Drones para defensa:¿aquí en Argentina qué estamos haciendo?

(Para acceder a la 1ra. nota de esta trilogía acerca de la guerra en el siglo XXI, cliquear aquí. Para la 2da., aquí)

¿Que hace la Argentina en materia de drones? ¿La verdad seria y más bien horrible? Desde que el presidente Mauricio Macri degolló el desarrollo de drones argentinos SARA de INVAP entre 2013 y 2015, nada, pero nada de nada. Un par de empresas que trabajó bastante con INVAP, FixView y ARG ensaya sistemas de láser antidrone (al final de este artículo mandamos el press-release).

El propio Ejército Argentino, la única fuerza armada interesada en el tema, discute con INVAP la continuación del dron de observación para tiro de artillería de cañones de 155 mm. Macri lo mató en el huevo, y es algo que por pura necesidad quizás vuelva al candelero si este gobierno nacional se muere antes que el país que viene estrangulando.

El Sistema Argentino de Robots Aeronáuticos (SARA) fue un contrato importante del Ministerio de Defensa en tiempos en que éste trabajaba para la Argentina. Tenía el objetivo de hacer robots de navegación autónoma, fuera preprogramada o autoprogramada en vuelo, con capacidad de observación, inteligencia, vigilancia marítima y de fronteras, y eventualmente de ataque.

A diferencia de la Fuerza Aérea, no se proponía hacer enormes aeromodelos facheros a control remoto para mostrar en los shows de armas. Y mucho menos, importar material israelí menos inocuo. Eso ante la evidencia práctica, comprobada decenas de miles de veces en Ucrania y por ambos bandos, de que hace dos décadas que se vienen gastando plata al cuete. Un dron sin capacidades autónomas mínimas de despegue, navegación, búsqueda e identificación y eventual aterrizaje, no sirve para nada. Es demasiado fácil interferir el contacto por radiofrecuencia entre el operador y el vehículo.

Todo dron militar autónomo pero con capacidad de transmisión de imagen en tiempo real, y especialmente los cuadricópteros tipo FPV (First Person View) generalmente será interferido por el enemigo y pierde la señal. Eso Ud. lo puede ver todos los canales de análisis bélico de Youtube que cubren la guerra aérea en Ucrania.

Hay muchas grabaciones escalofriantes que nos llegan del Donbás, de Donetsk y de Kursk. Muestran «en primera persona» las últimas imágenes que graba y emite un cuadricóptero kamikaze que arremete contra un tanque, una 4×4 o un camión. En las más morbosas, se ve a los tripulantes intentado saltar del vehículo, sin mucho éxito. La historia visual termina antes del final, y no por un pudoroso recurso de edición: la visión previa al impacto está desesperadamente interferida por un «jammer», una antena a bordo del blanco. Emite un pulso electrónico de alta intensidad en decenas de frecuencias.nco».

El jammer trata de generar corrientes parásitas de inducción en el microcableado de los chips del dron. El objetivo de mínima es enloquecer sus sistemas de imagen y de apuntamiento. El de máxima, freírlos por sobrecarga con un PEM, o pulso electromagnético. Eso exige demasiada potencia eléctrica y el alcance efectivo es mediocre. Pero en su vuelo terminal un cuadricóptero kamikaze mantiene su dirección y velocidad por inercia, como una piedra. Ya no recibe, procesa o emite señales.

Y de acuerdo a la cantidad y potencia de sus motorcitos eléctricos, la carga explosiva puede ser considerable. Los primeros cuatricópteros ucranianos eran importados y chinos, marca DDJ, hechos para aerofotografía, y llevaban como carga útil una botella Mólotov hecha en una cervecería artesanal de Lvov, casi en la frontera con Polonia.

Pero luego el profesor Sinan Kivrak, de la Universidad Técnica Ostim, desarrolló con sus estudiantes un hexacóptero capaz de cargar tres municiones de mortero; una de 81 mm. y dos de 60 mm. El método de ataque suponía sobrevolar un blindado ruso sobre su vertical, y dejar caer los obuses por gravedad. Barato y efectivo, pero no imparable.

