En sus cinco años de vida, el Instituto de Tecnologías Nucleares para la Salud (Intecnus) se ha erigido en un actor clave del sistema sanitario argentino. DEF visitó su sede, en el corazón del Centro Atómico Bariloche, y conversó con sus autoridades
Bajo el modelo de la Fundación Escuela de Medicina Nuclear (Fuesmen) y de la Fundación Centro Diagnóstico Nuclear (FCDN), Intecnus es un nuevo actor del ecosistema de salud pública argentino. Atención médica, innovación tecnológica y formación de excelencia se conjugan en este centro, dotado de equipamiento de última generación y de un plantel multidisciplinario, que funciona en San Carlos de Bariloche desde diciembre de 2017.
Tal como explicó a DEF su gerente general, el ingeniero nuclear Luis Rovere, se trata de una “una fundación sin fines de lucro, pero con recupero de costos”, a imagen y semejanza de sus instituciones fundadoras, la Fuesmen, con sede en Mendoza, y la FCDN, que funciona en la ciudad de Buenos Aires. Ellas son, junto a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), las impulsoras de este ambicioso proyecto.
Médicos, físicos médicos y técnicos integran el plantel de profesionales conducido por Rovere, un rosarino que llegó a Bariloche a fines de la década del 70 para estudiar en el Instituto Balseiro y desarrolló la mayor parte de su carrera profesional para la CNEA en esta localidad rionegrina.
El Ingeniero nuclear Luis Rovere, gerente general de Intecnus
UNA AMPLIA GAMA DE APLICACIONES
Suele asociarse a la medicina nuclear con la radioterapia y los tratamientos oncológicos, uno de los focos de atención de Intecnus pero no el único. Su área de trabajo es mucho más amplia e incluye la cardiología, identificación de patologías neurodegenerativas, disfunciones renales, digestivas y de la tiroides, entre otras.
“La diferencia entre Intecnus y otros centros del país es la cantidad de cuestiones diversas que se atienden aquí, lo que nos convierte en centro médico único tanto para diagnóstico y tratamiento, como para la enseñanza y formación de profesionales”, destacó Rovere.
Ejemplificó algunas patologías difíciles de detectar, frente a las cuales son muy efectivos los equipos de última generación con los que cuenta Intecnus. Uno de ellos, señaló, es el de las prótesis de cadera que se pueden desprender del hueso. “Podemos determinar si ese desprendimiento es consecuencia de una inflamación o infección u otra patología”.
“Otras aplicaciones no oncológicas que atendemos incluyen ciertas inflamaciones resistentes a todo tipo de antiinflamatorios, que se reducen con radiación, y, a veces, también en caso de sangrados internos en distintos órganos”, añadió el gerente de Intecnus.
Intecnus cuenta con el tercer PET con resonador magnético instalado en América Latina
DE LA TECNOLOGÍA PET A LA RADIOFARMACIA
Al referirse al equipamiento de punta presente en el instituto, Rovere destacó que Intecnus cuenta con el tercer PET con resonador magnético instalado en América Latina. Se trata de un tomógrafo por emisión de positrones, que, combinado con la resonancia magnética de alto campo (PET/MR), permite evaluar con gran precisión las funciones de órganos y tejidos y ofrecer el diagnóstico adecuado.
“Tenemos también una instalación ciclotrón-radiofarmacia que nos permitirá producir radiofármacos. Nos va a dar la posibilidad de utilizar radioisótopos que tienen vida media muy corta y hoy no pueden llegar a Bariloche por los tiempos de vuelo”, precisó. Citó, en particular, el caso de un material radioactivo, el oxígeno 15, que va a consentir la realización de estudios de perfusión miocárdica y cerebral. La expectativa está puesta en la inauguración de la radiofarmacia este mismo año.
RESIDENCIAS Y ESPECIALIZACIONES
La formación de recursos humanos, cómo señalamos, es otro de los focos de Intecnus. En 2022, ingresó allí el primer residente en imágenes híbridas, que se obtienen a través de la fusión de imágenes metabólicas (PET) con imágenes anatómicas (CT, o bien RMN). El instituto también ha diseñado dos residencias en radioterapia y medicina nuclear, la primera de las cuales está asociada con la Universidad Nacional del Comahue, y la segunda se espera asociar con la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Suele asociarse a la medicina nuclear con los tratamientos oncológicos, pero su alcance es mucho más amplia e incluye la cardiología, identificación de patologías neurodegenerativas, disfunciones renales, digestivas y de la tiroides, entre otras (Fernando Calzada)
“Además, hemos presentado al Instituto Balseiro, dependiente de la UNCuyo y de la CNEA, un programa de formación inspirado en un proyecto del OIEA: una residencia clínica para físicos médicos”, añadió Rovere, quien recordó la escasez de este tipo de profesionales en todo el país. A su vez, indicó la intención de “establecer vínculos con el Ministerio de Salud de la Nación, con la expectativa de recibir algún apoyo financiero para las residencias clínicas”.
Un tema no menor es el déficit de viviendas en Bariloche, precisó la gerenta de Asuntos Jurídicos y Relaciones Institucionales de este centro médico, Natacha Vázquez. “Nos cuesta traer profesionales ya formados, porque es difícil localizar viviendas debido a la competencia que existe con los alojamientos destinados al sector turístico”, lamentó.
Lo cierto es que Intecnus sigue adelante con su apuesta por la formación y la investigación, al servicio de la salud. En solo cinco años desde su puesta en marcha, ha dado muestras de su vocación de servicio y su compromiso con la ciencia médica argentina.
La Armada Argentinay la compañía INVAP acordaron la construcción de un radar naval de vigilancia aérea y de superficie, basado en tecnología de barrido electrónico activo (AESA), para incrementar y mejorar la capacidad operativa de las unidades de superficie de la clase MEKO que actualmente conforman la flota de la Armada Argentina.
Del acuerdo rubricado entre el Gerente General de INVAP y el Jefe de Estado Mayor de la Armada se desprende que “…resulta indispensable que reemplazar y/o actualizar los radares Signaal DA05 con IFF instalados en las corbetas MEKO 140 y Signaal DA08 con IFF instalados en los destructores MEKO 360, por haber acumulado una gran cantidad de años en servicio y horas de operaciones sin actualizaciones. Esto ha ocasionado una marcada degradación en sus características operativas y una alta tasa de fallas, además de presentarse dificultad para la obtención de repuestos y componentes necesarios para su reparación y mantenimiento…”, por lo que el desarrollo de un radar naval AESA por parte de la empresa rionegrina resulta de vital importancia para recuperar y actualizar las capacidades de las principales unidades de superficie de la Armada.
Vale recordar que pese a que los destructores MEKO 360 y corbetas MEKO 140 han recibido algunos trabajos en los últimos años, usualmente los mismos se han limitado a tareas de mantenimiento generales y no al reemplazo y/o incorporación de sistemas que permitan actualizar e incrementar las capacidades de detección y ataque de los buques.
El desarrollo por parte de INVAP de un radar naval AESA para vigilancia aérea y de superficie permitirá a las corbetas y destructores MEKO la detección y seguimiento con precisión de blancos múltiples, con un extenso rango de detección y bajo todo tipo de condiciones climáticas. La incorporación de este tipo de tecnología a los buques de la Armada Argentina incrementará y mejorará considerablemente su capacidad operativa. Aún queda por definir cual será el primer buque en recibir el nuevo radar.
En cuanto a los alcances del contrato
INVAP entregará a la Armada los siguientes componentes:
Un sensor radar compuesto por: una unidad exterior (antena de radar); una unidad interior (unidad de procesamiento e interfaces); cableado del sistema para su instalación (20 metros) y un lote de repuestos.
Una consola de operación compuesta por: licencia software para la visualización de la información y control del sensor y hardware de consola de operación para el operador radar.
Los componentes necesarios para la integración del sistema radar en el buque y su instalación, cuya fase de ensayos se realizará bajo la modalidad “llave en mano”.
Integración del nuevo radar con una consola desarrollada por la Armada: la interfaz evía información desde los blancos del radar a la consola, y comandos desde la consola al radar.
Logística, manuales de operación y mantenimiento, cursos de capacitación y garantías de soporte con respuestos y asistencia técnica.
Un sistema de Identificación Amigo-Enemigo (IFF) integrado al radar. Estará compuesto por: antenas IFF; interrogador, respondedor e interfaces
Consolas como la del radar RMF200 y otra a desarrollar por la Armada, con su cableado, manuales, soportes y garantía.
Etapas del proyecto
La Cláusula Tercera establece que el proyecto tendrá una etapa única denominada ETAPA I, la cual conllevará el cumplimiento de diversos hitos a partir del inicio del proyecto T0 (se establece en el día hábil posterior al que se efectiviza el cobro del anticipo).
INVAP ya cuenta con amplia experiencia en el desarrollo de radares.
HITO 2 – T0 + 12 meses: Efectuar demostración con el prototipo MET 1 (propiedad de la empresa).
HITO 3 – T0 + 18 meses: Efectuar la demostración con el prototipo MET 2 (propiedad de la empresa).
HITO 4 – T0 + 24 meses: Efectuar la demostración con el prototipo MET 3 y consola (propiedad de la empresa), con ensayos de navegación a bordo de uno de los buques MEKO de la Armada Argentina.
HITO 5 – T0 + 34 meses: Montaje e integración para su instalación definitiva e integración con los demás sistemas.
HITO 6 – T0 + 40 meses: Recepción de la instalación definitiva en el buque designado. Este hito incluye las pruebas de aceptación en puerto y navegación del modelo pre-serie.
Durante el tiempo que dure el proyecto, INVAP trabajará con la Dirección General de Investigación y Desarrollo de la Armada.
Comentario de AgendAR
Los radares AESA difieren bastante de la icónica pantalla cóncava giratoria. Suelen ser placas planas, generalmente inmóviles respecto de la estructura portante. Como muchos radares desde la 2da Guerra, están formados por una grilla de múltiples unidades radiantes, que emiten y reciben. Llamémoslas «celdas», por ponerles un nombre. En un AESA grande, pueden ser miles.El desfasaje temporal de emisión de onda entre esas celdas genera interferencias. Éstas logran un haz de barridos rapidísimos más o menos hasta unos 60 grados respecto de la línea perpendicular de la pantalla. Con ello, el cono de espacio iluminado delante del AESA mide 120 grados de ancho. De ahí sale el nombre: Active Electronically Scanned Array, AESA, conjunto activo de escaneo electrónico.Si el AESA está montado en la nariz de un caza, es probable que tenga un barrido mecánico adicional, para poder leer el espacio aéreo hacia adelante no en un cono de 120 grados, sino en toda la hemiesfera frontal. Éste no es el primer AESA de INVAP, además: está el que se transporta en un «pod» ventral en el Pucará Fénix, que es de barrido lateral y transforma a este avión diseñado para contrainsurgencia en un AWACS de bajo presupuesto, y sobre todo, en una posible patrulla aérea marina.Las celdas múltiples tienen ventajas: amplifican las señales verdaderas de retorno y mitigan el ruido, porque éste genera retornos menos direccionales y fáciles de eliminar de la consola. Los haces de un AESA también carecen (bueno, casi carecen) de esas emisiones parasitarias que son los haces laterales. Estos estorban la ubicación azimutal del blanco en todo radar parabólico. Por el contrario, los AESA son altamente direccionales: muestran lo que está iluminando el haz principal, casi nada más, lo que es otro método más de eliminación de ruido y de determinación muy precisa del paradero del blanco iluminado. Pero además los haces emitidos por la pantalla de un AESA pueden ser decenas, y moverse independientemente unos de otros, siguiendo múltiples blancos a la vez, y con una rapidez de nanosegundos, que excede la de todo apuntamiento mecánico.Y todavía hay más ventajas: estos haces pueden ser de distintas frecuencias y distintas potencias, e incluso cada haz por su cuenta puede realizar saltos aleatorios de frecuencia. Con esto, un misil anti-radar enemigo probablemente tendrá que sudar la gota gorda para determinar si está «recibiendo» la iluminación de un radar puntual ubicado en tal o cual lugar, o si lo que percibe son ecos de decenas de otras fuentes tecnológicas de microondas dispersas en el campo de batalla. En suma, la pantalla del AESA deja de ser un objeto brillante y fácilmente detectable para una batería misilística enemiga, y se puede camuflar bastante dentro del entorno electromagnético caótico y múltiple de un campo de batalla, pasar como simple ruido de fondo. Detalle interesante, estas emisiones además pueden ser de baja potencia y entonces ser muy difíciles de pescar. Es más, se puede silenciar totalmente la pantalla y dejarla detectando en forma pasiva las demás fuentes activas de radiofrecuencia del campo de batalla. En esta modalidad espía, un AESA es casi enteramente indetectable. Eso depende bastante del uso de un material muy caro para las celdas: arseniuro de galio, enormemente sensible a ecos de baja intensidad. Un radar AESA tratando de pasar desapercibido no grita: cuchichea. Sólo que, si se quiere usar una emisión de alta potencia en la misma frecuencia que un radar enemigo, para interferirlo y «dejarlo sordo», puede agrupar toda su energía radiante en un haz único y hacerle percha los oídos a distancia al enemigo, en el sentido electromagnético, no sonoro. En suma, que si quiere, el AESA también grita. Pero en revancha, por su patrón tan randomizado e impredecible de emisiones, es bastante difícil interferirlo.Un AESA, además, es durable. La desconexión o quemado de algunas de sus mil o más celdas en general será gradual, con lo que el deterioro de la detección es paulatino, y el reemplazo de módulos averiados por nuevos es mucho más rápido y barato que el de toda una antena parabólica con su emisor.Con el fin de abaratar aún más el sistema, INVAP renunció a la idea clásica de poner una placa AESA fija en cada plano de la torre de alguna estructura alta de las MEKO-140, como ser la timonera. Y es que la 140 se presta poco para esto porque es una corbeta bastante petisa, y además de no haber lugar adonde poner cuatro pantallas, por número costarían más que una. Por ende, INVAP hace este AESA de barrido electrónico exclusivamente vertical, y en lugar de montarlo fijo sobre un puente lo pone sobre un mástil rotativo en los 360 grados del azimut. De modo que el resultado es AESA puro en el barrido vertical, pero mecánico en el horizontal.Como las amenazas para las corbetas suelen cosas rápidas como misiles y aviones, la pantalla plana de este AESA argento gira rápido, a 360 grados/segundo, de modo que da una información actualizada en tiempo casi real sobre amenazas en todo el horizonte. ¿Se puede tener información aún más actualizada? Sí, acelerando momentáneamente el giro sobre eje vertical. Pero con cuidado: es una pieza pesada, ya que las celdas son de sustancias cerámicas y tienen mucha circuitería y cableado detrás. Lo ideal siempre será una fragata con algún puente alto y cuatro placas AESA fijas en la obra muerta del buque, una mirando a proa, otra a popa, y dos más a babor y a estribor. Es lo típico en los destructores AEGIS de la Marina de los EEUU. Pero bueno, el que quiere celeste, que le cueste.¿Este AESA de INVAP sustituye al típico combo de dos radares convencionales con antena parabólica, uno de alerta temprana y otro de apuntamiento de misiles? Sí, cuando en el momento de lanzar un misil hasta su blanco, uno inmoviliza brevemente la pantalla giratoria. Si el misil es de los que combinan guiado terminal con un radar propio, sigue girando. De todos modos, este plan de 5 años hasta ubicar un radar de INVAP en una MEKO-140 tiene otros desafíos, y dadas las capacidades de la firma, son más políticos que tecnológicos.El primero es atravesar airoso un posible cambio de gobierno nacional en diciembre 2023, y luego otro más en 2027. Si gana Juntos por el Cambio, sus antecedentes son estos: entre 2016 y 2019 esa alianza suspendió todos los proyectos de radarización de INVAP, y no sólo de los radares militares de aviación, ejército y marina sino incluso meteorológicos. Hasta clavó años enteros a la empresa barilochense sin pagarle por sistemas entregados. Puede sonar muy antinacional pero no es nada frente a lo hecho antes por el presidente Carlos Menem: intentó vender las MEKO-140, todas ellas. Total, según los neoconservadores, a nosotros nos defiende la OTAN. ¿O no? Sí, como nos defendió en Malvinas.
