Llamado a licitación en Neuquén para la explotación del Cerro Hamaca
El Banco Central anuncia el nuevo billete de $2000
Satelites espías
Even «Jolly» Rogers, ex comandante de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, le preocupa una guerra espacial. «El conflicto existe en un continuo que comienza con la competencia y acaba desembocando en un conflicto a gran escala como el que se está viendo en Ucrania», afirma. Estados Unidos, añade, ya «compite activamente con Rusia y China por la libertad de acción y el dominio del espacio. Y está evolucionando muy rápidamente».
Así que el 26 de enero del año pasado, el ex mayor de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. constituyó True Anomaly, Inc para «resolver los problemas de guerra orbital más desafiantes para las Fuerzas Espaciales de EE.UU.», según tuiteó posteriormente.
«Jolly Roger» es el nombre de la bandera pirata popularizada por Hollywood, una calavera con dos tibias cruzadas. El exgeneral Jolly Rogers no es exactamente un pirata sino un corsario, es decir un pirata corporativo con patente de guerra de un gobierno, en este caso el de los EEUU, y un área de operaciones será la LEO, Low Earth Orbit, la órbita baja de la Tierra, entre los 200 y 1000 km. de altura. Allí ocurre casi toda la acción espacial humana, tanto la económica como la militar. La privatización de la guerra no es un fenómeno exclusivamente estadounidense sino una tendencia de la economía moderna, que terceriza todo: las milicias privadas como el grupo Wagner, que hoy sirve al Kremlin, o Titan Corp., Kroll y Blackwater, contratistas habituales de la OTAN. Tercerizar la guerra es más barato para el estado contratante que tener una milicia regular de intervención como la Legión Extranjera de Francia, o el ubicuo US Marine Corps. La logística la paga -generalmente por izquierda- el país contratante, y el contratista le permite no hacerse cargo de las jubilaciones de los combatientes, o de sus heridas y enfermedades contraídas en acción. Pero sobre todo, permite evadir parte del descrédito nacional que ocasionan los daños a infraestructura y las frecuentes masacres de civiles en las guerras por recursos naturales o por mercados. Son esas decenas de países muy pobres que el general Charles De Gaulle llamaba genéricamente el «Tercer Mundo», sin exclusión del «Segundo Mundo» que son los países de desarrollo mediano, como Ucrania y buena parte de los socios orientales recientes de la OTAN. Nosotros mismos pintamos en esa categoría. Jolly Rogers sólo llevará la privatización de la guerra a alturas del mundo donde todavía no había llegado, pero donde los daños materiales a infligir al enemigo son militarmente muy redituables. Lo está demostrando Elon Musk, cuya empresa Space-X desarrolló el Falcon X y el Falcon Heavy, los cohetes de acceso a LEO más baratos del mundo. Lo hizo durante década y media con contratos de su gobierno, y por una plata con la que la NASA o el club de contratistas caros llamado ULA (United Launch Alliance) no habría logrado gran cosa. Significativamente, sin los satélites de Starlink, que Musk ya desplegó por miles desde sus Falcon, las Fuerzas Armadas Ucranianas no tendrían capacidades de observación o de comunicaciones. Rusia les reventó a misilazos demasiadas antenas de Internet, y les llenó el frente de grandes defensas antidron. Sin Musk, Vlad Zelensky estaría en el horno. Visto el trabajo de Musk, Rusia y China deben tener sus propios Jolly Rogers estudiando el negocio de interferir o destruir los satélites de países de la OTAN. Proyectos de guerra orbital los hay desde los ’50, pero la tecnología para volver la LEO un campo de batalla tiene algo más de una década. Musk piensa llevar Starlink a por lo menos 30.000 satélites de poca vida útil y fácil reposición. Sus detractores en Occidente son muchos: una constelación semejante disminuye la oscuridad nocturna en todo el globo, desorienta a los animales migratorios, amenaza la actividad de unos 4000 astrónomos basados en Tierra. Pero fundamentalmente, en caso de inevitables impactos entre satélites, generará cantidades inmanejables de basura espacial metálica que viaja a entre 9 y 30 km/segundo. Esto es condenar a la industria espacial pacífica a costos brutales de aseguramiento, y ya significa un riesgo de vida para las estadías y viajes espaciales tripulados. La International Space Sation (ISS) recibe dos o tres impactos por día de basura submilimétrica desde hace década y media y contando, por ahora sin daños irremediables o muertos a bordo.Según un expediente presentado ante la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos, True Anomaly se está preparando para su primera misión orbital. En octubre, la empresa espera lanzar dos naves espaciales Jackal (Chacal) de «persecución orbital» a bordo de un cohete SpaceX a la órbita terrestre baja.
Los Jackals no llevarán armas, ojivas ni emisores láser, pero serán capaces de realizar operaciones de proximidad (RPO), es decir, maniobrar cerca de otros satélites y dirigir sobre ellos una batería de sensores. Esto podría revelar los sistemas de vigilancia y armamento de sus rivales, o ayudar a interceptar comunicaciones. Pero también interferirlas con emisiones electromagnéticas, asunto casi imposible de llevar a cabo desde gran distancia.
En su primera misión, denominada Demo-1, los Jackals se limitarán a espiarse uno al otro, utilizando propulsores, radares y cámaras multiespectrales para acercarse a unos cientos de metros. Si todo va bien en ese coreografiado tango orbital, Rogers prevé desplegar miles de naves espaciales autónomas al servicio del Pentágono, controladas por un equipo de operadores humanos y por Inteligencia Artificial «para perseguir a los adversarios allá donde vuelen y proporcionar las herramientas para su liquidación», palabras de Rogers.