En el día a día, lo que hace diferencia es atacar al enemigo en la profundidad de su territorio con drones de largo alcance, categoría que incluye a los misiles de todo tipo y precio. Y en lo que se refiere al frente, la nueva estrella y terror de la infantería, es el cuadricóptero kamikaze liviano.

La carrera por la supremacía tecnológica en ambos renglones va bastante pareja entre Rusia y Ucrania. Pero lo que probablemente desempatará las cosas es la capacidad industrial, la de fabricar mucho y más barato.

El armamento que suministra la OTAN a Ucrania es maravillosamente sofisticado y caro y se pagará con recursos naturales y endeudamiento externo y eterno, algo que en la Argentina conocemos bien.

No es sostenible una guerra que no podés pagar. Algo que en la Argentina conocemos bien.

Demasiado bien.

EL JAMMING ES VIEJÍSIMO PERO SOLÍA SER EFICAZ

El «jamming» ya era un recurso habitual en las grandes campañas de bombardeo por gravedad de la Segunda Guerra. Como la RAF sólo se atrevía a bombardear Alemania de noche, y las enormes metalúrgicas, fábricas de rulemanes, químicas y otras plantas estratégicas del valle del Ruhr solían estar cubiertas de nubes o de smog, había que marcar el blanco con bengalas para no bombardear tan a ciegas.

La tarea de detectar y marcar el blanco de cada noche la tenía un bombardero Mosquito, llamado «pathfinder» (baquiano o rastreador) y dos sistemas de triangulación de radiofrecuencia. El primero, llamado Gee, te dejaba a 10 minutos de vuelo del blanco y era relativamente fácil de interferir. El segundo, llamado Oboe, era mucho más resistente.

El Oboe lo formaban al menos dos grandes antenas de radar 2 D en Inglaterra. Un radar de este tipo «interroga» un trasponder a bordo de un avión colaborativo. Este responde emitiendo un algoritmo larguísimo de autoidentificación alfanumérica casi imposible de imitar en tiempo real. Esa suerte de «password» se llamaba IFF (Identification Friend or Foe).

El radar en Inglaterra recibía la señal, la verificaba, y medía la distancia en línea recta hacia el avión.

La antena maestra era «Cat» (el gato), y emitía un tono para guía del suboficial navegador del Mosquito. Cuando éste tono alcanzaba una nota musical predeterminada y continua, la distancia en línea recta entre la antena Cat y el Mosquito era la correcta. Entonces el avión marcador, había llegado al borde de un arco imaginario que atravesaba el blanco a 10 minutos exactos de vuelo a velocidad y altura constantes. Ese primer Pathfinder empezaba a recorrerlo, siguiendo la levísima curvatura del arco.

En ese momento, 10 minutos antes del desastre, las defensas alemanas, decían: «Ése jueputa ya inició el búmerang», y ya sabía cuál iba a ser el blanco. No es demasiado tiempo.

Si en esa enorme curva el Mosquito derivaba un poco hacia el oeste, es decir acercándose a Inglaterra, el Cat emitía puntos como los del código Morse, y el piloto enderezaba su trayectoria. Si el avión por el contrario se alejaba del arco hacia Berlín, Cat emitía rayas de Morse, y nueva corrección. Si el piloto conservaba bien el rumbo, Cat lo recompensaba con un pitido continuo.

Con este sistema y un piloto nocturno ducho en corregir la deriva por viento, el margen de error se reducía apenas a 35 metros a cada lado de la trayectoria ideal. A esa altura de las cosas, el avión iba literalmente teledirigido desde Inglaterra.

El «Mouse» medía también su propia distancia hacia el avión, pero todavía sin opinar. Al estar en otro lugar del suelo inglés relativamente alejado del emisor Cat, Ambos radares trazaban dos círculos con iguales radios pero distintos centros: sus arcos por ende no coincidían, salvo en un par de puntos. La coincidencia de arcos que le interesaba el piloto del Pathfinder era una sola, la ubicada sobre la vertical de la fábrica o planta eléctrica, playón ferroviario o astillero elegido.