La Armada, por su parte, nunca fue propensa al «Compre Nacional» en materia de tecnología. Eso, pese a que su nave más poderosa y compleja, el rompehielos Irízar, fue reconstruida íntegramente en los astilleros CINAR luego de un incendio que dejó intacto únicamente el casco, y ese barco volvió al mar repotenciado, como el rompehielos de mayores capacidades de romper hielo en toda la Antártida, y con un radar de tránsito aéreo de INVAP. Mucho menos complejo que un AESA, sin duda, pero anda joya desde 2007 y no necesita repuestos o mantenimientos importados, como el Plessey inglés de detección temprana. Algunas cabezas no cambian.
El otro problema que tendrá este AESA es que, aún desplegado en las 6 MEKO-140 de la Armada, no cambiaría demasiado la situación de incapacidad ofensiva de estas corbetas: tienen armas de tubo de la década del ’70, un cañón Breda de 76 mm., 4 Bofors de 40 mm. antiaéreos y 2 tubos de torpedos antisubmarinos, amén de varias ametralladoras calibre 50. Parece mucho para barquitos de 1400 toneladas, pero no se deje impresionar.
Las armas principales de las MEKO-140 fueron los misiles Exocet MM38, maravillosamente eficaces durante la Guerra de Malvinas (el crucero británico HMS Glamorgan pudo dar fe de ello el 12 de junio de 1982). Pero aún si siguieran funcionales, algo casi imposible, hoy esos viejísimos Exocet no tienen ni el alcance ni la electrónica que requiere un enfrentamiento naval moderno. Con armas de tubo, salvo que gasten municiones carísimas con espoletas programables durante el disparo para estallar de contacto, de proximidad o de enfilada, hoy, en una guerra entre estados nacionales, se está tan bien armado como con lanza y boleadoras.El Ministerio de Defensa tendrá que pensar en sistemas de desarrollo propio, o conjunto con Brasil o con otros países «outsiders» del BRICS y libres de todo componente OTAN, factible de boicot británico. En el largo desarme unilateral de la Argentina desde 1982 a esta parte, la Armada ha perdido buena parte de su capacidad funcional y razón de ser. Eso cambia algunas cabezas. El año pasado le encargó un helidrón RUAS-160 a INVAP que puede servir perfectamente de helicóptero ligero de detección y ataque para las MEKO-140, algunas de las cuales carecen no sólo de helicóptero sino incluso de hangar. Y ahora la Armada encargó también a los Astilleros Río Santiago un dique seco para reparación de otras naves capitales y auxiliares de la Flota de Mar. Lo importado tiene su glamour, pero lo nacional se paga en pesos y si no lo frenan, se entrega en tiempo y forma y el «service» es local. Como dice el Martín Fierro, «hasta la hacienda baguala/cae al jagüel con la seca».Daniel E. AriasRadar Thales NS50. Imagen: Thales
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóLos anteriores capítulos de la saga están aquiMUCHA OBRA DURABLE POR DESHACER, Y CÓMO LA FUERON DESHACIENDO
Ud. leyó el viernes pasado el capítulo XLV de la saga, pero hoy sonó el teléfono y era otro «apóstol» de aquellos 12 que se paseaban con Sabato y discutían. Y me llamó para discutirme y mandarme… a paseo. Por una vez, he sido fino.
Según él (y esas cosas las vivió, subrayó mi interlocutor, no se las relataron como a mí) los dos primeros laboratorios de reprocesamiento de la CNEA fueron la Unidad Alfa y el LR. Alfa estaba en el Centro Atómico Constituyentes, y el LR en el de Ezeiza, y los que realmente entendían del «business» de la recuperación de plutonio hasta el año 1973 fueron los doctores Juan Flegenheimer y Federico Kauffmann, así como varias veces mentado en esta saga, Carlos Aráoz.
Los tres fueron destituidos por las asambleas de aquel año en que la CNEA se horizontalizó totalmente. Creo que se hicieron muchas imbecilidades en ese tiempo.
A mi capítulo 45 mi interlocutor le cayó encima como los vikingos a París. Estuvo dos horas deshaciéndolo sin parar de hablar. Lo conozco desde 1986 pero jamás lo escuché tan enojado. El LPR, resumo según el, estaba sobredimensionado y mal hecho. Por lo demás, así como el uso de un ligerísimo enriquecimiento en el uranio natural de Atucha 1 terminó dando un resultado económicamente muy bueno, tratar de hacer lo mismo con plutonio reciclado no hubiera funcionado jamás.
¿Por qué?, traté de meter bocado. No porque Atucha 1 con su nuevo combustible no pueda quemar plutonio (de hecho, lo genera y quema a velocidades casi equivalentes). Eso me contestó mi interlocutor -sin haber oído siquiera la pregunta- sino porque a la hora de las cuentas, como «polenteador» del quemado, es diez veces más caro que el uranio.
¿Cuál plutonio es más caro que cuál enriquecido?, traté de conseguir un poco de precisión para ese dato vago. No me dio más información ni detalles, me mandó (euphemism alert!) «a paseo» y me estaba por cortar cuando le ofrecí que escribiera su propia versión de la historia del reprocesamiento, y así con su historia vivencial del asunto aclarara los tantos. Y que lo hiciera hoy en esta misma Saga Nuclear Argenta de AgendAR.
El tipo vive apurado. Lo pensó a velocidad warp y me contestó que no le da el tiempo para ello, porque tiene que cortar el pasto, ocuparse de sus nietos y tratar de que la próxima central nuclear argentina sea una CANDU y no una central de uranio enriquecido china, y eso último exige no poco pasillo, y a su edad…
Le contesté con sinceridad que si lograba lo de la CANDU, yo le cortaba el pasto y me ocupaba de sus nietos. Me mandó por tercera vez al mismo paseo que las dos anteriores, y esta vez sí me cortó.
Tras esta casi conversación, amén de un par anteriores con otros interlocutores y similar contenido y tono, sospecho que el Dr. Federico Kaufmann fue quien me hizo recorrer el LPR por dentro. Mis apuntes de 1987 sobre aquel viaje a Ezeiza no dicen nada al respecto, lo que es rarísimo: es posible que haya sido mi Cicerón y me haya pedido reserva. De Flegenheimer había oido hablar siempre bien, aunque en 38 años de periodismo jamás lo vi. A fines de 2021, la CNEA le hizo un homenaje conjunto a él y a Jorge Sabato. Ups.
Entre los discursos estuvo el del vicepresidente de la casa, Diego Hurtado, uno de mis referentes en la historia de la CNEA. Resumió así a Flegenheimer y Sabato: «Sus trayectorias se dieron en lo que se llama el Primer Ciclo de Industrialización, lo cual es esencial para entender la trayectoria de la CNEA… cuando la característica no era buscar la frontera tecnológica sino concentrarse en la generación de capacidades nacionales, en la generación de entornos institucionales-empresariales”.
Sí, Dr. Diego, bien dicho. Sabato era básicamente un troesma social: trataba de volver tecnológicamente culta a una burguesía que él calificaba -y en voz bien alta- como «chanta». Detalles, después.
Del Flegenheimer, Diego Hurtado resaltó que se doctoró en Química en 1954 en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y pasó a discípulo del físico alemán Walter Seelman-Egebert, discípulo a su vez de Otto Hahn, el descubridor de la fisión nuclear, allá en la preguerra. Seelman-Egebert fue el padre de la radioquímica criolla, y Flegenheimer fue uno de los grandes en esa disciplina. Hurtado subraya que «el punto más alto de su carrera fue en 1968, cuando al frente del Grupo de Radioisótopos pone en marcha la planta de reprocesamiento en el Centro Atómico Ezeiza”.
De Flegenheimer y Sabato, Hurtado dijo: «Ambos trabajaron por el desarrollo de la Argentina y Latinoamérica. En 1977, Sabato escribió ‘la llave de la independencia de América Latina es el entendimiento argentino-brasileño, y la llave del entendimiento argentino-brasileño es la cooperación nuclear.´ Dos años después de su fallecimiento, en noviembre de 1983, se produjo la cumbre entre Alfonsín y Sarney que abrió la cooperación nuclear binacional y sigue siendo ejemplo global hasta el día de hoy».
Mi propia acotación a la de Hurtado es ésta: la plantita de enriquecimiento de Pilcaniyeu logró algo más importante que ponernos a salvo de boicots sobre el uranio enriquecido. Logró el control recíproco de inventarios de materiales físiles entre Brasil y Argentina.
Y el Mercosur salió de ahí.
Algo que en mis apuntes aparece con insistencia es el equipamiento del LPR en la captura de efluentes gaseosos, que uno se imagina forzosamente cargados de productos de fisión en forma de aerosoles. Nunca había visto filtros de aire de los llamados «absolutos», ni sabía que existieran, puestos en este caso para lograr un impacto radiológico aéreo del LPR sobre el entorno cercano a cero. Ahí había muchos filtros absolutos, y de un tamaño considerable. Eso no parecía un laboratorio destinado a un experimento de duración limitada. Todo en el LPR tenía dimensiones más industriales que experimentales.
Una de las críticas internas que escuché años más tarde sobre el LPR era que le faltaban al menos U$ 200 millones más de inversión para neutralizar y gestionar los efluentes líquidos, que en términos químicos y radiológicos uno supondría más que jodidos. Eso tal vez seguía en planos: recorrí todo el edificio sin que me la mostraran. Desconté que en un futuro improbable habría alguna, y forzosamente, no habría sido un edificio chico.
El reprocesamiento Purex, inventado en EEUU durante el Programa Manhattan, es químico: aprovecha que el plutonio se combina con el magnesio o el calcio, pero no con el cesio o el iodo. Las especies radioactivas del cesio y el iodo son los productos más clásicos y dominantes de los muchísimos producidos por la fisión del uranio 235, y que por ahora, resultan basura nuclear inútil. Desde los ’40 se han inventado otros métodos de reprocesamiento al parecer ventajosos sobre el Purex, no me meto en ello. Como primer sistema en la historia de recuperación de plutonio, indudablemente útil y aún más indudablemente dual, el Purex es un modo de apartar la paja del trigo.
¿Las plantas de reprocesamiento son inocuas, por lo tanto? Por antecedentes históricos, las militares, ni un poco. Las que se fundaron en EEUU bajo control del general Leslie Groves tuvieron impactos ambientales fortísimos. Los ejemplos de libro son Hanford, en las estepas frías del estado de Washington, en el noroeste de losEEUU. Pero del otro lado de la Cortina de Hierro estuvoMayak, o Kyshtym, como la llaman aún los rusos, en la ladera oriental de los Urales.
