandémica salida de las flamantes megagranjas porcinas intensivas del centro de México. Pese a su denominación, que provocó terror, no logró repetir las hazañas fúnebres del virus de 1917, que también fue un H1N1. Pero los análisis “a posteriori” de la Organización Mundial de la Salud a la gripe de 2009 ya le atribuyen 1 millón de muertos a aquella influenza modelo 2009, y siguen sumando. La gripe de 2016, otra de las bravas, cabalgó sobre algún “relanzamiento” del virus H1N1 de 2009, y en menor medida de un H3N2, e incluso de un tercer virus B que nunca había mostrado potencial pandémico.
¿Cambió el virus H1N1 entre 1917 y 2009? Probablemente. Tiene los mismos antígenos en la cápside, es decir la cáscara: la neuranimidasa 1 para perforar un túnel en el moco que defiende a las células epiteliales respiratorias (de ahí N1), y la hemaglutinina 1 para anclarse a las mismas e invadirlas (de ahí H1). Pero la genética de la progenie de 2009 parece menos devastadora que la de su tatarabuelo H1N1 de 1917.
¿Cambiamos nosotros? También probablemente. Aquel virus de la posguerra nos seleccionó genéticamente: en 4 años y 3 terroríficos y sucesivos brotes, quizás mató a casi todos los humanos más susceptibles, y no fueron pocos. Las cifras estimativas -fue imposible llevar la cuenta- sigue pareciendo imposible. Ud. y yo descendemos de los humanos menos susceptibles, al menos a AQUEL virus. Pero cuente con el actual modelo mundial de producción de proteína animal para abastecernos de novedades, ya sea viejos virus gripales en versión «reloaded», o coronavirus enteramente nuevos, como este SARS CoV2.
En un mundo sin aviación comercial ni internet como el de 1917, los países en guerra no se podían dar el lujo de defenderse de la gripe con cuarentenas masivas. ¿Parar la producción de armas? ¿Hacer volver a los muchachos desde las trincheras? Ni ahí. La prensa libre occidental silenció resueltamente la pandemia. Entre el 4 y el 8% de la población mundial se moría, ahogada, de edema pulmonar, y el mundo, que tenía esa moridera delante de la nariz y participaba de ella, casi sin enterarse ni entender.
Los otros países ajenos al conflicto se dieron cuenta de la gripe ya medio tarde, y no estaban para cuarentenas largas. Los 4 años de la Gran Guerra habían destruido tantos recursos humanos y productivos que la pulseada entre el repunte económico de posguerra y la pandemia lo ganaba el repunte. Por muerte, literalmente.
¿Quién iba a parar el mundo por una gripe? La sola idea era tan ridícula, en 1920, que nadie la planteó. Téngase en cuenta que para los norteamericanos, los europeos occidentales, centrales y orientales, así como los australianos y los dueños de los imperios coloniales asiáticos y africanos, la gripe empezó a existir oficialmente como problema, es decir en tinta sobre papel, sólo a partir del 11 de noviembre de 1918, con la firma de la paz de Compiegne.
Hasta entonces, era asunto de españoles, aunque ya habían pasado más de un año muriéndose de ella como moscas. En el frente europeo, a aquella fiebre misteriosa y letal los médicos militares ingleses la llamaron POU, por «Pyrosis of Unkown Origin», pero no por ponerle nombres bonitos podían siquiera manejarla. Los soldados, en cambio, constataron de que había algo más letal que el enemigo, algo que los llevaba de la trinchera a la fosa, y empezaron a sublevarse contra sus oficiales de modo inconexo y con mal final para ellos, pero de modo cada vez más frecuente.
La vieja normalidad de 1918: marineros en el USS Siboney, rumbo a casa. Público y referee, enmascarados, pero como hoy, no faltaba el pelotudo que usa mal el barbijo… si se lo pone.
Esto forzó en no poca medida a los alarmados estados mayores a una paz apresurada, previa a que las Potencias Centrales hubieran sido militarmente vencidas. En Alemania, bloqueada por mar por la Royal Navy desde la Batalla de Jutlandia de 2016, la agricultura fracasaba a repetición, falta del guano de cormorán chileno y peruano con que venían fertilizando sus campos desde fines del siglo anterior. En consecuencia, reinaba el hambre en la retaguardia, y las calles de Alemania se llenaban de consejos obreros y de soldados, y de barricadas y banderas rojas. Para todas las partes en la lid, tanto los Aliados como Alemania y el Imperio Austrohúngaro, era preferible aquella paz prematura y sostenida con alfileres de 1918, a una revolución social como la rusa. Porque ya no se trataba de socialismo en un país semifeudal, frío y vacío como el imperio de los Romanov, sino en dos países centroeuropeos con una industria enorme y técnicamente avanzada.