Cuando el receptor a bordo del Mosquito recibía ambas señales, las de Cat y Mouse, soltaba automáticamente las bombas pirotécnicas que iluminaban el objetivo en tierra. Si la cobertura de nubes era total, bajaban en paracaídas e iluminaban las nubes sobre la vertical del blanco invisible, pero visibilizado.

Detrás de este primer avión marcador venían otros Pathfinders. Guiándose por la vista nomás, corregían todo error del marcado inicial. Lo «repintaban» con bengalas de fósforo verdes, rojas o amarillas usando los códigos de color vigentes sólo para aquella operación y aquella noche.

Eso dejaba sin tiempo a la defensa antiaérea para armar señuelos luminosos en zonas rurales, destinados a mandar el lento tren de hasta 800 cuatrimotores Lancaster que venía a la zaga, a soltarle 3200 toneladas de bombas a bosques, lagos y vacas perfectamente inocentes. Pasó más de una vez.

Desorientar geográficamente al atacante hoy se llama «spoofing», y los alemanes lo practicaban sistemáticamente pero éxito relativo, porque el orden de los colores de los señuelos no era fácilmente imitable en tiempo real. Además, uno de los Pathfinders actuaba de «master bomber» volando una o dos horas en círculos a alturas de 12 o 13 mil metros, difíciles de alcanzar por los cazas nocturnos alemanes o la artillería antiaérea. No era fácil jubilarse como master bomber.

El master bomber podía romper el silencio de radio para ordenar «repintados» del blanco a una segunda ola de Pathfinders que volaban en rasante, debajo de los rayos del radar, demasiado rápidos (700 km/h) y pegados a los techos como para ser fácilmente abatidos por artillería liviana.

Hoy el «spoofing» en Ucrania no es visual sino electrónico y codificado. Y las contramedidas son muy ingeniosas aunque casi obvias. Para engañar sobre su paradero a un dron de ala fija, se le pueden mandar falsas señales desde tierra que imiten las de la constelación satelital estadounidense GPS, que la usan hasta los rusos.

Si eso falla, se lo puede engañar con señales truchas de la constelación rusa Glonass, que la usan hasta los ucranianos. Pero si el dron no quiere ser engañado, discrimina como falsas las señales de posicionamiento que le llegan desde abajo, en lugar de desde arriba. Elemental, pero alguien tuvo que descubrirlo.

Por otro lado, no es imposible que al minuto de prenderse (y señalar así su paradero en alguna arboleda del Donetsk), los operadores de una antena móvil de spoofing se liguen un misil, dron o bala de artillería, si no apagan el emisor y se rajan a tiempo. Otra profesión en la que es difícil jubilarse.

Volviendo 80 años para atrás, en la prehistoria de la guerra electrónica, el Oboe era difícil de interferir por fuerza bruta, es decir emitiendo radiofrecuencia para ensordecer a los Pathfinders. Estos tenían antenas receptoras muy sensibles y filtros de «ganancia» muy alta. Eso significa la capacidad de distinguir señal de ruido electromagnético y cancelarlo, aunque fuera fuera brutal y la señal de Cat y de Mouse muy débil, a fuerza de distancia.

El primer límite de Oboe era de radiofrecuencia. En los primeros modelos, tanto Cat como Mouse y el trasponder en el Pathfinder emitían en longitudes de onda de 1,5 metros, lo que supone una frecuencia de 200 MHz. Los radares del Reich podían interferirla fácilmente. Los modelos ulteriores de Oboe emitían en longitud de 10 cm., es decir microondas de 1,5 GHz. Ese tipo de antena, llamada magnetrón, lo inventaron los físicos John Randall y Harry en Wembley a principios de los 40, destruyó la industria y la infraestuctura alemanas, y hoy calienta comida en cualquier horno de microondas.