En Hanford, el problema fue (y sigue siendo, 80 años más tarde) la fuga de líquidos química y radiológicamente contaminados de depósitos metálicos “transitorios”… que terminaron siendo permanentes, y se corroyeron, y generaron pérdidas a suelo y napas. Fue un desastre en cámara lenta que involucró la indiferencia de tres generaciones de burócratas con charreteras y mucho manejo del secreto militar de estado.
Hoy la remediación del enchastre la sobrellevan dos agencias civiles federales (el DOE o Department of Energy y la EPA o Environmental Protection Agency). Promete durar más la solución que el problema, y costar más que el Programa Manhattan, cuando se termine. Si se termina.
Hanford era ideal para fabricar plutonio militar. Tenía abundante electricidad en represas cercanas, y estaba apartada de las grandes ciudades y rutas comerciales. Pese a la hostilidad del clima continental desértico, con inviernos duros y unas tormentas de nieve, viento y polvo que te las cuento, ese condado distaba de ser enteramente desierto.
Había algunos centenares de quinteros por irrigación que habían hecho del lugar un pequeño polo frutihortícula llamado Richfields, comparable en desarrollo con nuestros pequeños oasis hechos a punta de pala de gringo: los viñedos de Mendoza y San Juan, y las quintas frutihortícolas del Alto Valle del Río Negro, en la estepa patagónica.
Por su origen similarmente laburante, Hanford se había vuelto casi próspera y tenía de todo, hasta escuela secundaria, y bonitamente construida.
En su lucha global por la democracia, a esos “farmers” blancos el general Leslie Groves, capo del Programa Manhattan, los desalojó a patadas de abogados del Pentágono apoyados por infantería. Lo hizo en apenas dos meses y con una compensación inferior a los U$ 0,50 por hectárea. Y eso porque había que tratarlos bien a aquellos patanes, dado que eran blancos.
A los aborígenes que intercambiaban inmemorialmente pesca por productos de cacería en las orillas del Columbia, el mayor río americano hacia el Pacífico, Groves los echó a bayoneta. No les dio un mango, pero sí la promesa –jamás cumplida- de que el gobierno de los EEUU les devolvería sus tierras cuando finalizara la guerra. Desde entonces pasaron muchas guerras.
Estamos hablando de un frente costero fluvial muy escénico, de 80 kilómetros, aproximadamente y 10 kilómetros de profundidad. El sitio quedó tan estragado radiológica y químicamente que, según los tataranietos de los indios desalojados, hoy su remediación insumiría unos 500 años de trabajo de las citadas agencias federales. Que desde hace dos décadas no saben técnicamente ni cómo empezar.La foto muestra la herencia de la Guerra Fría: se ven 3 de los 9 reactores plutonígenos y plantas de reprocesamiento de Hanford, en el sureste desértico del estado de Washington. Nadie sabe cómo vitrificar y gestionar el inventario de residuos radioactivos generados allí desde inicios del Programa Manhattan hasta 1987. Son 208 millones de litros contaminados con 46 especies de radioquímicos que contienen 176 millones de curios de radioactividad, el doble de lo liberado por el accidente de Chernobyl en la URRS. Sólo el traslado por caños del material hasta la futura planta de vitrificado es un trabajo de U$ 13.400 millones, según Scientific American. Fecha posible de inicio de obras: 2022 (vencido sin que pasara naranja). Fecha de término de la vitrificación: 2068. Nadie cree en tales fechas por la dificultad técnica del trabajo. No importa en qué país ni bajo qué régimen político, en las plantas de armas nucleares a cargo de militares, la radioprotección es una contradicción en término.
En Mayak, en 1957 hubo un accidente que hoy calificaría como el tercero más importante de la historia después de Fukushima y Chernobyl, con un grado INES 6. Una explosión de sustancias químicas destruyó la tapa de un depósito de productos de fisión en estado de polvo, y la pluma aérea resultante contaminó de cesio 137 y estroncio 90 una superficie de 1,8 millones de km2. Esto obligó a la evacuación de 22 ciudades y aldeas a sotavento.
Los milicos soviéticos ocultaron exitosamente todo, de modo que a fecha de hoy las víctimas radiológicas son conjeturales. Ha de haberlas, porque algunas respuestas a la irradiación interna, como las leucemias, pueden demorarse una década hasta pintar en las estadísticas. Sin embargo, la diáspora forzada de los evacuados y la censura militar posterior probablemente diluyeron toda estadística local en el océano de números de la epidemiología oncológica general de los 270 millones de habitantes desparramados por los 22,4 millones de km2 del territorio soviético.
En suma, las plantas viejas de “repro” que alimentaron de sus primeras bombas atómicas a los EEUU y la URSS, tienen una mala imagen bien ganada. Las nacidas bajo autoridad civil y profesional de La Hague y Marcoule en Francia y Sellafields en Inglaterra tienen décadas en lo suyo y trabajan decentemente (al parecer). La Hague es inmensa.
El problema, en Argentina, es qué poco trabajo les dio a los yanquis entre 1986 y 1988, operando a través de las tapaderas institucionales más insólitas, en hacerle creer al compatriota promedio que el LPR iba a ser Hanford, Mayak y Chernobyl, todo junto. Justamente ellos, miralos vos.
Y es que sus voceros aquí eran locales y con autoridad médica, o formaban parte de «los guerreros del arcoiris». Todavía no se habían quemado políticamente, se los suponía jóvenes idealistas que salvan las ballenas durante la semana, y los findes al planeta entero, y todo sin apoyos raros de gobiernos o empresas. Eran ecologismo, término nuevo, no guerra híbrida, término inexistente.
Ahí se vio también que la CNEA, en sus primeros 30 años de gloria, dormida en su prestigio decentemente ganado, lo daba muy por seguro, lo creía intocable. No había hecho demasiado trabajo educativo capaz de asegurarle un mínimo de simpatía popular en tiempos más duros. ¿Y para qué? Si hasta Walt Disney, en su programa Disneylandia, los viernes a las 20:00 horas por Canal 13, nos ponía en la Era Atómica, y de yapa más felices y con la vida más resuelta que los Supersónicos.
Casi nadie previó los actuales tiempos duros, el insólito regreso a los peores combustibles fósiles, como el carbón o el fueloil. El futuro era atómico, tíos y tías. Y la CNEA tenía la llave.
Pero en 1977 YPF descubrió un yacimiento gigante de gas «fácil», con el cual no hay que penar frackeando rocas, sólo es perforar y sale a muy alta presión. Ese monstruo metanífero estaba en el centro geográfico de Neuquén, en laderas de las Sierras Blancas, se lo llamó Loma de la Lata y resultó tener 280.000 millones de m3 de gas, amén de cantidad de «condensados» (es decir líquidos asociados, nafta natural, bah).
En 1986, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín terminó de perforar Loma de la Lata y lo unió Loma con la red de gas de las ciudades de la zona centro del país mediante el gasoducto Neuba II, se calculó que ahí el ispa tendría gas barato para 60 años más, y eso suponiendo que el PBI creciera un promedio del 6% anual. 60 años sin agotarse, incluso si Alfonsín lograba reconvertir todo el transporte público a GNC, gas natural comprimido.
Eso Alfonsín no lo pudo o quiso hacer, por oposición de los colectiveros urbanos. Pero logró sin proponérselo que en poco tiempo nos volviéramos el mayor fabricante y exportador mundial, durante unos años, de equipos de GNC para autos, con clientes en 50 países, el dominio del 30% del mercado global, una facturación anual de U$ 130 millones y un crecimiento interanual de la misma del 24% en 2010.
Eso no tuvo la debida publicidad. Pero es raro que don Raúl, dado que este pequeño milagro fue todo suyo, no haya sacado cuenta, al menos tardíamente, de que con la energía pasan esas cosas: lo que crea trabajo calificado y duradero, lo que te hace Gardel, no es vender gas, o petróleo, o electricidad, sino tecnología. En el caso nuclear sucede lo mismo.
Menem tampoco hizo cuentas. Pero no trabajaba para la Argentina.
Alfonsín fue un político típico criollo: abogado, fiera de bufete y de comité, inteligentísimo, pero de formación en ciencia y tecnología medible en números negativos. Si le hablabas de vender tecnología atómica argentina, te daba la razón pero no te creía ni un poco. Al átomo a duras penas si lograba verlo como un enchufe. Y uno menor, además.
Pero además venía envenenado contra el Programa Nuclear Argentino por sus asesores (algunos eran de cuarta). Lo veía más como un engendro militarista caro y un eterno problema diplomático con EEUU, que como una solución energética. Loma de la Lata fue uno de los tres clavos finales para cerrarle el ataúd a la CNEA. Era gas barato en cantidades de escándalo.
Con una producción despampanante (300.000 m3 diarios) que a partir de 1986 llegaban por caño al AMBA, Loma de la Lata parecía el modo más elegante de paralizar todo el despliegue nucleoeléctrico de tiempos de Carlos Castro Madero. ¿Para qué penar partiendo el átomo, don Raúl? Electricidad iba a sobrar, y de yapa mucho más barata y segura, le decía su secretario de Energía, Jorge Lapeña.
Se podía dejar morir de muerte natural, es decir sin terminar, todos aquellos elefantes blancos nucleares de Castro Madero, como Atucha II o la Planta Industrial de Agua Pesada. Y la luz se iba a prender igual. Sobre todo, con el aporte de base de dos represas hidroeléctricas verdaderamente gigantes, ya construidas y pagadas por los milicos.
Y de yapa, esos dos pilares hidroeléctricos del Sistema de Interconexión Nacional (SIN) eran muy distantes una de otra: 1568 kilómetros hay desde El Chocón, en el Comahue, hasta Salto Grande, sobre el río Uruguay. Semejante distancia hacía climáticamente independientes a ambas centrales, una de otra. ¿O no?
Con tales certezas de su arúspice en la materia, Alfonsín apostó tranquilo a vivir de hidroelectricidad y a espera de que SEGBA, EPEC, EDELAP, EPE y otros grandes productores eléctricos estatales se reequiparan con nuevas turbinas a gas y centrales de ciclos combinados, ahora que llegaba gas a espuertas a la Región Centro. Pero no sucedió.
Lapeña no le dijo a Alfonsín que el parque térmico de la región (muy viejo, quemaba fuel-oil) estaba hecho percha por años sin mantenimiento. Probablemente él también lo ignoraba, y si lo sabía, no lo remedió.
Tampoco sabía que una oscilación climática enorme, de tipo Niña, te puede dejar caminables por el fondo de puros secos los ríos Limay y Uruguay, y fuera de combate sus grossas centrales hidro. Sí, lector, tal como acaba de suceder nuevamente entre 2019 y 2022, y estuvo cerca de . Esas cosas desde los años ’70 pasan con frecuencia e intensidad crecientes. Se llaman Cambio Climático.
¿Por qué tenía que saber de semejantes cosas mecánicas y climáticas un secretario de energía? Casi todos sus colegas entienden de concesionar baratito a las multis el petróleo y el gas descubiertos a riesgo por YPF. No les pidas más.
El segundo clavo en el ataúd nuclear llegó de afuera. Embalse se logró terminar 4 años tarde y a pulmón, porque el proveedor canadiense AECL había recibido orden de no colaborar debido al bombazo nuclear de Indira Gandhi en 1974. Con los canadienses ya no se podía contar más, paciencia.
Pero no sin cierto paralelismo con lo de Canadá, la obra de Atucha II se frenó con colaboración soviética: en 1986 la muy mal diseñada central RBMK Chernobyl 4 en Ucrania se hizo puré, y la energía nuclear en Occidente se volvió anatema.Abel González, ingeniero nuclear, jefe de planta de Atucha 1, director de ENACE y primer constructor de Atucha 2, doctor en radioprotección, miembro del Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de las Radiaciones Ionizantes de las Naciones Unidas y del Comité de Seguridad del INSAG (Grupo Internacional Asesor en Seguridad Nuclear) del Organismo Internacional de Energía Atómica, actual asesor de la Autoridad Regulatoria Nuclear de la Argentina.
En aquel momento publiqué una frase de Abel González, exjefe de central de Atucha 1, que merece recordarse: a valores de 1986, nuestra máquina sobre el Paraná de las Palmas había costado U$ 1800 por KW instalado, de los cuales la mitad estaba en sistemas de seguridad. Chernobyl sólo había costado U$ 200 por KW instalado. Y los sistemas de seguridad, te los debo.
Como excusa para sacarle el tapón a la CNEA y dejarla irse por los caños, Chernobyl era genial. Todo el mundo aplaudía el apagón nuclear de Alfonsín: la Embajada, los petroleros, el Ministerio de Economía, ahora que se había podido darle el raje a aquel incómodo industrialista, Bernardo Grinspun, todos aplaudiendo, todos, la prensa amarilla y aquella novedad verdosa, Greenpeace. Joder a la CNEA se había vuelto un deber ético.
Atucha II tendría que haberse terminado en 1987, pero antes se enfriaría el infierno que al Subsecretario de Hacienda Mario Brodersohn se le escapara un mango para ello. Y Jorge Lapeña daba seguridad a su Presi de que el Sistema Interconectado Nacional estaba firme como rulo de estatua.
Hay estatuas y estatuas… En 1987, 1988 y 1989, por salidas irremediables de servicio de las máquinas a fuel-oil, la Región Centro empezó a caer en cortes de luz primero planificados, luego imprevisibles pero cada vez más frecuentes y largos, y finalmente disruptivos a tiempo completo sin importar día u hora, especialmente en verano y en el AMBA. De yapa, el Chocón y Salto Grande se habían quedado simultáneamente sin su «combustible», que es la lluvia.
