(La primera parte de este artículo está aquí; la segunda, aquí)
- El mundo sin vacunas
¿Cómo va a evolucionar el SARS CoV2 en todo ese gran mundo donde casi no hay vacunas? ¿Se va a volver «buenito», como dicen algunos que la saben lunga? Porque de creerle a la estúpida realidad, está cada vez más malevo.
Si consultamos el pasado y vemos cómo evolucionó un virus respiratorio totalmente distinto, el gripal A H1N1 entre su primer y su segundo brote, surge un parecido intimidante: la primera ola del que campeó entre 1917 y 1918 fue dura: los médicos llamaban a esa enfermedad “la fiebre de los 3 días”, que era lo que tardaba en resolverse el cuadro, fuera a favor del paciente o del enterrador. Pero la segunda ola fue peor.
Empezó en 1919 y mataba gente joven y vigorosa en 2 días. Los moribundos entraban a la muerte con la cara azul por la cianosis, los pulmones inundados de líquido extravasado y la piel tan ampollada que literalmente crepitaban por el estallido de las vesículas cuando las enfermeras los giraban en la cama. Por esa razón a esa gripe se la llamó también “la fiebre crepitante”. El virus había mutado. Recrudecía porque fuera de las esporádicas cuarentenas, cada vez más locales, débiles y desorganizadas, no encontraba oposición.
Todo parecido con el mundo de 2020 y la evolución del SARS CoV2 es intencional.
La sintomatología del Covid-19 es bien distinta de la gripal “española”. En lugar de matar a jóvenes en la flor de la edad como el H1N1 de 2019, o preferentemente a chicos y viejos, como casi cualquier gripe banal, el SARS CoV2 liquida preferentemente a varones y viejos. Su mortalidad inicial en Wuhan, China, su aparente «kilómetro cero», no era muy alta, del 3,4% de los infectados, muy inferior a la de los otros corona pandémicos de este siglo, el SARS de 2002 y el MERS de 2011. El problema era (es) su contagiosidad incomparablemente mayor. Si los decesos son el interés que rinde un capital de enfermos, el del Covid-19 es bajo.
El problema es que el capital de base del Covid ya no hay cómo calcularlo. Decenas de expertos en diagnósticos podrían discutir años enteros sin ponerse de acuerdo sobre su letalidad real. Y no tanto porque sea incierto el número de muertos por Covid, que se suele ocultar incluso por descuido, sino por que nadie sabe cuántas personas estuvieron o están infectadas a fecha de hoy.
En los meses iniciales de 2020, mientras el SARS CoV2 se extendía a velocidad relampagueante por el planeta, fue disminuyendo y aumentado su letalidad de modos impredecibles, al parecer retratando mucho mejor el estado del sistema sanitario y las políticas públicas en cada país que su potencial inherente de letalidad. Pero eso ya no es totalmente cierto. A un año de su desembarco en las Américas, en sus tablas ajustadas a sexo, edad, nacionalidad, ocupación, calidad local de aire y estado físico previo a la infección, la OMS le atribuye una letalidad media mundial de 1,63% de los contagiados.
Sin embargo, hoy la cepa B.1.1.7 del SARS CoV2, llamada “británica” es un 50% más contagiosa que la original de Wuhan, China, y por vía separada de su contagiosidad (que de suyo aumenta el número de muertes), también al parecer resulta más letal. En estos días la variante británica está haciendo colapsar de casos las intensivas de los sistemas de salud más robustos del planeta: los de los estados de bienestar de Europa del Norte. Que en plena Segunda Ola siguen mayoritariamente sin vacunar, cosa que no remedian con chequera, juicios o lobby, porque los delirantes stocks de vacunas que acapararon en muchos casos no han sido ni fabricados.
Lo que estamos viendo ya lo vieron nuestros abuelos, y es darwinismo microbológico puro. Entre las cepas de los virus de transmisión por contacto cercano, como el HIV, se imponen las versiones más lentas y menos virulentas, porque hacen durar largamente al portador sano, de modo que desparrame más la infección. Si éste virus te matara en horas, desaparecería solo.
Pero entre los virus como éste, los de transmisión casi inevitable, hídrica o aérea, no hay ventajas competitivas en hacer durar vivo al paciente demasiado tiempo. Por el contrario, en la competencia intraespecífica de la especie, empiezan a ganar las cepas que logran que los contagiados se enfermen más y produzcan más viriones, aún si debido a ello también se mueren en mayor proporción, y más rápido. ¿Por qué? Porque la naturaleza se encarga, imparcial, de diseminar los viriones por las puras leyes de la física.