Cuando terminó la guerra ningún radar alemán había logrado emitir en frecuencias tan altas. Máxime con la industria electrónica holandesa (Phillips) y la alemana Telefunken, GEMA, AEG y Siemens bombardeadas al ras, gracias al magnetrón.

El segundo problema de Oboe era incurable: la esfericidad del planeta. La línea recta entre emisor y receptor es forzosa en ondas de radio, salvo entre las muy bajas, entre los 6 y 30 MHz y únicamente sobre agua salada. En esas frecuencias, las ondas de radio se pegan al mar. Si querés comprobarlo científicamente, manejá por la RN11 a lo largo de la costa de la bahía de Samborombón.

Entre Pipinas y Villa Roch vas a escuchar con un sonido muy claro la programación musical del SODRE, con antenas en Montevideo, a 160 km., bien abajo de la línea del horizonte. El SODRE cumple ya 93 años de excelencia. Fuera de la bahía, FMs rebosantes de reguetón, aullidos publicitarios y que te ayude Dios.

En frecuencias mayores que 30 MHz, el límite es el horizonte visto en un día claro desde el tope de la antena. Por muy alta que fueran las antenas Cat y Mouse en Inglaterra y aunque el primer Pathfinder volara cerca de sus 12.000 metros techo técnico, a unos 500 km. de distancia las señales inglesas al este del Ruhr quedaban bajo la curvatura terrestre.

Eso explica que cuando en el segundo semestre de 1944 los aliados occidentales pudieron hacer pie en Italia y Francia y Holanda, se llevaran algunas antenas y capturaran todas las pistas aéreas que pudieran. Con ellas, el Oboe en su versión 2.0 llegó a Berlín y a Prusia, y las capitales de casi toda Alemania fueron reducidas a polvo y cenizas.

Los Mosquito tenían ventajas únicas para abrir camino a los bombardeos masivos. Primero, que ningún caza alemán, diurno o nocturno, podía volar en la tropopausa (límite entre la tropósfera y la estratósfera), a 700 km/h y con un rango operativo de casi 3000 km. Salvo por los dos motores Merlin, inevitablemente metálicos, las células del Mosquito estaban hechas de laminados de madera balsa, pino spruce, tela de algodón y todo pegado con metacrilato, es decir «La Gotita».

La invisibilidad al radar fue una virtud más emergente que buscada. El fabricante, Geoffrey De Havilland, muy a contramano de los gorras de la RAF y de la USAF, era loco por los aviones de maderas, y considerado además un loco. Hoy las llamaríamos resinas epoxídicas reforzadas con fibras de lignina y celulosa. Y como casi todo «composite» aeronáutico, unía rigidez estructural y bajo peso. Pero los gorras querían aluminio, que además escaseaba.

Cuando el Ministro de Adquisiciones de Guerra, Lord Beaverbrook, un magnate de prensa canadiense, le impuso al Mosquito a los jerarcas de la RAF, estos pilotos de sus escritorios lo recibieron con el mismo beneplácito que un enema de portland. Pero los pilotos de aviones reales, los de reconocimiento aéreo y los del Bomber Command, se enamoraron. Jamás habían volado semejante combo de alta potencia y bajo peso.

Nadie hablaba siquiera entonces de estructuras stealth. Pero los Mosquitos resultaron, como quien no quiere la cosa, ser bastante transparentes para el radar. Fueron los aviones cuyos pilotos tuvieron la mejor tasa de supervivencia entre los aliados: el 98% seguía vivo al término de la guerra.

Los alemanes podían estar atrasados un año y monedas en radares, pero sabían buscar las frecuencias operativas de los sistemas Gee y Oboe para interferirlas selectivamente, y por fuerza bruta. Ya sobre finales de la guerra, los sistemas de navegación de los bombarderos de la RAF y los de la Octava Fuerza Aérea estadounidense se basaban derivados del Oboe y en radares «look down» situados en la nariz de cada bombardero.