El personal de la CNEA se había resignado a los arbitrios del gauleiter Alberto Costantini: tras las 33 desapariciones de 1976 los gremios nucleares estaban desarticulados. Es más, las huelgas y tomas de instalaciones no imprescindibles, como los laboratorios, aulas y oficinas, se habían desacreditado mucho entre 1973 y 1975: no tenían prensa ni producían ningún resultado, salvo la confusión que deriva del nombramiento en altos cargos de gente floja de currículum pero con alta oratoria en las asambleas. No tenía sentido volver a eso. Y a más que asambleas inocuas no se podía escalar: un paro en las plantas nucleoeléctricas, como Atucha 1 y Embalse, era y es un delito penal.
¿Cómo recurrir a la desorganización, además, si el nuevo administrador civil garantizaba su propio caos dejando esquilmar a 4 manos a la institución por las constructoras que Clarín llamaba «los capitanes de la industria», y el personal nuclear, «la patria contratista»?
Amén de la movida clásica (reducir el presupuesto nuclear del año anterior a la mitad del año en curso), en 1984 Alfonsín lo dejó clavado ahí, en pesos. Eso, con un gobierno que a lo largo de su estadía en la Rosada acumuló el 3079% de inflación.
Los nucleares, acostumbrados durante 3 décadas a una administración insólitamente honesta y a sueldos tolerables, ahora eran nuevos pobres y se fumaban un carnaval de contratistas que cobraban como terminadas obras incompletas, y ojo con el que protestara. Constataban con asombro que eso al resto del país le interesaba un carajo: por primera vez en su historia, la CNEA estaba sin paraguas militar o civil alguno. Ya no estaba ni Walt Disney en la tele con «Mi amigo el átomo». En lugar de ser motivo de discreto orgullo popular, como estaba acostumbrada, ahora vivía asediada por la hostilidad múltiple y perfecta de embajadores, ecologistas, petroleros y medios de opinión.
Costantini siempre supo irse a tiempo. Eso permite que hoy se haya olvidado de su autoría, en 1961, del intento de cierre del 32% del tendido ferroviario argentino y de todos sus talleres, y de la respuesta obrera: la primera huega general ferroviaria por tiempo indeterminado de la historia argentina. Que tuvo que quebrar su sucesor, militarizando los ferrocarriles. Porque don Alberto, tras firmar el recorte y viendo tormenta en el horizonte, se había tomado el piróscafo y renunciado.
Ese saber cuándo hacerse humo le permitió a don Alberto que Alfonsín se olvidara de que había sido el Rector de la Universidad de Buenos Aires elegido por el dictador Videla, con un órdago de alumnos y profesores desaparecidos. Y que lo nombrara al frente de la CNEA, sin haber sabido en su vida Costantini lo que se dice un pito del Programa Nuclear, pero con patente de corso para desmantelarlo.
El ingeniero supo medir, como en otras ocasiones, la bronca acumulada, se vio venir la huelga general de la CNEA, se volvió «de los buenos» entre gallos y medianoche y renunció a su dirección con un portazo, no sin echarle públicamente la culpa a Alfonsín del atraso de obras nucleares y del vaciamiento intelectual de la institución. Una trayectoria coherente.
Alfonsín llamó en su auxilio a la única militante radical con prestigio nuclear, científico y cívico, Emma Pérez Ferreira, física atómica, y la nombró presidenta de la CNEA. Emma asumió «pro patria» y recibió el amor absoluto de todo el personal nuclear, unánimemente ilusionado de que volvieran mejores tiempos: no podía haberlos peores.
Creo que Emma no se hizo ilusiones. Sabía que su jefe la acababa de designar capitán del Titanic, y que a Alfonsín le alcanzaba con que el barco se le hundiera al siguiente presidente, no a él. Pero la veterana física se cargó esa mochila sin chirriar, y en 1988, cuando se rompió Atucha 1, esa mujer increíble resultó ser en serio la salvación, al menos transitoria, de la CNEA. Pero esa historia queda para después.
La ruptura de Atucha 1 fue un regalo para Lapeña: le pudo echar la culpa de un quilombo eléctrico desmesurado (y de su entera autoría y firma) a esta relativamente pequeña central nuclear. A la que, como agravante, le había suspendido paradas obligatorias de mantenimiento por la negativa de Brodersohn a adquirir repuestos.
De todos modos con aquella engañapichanga no alcanzó. La verdadera salvación para la Región Centro habría sido Atucha 2, cuya inauguración prevista inicial, en 1981, era justamente 1987. Pero el gobierno había paralizado la obra, apostando alegremente a que el parque de generación térmico se arreglara solo, y a que lloviera.
Con Baires sin iluminación nocturna, sin cines, sin vidrieras, sin semáforos y sin agua en los pisos altos, la sensación de «¿Adónde está el piloto?» se volvió nacional, y facilitó la hiperinflación de 1989, ese primer «golpe de mercado» asestado a Alfonsín por la City, Clarín y La Nación, y que barrió con ese gobierno y puso de presidente al hasta entonces impresentable Carlos Menem. Quien para la CNEA fue como ir de la sartén al fuego.
En materia nuclear, Menem de movida hizo la clásica: demediar el presupuesto y clavarlo en sopes. Pero luego fue mucho más lejos: cerró el ingreso de expertos nuevos a la CNEA y apostó a que el combo de edad y frustración por choreo y obras y proyectos inacabables iría eliminando, por jubilación anticipada o común, el incómodo problema de tener unos 3000 expertos de clase mundial en asuntos nucleares, y todos muy propensos a opinar de lo suyo.
Ni Mauricio Macri, mucho más tarde, lograría ser tan letal para el desarrollo nuclear como lo fue Menem. Eso porque Macri ya agarró todo demasiado estropeado, y fundamentalmente porque no logró quedarse diez años. Todavía cuando se fue Macri quedaba mucha obra durable de Castro Madero por deshacer.
Y es que fue mucha obra. Cualquier crítico de su administración -y yo lo soy- se queda un poco apabullado con el crecimiento del Instituto Balseiro, la única universidad nuclear de la región, la creación de la carrera de Ingeniería Nuclear, la construcción del reactor experimental RA-6 en el Centro Atómico Bariloche, la expansión de la Medicina Nuclear con un primer centro especializado en Mendoza, el FUESMEN, el desarrollo de la tecnología para la fabricación de tubos de zircaloy, la instalación de la Planta de Elementos Combustibles de CONUAR, la construcción del LPR en Ezeiza, la terminación de la Central Nuclear Embalse en Córdoba, la adjudicación e inicio de obras de Atucha II, la construcción y puesta en marcha de la Planta Experimental de Agua Pesada, la licitación de la Planta Industrial de Agua Pesada, y la más destacada y la única clandestina: la creación de la plantita de enriquecimiento de uranio en la localidad de Pilcaniyeu.
Pilca fue el primer secreto en serio de la CNEA y probablemente, el último. Inglaterra, que acababa de ganarnos una guerra, sacó cuentas de que la planta había empezado a funcionar cuando en las islas demasiado famosas todavía sonaban los tiros. A la Prime Minister Maggie Thatcher se le habrán parado los pelos de punta, pese al mucho spray.
De toda esa lista, sólo tres comentarios: a) habría sido imposible semejante obra con una administración deshonesta, b) si el el LPR necesitaba más construcción no lo sabremos, porque se lo demolió, y c) todavía existe el sentimiento de muchísimos reactoristas y combustibleros, ya jubilados, de que la Central Nuclear Nro 3 no debió ser de recipiente de presión, sino de tubos de presión. La obra podía hacerse en pesos, no en dólares, y sin ningún auxilio de la AECL. ¿Por qué no? Embalse se hizo prácticamente sin su ayuda.
En cuanto a Pilca, no fue una respuesta a una guerra perdida por Argentina. Fue una planta construida a partir de 1980 y para defender exportaciones nucleares, respuesta a un embargo de uranio enriquecido que nos cayó encima en el ’78.
Y Pilca fue enteramente obra de un presidente de la CNEA que en el verano de 1982 se arriesgó al límite de la insubordinación para disuadir al almirante Jorge Isaac Anaya de detener la captura de las Malvinas.
La escena, transcurrida en el modesto chalet de 3 ambientes que Castro Madero estaba terminando de pagar a crédito, la cuenta un alfonsinista puro y duro, el embajador Max Gregorio-Cernadas en su libro «Alfonsín, una épica de la paz», obra publicada por Eudeba en 2016 y que recomiendo.
Lo de la defensa de exportaciones nucleares es muy concreto. Si queríamos seguir exportando con alguna libertad, teníamos que tener alguna capacidad práctica de enriquecimiento de uranio. Eso podía garantizarle a nuestros futuros compradores de reactores no sólo el caballo, sino también el pasto. Porque a nuestros clientes también les podría caer encima boicot yanqui, ¿o no?
Cuarenta y tantos años tras la decisión de construir Pilca, la Argentina tiene vendidos los 2 reactores de Perú, 1 de Argelia, otro en Egipto, otro en Australia (considerado la mejor planta multipropósito del mundo), otro en Holanda y uno más en Arabia Saudita. INVAP se volvió la más respetada (y temida) empresa en este tipo de instalaciones. Gana casi todas las licitaciones, y generalmente por calidad, no por precio o financiación.
Curiosamente, la planta política y comercialmente más útil de la CNEA, la que nos ganó el puesto de mejor exportador de reactores, pasó casi toda su vida cerrada.
Tras reabrirla para no desilusionar a Sarney como visitante, Alfonsín volvió a desactivar Pilca y tuvo a la gente que trabajaba allí vegetando o yéndose con un portazo. Menem fue más lejos y la hizo abandonar. Castro Madero, muerto a fines de 1990, comentó al respecto que un presidente de la Nación podía hacer lo que quisiera con Pilca, incluso bombardearla, pero no podría destruir la capacidad tecnológica adquirida.
Sí se puede, don Carlos. Sólo que hay que ser muy turro. Menem y luego Fernando De la Rúa y mucho después Mauricio Macri apuntaron directamente a destruir los recursos humanos de la CNEA por envejecimiento del plantel, mediante unos sueldos ridículamente bajos, por parálisis de proyectos y por desmoralización. La capacidad tecnológica no está en los fierros: está en los cerebros. Y los neoconservadores tratan de lograr nuestro Alzheimer Nuclear.
Nadie sabe si el Programa Nuclear Argentino sale vivo de otro gobierno de JxC. De dos al hilo, probablemente no. Y nada indica que siga muy vivo después de otro más que, como el actual, dio muestras constantes de querer terminar con la laboriosa y compleja Saga Nuclear Argentina, que ya lleva 73 años.
Paga políticamente más rascarse y dejar vaciar Vaca Muerta por las multis y por Chile. No de otro modo Menem hizo vaciar en 10 años Loma de la Lata -que iba a durar 60 años- por las multis, Repsol a la cabeza, y por Chile, que revendía el gas argentino a Lejano Oriente a 10 veces el precio nuestro. La Argentina jugó ya dos veces a ser Qatar, 150 veces más chico en superficie y con 18 veces menos población, más garrafa con monarcas que estado-nación.
Bueno, quizás si puede. Pero no por nada, Qatar tiene sólo 313.000 ciudadanos NYC (nacidos y criados) que viven de rentas, y 2,3 millones de expatriados flotantes venidos de hasta 100 países distintos, mayormente del Sudeste Asiático. En general son los desharrapados que viven en gamelas y se desloman bajo el rayo de sol, con pasaporte retenido por el patrón y trato de semiesclavos.
La aristocracia económica argenta, que incluso en sus rumbosos e industriales años ’60 Jorge Sabato llamaba «burguesía chanta» dado que hacia caja con negociados y golpes de estado, ahora es mucho más neoconservadora. Si la dejan elegir libremente, prefiere el modelo qatarí.
Para el cual, además, no le hacen falta siquiera expatriados semiesclavos. Como dijo Aldo Ferrer de los planes económicos de Martínez de Hoz en 1976: buenísimos, pero sólo sirven a un tercio de la población y de la superficie. Sólo que aquí, en lugar de expatriados flotantes, optamos por compatriotas hundidos. Bienvenidos al extractivismo, lectores.
El LPR, hoy una batalla olvidada, con o sin justicia fue la primera derrota política seria del Programa Nuclear Argentino. Y fue derrota doble porque de su existencia no se enteró nadie, así como tampoco de su cierre. No por nada, al toque de asumir y con un discreto aplauso de embajadores de la OTAN, Alfonsín y Costantini cerraron también Pilca, en el corto plazo mucho más necesaria y significativa.
Estas derrotas anunciaron otras derrotas, antes impensables. Muchas perviven. Seré curioso: ¿está activa Pilcaniyeu?
La Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), conformada por 35 países, respaldó la reelección del argentino Rafael Mariano Grossi para un segundo mandato de cuatro años como Director General, según informaron diplomáticos presentes en la reunión a puerta cerrada.
La decisión fue una formalidad ya que no había ningún otro candidato.
La junta aprobó su reelección por aclamación, lo que significa que no hubo votación y que ningún país expresó su oposición, según los diplomáticos.
El segundo mandato de Grossi, de 62 años, comenzaría el 3 de diciembre próximo y terminaría el 2 de diciembre de 2027.
“Creo que es una señal de confianza. Tenemos mucho que hacer, con Irán, con Ucrania, con la energía nuclear”, declaró Grossi a Reuters fuera de la sala de reuniones tras la decisión.