Esas herramientas empiezan por entender qué tecnologías están desplegando los adversarios de Estados Unidos en el espacio. «Pero va a ser necesaria una defensa activa», afirma Rogers, actual CEO de True Anomaly. «Si te tomás en serio el trabajo de defensa y protección del dominio, tenés que tener la capacidad de realizar las funciones conjuntas de maniobra y fuegos». Aunque «fuegos» parece referirse a armas de energía cinética, como cañones y misiles, en el contexto espacial la expresión por ahora describe acciones de interferencia, guerra electrónica y ciberataques.
Nada en el sitio web de True Anomaly sugiere que esté desarrollando sus propias armas ofensivas. ¿Acaso de esas cosas no se encarga DARPA, la agencia estadounidense de desarrollo de sistemas avanzados de inteligencia y guerra? Rogers aspira a ser un contratista del Pentágono como ya lo es Musk, o como lo es el Colorado Grobocopatel en el campo argentino: el tipo no inventó ni fabrica los fertilizantes, los pesticidas ni los laboreos, pero los compra y vende a precio mayorista. Y hecho el trabajo, se va y vos, el contratante, no tenés que despedir o enterrar a nadie.
Sin embargo, en una serie de mensajes del verano pasado, Rogers tuiteó: «Inutilizar tácticamente naves espaciales enemigas puede ser la diferencia entre la destrucción de todo un Grupo de Portaaviones o su supervivencia… Y hay muchas formas de destruir naves espaciales que no arruinan el medio ambiente. Al fin y al cabo, (los satélites) no son más que computadoras en órbita». Vamos, los ecologistas…
La OPR en sí no es nada nuevo. En un informe del pasado septiembre, la Secure World Foundation, una fundación privada que promueve soluciones cooperativas en el espacio, detallaba docenas de operaciones militares de OPR en órbitas geoestacionarias (GEO) y bajas desde la Guerra Fría. En la mayoría de ellas, naves espaciales estadounidenses, rusas o chinas se acercan a los satélites de la otra parte, presumiblemente para ver qué aspecto tienen o para pispear sus comunicaciones.
Hacer esto con un satélite geoestacionario enemigo no es fácil: orbitan sobre puntos fijos del ecuador terrestre a alturas de 35.786 km., promedio. Hay que subir mucho, y hacer maniobras de posicionamiento y «amarre» muy perfectas. La Argentina, tras navegar desde órbita de transferencia hasta GEO a sus satélites ARSAT 1 y 2, sabe lo difícil de este asunto. Ahora, lo de navegar a menos de los 70 km. fijados como límite de seguridad de otro satélite GEO sin llevárselo puesto, eso es mucho peor.
Los GEO suelen dedicarse a telecomunicaciones y en menor medida, dada su gran altura de vuelo, a observación militar o meteorológica a escala hemisférica. Para espiar, interferir o destruir un GEO hay que poder operar a esa altura. A pesar de que viaja a la velocidad de la luz, cada instrucción suministrada tarda más de un segundo o segundo y medio en subir hasta el satélite atacante, y cada «feedback» visual, otro tanto en recibirse en Tierra. Imaginate pilotar un avión con esas demoras visuales y de comandos, y eso en el espacio aéreo abarrotado de un aeropuerto gigante, y no estrellarte contra tus otros colegas en vuelo. Lo dicho: este baile no es para cualquiera.
También están surgiendo usos pacíficos de la OPR, como satélites LEO que pueden reparar o traccionar, como grúas, a satélites averiados para sacarlos de órbita, o limpiar la basura espacial peligrosa, que es toda, de cualquier tamaño y en cualquier altura orbital.
La Fundación Mundo Seguro ayuda a dirigir una organización llamada Confers que está estableciendo normas técnicas voluntarias para la OPR comercial. True Anomaly es uno de los 60 miembros de Confers. «Si algún día queremos hacer cosas como limpiar la basura espacial, tenemos que desarrollar estas tecnologías», afirma Brian Weeden, director de planificación de la fundación.
Es genial: una empresa destinada a generar basura espacial como ni siquiera la puede lograr Elon Musk poniendo sus autitos en órbita, o abarrotando la misma con decenas de miles de sus satélites Starlink, como autitos chocadores, ganará plata también por limpiarla. Esa Fundación es una sucesora perfecta de La Hermandad de la Costa, el reducto pirata en la Isla Tortuga. ¿Quién compra el ron?
Sin embargo, True Anomaly es la primera startup de OPR centrada explícitamente en el mercado militar, afirma el hombre con sobrenombre de bandera pirata. El último trabajo de Rogers para el gobierno fue dirigir equipos dentro del Mando Espacial de EE.UU. que planificaban cómo y cuándo desplegar sistemas espaciales militares defensivos y ofensivos.
Él y sus cofundadores, Dan Brunski, Tom Nichols y Kyle Zakrzewski, también ex oficiales de las Fuerzas Aéreas y Espaciales, «conocían el problema mejor que nadie, lidiaban con las limitaciones de la tecnología en el día a día y se sentían frustrados por esas limitaciones», afirma Rogers. En lugar de esperar a que un gran contratista industrial de defensa se pusiera manos a la obra, decidieron resolver el problema ellos mismos. El despliegue de armas espaciales por parte de los rivales de Estados Unidos, dice, «está mucho más cerca de lo que la mayoría de la gente piensa».
No sé la mayoría de la gente, pero AgendAR piensa que este negocio empezó hace un par de décadas, al menos. Sólo que no se sabe. En ello se parece a las operaciones militares de fondos marinos: espiar, interferir o arrancar cables de fibra óptica suboceánicos, civiles y militares, e incluso reventar activos de infraestructura como los dos enormes gasoductos Nordstream, que llevaban gas ruso a Alemania por el fondo del Mar Báltico. Sólo que las operaciones de combate de fondo no parecen estar privatizadas… aún. Es más caro darle un submarino de titanio capaz de bajar a kilómetros de profundidad a un privado, que dejar que lo opere la misma Armada que lo mandó a construir, y que lo conoce mejor.Según los registros de la US Security Exchange Commission, True Anomaly ya ha recaudado más de 23 millones de dólares de inversores. Esto incluye una inversión en diciembre de Narya, una empresa de capital riesgo cofundada por el senador estadounidense JD Vance, un republicano de Ohio de tendencia MAGA (Make America Great Again, el lema de Donald Trump). Rogers dice que True Anomaly no tiene afiliación política. Y es cierto. Trump tampoco: privatizó un partido preexistente, que es otra cosa.