Las formaciones eran muchas, con trayectorias distintas y erráticas. Sólo convergían y se sumaban en línea recta hacia su objetivo cuando estaban a pocos minutos del mismo, inevitablemente había adelantados, atrasados y adónde me pongos. Iban haciendo «piernas» entre distintas ciudades para disimular el «target» de aquella noche, tratando de evadir además los corredores aéreos más repletos de flak, y sólo encaraban la recta final hacia el blanco cuando lo veían ardiendo en rojo, amarillo y blanco. Entonces, trataban de conservar su línea recta de vuelo, su velocidad y su altura.

Hacia fines de la guerra la aviación de caza alemana estaba hecha pedazos, pero no así las baterías de flak guiadas por radar y computadora. Es más, casi todas las existentes en la inmensidad territorial del Reich en 1941 se habían agrupado en un territorio alemán cada vez más reducido. Alfombraban el camino del tren de bombarderos de explosiones regladas por espoletas de altura. Cada ojiva antiaérea alemana de 88 mm. desprendía 1500 astillas de acero.

Si la explosión sucedía a 8 metros de distancia, era destrucción garantizada y muerte inmediata. Pero el radio efectivo de dispersión de las esquirlas era de 200 metros, y la que no te hería, te mataba. Cuando ya se estaba en la final del blanco no se podía cambiar de altura para quedar fuera de este radio, porque te ibas a llevar puesto a otro bombardero, cosa por demás frecuente. El amontonamiento y la oscuridad de los trenes de hasta 1000 bombarderos aliados garantizaban caos y terror, y eventualmente ligarse el racimo de bombas de alguno que volaba, invisible, 300 o 400 metros más arriba.

Excepción hecha de los Mosquitos, las tripulaciones de bombardeo pesado de los aliados fueron los servicios que tuvieron las peores bajas, superiores a las de todas las otras ramas de todas las otras armas. En sus B-17 y sus B-24 murieron 27.000 tripulantes, y en los Lancaster, Halifax y Wellingtons de la RAF, 55.000 sobre un total de 125.000 hombres: el 44,4%. Sólo el 30% de los integrantes del Bomber Command llegaron con vida y sin heridas discapacitantes a la rendicion de Alemania.

En el último año de la primera guerra absolutamete electrónica de la historia, con los radares «look down», como el H2 británico, los blancos se veían en una pantalla de rayos catódicos por detalles topográficamente inocultables: las formas de los ríos, los canales y las costas marinas. Y los alemanes seguían sin magnetrones capaces de interferir los H2.

Ésas eran «las guerras de rayos» en los cielos de Alemania, cuando la aviación real era la tripulada. En Ucrania, 80 años más tarde, el arte de hacer navegar un tetracóptero por la estepa, dejar que identifique un blanco, y darle la orden de ataque (o más bien que la ejecute en forma autónoma) es algo física y matemáticamente más complejo. También el arte de engañar a ese dron.

Pero no por nada, ya desde antes de la guerra, tanto Ucrania como Rusia eran paraísos de jóvenes hackers que se hacían ricos vendiendo su pericia en «black hat», atacando informáticamente bases de datos, de bancos, de sistemas de salud, o de ejercer el «ransomware». Para los legos que la miramos pasar, eso es encriptarle toda la información a una persona o una empresa, y devolvérsela a cambio de alguna suma de gran estrépito en el anonimato bastante mafioso de las monedas virtuales. No se aceptan e-Libras.

Hoy esos pibes dirigen la única guerra europea desde 1945. Por una vez en sus vidas, trabajan en blanco.

Cuando Macri canceló el proyecto SARA e hizo intervenir la FAdeA por una runfla de bogas, exjefes de personal de la Fiat artistas en la escritura de telegramas de despido, e incluso un fabricante de lácteos (pero radical y cordobés, ojo), nos hizo más daño militar que la Task Force británica en 1982. Sólo que a la Task Force no la votamos.