Grossi ha supervisado un período turbulento en las relaciones con Irán, desde que la República Islámica comenzó a incumplir las restricciones impuestas a sus actividades nucleares por el acuerdo nuclear iraní de 2015 con las principales potencias el año en que asumió el cargo.
El director Grossi advirtio que las concesiones hechas por Iran dependen largamente de futuras negociaciones.
En los primeros días los termómetros registraron temperaturas máximás que están entre ocho y diez grados por encima del promedio histórico de marzo. Para poder graficar en forma correcta este fenómeno en los mapas de calor, a los rojos habituales hubo que agregarle una nueva gama de grises extremos.
Uno tras otro, se suman y quiebran nuevos récords de altas temperaturas. En medio de la novena ola de calor de la actual temporada estival, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) recordó que hace ya una semana que se mantiene la alerta roja para la Ciudad de Buenos Aires, municipios del GBA y parte de la provincia de Buenos Aires, entre otras zonas.
En estas geografías las temperaturas máximas diarias oscilan entre los 34 y los 37 grados y las marcas de sensación térmica son todavía más elevadas.
Pero lo más llamativo de este evento es que las anomalías más significativas de las regiones afectadas muestran que las temperaturas promedio diarias oscilaron entre 8°C y 10°C por arriba de la temperatura esperable para un típico mes de marzo, según los registros históricos del clima.
De hecho, para poder dar cuenta gráficamente del extremo de anomalías, el último Informe Especial sobre este tema –que el SMN publicó en su sitio web esta semana– dejó asentado, en detalle la zona geográfica especialmente afectada.
La misma incluye Capital y Gran Buenos Aires en su totalidad y –en forma parcial– el sur del Litoral, norte de Buenos Aires, noroeste de Córdoba y norte de la provincia de San Luis. Y en el trabajo, los expertos confirman que estas temperaturas “son muy altas para la época del año y dan lugar al desarrollo de esta ola de calor muy intensa y tardía”.
El resumen detalla que hasta ahora “la extensión de este evento cálido tuvo dos picos; el día 1° de marzo y el día 6. Y confirma que el actual evento se está destacando por la ocurrencia de valores récords de temperatura altas: “Durante el transcurso de este episodio varias localidades alcanzadas por la ola superaron los valores más altos de temperatura para un mes de marzo en los últimos 62 años, destacándose que –para algunos casos– también se superó el récord histórico, si lo hubiere, anterior a la década del 60. También es de remarcar que algunas localidades superaron en más de un día al récord anterior vigente, lo que acentúa todavía más lo extremo de esta situación inusual”.
Para mediados de la semana próxima podría haber alguna lluvia, pero seguirán las altas marcas.
Un satélite de la NASA calcula si un país emite o absorbe carbono. Este mapa muestra las emisiones y absorciones netas medias de dióxido de carbono de 2015 a 2020 utilizando estimaciones basadas en las mediciones del satélite OCO-2 de la NASA.
Se trata de un proyecto piloto ha calculado las emisiones y absorciones de dióxido de carbono en más de un centenar de países concretos utilizando mediciones por satélite.
La investigación ofrece una nueva visión del dióxido de carbono que se emite en estos países y de la cantidad que los bosques y otros «sumideros» que absorben carbono dentro de sus fronteras retiran de la atmósfera.
En el mapa de arriba, los países en los que se eliminó más dióxido de carbono del que se emitió aparecen como depresiones verdes, mientras que los países con mayores emisiones son de color canela o rojo y parecen salirse de la página.
El estudio internacional, publicado en Earth System Science Data y realizado por más de 60 investigadores, utilizó mediciones realizadas por la misión Orbiting Carbon Observatory-2 (OCO-2) de la NASA, así como una red de observaciones desde la superficie, para cuantificar los aumentos y descensos de las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono entre 2015 y 2020. Gracias a este enfoque basado en mediciones (o «descendente»), los investigadores pudieron inferir el balance el balance de la cantidad de dióxido de carbono emitido y eliminado.
Aunque la misión OCO-2 no se diseñó específicamente para calcular las emisiones de los distintos países, los resultados de los más de 100 países llegan en un momento oportuno. El primer inventario mundial -un proceso para evaluar el progreso colectivo del mundo hacia la limitación del calentamiento global, como se especifica en el Acuerdo de París de 2015- tendrá lugar en 2023
Las exportaciones argentinas tuvieron un 2022 histórico, tras alcanzar por primera vez los USD 88.446 millones de facturación. Como todos los años, fueron la soja y el maíz los sectores que más traccionaron en el balance general -entre ambos exportaron USD 34.417 millones-, pero esta vez fue el litio el producto que más creció en términos porcentuales.
Según el informe de “complejos exportadores” del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en 2022 la Argentina facturó USD 696 millones por las exportaciones de litio, lo que dejó como resultado un crecimiento del 236,2% respecto a los USD 207 millones que se enviaron al exterior en 2021 (diferencia de USD 449).
De acuerdo al informe, dentro de esa rama la Argentina exporta principalmente carbonato de litio, cloruro de litio, pilas y baterías de litio. Los compradores más importantes son China, Japón, República de Corea, Estados Unidos, Alemania y Francia.
Crecimiento silencioso
Si se compara a las exportaciones de litio con otros sectores, se observa con facilidad que la participación de ese mineral es todavía baja en las exportaciones generales (llegó al 0,8% este año). Sin embargo, es un hecho claro que en los últimos años ha venido creciendo de manera exponencial, al punto que su peso sobre los envíos al exterior se duplicó en muy poco tiempo.
En el gráfico se puede apreciar cómo el litio fue ganando participación dentro de los minerales. Lo mismo ocurrió a nivel general. Según un informe publicado por el Gobierno nacional, en 2017 el litio representaba el 0,3% de las exportaciones argentinas, que ese año totalizaron USD 58.384 millones. En ese entonces, el mineral dejaba solo USD 224 millones y ni siquiera aparecía entre los productos principales de exportación.
A qué se atribuye el crecimiento
Hay varios factores que explican el fuerte incremento de las exportaciones argentinas de litio, pero básicamente todo se resume a que las empresas que operan en el territorio nacional han sabido acoplarse a la tendencia mundial.
Es que en 2021, la producción de ese mineral superó por primera vez la barrera de las 100 mil toneladas, cuadruplicando los números que se alcanzaban en 2010.
El aumento exponencial de la oferta no se tradujo en una baja de precio. Por el contrario, entre 2021 y finales de 2022 el valor internacional aumentó 400%, llegando a rozar por momentos los USD 80.000 por tonelada.
¿A qué se debe este fenómeno? Casi todo se explica por un fuerte incremento en la cantidad de vehículos eléctricos fabricados y comercializados en el mundo, debido a que éstos utilizan baterías con hasta 60 kilos de carbonato de litio.
En este contexto la Argentina sale ganando, teniendo en cuenta que posee el 21% de las reservas de litio a nivel mundial. Llamativamente, nuestro país hoy produce apenas el 6% de todo lo que se extrae en el planeta, según datos de Focus Market. Es un número bajo, considerando la cantidad de minerales que se encuentran en territorio argentino, pero a su vez es prueba del potencial que existe para impulsar la inserción internacional en ese mercado.
La producción de litio en Argentina se concentra en Catamarca, Salta y Jujuy. REUTERS
Según información publicada por la Secretaría de Energía, existe actualmente un potencial de inversiones en explotaciones mineras de litio de USD 6.473 millones. El horizonte de producción es de 373,5 mil toneladas adicionales a la capacidad actual de 37,5 mil toneladas por año, lo que con el tiempo, estiman, podría llevar las exportaciones de ese mineral a un valor cercano a los USD 12.000 millones.
Si eso llegara a ocurrir, el litio pasaría a representar, a valores de hoy, el 13,5% de las exportaciones totales de Argentina, y se convertiría en el segundo producto de mayor peso en términos de facturación, solo detrás de la soja.
Por ahora son números que están muy lejos, pero el contexto internacional favorece para el desarrollo de la actividad, que se produce principalmente en Catamarca -allí se encuentra uno de los yacimientos de salmuera de litio más grandes del mundo-, Jujuy y Salta.
Un reclamo de AgendAR:
El promocionado «oro blanco» esta empezando a cumplir su promesa, pero hasta hora para Argentina es un boom minero más, relativamente pequeños dentro de sus exportaciones de materia prima.
Este es el momento, entonces que le pidamos a quienes aspiran a gobernar que expliciten sus planes en el tema del litio: las regalias a establecer, los requisitos ambientales, la relación con las provincias y, si estan dispuestos a estimular los efuerzos para agregar valor y trabajos locales a este mineral.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóLos anteriores capítulos de la saga estan aqui
Los materiales físiles explican el 90% del costo de aproximadamente U$ 44.000 millones del Proyecto Manhattan (valor actualizado a 2022). Son la parte cara, más aún que el personal experto y la logística.
Para evitar la sobredetonación, aún con plutonio 239 casi puro, los Manhattan Boys desarrollaron dos trucos de fabricante, esos secretos de cocina que sólo se desarrollan a fuerza de darse palos y fracasar en un enfoque «hands on», pero que empezaban a poder predecirse a fuerza bruta de cálculo.
Significativamente, ambos son asuntos de una disciplina entonces a punto de nacer: la ciencia de materiales, que arrancó como un híbrido de la metalurgia con la mecánica cuántica.
El primer secreto de cocina es mezclar el plutonio con un 3% de galio, que absorbe neutrones. Pero además otorga plasticidad a la aleación y favorece su moldeado en caliente (a 450º C) hasta obtener un carozo perfectamente esférico, sin tener que andar torneándolo y desperdiciando material muy, muy caro.
Así, Ud. o yo podemos agarrar esa pesadísima esferita sin que nos tengan que amputar la mano a las pocas horas. Nada de guantes, ¿OK? Ud. primero, caballero, faltaba más.
El otro secreto de cocina: una envoltorio de plástico impregnado en boro empaquetando el carozo. El boro es otro buen absorbente de neutrones.
Pero todos los trucos no servían de nada ante la sobrerreactividad del plutonio 240. Como pudo demostrar a tiempo el físico italiano Emilio Gino Segrè, el plutonio que estaban entregando los reactores de Oak Ridge y Hanford estaba contaminado con ese isótopo por sobreirradiación, y era imposible eliminarlo en el corto plazo. El plutonio 239 realmente puro, libre de contaminación de isótopo 240, había que producirlo en ciclotrones. Era un proceso lentísimo, la guerra en Japón se complicaría por la más que probable invasión del archipiélago por el Ejército Rojo.
La sencillez conceptual de una bomba «tipo cañón» como Little Boy, en la que una bala de uranio 235 muy enriquecido se estrella contra un blanco del mismo material para formar una masa supercrítica.
Puesto en una bomba sencilla, de tipo cañón, ese plutonio tan desprolijo conllevaba siempre el peligro de un “transient”, un fogonazo, una excursión crítica, una rampa breve de fisiones espontáneas, que sin terminar en una explosión propiamente dicha, podía resultar en una deflagración de suficiente energía termomecánica para destruir y dispersar en forma de gases los componentes metálicos y plásticos del “physics package”. Ése es el eufemismo adoptado por la muchachada del Manhattan para darle nombre al corazón funcional de la bomba.
Los físicos de armas viven haciendo cosas raras con el lenguaje.
Esto tenía consecuencia tácticas. Si no se usaba plutonio 239 de la pureza adecuada, tales fogonazos por exceso de reactividad podían matar en tierra a a los que intentaban integrar los componentes de la bomba, o posteriormente en el aire a la tripulación del B-29 en vuelo hacia su blanco. En suma, que todo el proyecto Manhattan odiaba al plutonio 240.
De hecho, el 240, contaminante inevitable del 239 si el proceso de fabricación no es óptimo, forzó a más de 700 físicos a abandonar 4 años de trabajo en su primer objetivo: una bomba lineal, tipo cañón, “Thin Man” (hombre flaco), al parecer muy prometedora por la sencillez de diseño. Era un artefacto que podría haber acortado notablemente la guerra en el Pacífico. Es más, podría haber llegado tanto antes, que su blanco quizás hubiera sido Berlín.
Thin Man habría sido funcionalmente bastante parecida a la “Tall Boy” de uranio 235 que reventó Hiroshima. Hasta 1944, la idea de una bomba esférica con un carozo a supercomprimir era exclusiva de un elenco de 5 físicos algo marginales en el presupuesto y en el gallinero de mando de aquella ciudad improvisada y secreta en medio del desierto de New Mexico, Los Álamos: Leo Szilard, Hans Bethe, Ernest Lawrence, Klaus Fuchs y Glenn Seaborg. Pero esos 5 terminaron teniendo razón, y eso a Seaborg le valió un Nobel en la posguerra, como descubridor del plutonio en 1941, y la dirección de la Atomic Energy Commission en 1971. En cambio a Klaus Fuchs, que le pasó el secreto de la bomba implosiva de plutonio a la URSS, la ranada le valió 14 años de prisión en 1949.
Sólo muy tardíamente y ante el peligro de que la guerra terminara sola, por ocupación soviética de Japón y sin que Manhattan pudiera haber borrado del mundo alguna ciudad, los 5 marginales impusieron su plan B como línea principal. Eso sucedió después de que el líder científico del programa, Robert Oppenheimer, los escuchara en serio, y se tomara el trabajo de convencer al coronel Leslie Groves, un tipo sin mucha fìsica y de ideas un tanto rígidas, pero absolutamente terrorífico en el arte de imponer el secreto militar a 700 académicos acostumbrados a la libre discusión de sus ideas.