La empresa acaba de alquilar una fábrica de 35.000 metros cuadrados en los suburbios de Denver (Colorado). Además de fabricar los satélites Jackal, los ingenieros de True Anomaly están diseñando un sistema de control basado en la nube para integrar agentes autónomos y operadores humanos, utilizando motores de juegos comerciales como Unity.
De ese modo, van a crear aplicaciones interactivas en tiempo real y desarrollando software de física de alta fidelidad para ayudar a los Jackals a maniobrar en el espacio. Dicho con respeto, yo no le pondría un mango a un empresario que confunde la órbita baja real con un videogame. Salvo que cambie de rubro y venda videogames.
True Anomaly ya ha solicitado una marca que cubre, entre otras cosas, hardware y software para «sistemas orbitales de imágenes espacio-espacio, proximidad de encuentros y adquisición de objetivos». Bien de su país, don Rogers: primero lo patenta, y luego si puede lo desarrolla.
«La diferencia de True Anomaly es que parece presentar su satélite más como un sistema de persecución que como un sistema de obtención de imágenes o de inteligencia», afirma Kaitlyn Johnson, subdirectora del Proyecto de Seguridad Aeroespacial del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. «Esto me preocupa porque podría causar una escalada involuntaria. Especialmente con los antecedentes del fundador en las Fuerzas Aéreas, nuestros adversarios podrían interpretarlo como una empresa dirigida por militares que empezaba a buscar esta capacidad.»
Astutísima, la Kaitlyn. A esta chica no se le puede mentir.El primer reto de la empresa podría ser mantener intactos sus propias computadoras en órbita, como llama Rogers a los satélites, con cierto reduccionismo nerd. «La OPR cooperativa ya es difícil», afirma Johnson. «Podés verlo en las simulaciones de Astroscale y Northrop con sus satélites de servicio, que llevaban años en desarrollar una maniobra sencilla entre satélites».
Una misión OPR cooperativa de la NASA en 2005 llamada DART fracasó cuando la nave espacial funcionó mal, se estrelló contra su satélite objetivo y fue destruida. En realidad, parece haberse tratado de un ejercicio de intercepción por impacto disfrazado de error de navegación. Todavía hay basura en órbita de ese choque, y no quieras ver la mala prensa que se ligó la NASA en todo el planeta. Dicho sea de paso, es curioso que una nave de intenciones inocentes se haya llamado DART (en castellano, dardo o flecha).
Las misiones de persecución de satélites adversarios pueden ser mucho más arriesgadas aún, afirma Johnson: «No tienes los mismos datos procedentes del otro satélite. Tal vez no dispongas de los diagramas y diagnósticos de cómo es el satélite para saber con qué te vas a encontrar».
Cualquier colisión en órbita puede generar muchos miles de trozos de basura espacial, cada uno de los cuales podría dañar otros satélites, creando aún más desechos. A los investigadores les preocupa que la escalada de basura orbital acabe desencadenando una cascada catastrófica conocida como el Síndrome de Kessler. Es algo que ya existe desde hace más de una década, y va empeorando: el futuro llegó hace rato, como dicen los Redondos. Pero Jolly Rogers, con toda candidez, afirma que la prevención de colisiones es una posibilidad. «Estamos comprometidos a actuar de forma responsable y sostenible en el ámbito espacial».
Sí, ponele.
Rogers no es ajeno al riesgo. Antes de crear True Anomaly, fundó y dirigió un fondo de cobertura de criptomonedas llamado Phobos Capital («phobos» en griego significa miedo). Ahora sí que me siento seguro. Y antes de eso, constituyó una empresa llamada 3720 to 1, Inc, una referencia a las probabilidades de que Han Solo navegara con éxito por un campo de asteroides en El Imperio Contraataca. Ése era el cálculo probabilístico de aquel robot dorado de aquella película, C-3PO, antropomórfico y de fines ceremoniales, y hablaba siempre excusándose y con un acento «very British». Y pensar que yo antes le tenía miedo a Musk…
Tras el lanzamiento del cohete de SpaceX en octubre, quedará mucho más claro si la empresa de satélites de Rogers tiene más probabilidades de éxito o si se trata sólo de otra obra de ciencia ficción.
Como país espacial que es la Argentina, con satélites carísimos en vuelo como los SAOCOM-1A y 1B de la CONAE en órbita polar baja, concordamos en que Jolly Roger no es ajeno al riesgo. Ese cretino debería estar preso y es más bien un riesgo para ajenos. Artículo original de Wired, mechado con algunas intervenciones corrosivas de Daniel E. AriasNueva entrevista a Tulio Calderón, Gerente de Proyectos Nucleares en INVAP
El gerente de la división nuclear de INVAP dialogó sobre los proyectos nucleares y el mercado de radioisótopos médicos. La compañía rionegrina esta finalizando la construcción del reactor RA-10 en Ezeiza. El estatus de los proyectos de INVAP en Países Bajos y otros mercados. La visión de la compañía sobre los reactores modulares pequeños. El portal especializado Econojournal menciona un posible acuerdo con este tema con Westinghouse.