El objetivo del programa SARA, desde el principio, fue el rearme de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del país con poca plata, mucha cabeza y vuelo autónomo. En dos años, INVAP llegó a un pequeño demostrador tecnológico de ala fija, con un motorcito de cortadora de pasto, algo que todo cabeza de termo, con o sin gorra, consideró un dron de juguete de los que uno se compraba en Easy.

Sólo que éste demostrador, por hardware y software, era semiautónomo, es decir empezaba a parecerse a un dron militar en serio. El ministro de defensa. Agustín «El Chivo» Rossi, estaba poniendo plata para avanzar con el demostrador y los prototipos clase 1 y clase 2, plenamente autónomos, de largo alcance y dotados de ópticas pancromáticas e infrarrojas de FixView, y de radares de apertura sintética de INVAP. La firma barilochense ya le había encargado un motor pistonero «boxer» refrigerado a aire al Oreste «El Mago» Berta, el jefe de desarrollo de motores de la Escuadra Torino, la que en 1969 ganó las 84 horas de Nurburgring.

Los clase 1 y 2 ya libres de ñañas de dentición serían entregados a la resucitada empresa estatal Fabricaciones Militares, para su produccion en masa. Había todo un plan escalonado de drones de ala fija y capacidades crecientes.

El cuarto en la lista tenia propulsión turbojet o turbofan, para lo cual se estaba en aprontes con dos fabricantes brasileños, Motorav y Turbomachine. El proyecto se llamaba cautelosamente BLAAV, por Blanco Aéreo de Alta Velocidad, no fuera que nadie lo tomara por un arma, líbrenos Dios.

Los analistas militares de la barra brava de Racing Club, no por nada llamado «La Academia», comentaban: «Ma qué blanco aéreo, éste es un Exocet argentino de aquí a la China, transónico, y de mil kilómetros de alcance ferry, porque viaja de ida, mirá bó. Ojalá que no gane eñ Gato, porque este proyecto es boleta».

Evidentemente a ciertas cancillerías que no nombraré, pero las llaman Whitehall y el State Department, todo el programa SARA y especialmete el BLAAV les caía fatal. Por lo que se pudo ver, al «rank and file» del Palacio San Martín también, pero ése sólo recibe órdenes.

Cuando Macri mató el modesto demostrador tecnológico (y cuando Alberto Fernández se olvidó de resucitarlo), este demostrador, bajo la atenta mirada del Ejército Argentino, estaba aprendiendo a despegar y aterrizar solo.

En 2018, tiempos de macrismo explícito, INVAP incurrió en la demasía de desarrollar un helidron de 160 kg, el RUAS 160, junto con «Pirincho» Cicaré, el único fabricante de helicópteros del país, y la empresa contratista rural Marinelli, de Santa Fe. En Expoagro ganó el campeonato de «selfies»: todo expositor se sacaba una con el aparato, pero de hablar de amor, de eso, nada.

El RUAS podía navegar en forma autónoma entre los árboles de una plantación de frutales, haciendo fumigación de baja altura y alta precisión imposibles para un avión de ala fija.

Pero al no tener «boom» ni rotor de cola, el RUAS podía también operar desde la cubierta de un aviso, una corbeta, un guardacostas o una patrullera de altura, en general llena de obstáculos que impiden despegar o aterrizar con un helicóptero convencional y tripulado, máxime con vientos de 70 nudos y oleaje de 6 metros, situación tan frecuente en lo que nos quedó de Mar Argentino. El defecto letal del RUAS es no venir de un país de la OTAN, no costar un ojo de la cara y no generar viajes «tout compris» de nuestros émulos del almirante Nelson.

Desde 2018 la Armada se rasca haciendo dormir el expediente, a cambio de promesas voladoras de helicópteros importados por parte del ministro de defensa Luis Petri. El ex jefe del Estado Mayor Conjunto, el general (RE) Juan Paleo, considera a Petri el peor ministro de defensa desde el regreso de la democracia.