Por algo Groves los había hecho traer desde todo el país y recluido en Los Álamos, una especie de villamiseria militar de madera en medio de la nada, donde la mitad de los días las casas se quedaban sin agua, y las posibilidades de comunicarse con el exterior medían en números negativos. Pero adentro de las alambradas, las discusiones entre físicos a veces llegaban cerca de la agarrada a piñas. Oppenheimer flotaba, impasible, sobre ese caos con su pipa y sombrero de cowboy, como un árbitro imparcial.
De no haber sido por aquellas internas que atrasaron todo casi un año el Programa Manhattan, la primera ciudad del mundo en desaparecer enteramente del mapa en pocos segundos habría sido Berlín.Mire bien este carozo que le costó la vida a dos físicos y un soldado, y quizás mató a otro científico más de leucemia aplástica, años más tarde. Costó, además, años de discusión.
Para volverlo bomba, otros dos trucos garantizaban el rendimiento termomecánico y radiante: la implosión estrellaba una contra la otra dos piezas metálicas, relativamente separadas entre sí, que formaban brevemente una esfera de berilio. Ésta envolvía el carozo y, como un espejo, le devolvía reflejados hacia adentro los protones liberados hacia afuera, fogoneando aún más las fisiones. Un espejo no muy duradero, eso sí.
Otro envoltorio transitorio, externo a la esfera de berilio, y formado también durante la implosión, estaba hecho de pesado uranio 238. Reforzaba básicamente el trabajo del liviano berilio: impedir la fuga de neutrones y reflejarlos hacia adentro. Y en eso era importante la inercia, ya que el uranio no es tan insustancial como el berilio sino uno de los elementos más pesados de la tabla química. Esa inercia mantendría confinado durante unos nanosegundos adicionales el plasma de plutonio, a millones de grados. Eso garantizaría que al menos 2 kg. de los 6,2 del carozo entraran en fisión antes de que toda esa masa se dispersara en forma de gases a velocidad hipersónica.
Pero esa última y pesada envoltura de uranio cumplía otro rol más: parte del uranio 238, transformado instantáneamente en 239 por captura de neutrones, entraría también en fisión debido a la hiperabundancia transitoria de neutrones libres, y eso añadiría un tercio de potencia termomecánica extra a la reacción.
El que diseñó la fantástica y transitoria ingeniería básica de las bombas Trinity y Fat Man (hombre gordo) fue un canadiense flaco y muy joven, Robert Christy. Le añadió además un núcleo adicional al carozo, algo así como el carozo del carozo, que bautizó «The Urchin» (el erizo), y está hecho de una aleación de polonio y berilio que emite neutrones, como para que no falten en la fiesta. Tipo longevo, Christy llegó a los 96 y se murió en 2012. Todavía a su invento se lo llama «The Christy Pit» entre los ingenieros de armas.
Como le dijo a Vannevar Bush, el Consejero Científico de Presidencia al todavía vivo Franklin Roosevelt, poniéndolo al tanto de las polémicas y avances del Proyecto Manhatan, el plutonio parecía mucho más efectivo que el uranio enriquecido, y se necesitaría una masa físil mucho menor. Pero tenía que ser plutonio «del bueno».
Pero como de ése no había, se tendría que usar plutonio «del malo», con una ínfima contaminación de isótopo 240. La bomba resultante tendría una ingeniería más complicada que envolver una bicicleta, un raro artefacto con forma de esfera, que a duras penas cabía en la bodega de bombas de una Superfortaleza B-29, con una aerodinámica horrible y casi imposible de apuntar a un blanco. El truco de esa bomba pasaba por poder transformar mágicamente una masa subcrítica, es decir relativamente estable, en supercrítica, es decir reactiva.
La sencillez ingenieril de Little Boy es llamativa, frente a la complejidad de Fat Man. Little Boy fue un dispositivo tipo cañón, una bala subcrítica de uranio 235 bastante puro se estrella contra un blanco igualmente subcrítico del mismo material, todo dentro de la recámara y el tubo de un cañón, lo que explica la forma más o menos alargada de la bomba. A la Fuerza Aérea le gustaba: era bastante aerodinámica. Pegaba más o menos adonde apuntabas.
El aplastamiento de la bala contra el blanco genera una brevísima masa hipercrítica de 64 kg. de uranio, del cual apenas 1 kg. entra en reacción en cadena de fisiones. Pero todo eso desaparece por la transformación einsteniana de 1 gramo de masa en energía pura en forma de neutrones, rayos gamma, X y ultravioleta, luz visible y rayos infrarrojos.
El problema con Little Boy era de producción: aquellos 64 kg. de uranio enriquecidos al 80% promedio eran el fruto de muchos meses de trabajo separativo. El mineral de uranio había venido del Congo Belga, y se había ido eliminando el uranio 238, el isótopo preponderante del uranio natural, en sucesivos y minúsculos pasos hasta aumentar 113 veces la proporción del isótopo 235.
Una vez gastados esos 64 kg. en destruir Hiroshima, cosa que sucedió el 6 de Agosto de 1945, no habría suficiente enriquecido de alto grado para una segunda bomba de uranio hasta Diciembre de aquel año. No era imposible que la guerra se complicara mucho antes con una invasión rusa de Japón.
La compleja ingeniería de Fat Man, bomba implosiva de plutonio 239. El carozo de la bomba es una esferita hueca subcrítica de apenas 6,2 kg., para mitigar la hiper-reactividad del material por su relativa contaminación con el isótopo 240. La implosión sincronizada a la millonésima de segundo de decenas de cargas huecas aplasta el metal al doble de su densidad y lo vuelve supercrítico.
Pero Fat Man, la bomba de plutonio, es endiabladamente más barata, simple y compleja a la vez, estaría lista antes. La masa de plutonio (6,2 kg.) es deliberadamente subcrítica para que no haga pre-detonación, o excursión crítica, dado que finalmente hubo que hacerla con el único plutonio disponible en cantidad suficiente, el de los reactores de Oak Ridge y de Hanford. Ese material sólo llegará a criticidad al ser comprimido explosivamente al doble de su densidad inicial. La bomba real se ensambla únicamente durante la explosión, y se potencia con ella. Y logra una reacción más profunda del plutonio: hace entrar en fisión 1/3 de la masa físil inicial. Pero, como se dijo, el plutonio adecuado no crece en los árboles.
En contraste, Alemania y Japón nunca llegaron ni cerca de tener suficientes elementos físiles en la suficiente cantidad y con la suficiente pureza. Como dijo después el físico puro inglés Richard Feynman, que estuvo tan en la movida del Proyecto Manhattan que podría haber firmado la primera y la segunda bomba, pero luego se ganó un Nobel por cosas más inocentes: “Aquello no fue tanto ciencia como ingeniería”.
Ya finalizada la guerra y ocupado Japón, la muchachada del Manhattan, llena de prestigio y con mucha gloria académica por delante, siguió un tiempo bastante largo recluida en aquella piojera de tablones y chapa perpetrada por el general Leslie Groves en el único estado de los EEUU con más ganado que población humana. Todavía buscaba elevar el umbral de criticidad del carozo, paso a paso. Por ejemplo, rodeándolo gradualmente de ladrillos de carburo de tungsteno, que también son reflectores de neutrones.
La Guerra Fría estaba por comenzar. Los tipos buscaban mejores “tampers” para un carozo “mini-mini”, algo que pudiera caber en un misil tierra-tierra como la V-2 alemana. Y es que resultaba claro que derrotados alemanes y japoneses, también habría que derrotar a los soviéticos, si se les ocurría invadir Europa Occidental. Y eso pintaba militarmente difícil, al menos con armas convencionales.
La búsqueda de carozos chicos la motivaba también que el costo de producción del plutonio. Aunque ya empezaba a venir más puro por un reprocesamiento mejorado desde los reactores plutonígenos de Hanford y Oak Ridge, seguía por las nubes. El que lograra un carozo ahorrativo en masa, sería Gardel, allí en New Mexico.
Como concepto de seguridad radiológica, el experimento que liquidó a Harry Daghlian, el irradiado del que prometí hablar, era una estupidez propia de la actitud de cowboy de los “pibes del Manhattan”, vigente aún en 1946. El mejor de todos aquellos físicos nucleares, el italiano Enrico Fermi, vivía diciendo que aquellos muchachos eran unos idiotas y se iban a matar. Tuvo razón en dos ocasiones.
Mientras Daghlian iba apilando ladrillos de carburo de tungsteno alrededor del carozo, uno se le cayó encima, tapando el conjunto. Eso provocó una “excursión crítica” o “transitorio” o “rampa crítica”. Fue apenas un fogonazo azul brevísimo. Pero en 25 días de agonía atroz, la radiación gamma y los neutrones absorbidos se llevaron a Daghlian y a un inocente guardia de seguridad que custodiaba la puerta del hangar, el soldado Bob Hemmerly.A Daghlian se lo puede ver a la derecha, intensamente concentrado, meses antes, mientras arma “Trinity”, la primera bomba atómica de la historia, dotada de “su” carozo subcrítico. Trinity liberó una energía termomecánica equivalente a la explosión de 20 toneladas de TNT. 20 kilotones, o 0,20 megatones, en la jerga.
En esa foto histórica, el muchacho de anteojos de aviador frente a Daghlian es el canadiense Louis Slotin, otro genio canchero. Y lo mató otra excursión crítica accidental del mismo “carozo” cuando buscaba los límites de la criticidad con otro reflector de neutrones mucho más delgado que los pesados ladrillos de Daghlian, una cúpula de tenue berilio. Mientras hacía un show para la gilada de colegas visitantes, a Slotin se le resbaló la cupulita del destornillador con que evitaba que ésta cubriera totalmente el carozo: FSSSS, fogonazo azul. Otra vez.
Slotin murió 9 días más tarde, con lo que los forenses llamaron “el equivalente tridimensional de quemaduras de sol en todos sus órganos internos”. Ese carozo fue bautizado de ahí en más “The Demon Pit”, “el carozo del demonio”. Desapareció del mundo en el testo de la bomba “Able”, en el atolón de Bikini, perteneciente a las islas Marshall, en 1946. Donde contribuyó a joderle la vida a miles de anónimos isleños expulsados «pacíficamente» de sus islas por el Ejército de los EEUU, bajo la promesa de que luego se las devolverían. 63pruebas nucleares y 77 años más tarde, todavía no cumplieron.
Bueno, perdón por tanto academicismo histórico. Es que mi deber es explicar que no con cualquier plutonio se hacen bombas, y que el bueno-bueno no crece en los árboles, y eso lo sabe hasta el físico más nabo.
Ahora fíjese, oh lector/a, en este detalle. El pulcro, frío, aburrido y ritual David Albright, por físico y por matemático, sabía perfectamente que el maldito LPR de Ezeiza iba a emplear combustibles gastados de Atucha I. Eso supone que su contenido de plutonio tendría una contaminación de 240 superior al 20%. Por todo lo dicho y narrado antes, oh lector, habría sido tan útil para hacer bombas como un bate de baseball para la neurocirugía.
Pero el quía se había venido hasta aquí de todos modos con su valijita y su cara de vinagre a jodernos la vida, y a empiojar el desarrollo de una instalación que habría duplicado o triplicado la duración de los yacimientos de uranio argentinos. Y también venía a buscar fisuras en la CNEA con voluntad de ir limando desde adentro el proyecto argentino de autonomía en combustibles nucleares. Proyecto por el cual, entre marzo y abril de 1976, y probablemente no sin una orden secreta de los EEUU, habían sido asesinados 33 físicos, radioquímicos e ingenieros nucleares argentinos.
Mírele bien la trucha al tipo. Todavía anda suelto. En 2003 se encargó de persuadir, como gran experto, al Congreso de los EEUU de que había que invadir militarmente a Irak para frenar el programa atómico militar de Saddam Hussein… que según el Organismo Internacional de Energía Atómica, no existió jamás. Hace 20 años ya que ese estado dejó de existir, y lo único que hay allí es una guerra infinita y unos 380.000 civiles muertos. Sí, deje en paz su bate de baseball. A mí tambíen me dieron ganas, no es personal.
Dado que el hombre quería entrar en contacto con líderes de la CNEA, le presenté al Dr. Carlos Aráoz, uno de “los doce apóstoles de Sábato”, un capo en combustibles y aleaciones especiales. Albright debe haber creído que yo lo pondría delanta de un posible «topo», cuando lo que hice fue dejarlo atado (al menos un par de horas) delante de una máquina intelectual de picar turros.
Entre sus antecedentes, Aráoz tenía una larga negociación con Alemania hasta que su gobierno aceptó que se usaran combustibles argentinos en Atucha I sin retirar las garantías: Carlitos no es un duro: es de piedra.
La conversación giró sobre la necesidad «objetiva» de que la Argentina desmantelara el proyecto LPR, firmara el Tratado de No Proliferación, y terminara con sus devaneos con el enriquecimiento de uranio o la fabricación de agua pesada. ¿Por qué?, quiso saber, cortés y sucinto, Aráoz. «Para no ser catalogados como proliferantes por los EEUU, porque esas tecnologías nos hacen creer que pueden estar escondiendo un programa de armas nucleares», dijo Albright, casi con convicción.