Satélites geoestacionarios, radares militares y servicios de alta especialización tecnológica. Estos son solo algunos de los negocios en los que destaca INVAP, la principal empresa de proyectos de alta tecnología del país. Pero el corazón de la compañía estatal rionegrina continúa siendo el diseño y la construcción de reactores nucleares de investigación: es el origen de las capacidades tecnológicas que le permitieron dar el salto a nuevos negocios, como el satelital. INVAP lleva cuatro décadas exportando este tipo de unidades al mundo y esta atravesando uno de sus momentos de mayor actividad, con proyectos nucleares en Argentina, Países Bajos y otros mercados. Entre los líderes de este desafío se encuentra Tulio Calderón, gerente de la división nuclear de INVAP. EconoJournal dialogó con el directivo sobre el estatus de los distintos proyectos nucleares de la compañía, el mercado de radioisótopos médicos y sus oportunidades, y la visión de la empresa sobre tendencias en el mercado nuclear. -INVAP lleva décadas trabajando en el diseño y construcción de reactores de investigación en Argentina y el mundo. ¿Qué funciones cumplen este tipo de reactores? Nuestros reactores son reactores multipropósito de potencia media para hacer investigación, producir radioisotopos para medicina, realizar ensayos de materiales, entrenar personal y realizar algunas aplicaciones médicas directas. Ejemplo de eso, el RA-10 en Argentina tendrá las capacidades para poder hacer muchos experimentos y estudios con neutrones sobre materiales. Algunos para aplicaciones industriales directas y otros para investigación. A la vez, en la periferia del núcleo reactor hay posiciones para irradiar ciertos materiales que al trasmutarse por la interacción con el flujo neutrónico generan radioisótopos para aplicaciones diversas, típicamente médicas, para diagnóstico o tratamiento, además de industriales.


La saga de la Argentina nuclear – XIX
A. B. F.
El átomo en tiempo de Illia… y de Onganía Aquel año 1965, en estas pampas entonces trigueras y vacunas, el PBI crecía bonitamente y en consecuencia el presidente radical Arturo Illia había decidido que se erigiera una planta nuclear de alrededor de 550 MW. Para no despilfarrar dinero y potencia en largas líneas de alta tensión, la planta estaría en el centro mismo del área de mayor aumento de consumo proyectado. Eso daba Lima “o por ahí”, a 160 km. de Buenos Aires sobre la ruta 9 a Rosario. Se compraron campos de los Atucha linderos con la barranca del Paraná de las Palmas. Y el nombre de esa familia de grandes propietarios rurales terminó definiendo el de dos centrales atómicas, y tal vez de alguna más, en el futuro. Aquella potencia eléctrica, 550 MW, entonces daba para cubrir completamente la demanda de la Capital Federal, el área del Litoral hasta Rosario y buena parte del conurbano norte porteño. Ante la inminente compra, los bandos de Jorge Sábato, con sus 12 apóstoles, y los seguidores de Jorge Cosentino ya se habían escindido y rompían lanzas. Era una agarrada de «combustibleros» versus reactoristas, un duelo por dirigir el Programa Nuclear más enconado que el de Capuletos y Montescos por ser amos de Verona. El grito de guerra de los combustibleros Sabatianos era: “¡La central la hacemos nosotros!”, y el de los segundos: “¡Transferencia de tecnología!”. Sobre esto, más información en siguientes capítulos. No pretendo siquiera tratar de ser objetivo, lector. Soy sabatiano. Lo cierto es que, divididos los ángeles en el cielo nuclear, peleaban como demonios por decidir de qué modo se construiría esa central. Pero primero tuvieron que cerrar filas espalda contra espalda, porque tenían enemigos locales. La batalla empezó por una victoria pírrica de la Secretaría de Energía (y en buena medida también la plana mayor de la empresa eléctrica metropolitana SEGBA). Hablo de gente de pensamiento petrolero: querían centrales térmicas que pudieran entender y manejar, no nucleares fuera de su dominio intelectual y administrativo. El bando térmico-petrolero tenía manija, y logró bajar en casi 200 megavatios el “share” de potencia instalada destinado a la comparativamente pequeña CNEA. Pero ésta dio más lucha de pasillos de la esperable, y el club del fuel-oil salió ganando por puntos y se fue gruñendo con un ojo a la funerala. No se lo esperaban. Zanjada la discusión con los Oil & Gas boy por Illia, a la muchachada atómica le quedaban 350 MW. Hoy parece poco, pero en 1965 era mucho, si pensamos en el contexto de una red eléctrica nacional de apenas 4000 MW como la de aquel entonces (hoy, en 2023, es casi 10 veces mayor). Atucha I sería durante décadas la máquina puntual más potente de todo aquel sistema. Illia, y como él todos los partidos, cenáculos, corporaciones y concentraciones de poder civil y militar en la Argentina, habían defendido el derecho de la CNEA a dar electricidad. Entendían casi como artículo de fe que tener megavatios nucleares iba a darle a la Argentina progreso tecnológico y prestigio regional. En la región, la movida argentina aceleró la toma de decisiones en Brasil y México, donde había una base de recursos humanos e industriales comparable. Pero como se verá después, cada país siguió opciones diferentes, en contextos políticos muy distintos y a veces con resultados muy extraños. Respecto de la entrada de los nucleares argentinos al campo eléctrico, las venganzas posteriores de la Secretaría de Energía serían taimadas y casi letales, pero ésa es otra historia. Significativamente, los intentos más serios para detener el Programa Nuclear empezaron en 1983, y 11 años después, en 1994, lograron derribar a la CNEA de su dependencia directa del Poder Ejecutivo Nacional y subsumirla en secretarías o niveles aún inferiores de diversos ministerios, entre ellos Educación, el difunto ministerio de Planeamiento. Durante