Eso hace que, en ausencia de obstáculos reales a la transmisión de un virus respiratorio, se generen cepas más feroces, y que éstas vayan sustituyendo a las menos virulentas a la hora del contagio, hasta sustituirlas. Pasó con la gripe de 1918 y está pasando ahora en el Reino Unido con el SARS CoV2.
Los que pronosticaron que el virus iría perdiendo filo entendieron mal a Darwin. Y del negocio farmacológico no saben un comino.
Sin embargo con su “blitzkrieg” contra el Covid-19 aún por la mitad, Israel muestra que podemos razonablemente apuntar a 3,5 hospitalizados por IRAG cada 100.000 habitantes que hayan recibido “toda la pichicata”, si se trata de vacunas de doble dosis. Podemos incluso superar a Israel: aquí no tenemos un gran núcleo poblacional emperrado en no vacunarse. Nuestra negativa creciente al distanciamiento social habla de mucho hastío y de cierta imbecilidad de nuestra especie, no especialmente de nuestra nacionalidad. Salvo casos psiquiátricos, aquí los negados al barbijo no expresan una ideología o una religión: sólo cansancio y/o estupidez.
¿Por qué nos importa la data israelí, compatriotas? Porque muestran que cuando aparezcan vacunas en cantidad y calidad suficiente, aquí se podrá volver sin remilgos a clases, a verse con los amigos y la familia, a trabajar bajo techo ajeno, a viajar en avión y a comer en restaurantes. En suma, con las vacunas recuperamos buena parte de nuestras vidas y del mundo. No así la total tranquilidad, salvo que uno sea muy bobo. El barbijo habrá que tenerlo como pintado en la cara un largo tiempo.
Israel mismo, país más vacunado del planeta, es una sociedad donde resultaría mposible llegar a un estado de “cero Covid” por diseño: al gobierno israelí no le interesan los palestinos, aunque son 5 millones, y al más o menos millón de haredim tampoco les interesa el gobierno israelí. Sumando, pese a casi 6 millones de personas expuestas al virus, contra o a favor de su voluntad, que viven adentro o alrededor de un país de apenas 9 millones de habitantes, Israel, pese a todo, va blindándose inmunológicamente. La vida de los vacunados cambia. Mal que bien, en comparación con Ud. o conmigo, los pichicateados israelíes duermen sin frazada.
La única vacuna por ahora disponible en la Argentina, la Sputnik-V, tiene una eficacia comparable (91,6%) con la de Pfizer (95%). Aquí fabricamos otra, la Oxford de AstraZeneca (AZ). Por torpezas de la firma y la mala leche de la FDA y la EMA contra una vacuna cuya objeción reside en su carácter NIH (Not Invented Here), la Oxford tuvo grandes traspies con su fase III para licenciar en EEUU y la Unión Europea.
Pero en su Inglaterra natal y administrada –por escasez de vacunas- con un hiato de 3 meses entre 1ra y 2da dosis, logró expresar más por casualidad que por diseño su potencia real. Hoy allí está logrando disminuir los ingresos a hospital con IRAG en un 94%. Sí, concordamos, «es un caño».
En diciembre de 2020 a Ginés González García le resultaba realista pensar en llegar a Marzo con 13 millones de argentinos vacunados justamente con la Sputnik-V y la Oxford. Y en números, tenia razón. Habíamos pedido 20 y 22,4 millones de dosis respectivamente. Estaban a la entrega. Esas dos marcas al principio miradas de reojo por los sabihondos, elegidas en su momento por la Dra. Carla Vizzotti –quien por ello se comió críticas de todo calibre proferidas por nabos de toda catadura- hoy están dando pruebas de excelencia. Pero también, de inexistencia.
El problema es que los rusos –a quienes para colmo pusimos de moda en la región- están colapsados de demanda y no nos entregan las Sputnik-V pactadas: lo nuestro es avivar giles. Peor aún, las Oxford “made in Garin, Argentina” (que algún menguado aceptó exportar en tambores y a granel a México para su fraccionamiento y etiquetado), ésas, chamigo/a, no vuelven, al menos este año.
¿Y por qué no? Una explicación popular es que en tierras aztecas faltan redomas, ampollas, frasquitos, “vials”. Jíjole, no tenemos el pinche vidrio, vato, órale, vuelve mañanita, ¿sí? Otra explicación más al gusto de quienes no comen vidrio es que ese país está incendiado de casos y el coeficiente local de decesos contra contagios casi cuadruplica el nuestro. Quien autorice el regreso de las 22,4 millones de dosis pactadas a Argentina tendrá problemas.