Carlitos lo miró filosóficamente. «Que Uds. crean eso de nosotros, ¿no viene a ser un problema de Uds?», preguntó, mientras encendía, tranquilo, su pipa.
La charla duró 2 horas y creo que el yanqui se volvió a su hotel con una úlcera. O eso espero. Mientras yo volvía a mi casa, me decía que el LPR ya estaba perdido desde el mismo segundo en que el ing. Alberto Costantini reemplazó al contraalmirante Castro Madero en la presidencia de la CNEA. La mía fue una venganza de muy bajas calorías, pero me sentí un poco menos peor.
Aráoz seguramente ya se olvidó de aquello. Hizo cosas bastante más importantes en su vida. Un saludo, si estás leyendo la Saga, Carlitos.
En cuanto a los de la citada mutual médica bonaerense, no creo que hayan entendido jamás de asuntos atómicos. No es lo suyo. Pero como cualquier institución argentina, le tiene más miedo a Clarín que al plutonio.
No sin razón.
El ministro de Economía, Sergio Massa, anunció que habrá un dólar especial para liquidar las exportaciones vitivinícolas desde abril y aseguró que Estados Unidos levantó las restricciones para importar mosto argentino.
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Así afirmó durante el desayuno vitivinícola con el que comienza la Vendimia, desde Mendoza, organizado por la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR).
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“Quiero dejarles una buena noticia”, aseguró el funcionario, y confirmó que además de la puesta en marcha de esa divisa sumarán otras decisiones para recuperar mercados con un programa de “fortalecimiento exportador”. Y continuó: “A partir del 1º de abril, vamos a acompañar con un mecanismo para las economías regionales, arrancando por la vitivinicultura”.
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Sobre el valor de ese nuevo dólar, señaló que este mes convocarán una mesa de trabajo para definirlo, sin perder de vista tres desafíos fundamentales: “Recuperar competitividad, que el beneficio llegue a todos los productores y que no se afecte el precio del vino para la mesa de los argentinos”. “Así como pusimos en marcha para el complejo agroindustrial, vamos a acompañar a la industria vitivinícola”, agregó Massa.
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“Desde el 1° de abril, con competitividad cambiaria, tenemos que tener más vino argentino en el mundo”, enfatizó el tigrense.
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Señaló además que el Ministerio trabajará en los próximos días para que “el precio nuevo llegue a todos los productores para que no se transforme en utilidad de unos pocos” y que “esté garantizado con buen precio el abastecimiento en el mercado interno”.
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Las medidas para el sector vitivinicultor
El Ministro habló de fortalecimiento de la competitividad del sector, que pueden incluir medidas en tipo de cambio, retenciones, impuestos y promoción. Adelantó que el lunes estará publicado el decreto que habilita la línea crediticia por US$ 50 millones, como parte del Programa de Apoyo para Pequeños Productores Vitivinícolas de Argentina (Proviar II).
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Además, indicó que esperaban una cosecha vitivinícola con “un volumen inferior al 21% respecto de la temporada pasada, que había sido escasa, y un 34% inferior a la media”, y lamentó que “el clima está castigando”.
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“El clima nos está castigando cada vez más frecuentemente: helada, granizo, olas de calor, nos han ido quitando superficie productiva y dañando producciones que se habían llevado adelante, son 2.000 viñedos menos a lo largo y ancho del país. El cambio climático es uno de los grandes enemigos que tenemos y por eso firmamos con Coviar un acuerdo para financiar la red de estaciones meteorológicas para anticiparnos y trabajar en términos de prevención de mediano y largo plazo”, sostuvo.
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También remarcó que “el Estado tiene que intervenir a favor de quienes sufren los problemas climáticos”. Massa anunció que ampliará “con más de 583 millones de pesos el apoyo a los productores que sufren los problemas climáticos”.
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“Estamos poniendo en marcha el sistema de riego para ampliar la superficie atendida, y estamos licitando del sistema Luján Oeste”, dijo.
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Importaciones
Massa también destacó particularmente el “acuerdo con Estados Unidos que permite levantar las restricciones para el mosto” y anunció que este lunes estará publicado el decreto del Gobierno Nacional que hace efectivo el aporte de 40 millones de dólares y un adicional de 10 millones del Estado Nacional para la puesta en marcha del programa Proviar II.
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“Este crédito que tomará el Gobierno servirá para mejorar la productividad, con foco en la eficiencia hídrica. Contribuirá al arraigo de jóvenes en la ruralidad. Para Coviar es muy importante una participación activa en conjunto con el organismo subejecutor (el INV) y el Gobierno nacional, por los próximos cinco años, garantizando la transparencia, tal como sucedió en la primera etapa exitosa de este programa”, explicó González.
Primer país del mundo en enterrar dióxido de carbono importado del exterior, Dinamarca inauguró un sitio de almacenamiento de dióxido de carbono a 1800 metros bajo el mar del Norte, una herramienta considerada esencial para frenar el calentamiento global. «Hoy hemos abierto un nuevo capítulo verde para el mar del Norte», celebró el príncipe Federico, al dar inicio a la fase piloto del proyecto en Esbjerg. Paradójicamente, este cementerio de CO2 es un antiguo yacimiento petrolífero que contribuyó a las emisiones.
Dirigido por la multinacional química británica Ineos y la empresa energética alemana Wintershall Dea, el proyecto «Greensand» permitirá almacenar hasta ocho millones de toneladas de CO2 por año hasta 2030.
Todavía en pañales y muy costosa, la captura y almacenamiento de carbono (CAC) consiste en captar y luego aprisionar el CO2, principal causante del calentamiento global. Actualmente hay más de 200 proyectos operativos o en desarrollo en todo el mundo.
Lo que hace especial a Greensand es que, a diferencia de los emplazamientos existentes que secuestran CO2 de instalaciones industriales vecinas, utiliza carbono venido de lejos. «Es un logro europeo en materia de cooperación transfronteriza: el CO2 es capturado en Bélgica y muy pronto en Alemania, cargado en barco en el puerto (belga) de Amberes», dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
El gas se transporta por mar hasta la plataforma Nini West, en el borde de las aguas noruegas, y se transfiere a un depósito a 1,8 km de profundidad.
Para las autoridades danesas, que aspiran a la neutralidad de carbono en 2045, se trata de un «instrumento indispensable en nuestra caja de herramientas climáticas».
El mar del Norte es una región propicia para el enterramiento porque alberga muchos oleoductos y depósitos geológicos que quedaron vacíos tras décadas de producción de petróleo y gas. «Los yacimientos de petróleo y gas agotados tienen muchas ventajas porque están bien documentados y ya existe infraestructura que muy probablemente pueda reutilizarse», afirma Morten Jeppesen, director del Centro de Tecnologías Marinas de la Universidad Tecnológica de Dinamarca.
Cerca de Greensand, el gigante francés TotalEnergies va a explorar la posibilidad de enterrar a más de dos kilómetros bajo el lecho marino unas 5 millones de toneladas anuales de CO2 hasta 2030.
Pionero del CAC, la vecina Noruega también recibirá toneladas de CO2 licuado de Europa en los próximos años. Principal productor de hidrocarburos de Europa Occidental, el país posee también el mayor potencial de almacenamiento de CO2 del continente.
No hay milagros
Las cantidades almacenadas siguen siendo pequeñas en relación con la magnitud de las emisiones. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la Unión Europea emitió 3.700 millones de toneladas de gas de efecto invernadero en 2020, un nivel bajo por ser un año afectado por la pandemia.
Percibida por mucho tiempo como una solución técnicamente complicada y costosa, la CAC es vista ahora como necesaria, tanto por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) como por la Agencia Internacional de Energía. Pero no es una solución milagrosa al calentamiento global.
El proceso de captación y almacenamiento de CO2, que consume mucha energía, emite el equivalente a 21% del gas capturado, según el grupo de estudios australiano IEEFA. Y la técnica implica riesgos, advierte el centro de investigación, que cita el riesgo de fugas con consecuencias catastróficas.
«El CAC no debe utilizarse para mantener el nivel actual de producción de CO2, pero es necesario para limitar el CO2 en la atmósfera», explicó Jeppesen. «El costo de almacenar carbono debe ser reducido para que se convierta en una solución duradera de mitigación, a medida que madura la industria», agregó el científico.
Entre los defensores del medio ambiente, la tecnología no tiene apoyo unánime. «No resuelve el problema y prolonga las estructuras nocivas», afirma Helene Hagel, responsable de energía de Greenpeace Dinamarca. «El método no cambia nuestros hábitos mortales. Si Dinamarca quiere realmente reducir sus emisiones, debe ocuparse de los sectores que producen gran parte de ellas, es decir, la agricultura y el transporte«, aseguró.
La sequía severa en nuestra región productiva desde el inicio de la campaña agrícola provoca caídas fuertes en las proyecciones de cosecha de maíz y soja. Con un 94% de probabilidades, en este mes se volverian a condiciones más normales pero seguiran las altas temperaturas.
En su informe del 3 de marzo, la cátedra de Climatología y Fenología Agrícolas de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) indicó que en gran parte de la región productiva agrícola del país, la escasez de lluvias durante los meses de verano, combinada con las olas de calor extremo, desecó los suelos y afectó los rendimientos del maíz y la soja.
Según estimaciones de la Bolsa de Cereales de BA, las cosechas de maíz y soja estarían 11 y 10 millones de toneladas por debajo de la campaña pasada, respectivamente. Mientras tanto, el pronóstico de El Niño-Oscilación del Sur informa que con un 94% de probabilidades tendría lugar una transición de La Niña hacia condiciones neutrales en el trimestre marzo-abril-mayo.
Según Adela Veliz, docente de Climatología y Fenología Agrícolas en la FAUBA, “el último trimestre —verano, si lo consideramos desde el punto de vista meteorológico— presentó anomalías negativas importantes en las precipitaciones en casi todo el país, salvo en el centro de la Patagonia y el norte de Cuyo, con lluvias por encima de los valores normales para la época. A esto hay que sumarle las temperaturas extremas que ocurrieron desde noviembre, con una sucesión de nueve olas de calor hasta al momento de elaborar el informe”.
Al respecto, y como ejemplo, Veliz comentó las temperaturas registradas desde principios de febrero en la estación meteorológica automática ubicada en la FAUBA. “El 11 y el 12 de febrero, la temperatura máxima llegó a 38,5 °C, y seis días después ingresó una masa de aire frío que provocó una caída abrupta de las marcas térmicas, con una mínima de 7,9 °C el día 17. Y luego, marzo arrancó con temperaturas elevadas: el día 2, la marca fue 38,8 °C, récord para el mes”, afirmó la docente.
La docente hizo hincapié en que las altas temperaturas y las lluvias deficitarias causaron el desecamiento de las reservas de agua útil en los perfiles del suelo justamente en los momentos en que se definieron los rendimientos de la soja y el maíz, los cultivos más importantes de cosecha gruesa. “Los maíces tempranos que ya se comenzaron a recolectar en zonas como el norte de Santa Fe presentan rendimientos muy por debajo de lo esperado, ya que tampoco hubo oportunidad de acumular agua en el suelo durante los meses del invierno, que también resultó extremadamente seco”.
Además, Adela agregó que en el caso del maíz, las temperaturas muy elevadas tuvieron un efecto negativo en la viabilidad del polen, lo cual disminuyó la formación de granos.
En cuanto a la sequía, Veliz aseguró que regiones productivas como el NOA, el centro de Santa Fe, la zona núcleo, el centro y norte de Córdoba, Corrientes y el AMBA presentan condiciones de sequía extrema. Esto se puede apreciar en el mapa del Índice de Sequía SEDI, un índice agrometeorológico que considera los déficits hídricos acumulados en los últimos tres meses.
El agua del suelo, heladas y cosecha gruesa
Por otra parte, Liliana Spescha, coautora del informe junto con Adela Veliz, María Elena Fernández Long y Gastón Sosa —docentes de la misma cátedra de la FAUBA—, se refirió a la evolución del almacenaje de agua del suelo en dos situaciones de sequía en localidades de la provincia de Buenos Aires. “Tomando el perfil hasta 1 metro de profundidad, en Junín, los niveles de reserva se mantuvieron por debajo del punto de marchitez de manera casi permanente desde el inicio de la campaña”.
Liliana agregó que, en cambio, en la localidad de Olavarría, el estado de humedad del suelo se encuentra en condiciones no tan desfavorables, aunque con 50% de agua útil desde principios de año.
“Otra adversidad en febrero fue la helada agrometeorológica —es decir, temperaturas mínimas menores o iguales a 3 °C— que ocurrió el sábado 18 en el oeste de la zona agrícola, particularmente en el este de San Luis, Córdoba, la zona núcleo y en el oeste de Buenos Aires. Los daños a los cultivos van a depender de la fase fenológica en la que estaban, del estado de los lotes, de la cobertura y de su ubicación dentro del paisaje: los sectores bajos serán los más afectados”, dijo la docente.
Por lo señalado anteriormente, Spescha advirtió que habrá una disminución muy importante en los volúmenes de maíz y soja producidos en la presente campaña. De acuerdo con la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la proyección de cosecha de maíz sería de 41 millones de toneladas, mientras que la de soja sería de 33,5 millones de toneladas. En comparación con la campaña pasada, estas cifras representarían una caída de 11 millones en el caso del maíz y de 10 millones en el caso de la soja.