En el rincón del mundo que logró evadir con más éxito la guerra y la revolución, nuestra Sudamérica- se creyó que la distancia geográfica respecto de Europa Occidental y Norteamérica nos pondrían a resguardo de la Gran Gripe. No fue así. En Argentina, sobre 7 millones de habitantes, murieron 15.000. Pero en la otra joya favorita de la corona británica, la India, murieron 7 millones, según las autoridades del “Raj” inglés.
Octubre de 2018 en Saint Louis, Missouri, ambulancia del Red Cross Motor Corps.
Es gracias a la Internet y su formidable capacidad de chimento que el SARS CoV2 de hoy, pese a ser más indulgente, sí paró al mundo. Y tanto lo paró que en algunos países como Israel o Inglaterra ya lo hizo 3 veces en 2020. Por un lado, este coronavirus es casi benigno, comparado con aquel monstruo gripal H1N1 de 1917, y ciertamente es mucho más perdonavidas que los otros 2 coronavirus emergentes de este siglo, el SARS de 2002 y el MERS de 2012.
Sin embargo es incomparablemente más contagioso que todos los mencionados, y conquistó el planeta no en barco y tren a vapor, sino en jet. Y como existe la Internet, más polifónica, caótica, estrepitosa y dura de censurar que los viejos medios centralizados, el nuevo coronavirus se instaló cuadradamente vía Tweeter en la agenda política de todos los países, y eso cuando aún no parecía haber salido de Wuhan, China. Y desde marzo de 2020 el SARS CoV2 ya no deja que se hable de otra cosa. Así estamos.
En un año lleva 2,5 millones de muertos, cifra que hasta la OMS cree que subestima el impacto real. Más significativas que las terceras cuarentenas en el Norte de Europa son sus consecuencias y causas. En lo primero, Francia y Holanda acompañaron sus reclusiones generales de invierno boreal con toque de queda y el Ejército en la calle, por si algún hastiado de encierro todavía insiste en festejar la “happy hour”.
EEUU, que se negó desde el vamos a aplicar este tipo de medidas, por exceso de federalismo y falta de infraestructura de salud pública, obtuvo como premio el 20% de las defunciones mundiales teniendo sólo el 5% de la población. Ya sumó más muertos por Covid-19 que el tendal causado por el enemigo sumando las dos grandes guerras mundiales del siglo XX y la de Vietnam. Y eso, en apenas un año.
Y sin embargo, lo que está sucediendo en Israel permite entender cómo podría ser el mundo pospandémico. Y perdone si insisto en esto: si contrastamos el éxito enorme de la vacunación masiva en Israel con el fracaso estrepitoso de los EEUU y Brasil, que nos están llenando de cepas nuevas, el mundo futuro es un lugar bastante caótico, donde el SARS CoV2 es barrido de un lado pero vuelve por otro, porque es tan desigual y exiguo el acceso a las vacunas que donde se resiste a irse, genera mutaciones.
Hay decisiones a tomar. Se puede tener a la Argentina poco y mal vacunada, alternando entre la negación suicida del peligro y el regreso a cuarentenas intermitentes, o libre de todo ello. Hay que elegir seguir perdiendo plata en la azarosa importación de vacunas que llegan por cuentagotas y decisión externas, o fabricarlas aquí, en lo posible de diseño propio, adaptadas en tiempo real a las mutaciones del SARS CoV2, y estabilizar con ellas el frente sanitario interno, y además ganar plata exportándolas.
¿Sabe Ud. cuánto factura la India por exportar vacunas genéricas? U$ 42.000 millones/año. Por calidad y volumen, es el mayor y más respetado proveedor de un mundo bastante bobo, que las consume con marcas europeas y yanquis sin la más mínima idea de que vienen de allí. La farmacología es un mundo muy de apariencias.
Estamos recibiendo la vacuna Oxford de AstraZeneca desde allí, la India, bajo el nombre de Covishield. La Argentina es también un buen vendedor de medicamentos biológicos genéricos, con reputación de buena calidad en el mundillo farmacológico, aunque de una escala incomparablemente menor que la de la India, o la de Corea del Sur. Ése es un negocio que requiere no sólo de instalaciones avanzadas, sino de recursos humanos muy buenos. Los tenemos. Por algo cosechamos tres premios Nobel en ciencias biomédicas. ¿Vamos a emplear ese capital para salir del actual brete? ¿Queremos la situación infectológica de Israel, o la de Brasil?
La otra pregunta, igualmente estratégica, es si vamos a terminar de importar un modelo pecuario ultraintensivo que, además de barrer con la industria porcina local, va a transformarnos en un exportador no de fármacos caros, sino de carne de mala calidad, y de virus.
¿Qué preferimos fabricar? ¿Vacunas o pandemias?
(Continuará)
Daniel E. Arias
(La tercera parte de este artículo está aquí)