La primera parte de este artículo está aquí.
Irán es tan petrodependiente como Irak: sin exportar crudo, se queda sin divisas e internamente cunden el desabastecimiento, el desempleo y la inflación, y con ellos el descontento y disidencia entre las clases medias del hasta hoy teocrático país persa. La pobreza ha sido la mayor fuente de inestabilidad del régimen, (no la única). Pero la experiencia de Irak desaconseja -incluso a Donald Trump- de intervenir con armas y hombres en el país persa: lo último que necesita el mundo, después de un Irán con armas nucleares, es otro estado fracasado como Irak en esa zona del mapa.
En términos puramente técnicos, las 108 tediosas páginas del JPOA, aquel pacto de 2015 logrado por Grossi atrasaban 15 años el “breakout time” iraní. Ése es el tiempo necesario, en jerga OIEA, para lograr los 27 kg. de uranio enriquecido al 95% para una primera bomba nuclear de tipo “Little Boy”, como la de Hiroshima. Antes de firmado el JPOA, el “breakout time” de Irán, suponiendo que usara su línea de nuevas las ultracentrífugas IR-2 y tomara como materia prima uranio pre-enriquecido al 3,5% (grado central nuclear), se medía en 3 meses. Estimación de marzo de 2018 de Holli Heinonen, Harvard Kennedy School, Belfer Center, artículo completo aquí.
En 2016, bajo supervisión del inspectorado del OIEA, los propios e irritados iraníes iban desmantelando a los niveles mínimos pactados sus plantas de ultracentrifugación de uranio. Más aún, tuvieron que “denuclear” y rellenar de hormigón el reactor plutonígeno de Arak, que habría fungido de base de una bomba implosiva de plutonio 239. Ésta es mucho más pequeña, barata y termomecánicamente destructiva que una «Little Boy». Una de plutonio se parecería a “Fat Man”, la que demolió y quemó Nagasaki. Una mini-Fat Man abre otros horizontes: desde 1952 es el detonador obligado de cualquier bomba termonuclear, es decir de fusión.
Por haberles hecho cajonear a los iraníes tres décadas de investigación y desarrollo bélico, Grossi no es muy popular en Teherán. Eso, pese a que en realidad el 18 de Octubre de 2015, con la firma del JPOA, nuestro vecino de Almagro quizás les salvó el cuero a los “mullahs” que dirigen el país. Tal vez (esto es especulativo y contrafáctico, pero también bastante lógico) les salvó el pellejo a millones de iraníes y de israelíes de a pie que mayormente no saben de él, pero si lo hicieran odiarían su trabajo.
Y es que Israel, propietario de un arsenal ilegal de unas 200 armas termonucleares, tiene la costumbre de destruir por sorpresa y con eficacia las instalaciones nucleares potencialmente amenazantes de sus vecinos y no tan vecinos. Lo hizo el 7 de junio de 1981 con el reactor de Osirak, a 17 kilómetros de Bagdad, Irak. Lo arrasó minuciosa e impunemente con aviones F-16, F-15 y bombas convencionales.
Irán hoy, a diferencia de aquel Irak que ya no existe, es un rival militar mucho mejor armado, más conectado diplomáticamente y capaz de responder a un bombardeo israelí de muchísimos modos, a cual peor, y además en todo el planeta. Si Israel se siente muy amenazado por Irán y decide liquidar de un saque todas sus capacidades nucleares duales, no va a usar avioncitos tripulados ni explosivos convencionales. Quizás hasta decida ni siquiera avisar por cortesía a los EEUU. Sencillamente transformaría en minutos buena parte del país persa en una playa de estacionamiento radioactiva. Y horas después, unos 2000 millones de musulmanes en 50 países donde son mayoría podrían decidir de distintos maneras que Israel no exista más. Se abrirían horizontes de violencia desconocidos en la sangrienta historia humana.
El JPOA –y hasta Trump puede tener razón al criticarlo- fue comprar paz (y de la muy asimétrica) por unos años, nomás. Cuando Grossi se mira al espejo puede decirse que en 2015 apagó -al menos por un rato- la mecha humeante de uno de los dos mayores polvorines político-militares del mundo. Sin embargo eso NO lo vuelve el chico de moda en Tel Aviv, aunque debería. Tampoco en Riad, Teherán o Ankara, rivales regionales en la supuesta defensa del modo más correctamente islámico de vivir. En esas capitales lo consideran un lacayo de EEUU. País que además lo acaba de llamar públicamente “el candidato ideal” para el OIEA. Sí, viniendo del mayor proliferador nuclear del mundo, es un elogio doloroso.