La Argentina va acelerando en su infatigable carrera hacia nuevas pérdidas de territorios continentales y terrestres. Pero eso si, Petri se visitió de Maverick y se fue a Dinamarca a comprarle 24 cazas F-16 de 45 años de edad a la Fuerza Aérea Argentina. Quiso incluso volar «de paquete» en el asiento trasero de una versión biposto de ese Viper. Pero la prudente Flyvevåbnet sólo le concedió un rodaje de pista. Minga de hacerlo volar en uno de esos bellos fósiles aeronáuticos, al menos sin haberlos pagado antes.

Paleo se queda corto. Don Luis no es sólo el peor. Es el más ridículo.

Los daneses, aliados incondicionales de EEUU mientras no les roben Groenlandia, juran -sin mentir- que están en un excelente estado de conservación, y que en su casi medio siglo de operaciones expedicionarias, probaron ser excelentes para bombardear países sin aviación y con defensas aniquiladas.

En AgendAR, visto lo que sucede en Ucrania, donde el vuelo pilotado es un recuerdo, creemos que son perfectamenta inútiles para toda guerra entre estados en este siglo. Pero en el siguiente, si logran salir del hangar aunque más no sea arrastrados, se podrán revender a precio de colección.

Los jefazos hasta el 8 de septiembre estaban «aggiornándose» y preparándose para el vuelo robótico. Desde el 10 de diciembre de 2023 le llueven ofertas de drones israelíes casi todos los días.

HAY QUE NACIONALIZAR AL MINISTERIO DE DEFENSA

Mientras no sucede nada, pero lo que se dice nada de nada, seguimos con un press-release de esas dos empresas argentinas de tecnología dual. Tienen una buena trayectoria en sensores ópticos y electromagnéticos. FixView trabajó con INVAP en la cámara multiespectrial y estabilizada de uno de los P3 Orion. Fue testada en vuelo por la Armada, era buena, y ahí quedó. El expediente data de 2004, y está juntando polvo junto al del helidrón RUAS.

FixView también estuvo con INVAP haciendo los sensores ópticos del Pucará Fénix de vigilancia aérea, proyecto radarizado que la Fuerza Aérea por fin logro enterrar tras 14 años de lucha.

A espera de tiempos menos canallas, estas tres empresas nacionales se obstinan en lo suyo.

Que viene a ser lo nuestro.

Daniel E. Arias

ooooo

PRESS RELEASE

El uso de tecnología láser en los escenarios de defensa está ampliamente estudiado y probado, pero más que todo con láseres de emisión continua de alta potencia en el orden de decenas o centenas de kilowatts, equipos que, si bien pueden ser transportados, no son de reducidas dimensiones ni de bajo peso para ser portados por una sola persona, además de requerir una notable inversión de recursos monetarios.

Una de las ventajas principales en la utilización del láser es por su velocidad en llegar al blanco, siendo esta la velocidad de la luz: aproximadamente 300.000 km/s.

En el caso del desarrollo que están realizando FixView y ARG Scientific, la iniciativa se basa en la utilización de tecnología láser de Alta Energía Pulsada de Estado Sólido, mediante la generación de pulsos de muy corta duración (en el orden de los nanosegundos). Con sistemas ópticos lineales y no lineales se puede lograr que cada pulso tenga la energía suficiente para dañar y destruir diversos tipos de sensores EO modernos, ya que la potencia instantánea alcanzada está en el orden de decenas de Mega Watts por pulso.

Desde FixView se detalló que fue todo un desafío poder generar y conformar un haz láser en longitudes de onda y niveles energéticos útiles para la función, “…ya que es muy alta la complejidad de la generación y manejo del haz láser pulsado en altos niveles de energía, requiriendo el dominio de ópticas y dispositivos fotónicos especiales, más aun tratando de lograr que el sistema sea de reducidas dimensiones y peso para poder ser portable por una sola persona…”.

Ensayos preliminares y resultados

Los ensayos consistieron en generar y dirigir los pulsos de láser sobre sensores reales (CMOS, CCD y cámaras FPV) en funcionamiento. En todos los casos se observaron y documentaron efectos destructivos, desde el deterioro parcial de la imagen hasta la inutilización total del sensor.