el gobierno macrista, rodó aún más abajo y fue una subsecretaría del nuevo Ministerio de Energía, dirigido por el ing. Juan C. Aranguren. En suma, que a la CNEA la dirigió la Shell. Mirando pa’ atrás, uno ve que tipos tan distintos como Perón, Illia, Lanusse, el innombrable Videla e incluso Alfonsín, en un punto, consideraron el átomo como lo que es: un asunto estratégico, y mal que bien, todos usaron esa palanca diplomática que daba. Pero desde Menem en más la dirigencia subsiguiente lo vio como una pesada herencia, un cinturón de castidad que impide las relaciones carnales plenas con los EEUU. Los menos idiotas a veces lo redescubren como un generador portátil para paliar apagones, como cuando Menem te desinfla el gigantesco yacimiento de Loma de la Lata con 60 años de gas, sólo que malvendiéndolo y exportándolo a precio vil. O cuando, como acaba de suceder, tres años sucesivos de sequías dejan caminables los fondos del Paraná y del Uruguay, y sin agua las turbinas hidroeléctricas de Yacyretá y de Salto Grande. Pero nadie se enamora de su generador portátil. En estos mares de Dios la clase política sigue creyendo que la nave es el gas natural, y el átomo a lo sumo un salvavidas. Es al revés, pero no entiende de climatología, como casi tampoco ninguna otra ciencia dura. Nadie cree que el negocio nuclear exceda el de electricidad barata (U$ 48 el megavatio hora) y disponible 24×7. Raras veces se entiende que el «core business» del átomo para la Argentina es la tecnología, que por ser tan dual, es estratégica siempre. Obviamente, desde tan abajo del tótem federal como una Secretaría, es imposible cambiar el destino productivo de este país. Y es que la tecnología nuclear está llena de ramificaciones y opciones “perplejas”, habría dicho quizás Borges, y no tienen respuesta sin un considerable poder político. ¿Se hace tal o cual central? ¿De qué módulo? ¿En qué provincia? ¿Con qué combustible? ¿Se exporta ésta u otra planta a tal o cual país? ¿Se manda a pasear a quienes objetan esa exportación? Son todos asuntos de estado o entre estados-nación, no de compañías y de CEOs. Con su caída en el tótem estatal a un rango de autoridad inferior al de un municipio y manijeado, de yapa, por lacayos de una petrolera multinacional, el viejo “Planeta CNEA” pasó de ser Júpiter a volverse un asteroide invisible e inviable. En un mundo muy distinto, el 25 de junio de 1966, después de que el general Juan Carlos Onganía derribara al presidente Illia, aclaró en los meses sucesivos, mediante sus broncos carraspeos de prensa, que pensaba quedarse indefinidamente de primer mandatario. Un poco como su modelo, el Caudillo de España por voluntad de Dios, generalísimo Francisco Franco. Las presidencias de Sudamérica se habían ido llenando de cuarteleros bigotudos de similar calaña, fogoneados por el miedo del Departamento de Estado de que los sudacas nos hiciéramos todos comunistas y ateos. Y barbudos. Y cubanos. El onganiato recibió ofertas en carretilla para la central de Lima, pese a que la alarmada CNEA, dispuesta a no perder el control de su área, había perpetrado un pliego de licitación draconiano. Nada de financiación del Banco Mundial, del FMI ni de niño muerto: el que ofertara, tenía que poner su propia tarasca “upfront” y, construida la planta, ir cobrando a un interés bastante bajo el dinero que saldría de la venta de electricidad. Puesto que una central nuclear tiene una inversión inicial enorme, y luego costos operativos relativamente bajos de combustible y mantenimiento, los repagos serían firmes pero lentos: la propuesta de la CNEA estaba casi dibujada para espantar oferentes. No se espantaron. Otra cosa interesante de los pliegos: debía haber una intensa participación de la industria argentina, para lo cual el SATI, Servicio de Asistencia Técnica a la Industria de la CNEA (una idea de Jorge Sabato), haría un relevamiento de quién calificaba, quién no, y con qué componente se anotaba cada quisque. Si alguien imponía compra llave en mano, esta cláusula le saboteaba (o quizás le sabateaba) el juego. Para sorpresa general, aún con tan tóxica fumigación de restricciones, dentro del área económica que los EEUU llamaban «el mundo libre» no se bajó casi nadie. Hubo 17 oferentes, a cuál más ansioso. Y por buenas razones: teníamos el desarrollo nuclear independiente más poderoso del mundo, detrás del de la India. ¿Quién se perdería la posibilidad de subirse a semejante tren… aunque más no fuera para abrirse paso hasta la locomotora e imponer sus propios maquinistas? Primero fue el descarte de opciones tecnológicas de las centrales inglesas y francesas de aquel entonces, de uranio natural moderado con grafito y refrigeradas a helio, como la escocesa de Calder Hall, o la francesa Chinon III. En ello hubo consideraciones técnicas y políticas. Las técnicas son simples: el grafito le baja la velocidad a los neutrones, lo que paradójicamente los vuelve más capaces de lograr fisiones de uranio 235. En ese uso antiintuitivo del lenguaje común que es propio de los físicos nucleares, ese proceso que aumenta la paupérrima reactividad del uranio natural se llama «moderación». El grafito es un moderador excelente, pero a temperatura de reactor, si llega a ponerse en contacto con oxígeno, arde. Y no quieras ver cómo. El primer accidente nuclear serio de la historia europea fue el de Windscale, sobre la costa escocesa, en 1957, sin víctimas. Cuando el Dr. Carlos Aráoz le preguntó a uno de los jefes de planta cómo se extingue un incendio de grafito, la respuesta fue: «No se apaga. Arde hasta que se consume todo el grafito». De modo que como moderador aquí en Argentina se optó por agua liviana o por agua pesada, barata una, muy cara la otra, pero ambas resueltamente incombustibles. Las consideraciones políticas son más serias: las máquinas de tipo