Algo de esto habrán discutido Alberto Fernández y el presidente Andrés Manuel López Obrador. Y como vienen las cosas aquí en nuestras pampas, si de aquella charla hubieran salido buenas noticias para Argentina, ya las sabríamos todos.
AstraZeneca trata de mitigar los odios que genera en nuestro país su política de fabricar aprovechando la buena capacidad instalada en fierros y en recursos humanos, para después exportar el 100% del producto a otra parte. Lo hacen en todos lados. Por similares razones AZ es detestada también en la UE, donde la fábrica de Novasep en Seneffe, Bélgica, proveedora de genéricos de la firma anglosueca, está entregando toda su producción al Reino Unido. Italia está podrida de la situación.
AstraZeneca explicó angelicalmente que no podrá cumplir por motivos técnicos con lo que le debe a la UE apenas una orden de compra por 300 millones de dosis, con opción a 100 millones más, todas a distribuir entre los 27 países comunitarios. La UE escucha las excusas de AZ con la misma bilis que Ud. cuando lee lo de la crisis de frasquitos en México. En cualquier momento la UE cede ante Italia e incauta la fábrica de Seneffe y su producción.
Por ahora, esta lucha de ricos contra ricos por apropiarse de la vacuna más barata del planeta (y además la cuarta más efectiva) logra una única cosa: que aumente la desesperación general y por ende el precio de todas las otras vacunas. Y los pobres, a joderse.
Mirando el panorama general, ¿AZ nos hará llegar, como plan B, 22,4 millones de Oxford desde la India, donde tiene su mayor proveedor de genéricos? No sé Ud. Yo tengo mis dudas: como Rusia y como México, la India también está ardiendo de casos.
La India –cosa que se suele ignorar- tiene la mayor y mejor capacidad instalada mundial para producir vacunas genéricas. Es sede del enorme Serum Institute. También súmele Bharat Biotech. Entre esas dos firmas y un numeroso pero experto chiquitaje, la facturación anual habitual de vacunas genéricas de la India ronda los U$ 42.000 millones. Pero el parlamento empieza a gruñir que ya fue suficiente de exportar vacunas anti-Covid hechas en territorio propio. Ignoro cómo se dice “La caridad empieza por casa” en hindi, pero por ahí van los tiros.
Los campeones del libremercadismo vacunal son el Reino Unido, los EEUU, Australia, Japón, Suiza, Israel y la UE: con apenas el 16% de la población mundial tienen contratadas 4.200 millones de dosis, es decir acapararon el 60% de la capacidad instalada mundial de fabricación, tienen 5 veces lo que necesitan. Tienen pero no tienen, salvo que logren inyectarse las órdenes de compra. Los países de ingresos medios y bajos, con el 84% de la población, por ahora se las tienen que arreglar con 270 millones de vacunas, también casi enteramente teóricas.
Los cuellos reales de botella en fabricación y logística, la angurria de las farmacológicas, la imbecilidad de muchos estados para ponerse al frente de su salud pública en lugar de delegarla en multinacionales, y la brillante inepcia de la OMS para organizar el caos, todo por ahora apunta a garantizar que en 2022 el 60% de la población mundial siga sin vacunar, y en 2024 todavía vayan a quedar países, regiones y clases sociales desprotegidas. Lo paradójico es que falten vacunas en los países acaparadores, como se evidencia en la UE o Canadá.
Estos muchachos están descubriendo que con la pura chequera no arreglan su falta de fábricas. La deslocalización de los medios físicos de producción, su partida a China, parece haber sido una mala idea. Y están enterándose de que una cosa son papelitos firmados, y otra vacunas tangibles. Las farmacológicas pipí-cucú que les firmaron todos esos contratos de provisión, las dueñas verdaderas de las principales patentes, estaban vendiéndoles obeliscos, buzones y castillos en la Luna: Big Pharma tiene chapa, pero no suficiente planta propia o subcontratada para atajar la incontrolable demanda mundial. Y la situación promete seguir –dice Sudáfrica- hasta al menos 2024. Si no fabricás en casa, si no sos el dueño indiscutido de tu producción, estás en el horno, brother. Títulos posibles: “El globo de la globalización se desinfla”, o “Cómo redescubrimos para qué servían los estados-nación”.
El FMI (en Argentina no hace falta aclarar esa sigla) calcula que las pérdidas sumadas en 2020 y 2021 para la economía mundial por la pandemia andan en los U$ 12 billones. Hablo de billones castizos, es decir millones de millones, es decir doce seguido por doce ceros.