La semana pasada, un sagaz lector habitual de AgendAR me preguntó si Grossi es efectivamente un agente de la CIA. Acompañaba la pregunta con un texto supongo traducido del farsi, donde lo llaman de todo menos lindo. Le contesté a mi lector que personalmente pienso que no, pero que es fija que Grossi, Rafael Grossi, trata seguido con los Bond, James Bond de su mundo. En Viena los espías yanquis, rusos, franceses, británicos, chinos, indios, pakistaníes, israelíes, coreanos, canadienses y de toda otra nacionalidad son más abundantes que las Wiener Schnitzel, nombre que los vieneses le dan a nuestras populares milanesas, que creen haber inventado.
Los espías, le aseguré a mi interlocutor, se concentran en proporción directa a la cercanía del complejo de edificios de las Naciones Unidas donde está el OIEA. E intercambian datos.
Grossi no puede no tratar con buchones de todo tipo y precio. Y a estos les debe encantar que nuestro compatriota venga de un país científica y tecnológicamente tan avanzado en lo nuclear como la Argentina, pero al mismo tiempo tan económica, política y militarmente irrelevante. Esa mezcla extraordinaria debe tranquilizar bastante a muchos de ese ambiente. Uno se imagina los cuchicheos de pasillo: “Che, mirá, éste está a sueldo del oro porteño (¿¿cuál??). En 2016 Susana Malcorra (¿¿quién??) logró sabotear su candidatura al OIEA. Y es de platense, además (¿¿de qué??)”.
Pero Grossi es filoso en serio. Está en el negocio de la diplomacia nuclear desde antes de 1986, cuando me lo presentó “como joven brillante” su mentor, el lamentado embajador Adolfo “Chinchín” Saracho. Tal vez se deba a todas estas causas, le expliqué a mi interlocutor cordobés, que Grossi logró que los iraníes firmaran el JPOA, y sus antecesores no. “¿Pero no es de la CIA?”, insistió. Contesté que si lo fuera tal vez tendría más plata. O que si realmente reportara a Langley, Virginia, el presidente Mauricio Macri no lo habría dejado pagando con su candidatura en 2016 a pedido de nuestra irrelevante canciller de entonces, que pretendía dirigir toda la ONU.
A nuestra especie le encantan las guerras religiosas, pero desde que las armas atómicas forman parte de la ecuación, desde que además se sabe que su impacto climático, en caso de uso de apenas 200 cabezas termonucleares sería planetario, desde que diferentes modelos computacionales coincidieron en que un “invierno nuclear” dejaría a buena parte de los humanos en la semipenumbra y el frío, sin comida ni agua durante años; desde todo esto, señores, ninguna guerra está lo suficientemente lejos de mi casa.
Y eso vale aunque yo viva tan lejos de todo, aquí en esta península del hemisferio más oceánico y despoblado de la Tierra, llamada “Cono Sur”. Porque en estas lejanías también nos moriríamos de hambre. Ésta es la primera razón por la cual prefiero que Grossi dirija el OIEA. Sobre si defiende el derecho de los ya armados a armarse aún más, y sobre si ataca el de los desarmados a defenderse, el TNP, ley de base del OIEA, es exactamente eso, y podemos y debemos discutirla otro día. Pero entre tanto, Grossi es bueno en evitar o al menos atrasar guerras nucleares. Ahí contesta mi puro egoísmo de querer seguir viviendo.
Hoy aquel arduo tratado al que Grossi forzó a Irán, el JPOA es letra muerta: lo desbancó unilateralmente el presidente estadounidense Donald Trump. Aquella ruptura es la razón por la cual hoy el ala dura iraní (básicamente, la Guardia Islámica Revolucionaria, “los Pasdarán”) viene recobrando su poder y retoma –muy despacio y dando público aviso- su rumbo hacia la bomba de uranio enriquecido y también hacia la bomba implosiva de plutonio. Misiles para transportar esos objetos a más de 1000 kilómetros de distancia de Irán (como hasta Tel Aviv, por ejemplo), el país persa los tiene a patadas. Ignoro si tan buenos como los israelíes.
Por toda esta situación hoy incluso la dirigencia republicana de los EEUU se pregunta públicamente si no es hora de darle el olivo al disruptivo don Donald con un “impeachment” antes de que siga echando nafta sobre fuegos que nunca estarán suficientemente apagados. La ruptura del JPOA está quitándole su viejo rol estelar a la frontera entre la India y Pakistán. El ex presidente Bill Clinton la consideraba “la más peligrosa de la Tierra”, dado que dos países superpoblados y que ya estuvieron en guerra 4 veces desde 1948, se apuntan allí uno al otro con un par de centenares de misiles de cabeza nuclear cada uno. Pero ahora, sin el JPOA, el “flash point” de una posible guerra empieza a contagiarse desde el Extremo hacia Medio Oriente. ¿Quién que no esté rematadamente loco querría dirigir el OIEA en este brete?