Es de destacar que, si bien las pruebas fueron a escala, la distancia hasta los sensores prácticamente alcanzó los 100 metros, demostrando que el límite en rango efectivo es perfectamente escalable mediante los sistemas ópticos y fotónicos adecuados.

Escalabilidad y perspectivas

El sistema probado por FixView y ARG Scientific utiliza ópticas compactas y pulsos de energía y potencia pulsada moderadas, siendo escalable en potencia/energía y longitudes de onda. El proyecto contempla la capacidad de adaptarse para anular, degradar o cegar diferentes tecnologías de sensores EO, dependiendo del tipo de amenaza y su aplicación: drones comerciales, tácticos o militares.

Los drones se han convertido en la primera amenaza en los campos de batalla actuales, por lo que contar con contramedidas resulta casi obligatorio. Foto: MinDef Taiwán

La tecnología puede integrarse en sistemas móviles terrestres o plataformas aéreas y navales estabilizadas, así como combinarse con sensores de adquisición de blancos para lograr una neutralización efectiva sin empleo de municiones. Los conflictos que están teniendo lugar en Europa y Medio Oriente han demostrado la necesidad de contar con un sistema defensivo anti-drones integrado, el cual está compuesto por diversas capas donde operan medios complementarios.

Vale destacar que en conflictos como el de Ucrania, las defensas anti-drones evolucionan muy rápidamente a los fines de responder a la constante amenaza que representan los vehículos aéreos no tripulados. Es por esta razón que, dentro de las posibilidades, unidades y subunidades establecen su sistema defensivo compuesto por medios activos y pasivos que se complementan entre si. Los desafíos pasan por una rápida detección y capacidad de anular la amenaza a distancias seguras.

El sistema láser es una herramienta adicional que es perfectamente compatible en cualquier entorno de defensa, ya que fue pensado para ser puesto en condiciones operativas en pocos segundos, no requiere grandes exigencias técnicas ni recargas de municiones, y con el avance en los sistemas de baterías actuales dispondría fácilmente de varias horas o días de autonomía. Estas características le permitirían operar en entornos altamente disputados, donde una baja firma logística, movilidad y flexibilidad son aspectos cruciales.

En el caso de Argentina, la identificación de objetivos estratégicos como son plantas eléctricas y de energía nuclear, podrían verse notablemente beneficiados a la hora de complementar su dispositivo de seguridad con sistemas anti-drones de desarrollo local, con todos los beneficios que esto implica en el aspecto de capacitación, adiestramiento y mantenimiento.

Proyección estratégica y continuidad tecnológica

Además del desarrollo con láser pulsado de alta energía, FixView SRL y ARG Scientific continúan ampliando sus capacidades en el dominio de defensa anti-drone. Esto incluye la investigación en sistemas ópticos de adquisición de blancos, módulos de seguimiento automático, inhibidores electrónicos, radares compactos y soluciones modulares integrables, tanto en plataformas terrestres como aéreas o navales.

Ambas empresas mantienen una visión estratégica a la hora de generar localmente tecnologías de defensa de nueva generación, utilizando talento local, recursos propios y con una filosofía de diseño que prioriza la portabilidad, simplicidad operativa y bajo costo relativo frente a soluciones extranjeras.

Etapa actual y apertura a colaboraciones estratégicas

Tras superar exitosamente la fase de diseño, construcción y pruebas funcionales, el proyecto entra en una nueva etapa: la de escalamiento, robustecimiento industrial e integración operacional en sistemas más amplios de defensa.

Tanto FixView como ARG Scientific reafirman su compromiso con el desarrollo nacional de tecnología critica, iniciativa que podría expandir sus horizontes y alcances gracias a colaboraciones estratégicas, alianzas con agencias del Estado, centros de investigación y vínculos con capital privado especializado.

La meta es consolidar un camino de industrialización ágil, fortalecer el ecosistema tecnológico nacional y contribuir activamente a la protección de las Fuerzas Armadas y de Seguridad ante amenazas asimétricas.

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