Oxfam, todavía hoy la ONG más respetada en la lucha contra el hambre, cree que con el 0,59% de esa cifra se podría vacunar completamente al 100% de la población, pero sólo si los desarrolladores de las principales fórmulas abrieran sus secretos tecnológicos y cedieran la propiedad intelectual a los países y empresas farmacológicas capaces de ponerlas efectivamente en el mercado. Médicos sin Fronteras aboga por lo mismo.
Public Citizen, una ONG estadounidense de abogados, provee el motivo legal para ello: TODAS las vacunas ya licenciadas fueron desarrolladas con dineros públicos, ya sea como inversiones ad-hoc o como pedidos firmes de cosas entonces inexistentes. Como botón de muestra, la “Warp Speed Operation” de los EEUU: U$ 10.000 millones del gobierno de Donald Trump repartidos a 6 farmacológicas –luego se sumaron otras 3- sin garantías de que llegaran a productos licenciables, y sin pretensiones de ponerle techo a los precios.
Warp Speed no es ningún invento del Donald: es el eterno modelo de la medicación que cambia las reglas de juego: el estado pone la tarasca para Investigación y Desarrollo, las farmacológicas cobran las patentes, y la posterior entrega con cuentagotas garantiza años de precios altos y terror. Pasó antes con la hoy banal insulina, y luego con los carísimos cócteles de antirretrovirales para el sida, luego de 2001 fue el turno de algunas citoquinas oncológicas y del sistema inmne «e cosi la nave va».
¿Abjurar de patentes la “Big Pharma”? Antes se va a congelar el infierno, si estas herejías antisistema las piden las ONGs. Pero Sudáfrica y la India están llamando activamente a eso. Y sumados, esos estados nación representan a más del 18% de la población mundial y en el caso de la India, la mayor capacidad de genéricos del planeta, medida en fierros y recursos humanos. Si yo fuera el dueño de Pfizer, estaría al menos preocupado.
Cuanto mayores sean los reductos geográficos y sociales donde el SARS CoV2 no encuentre oposición, mayor será la intercurrencia de cepas nuevas. Y generalmente serán más contagiosas, más letales o ambas cosas. Algunas lograrán evadir parcial o totalmente las vacunas más difundidas y exitosas, y nos obligarán a reformularlas. No es un pronóstico: es una observación. Ya sucede. Y cada nueva fórmula será un nuevo negocio, un poco como los parches informáticos. No es tan malo, para algunos, que la emergencia no se extinga del todo.
Las innovaciones y cambios de fórmulas probablemente nos lleguen con el título cosmético de “dosis de refuerzo” en el año próximo y los venideros, mientras la pandemia tal vez se fragmenta en decenas de endemias nacionales y regionales, casi todas previsiblemente en el mundo pobre.
La única buena noticia es que para los afortunados que sí logren vacunarse, si las fórmulas logran mantener (por actualización o por diseño original) las cifras impresionantes de protección que muestran hoy en Israel, a esos «we few, we lucky few» el mundo se irá volviendo nuevamente operable y habitable.
¿Para los vacunados, seguirá existiendo el riesgo de morirse de Covid-19? El que afirme lo contrario, que marche preso reo de lesa biología. La respuesta es sí, pero muy pocos. Los fabricantes de tapabocas tienen mercado para rato. Pero el riesgo de internación por IRAG para el vacunado será muy bajo.
¿Será un riesgo manejable y mitigable? Sí, pero no eliminable. ¿Y la reinfección? La cepa P.1 brasileña es reinfectante, y la E484K sudafricana, también. Si esta OMS de hoy, fantasma de la que fue en 1980 cuando exterminó la viruela, no dirige un esfuerzo titánico para vacunar rápido y bien al planeta entero, viviremos el resto de nuestras vidas en carrera armamentista contra el SARS CoV2.
Lo bueno es que en general, los vacunados ganaremos. No siempre, pero casi siempre. Y nuestra atención estará dirigida a otras cosas. Gente: Uds. no tendrán que leer más artículos como este plomo, ni yo deberé escribirlos. ¿Eso cuánto nos vale?
¿Y qué más podemos discernir del desaforado horizonte del futuro mirándolo a través del ojo de cerradura del caso israelí, o para dar otro que empieza a imitarlo, el del Reino Unido? No mucho más. Para enterarnos mejor de lo que quizás nos espera, en realidad nos vale más mirar nuestro pasado reciente y otra enfermedad muy distinta: el sarampión.
(Continuará y terminará, lo juro)
Daniel E. Arias