La noticia, la rareza, no es que un argentino quiera, sino que, curiosamente, pueda. La elección del Director General del OIEA tiene más o menos la misma transparencia que la Papa. Pero ese cónclave lo ganó también Argentina, y quizás por motivos no muy distintos a los que hoy justificarían un directorado Grossi en el OIEA. Al cónclave nuclear, la Junta de Gobernadores, sólo se sientan los representantes de los países oferentes de tecnologías y servicios nucleares, es decir dueños de programas propios, no así su centenar largo de clientes meramente usuarios. Dentro de ese disfuncional pueblo de Springfield que es la Junta, somos Lisa Simpson: la chica militante, inteligente e hiperinformada pero pacifista: no asustamos a nadie. Pero evitamos incendios.
De la élite vienesa del OIEA, Argentina es fundadora: en la reunión inaugural del organismo en 1957, se presentó con 15 descubrimientos originales en radioquímica. Desde entonces, en la sede de Viena, nuestro país viene siendo un mutante: un peso mosca con la piña tecnológica, diplomática y comercial de un welter. Y con pergaminos que lo acreditan: el mercado mundial de pequeños reactores de investigación, de fabricación de radioisótopos médicos, y multipropósito es nuestro -de la empresa estatal rionegrina INVAP- desde 2000.
Y así como en Viena no somos cualquiera, allí tampoco nos representa cualquiera. Veinteañero recién egresado del Instituto del Servicio Exterior a comienzos de los ’80, para poder entrar en la DIGAN (Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme) fundada en la Cancillería por el embajador Adolfo Saracho, Grossi tuvo que estudiar 2 años en INVAP, firma que ya ganó licitaciones en el exterior por U$ 1000 millones, y contando. La DIGAN se fundó para que el Programa Nuclear Argentino mantuviera su rumbo independiente, lo que es de suyo dificilísimo, pero también para que gracias a la exportación, sobreviviera a la pobreza con que lo combaten los gobiernos argentinos antinucleares (y hemos tenido unos cuantos). En nuestra mayormente insulsa y frívola diplomacia, los «Diganistas», hasta donde no se dispersaron, siguen siendo una minúscula y dura unidad de élite. Grossi es la punta de ese ariete.
Tenemos quiosco propio en Viena y desde hace mucho. A través de figuras claves como el extinto Dan Beninson o el hiperactivo Abel González, la Argentina presidió largamente una oficina clave del OIEA: el Departamento de Seguridad Radiológica. Escribió parte de su biblioteca técnica. En lo que atañe al aspecto vigilante del OIEA, nuestro país suministró algunos años hasta una quinta parte de los físicos e ingenieros nucleares de su inspectorado, el Departamento de Salvaguardias, que es el “perro guardián” de las sucesivas políticas antiproliferación del organismo, que están fallando por asimétricas, pero por ahora son lo que hay. Por su baquía en radioprotección, la Argentina incluso desbordó los límites dirigiendo otra agencia multilateral nuclear, el UNSCEAR (Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de la Radiación Ionizante).
Admito un motivo final por el cual como argentino lo quiero a Grossi como director general del OIEA. Tenemos uno de las centrales de potencia chicas, modulares e inherentemente seguras, o SMRs, que pueden ser el futuro de la electricidad nuclear. Es el famoso CAREM, la única central nucleoeléctrica de diseño compacto que no es un mero proyecto, sino que está en construcción, (aunque desde 2011, lo cual en una competencia contra otros 50 proyectos, algunos de ellos copiados del nuestro, es suicida y un escándalo). A Grossi lo quiero para que en 10 o 15 años la Argentina sea Gardel exportando centralitas de potencia CAREM, más o menos como Francia exporta trenes de alta velocidad, el Reino Unido turbinas aeronáuticas, Vietnam barcos y China puertos, represas y locomotoras.
El carozo del negocio nuclear no es vender kilovatios/hora: es vender tecnología. Y con el CAREM podemos romper ESA piñata: los compradores en serio de fierros nucleares probablemente sean «utilities», empresas de servicios obligadas por sus compradores y por nuevas normas internacionales a vender kilovatios/hora limpios de carbono. Si no lo son, si el mundo deja que a esa gente le cierre más seguir vendiendo electricidad sucia, amigos, en medio del recrudecimiento del caos climático, nuestro actual tango económico nos va a parecer una estupidez.
Daniel E. Arias