Calder Hall o Chinon son un híbrido: fabricaban electricidad para la red, pero también plutonio para programas de bombas implosivas de plutonio, con el que el Reino Unido y Francia querían ponerse rápidamente a la altura de los EEUU y de la URSS en capacidades bélicas. El plutonio «grado militar» es su isótopo 239, pero los demás isótopos más pesados (240, 241, 242, etc) son desastrosos para fabricar armas. O emiten radiación gamma que vuelve al material casi imposible de manejar en términos metalúrgicos, o son tan hiper-reactivos que dispersan prematuramente en forma de nube de plasma la masa sólida y supercrítica destinada a explotar. Lo que logran estas mezclas isotópicas de plutonio no es un «bang» sino un «fizzle», un reacción de pésimo rendimiento termomecánico. El óxido de plutonio 239 casi puro en 1965 todavía se podía conseguir por licitación pública internacional desde EEUU, Francia e Inglaterra e incluso la URSS, aunque en cantidades subcríticas (un kg. con toda la furia), bajo vigilancia tipo «dos de oros» del OIEA y a un precio de U$ 10 el gramo. En 2022, eso equivaldría a U$ 95,37. Y no se lo vendés a nadie, ni de a gramos, está recontra prohibido. Con criterios de hoy un reactor plutonígeno de la industria militar debe evitar la formación de isótopos hiper-pesados. Eso cuesta retirar el combustible del reactor en forma prematura, es decir sacrificar meses o años de quemado. Es el modo de lograr el máximo posible de isótopo 239. Pero además, luego hay que depurarlo todo lo que se pueda de la contaminación con isótopos 240 y más pesados. Es complicado. Y carísimo. Calder Hall y Chinon fueron un punto de divorcio tecnológico: separaron a las centrales de potencia, que producen electricidad para la red, de las «production facilities», es decir de los reactores plutonígenos militares. En su ansia de juntar la Biblia con el calefón, estas primitivas plantas inglesas y francesas mixtas eran malas para una y otra cosa. Una verdadera central de potencia manda el quemado: se trata de sacar todo el rendimiento eléctrico posible de la fisión del uranio. Además, tiene más del 50% de su costo invertido en seguridad operativa, y está controlada por civiles. En una «production facility», como me dijo en 1986 el ing. Abel González, reactorista argentino y hoy la mayor referencia mundial en radioprotección, mandan gorras sobre pergaminos, la seguridad es «no preguntes» y (sic) «el personal se irradia hasta las pelotas». Descartar la confusa tecnología de Calder Hall o de Chinon fue un modo de decirle a la región que la Argentina no iba a por armas nucleares. Brasil y Chile, encantados. El asunto después fue elegir qué tipo de combustible, y por ende qué tipo de moderador. Con la nuclearización de la electricidad rampante en EEUU, Europa y la URSS, las cosas aquí en Argentina no salieron exactamente como Washington tenía “in mente”, y justamente por cuestiones de combustible. A diferencia de México y Brasil, aquí elegimos el uranio natural en buena medida para desmalezar el terreno de propuestas yanquis, todas a enriquecido. Y abjuramos de las compras “llave en mano” para apropiarnos –hasta donde pudimos, y pudimos bastante- de la tecnología alemana y canadiense. Esos tenían fierros «pinturita», y las ofertas más generosas en transferencia de tecnología. En el mundo de los ’60 los países nucleares occidentales no estaban ni remotamente tan disciplinados a la política del State Department como los de hoy. Y en ese mundo multipolar, la Argentina tenía un perfil nuclear muy autónomo. No pretendíamos ser heráldicos y rugientes leones, tigres, pumas, jaguares o águilas, pero tampoco burros de la noria de nadie. Más bien, éramos como las cebras: si las dejás en paz, hacen la suya. Pero si te gustan tus dientes no trates de domarlas. En términos de combustibles, nuestra «cebritud» o «cebridad» significó uranio natural, con esa escasa proporción de 0,71% de isótopo 235 con que sale de la mina. Aún purificado a estado de óxido, sin residuos geológicos, y luego cocinado bajo presión para transformarse en las pastillitas negras de cerámica que rellenan los manojos combustibles, su tenor de 235 no varía desde la geología hasta la central. Mas he aquí que el uranio natural es un combustible flojo en neutrones libres, no hay modo de iniciar con él una reacción en cadena si no lo moderás para que te sobren neutrones «termalizados», de baja energía. Y para ello se necesita grafito (material que aquí no tenía fanáticos) o agua pesada. Ésta es cara y era importada, pero podés aprender a fabricarla por un lento y engorroso enriquecimiento del agua natural, y se hizo. ¿Por qué el uranio enriquecido aquí no tenía «groupies»? Porque no teníamos la tecnología de fabricación, y es aún más peliaguda que la del agua pesada. Pocos oferentes internacionales de uranio enriquecido «grado central» (alrededor del 3% en aquel entonces), y eran EEUU, la UE y la URSS. Con que como país tomaras alguna decisión de política externa que no le gustara a ese trío, como ser competir comercialmente con ellos, te cortaban el abastecimiento. Y entonces la Reina del Plata se quedaba en apagón eléctrico. No son teorías, como se verá. El uranio natural como opción nucleoeléctrica estuvo bien. Cuando la CNEA tuvo el atrevimiento de venderle dos reactores de investigación a falta de uno al IPEN, Instituto Peruano de Energía Nuclear, en 1981 EEUU le inició un boicot de uranio enriquecido al 90%. Para ello rompió contratos celebrados en los ’50, prácticamente a perpetuidad. Eso puso en apagón todos los reactores de investigación y de fabricación de radioisótopos médicos de la región, incluidos nuestro RA-3 de Ezeiza y el RP-10 de Perú. Estaban diseñados para funcionar con uranio al 90%. Ups. Afortunadamente, en 1981 la URSS necesitaba de trigo argentino casi con desesperación, nosotros podíamos rediseñar esas plantas para funcionar con enriquecido al 19,7%, el llamado HALEU (High Assay Low Enrichment Uranium), y los soviéticos podían suministrarlo bajo salvaguardias según las leyes internacionales. Mientras duró ese mal trago, más de un enfermo cardíaco u oncológico estuvo en trance de quedarse sin los diagnósticos y tratamientos más avanzados del momento. Pero todo ese tiempo Atucha I funcionó aceptablemente, como venía haciéndolo desde 1974. Con uranio natural argentino, por si no se entendió. Hicimos macanas pero también tomamos algunas buenas decisiones. Y nos fue como nos fue: bastante peor de lo que esperábamos en los muy optimistas años ’60, pero no tan mal. Medio siglo más tarde tenemos muy poca electricidad nuclear, aunque es la más barata y confiable del Sistema Argentino de Interconexión, una cantidad desmedida de recursos humanos en relación a la potencia nucleoeléctrica instalada, el mayor desarrollo de medicina nuclear de las Américas, con 14 centros activos en 13 provincias, y desde 2000 y por ahora, dominamos el mercado mundial de pequeños reactores. No estamos bien, pero ¿mal? Nada mal, habida cuenta de tanto cipayo y/o zapallo, de tanto endeudador serial y de tanto «pasaron cosas». En el mundo nuclear, hemos pasado de bicho raro a rarísimo, con un cerebro muy capaz pero poca musculatura. Anomalía para cuya remediación esa nube tóxica de economistas al uso que se prostituye en los medios recomienda no la gimnasia, sino la lobotomía. Lo dicho, es una posición vulnerable: mucho prestigio pero poco poder económico y político. En materia de uranio enriquecido, estamos construyendo la planta piloto del CAREM, nuestra primera central de potencia “Nac & Pop”, con 32 MW instalados, en el predio de las Atuchas I y II. Si el CAREM sale bueno, acaso en un modelo industrial más potente, alguna vez lo exportaremos. Quizás fabricado en serie y por decenas, quién te dice. Y tal vez eso cambie de un modo interesante todo el futuro industrial argentino, vuelva «de mayor densidad nacional» nuestro perfil exportador, como decía el economista Aldo Ferrer, uno de los pocos de su profesión que siempre recordamos con cariño. Y entonces las asociaciones de la industria las dirijan empresas de tecnología, en lugar de fabricantes de galletitas. Ponele. País con un destino nuclear rebelde y rigoreado, el nuestro, pero si comparamos con la región, menos dependiente, más interesante y con un futuro enigmático y más promesas. Lo dicho: el negocio nuclear es vender tecnología, no megavatios hora. Dicho eso, qué bien que le vendría a la Argentina ese 17% de electricidad nuclear que llegó a tener cuando se puso crítica Atucha I, en lugar del 5 o 6% actual. Eso, mientras rezamos que no aflojen las incipientes lluvias en el Alto Paraná, el Uruguay y el Limay. Y que no nos maten los emires con el precio del gas licuado importado. Lindo país supimos hacer, sujeto al clima y a lejanos reyes.Daniel E. Arias
La CONAE ofrece gratuitamente informacion satelital sobre lluvias
La Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) publicó en su Portal de Información Geoespacial (Geoportal) una serie de nuevos productos sobre precipitaciones basados en información satelital. Con acceso libre y gratuito, constituyen un insumo de interés para la comunidad de ciencia y tecnología así como para usuarios finales. Los productos, desarrollados por la Gerencia de Vinculación Tecnológica de la CONAE, incluyen datos acumulados de precipitación en periodos diarios y mensuales, anomalías mensuales y series históricas.La CONAE publicó en su Geoportal nuevos productos sobre precipitaciones basados en información satelital, con acceso libre y gratuito.
— CONAE (@CONAE_Oficial) January 30, 2023
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El crecimiento del comercio electrónico en la Argentina
Ventajas competitivas de Argentina
Consultado por los factores que alimentan estas proyecciones, Radavero señala que «Argentina es tierra fértil” y enumera las siguientes razones para estas expectativas:- La buena penetración de internet y de smartphones.
- El buen nivel de bancarización y el acceso a tarjetas.
- El desarrollo logístico.
Nuevos sectores en ecommerce
Radavero resalta en particular el efecto que tuvo la pandemia en sectores que tradicionalmente no se volcaban al comercio electrónico y decidieron abrir ese canal durante las restricciones sanitarias. “Esto expuso el comercio electrónico a gente que tardaba más tiempo en meterse y a marcas que eran más reacias y en la pandemia encontraron que era un canal alternativo viable y rentable”, señaló. Entre los sectores que destaca que se acercaron al canal online están las pescaderías, los corralones, ferreterías, además de artículos para el hogar e indumentaria. En gran parte un factor que alimenta su permanencia en el canal digital es el alcance: “Descubrieron que pueden ampliar sus audiencias. Lo que pensaban que era un local a la calle, puede ahora traspasar esas fronteras. Por ejemplo algunas tiendas en la calle Avellaneda (en el barrio porteño de Flores), marcas que históricamente eran de gente que tenía local e iba a comprar. Hoy esas tiendas crearon marcas en Tiendanube y venden a todo el país. Eso también generó un cambio en el negocio presencial. Además ganan el margen con el acceso a la venta minorista”.Consejos para emprendedores
No todos empiezan un emprendimiento con los recursos suficientes para lanzar campañas elaboradas o hacer acuerdos con influencers. Pero para Radavero esto no es necesariamente un impedimento y recomienda tres acciones que pueden tomarse.- Humanizar la marca: construir una marca cercana con la audiencia puede ser un gran recurso para empresas chicas y emprendedores.
- Segmentar: dedicarle tiempo a definir la audiencia, para quién es el producto.
- Publicidad en redes sociales: una vez realizada la segmentación de la audiencia, invertir en redes sociales cobra sentido. “Invertir entre el 10 o 15% de la facturación, que es lo habitual, si no hiciste los primeros dos pasos, estás tirando plata. Las redes permiten ser bien específico para segmentar audiencia y una inversión pequeña genera retornos en poco tiempo».
Tendencias
Otro de los cambios que detectaron en el último tiempo es una mayor demanda de empresas b, es decir, las compañías que buscan medir su impacto social y ambiental y asumen compromisos en ese sentido. “Vemos más productos relacionados con el cuidado personal, alimentación saludable. Y la contracara es de donde vienen todos estos productos: alimentos que sean o no orgánicos, productos biodegradables. Los consumidores se están fijando en eso, cada vez más las empresas b le muestran a sus audiencias con menos impacto, un sourcing responsable de materias primas, y el consumidor lo valora, tiende a una compra más responsable”. “Hay varias marcas que tenemos que trabajan la inclusión desde el producto, talles grandes, diseños sin género asociado, rompiendo los moldes de ropa femenina o masculina. Ahí si vemos más emprendedoras trabajando en eso. Además estas marcas le permiten a gente que se quedaba fuera del mercado tradicional encontrar propuestas responsables”, agrega.Desafíos 2023
Desde Tiendanube destacan que proyectan el 20% de crecimiento anual y aseguran que “es una buena estimativa”. “Estamos enfocados en seguir llegando a nuevos emprendedores y nuevas marcas”. Agregan una nueva unidad que están desarrollando: “Queremos llegar a las pymes, orientarnos también a empresas de más complejidad o medianas que venden online pero quieren un salto cuantitativo”. Por último, otro de los objetivos para el próximo año es enfocarse en el desarrollo de una solución de pagos virtualesWintershall Dea: «la Argentina puede abastecer con gas a Europa»
Mario Mehren, el CEO de Wintershall Dea, afirmó en su visita al país que la Argentina puede desempeñar un papel importante en el abastecimiento energético de Europa. Es la compañía independiente de gas y petróleo más grande de ese continente y una de las productoras de gas más importantes de la Argentina. El Proyecto Fénix, el actual desarrollo offshore insignia de Wintershall Dea en Tierra del Fuego, proporcionará importantes volúmenes de gas por más de 15 años.
El CEO de la compañía Wintershall Dea, Mario Mehren, formó parte de la delegación de empresarios alemanes que acompañó al Canciller de ese país, Olaf Scholz, en su viaje a la Argentina este fin de semana. En su visita al país, Mehren afirmó que la Argentina tiene el potencial para desempeñar un papel importante en el mercado energético sudamericano y, al mismo tiempo, contribuir al abastecimiento de Alemania y Europa. Wintershall Dea es la compañía independiente más importante en producción de gas natural y petróleo de Europa y hace pocos días acaba de anunciar su salida definitiva de sus operaciones en Rusia. Está en el país desde hace 45 años y hoy es uno de los productores de gas más importantes de la Argentina con proyectos en Tierra del Fuego y Neuquén. “Actualmente, la Argentina se encuentra en proceso de ejecución de proyectos de infraestructura a gran escala, como la ampliación de la red nacional de gasoductos, para aprovechar su potencial. El objetivo principal es conseguir la independencia de las importaciones de energía como primer paso y, luego, establecer al país como proveedor de energía en el mercado mundial, más allá de las exportaciones regionales existentes”, afirmó Mehren. “Si se logra esto, la Argentina también tendría potencial para suministrar energía a Europa a largo plazo. Nosotros en Wintershall Dea apoyamos al país en este camino con nuestra. Nuestra atención se centra en la producción responsable de gas natural en las regiones de Tierra del Fuego y Neuquén, en la que ya estamos realizando una importante contribución al suministro energético de Argentina”. También, Mehren señaló en su visita que “la Argentina es uno de los países más importantes de nuestra cartera global. Especialmente en el sector energético, ofrece un enorme potencial, entre otras cosas, por los recursos de gas existentes”.Proyecto Fénix
En la actualidad, Wintershall Dea planea realizar nuevas inversiones para expandir la producción de gas frente a la costa de Tierra del Fuego, donde tiene una participación del 37,5% en CMA-1 (Cuenca Marina Austral 1), la concesión de producción de gas más austral, desde donde se cubre actualmente alrededor del 15% de la demanda de la Argentina. En el marco de CMA-1, Wintershall Dea desarrolla junto con el operador Total Energies y su socio Pan American Energy (PAE) el Proyecto Fénix, el cual es de gran importancia para el país y comenzará a producir gas a partir de inicios de 2025. La inversión total del consorcio en este desarrollo offshore será de alrededor de US$ 700 millones y tendrá una producción de 10 millones de metros cúbicos de gas al día (MMm3/d). Se prevé que Fénix suministrará importantes volúmenes de gas natural durante más de 15 años. Además, Wintershall Dea pasó a formar parte del consorcio nacional del hidrógeno “H2ar”, la iniciativa intersectorial de la industria para promover la economía del hidrógeno en la Argentina. Con esta incorporación, la compañía alemana refuerza su compromiso como actor clave en las políticas de descarbonización y la transición energética del país.La saga de la Argentina nuclear – XVIII
Daniel E. Arias
Alemania y Argentina acordaron medidas para impulsar emprendimientos locales
ACUERDO ENTRE ARGENTINA Y ALEMANIA PARA EL DESARROLLO DEL ECOSISTEMA EMPRENDEDOR
— Ministerio de Economía de la Nación (@Economia_Ar) January 29, 2023
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El Ministerio de Economía suscribió una Carta de Intención Conjunta con el Ministerio Federal de Economía y Protección del Clima Alemán. pic.twitter.com/9pOnTOO755