La Niña y una ansiada neutralidad
Fernández Long, por su parte, comentó que el 20 de febrero, el International Research Institute for Climate and Society —o IRI, por sus siglas en inglés— difundió su pronóstico para el fenómeno El Niño-Oscilación del Sur. En el mismo anunció que existe un 94% de probabilidades de que tenga lugar una transición hacia condiciones neutrales para el trimestre marzo-abril-mayo.
Además, María Elena resumió los contenidos del pronóstico trimestral que elaboran —en el ámbito del Servicio Meteorológico Nacional— distintos organismos oficiales, incluyendo la cátedra de Climatología y Fenología Agrícolas de la FAUBA. “Para el trimestre otoñal se indican precipitaciones inferiores a las normales en el norte y el centro de la Mesopotamia, en Cuyo y en el norte y centro de la Patagonia. También se espera que sean superiores a lo normal en el noroeste, y valores normales en la Región Chaqueña. Para la Región Pampeana no hay una categoría con mayor probabilidad de ocurrencia, por lo que se recomienda seguir los pronósticos a corto plazo. En estos casos se debe considerar la información estadística del trimestre”.
Para concluir, Fernández Long indicó que las temperaturas medias continuarían siendo elevadas y superiores a los valores normales en gran parte del territorio, especialmente en la Mesopotamia y en el oeste de la Región Pampeana.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóLos anteriores capítulos de la saga estan aquiEl plutonio militar no se compra en los quioscos.“Demon pit” (el carozo del diablo) bautizado así por sus colegas del proyecto Manhattan.
Voy a explicar el origen de una leyenda negra generada inadvertidamente en épocas del contraalmirante Carlos Castro Madero, y que todavía atormenta a algunos memoriosos pero científicamente desinformados habitantes de Capital Federal y de Ezeiza.
Pero para ello, tengo que referirme sí o sí a cómo los EEUU en 1945 pudieron ocupar el territorio metropolitano japonés casi pacíficamente, casi sin sufrir pérdidas. Ambos hechos están relacionados con el plutonio, y ambos dejaron secuelas históricas: Japón sigue militarmente ocupado por los EEUU, y en Argentina perdimos otras cosas de las que no sólo el argento de a pie sino su dirigencia no tiene la menor idea.
En 1987 y 1988, muchos porteños fueron persuadidos de que una instalación del Centro Atómico Ezeiza iba a transformarse en un Chernobyl criollo, aunque en general la propaganda lanzada por “vecinos preocupados” e incluso por la mutual médica bonaerense FEMEBA mostraba explosiones de armas atómicas, con la típica nube en forma de hongo.
En los textos, ya que no en las fotos, no hablaban de explosiones. Decían que el Laboratorio de Procesos Radioquímicos iba a causar los mismos efectos del derretimiento e incendio de una central nucleoeléctrica gigante, siendo apenas un laboratorio.
A todo esto en el Centro Atómico Ezeiza no hay centrales grandes ni chicas. Hay un pequeño reactor que, con sus laboratorios adjuntos, fabrica radiofármacos para diagnóstico y terapia de cáncer, enfermedades circulatorias, metabólicas, autoinmunes, neurológicas, y sigue la lista.
No hay muchos modos de derretir el núcleo de uranio de una central atómica que no existe, sobre todo porque no existe. Tampoco de hacer lo propio con una planta radioquímica que, por empezar, carece de núcleo. Pero además, según las imágenes, éste accidente tendría las características termomecánicas de la explosión de una bomba A: bola de fuego, térmicas huracanadas ascendentes chupando polvo y humo hacia lo alto, la formación de un hongo atómico y todo eso.
Como lo saben los chicos, el cuco se oculta en la oscuridad. Un poco de luz sobre el LPR, aunque ya no existe, puede disipar pesadillas viejas, si el lector sigue siendo vecino del Centro Atómico Ezeiza. El LPR iba a reprocesar plutonio, ¿pero se parecería en algo al plutonio militar, grado bomba, que todavía se usa en las armas nucleares de implosión? Ni un poco. Vamos a 1945, a la historia de la bomba y de la muerte de Harry Daghlian y Lewis Slotin, porque de otro modo no se entiende la muerte de nuestro LPR.
Buscando ahorrar plutonio metálico de altísima pureza en isótopo 239, cuyo costo de fabricación a fines de los ’40 era sideral, la gente del proyecto Manhattan buscó hacer una “carozo mini”, de masa muy subcrítica, de sólo 6,2 kg y 9,2 cm de diámetro. Y lo logró.
Mírelo con respecto: es esa aparente “bola de billar” de la foto de arriba es idéntica a la que el 9 de agosto de 1945 mató a 70.000 japoneses en Nagasaki. Según uno de los proponentes del “carozo mini”, Harry Daghlian, éste carozo debía ser un “faltan cinco para el peso” (a dime less than a buck), es decir debía tener una masa un 5% inferior a la crítica, con la que se inicia una reacción en cadena espontánea.
Ese carozo subcrítico tiene suficiente descomposición nuclear infusa y permanente como para estar todo el tiempo a una temperatura de 43º C, y emitir rayos alfa de mucha energía, pero muy poca penetración. Se lo puede llevar en la mano sin consecuencias, (por las dudas, use guantes, alcanza con que sean de algodón). Eso que Ud. carga con desconfianza costó una cifra con la que se podría comprar el palacio de Joe Lewis en el Lago Escondido, tiene casi 3 veces la densidad del acero y una tibieza permanente. Objeto raro, ¿no?
Más de lo que cree. Sometido a 100.000 atmósferas de presión, ese carozo cambia de personalidad. Tan bruta compresión se lograba mediante la implosión concéntrica y sincronizada de 32 explosivos envolventes de tipo “carga hueca”, que explotan todos direccionalmente, desde afuera hacia adentro.
Ante tan prepotente aplastamiento, el carozo colapsa, se vuelve un fluído compresible y pasa a otro estado alotrópico del metal, duplicando en ello su densidad de casi 20 a 40 gramos/cm3. Al hacer esto, se pone supercrítico y entra a reaccionar en cadena, fisiones desencadenan fisiones, etc. ¿Pero cuánto dura en ese estado?
Toda la tecnología de Fat Man, la bomba que eliminó a Nagasaki, la que fue modelo de decenas de miles de bombas más, involucra dos ideas: primero, tener un carozo hueco de un plutonio 239 muy puro, poco contaminado del isótopo 240. En el momento adecuado, se lo aplasta con explosivos.
Si hay demasiado isótopo 240 (más del 3 o del 7%, según distintos usuarios), es dificilísimo de transportar plutonio, incluso si usa el consabido truco de dividir la masa por la mitad: cada una irradia a lo bestia rayos gamma, muy energéticos y penetrantes. Sólo se puede manejar con brazos telecomandados, y desde atrás de una protección de ladrillos de plomo.
Peor aún, ese combo empieza a entrar en fisión espontánea aunque las dos secciones del carozo estén separadas entre sí por decenas de metros, porque se detectan la una a la otra y se bombardean con neutrones. Esto se llama predetonación, o “fizzle”, y supone un desperdicio considerable de potencia y dinero, e incluso de pilotos. A los ingleses les sucedió cantidad de veces, en la posguerra, cuando trataban desesperadamente de mostrarle a los EEUU que ellos también tenían la bomba, y había que sentarlos a la mesa para dividirse el mundo con la URSS.
La gente del Programa Manhattan para tener carozos “comme il faut” usó únicamente el plutonio fabricado en ciclotrones de la Universidad de California (“Calutrones”, en cortito). Todo tiene un por qué: el que salía de los reactores plutonígenos de Oak Ridge, todavía demasiado primitivos y difíciles de controlar, venía “sobrequemado” y con trazas inaceptables de 240.
Todo esto fue descubierto por la patota Manhattan sobre la marcha, y duramente, aunque desde el principio hubo teóricos que podían predecir esa conducta del plutonio 239 «sucio» de modo puramente matemático. Mucha regla de cálculo, esos muchachos. Pero hay que ver cómo acertaban.
Japón no pudo rendirse más a tiempo. Lo hizo el 2 de septiembre de 1945, después de los bombazos de Hiroshima (6 de agosto) y de Nagasaki (9 de agosto). La dictadura militar y nobiliaria que dirigía el país pensó que se venía rápido una tercera bomba (con toda razón). Pensó también que el paso siguiente sería toda una campaña prolongada y sistemática de bombardeo atómico. Y eso no era cierto, por imposible.
Por una parte, ya no había mucho qué bombardear. Los japoneses ya no tenían país. Los B-29 yanquis del general Curtis Le May, con sus bombas de napalm y de fósforo blanco, habían vuelto cenizas las principales 67 ciudades del archipiélago, achicharrando entre 250.000 y 500.000 ciudadanos en ello. Tres años de bombardeos de Alemania por el Bomber Command de la RAF y el 8vo Ejército de la aviación yanqui no lograron lo mismo que Le May en medio año. Pero además los autodenominados americanos no tenían con qué bombardear (y ya llegará a ese tema), y tampoco para qué.
La población nipona urbana, aún viviendo en carpas o entre puras ruinas, era unánime con el emperador Hirohito: ante el inminente desembarco estadounidense en Kyushu, la isla más austral del archipiélago central, no habría distingo entre militares y civiles. Morirían peleando todos contra la invasión, incluidos mujeres y pibes. Las chicas de primaria ya practicaban en la escuela cómo ensartarle una lanza de bambú en la panza a un marine. Nadie pensaba en rendirse, y tampoco en llegar a adulto o viejo. Los sobrevivientes se harían matar y/o se suicidarían antes que entregarse.
Estas no son teorías o leyendas urbanas o inventos de la máquina propagandística aliada. Era exactamente lo que acababa de suceder dos meses antes en la isla japonesa de Okinawa, de apenas 1199 km2, en cuya captura se había insumido tres meses.
Y en esos tres laboriosos meses murieron 12.000 marines, 100.000 soldados imperiales y 160.000 civiles isleños. Estos últimos ni siquiera se sentían culturalmente japoneses y toleraban al imperio de Hirohito como una presencia extranjera, abusiva y colonial. Y sin embargo sobran testimonios cinematográficos de madres okinawenses que, para no rendirse, saltaron desde acantilados muy altos con sus hijos en brazos.
Si uno no ha estado inmerso un tiempo en la cultura japonesa no entiende nada: cree que la obediencia absoluta es humanamente imposible. Desgraciadamente no es así. Tampoco es un fenómeno exclusivamente japonés.
La URSS, por su parte, le acababa de declarar la guerra a Japón, estaba haciendo picadillo al Ejército Imperial en Manchuria y Corea, en cualquier momento intentaría un desembarco en las islas Kuriles y desde ahí era apenas un salto hasta invadir Hokkaido, la isla más boreal de las cuatro mayores del archipiélago nipón. Y de ahí, a Honshu, la isla central y mayor. ¿Quién los paraba?
Pregunta legítima, incluso para Japón. No era la primera vez que el imperio luchaba contra la URSS, pero siempre le había ido mal. En 1939, el hasta entonces imbatible Ejército Imperial había sido literalmente obliterado por el Ejército Rojo en la batalla de Khalkin Gol, por el control de Mongolia Exterior. El Imperio Nipón todavía estaba en su etapa de triunfalismo invencible, hasta que le sobrevino Khalkin Gol estaba seguro de conquistar Mongolia, y lueto territorio siberiano soviético hasta el lago Baikal.
Pero sufrió pérdidas tan desastrosas e inesperadas que tuvo que firmar un insólito acuerdo de paz con los soviéticos. Es más, ese acuerdo se mantuvo toda la guerra, incluso cuando la Wehrmacht llegó a 15 km. de Moscú. La URSS se había vuelto un post-trauma irreductible para el alto mando japonés: era lo único en el mundo contra lo que no podían. Hasta que, ya en 1945, con Japón expulsado de casi todo el Pacífico y acorralado por EEUU en su territorio insular metropolitano, Stalin decidió violar el tratado, porque ya era hora de hacer leña del árbol caído.
El generalato imperial había decidido la muerte honorable de todo su país, pero cambió de idea tras la segunda atómica, “Fat Man”, en Nagasaki. Ahora estaban ante dos novedades que no entendían y cuya potencia excedía lo imaginable: el átomo y el Ejército Rojo.
El emperador dio la orden de deponer las armas por radio. Su inexpresivo y breve discurso, pactado con sus generales pero también con el general Douglas McArthur, omite cuidadosamente la palabra «rendición»: habla en cambio de deponer la lucha, como si se hubiera tratado de una cortés deferencia ante turistas inesperados. Todavía hoy millones de japoneses te explican con naturalidad que nunca fueron derrotados, porque jamás se rindieron. Es lo que se enseña en la escuela. Y se lo creen.
Pero sí que se rindieron, y además sin cuestionamientos dado que la orden venía de un ser divino. No por nada los EEUU no tocaron demasiado la cúpula jerárquica del país que estaban invadiendo, y menos que menos, a la familia imperial. La necesitaban intacta.
Una vez ocupado el país por EEUU, McArthur le escribió al emperador Hirohito un discurso en que el monarca declaraba -y lo leyó también por la radio, en cadena nacional- que él no era una deidad sino una persona. Cosa que la población acató también con naturalidad, porque lo decía una deidad.
La suma de factures decidió que el alto mando se rindiera sin patalear. Para no morir irradiados, en primer lugar. No entendían el concepto, pero lo estaban viendo suceder en decenas de miles de sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, que al decir de los médicos japoneses, parecían estar pudriéndose en vida. Y lo estaban: la radiación los había inmunosuprimido totalmente. No tenían linfocitos para luchar contra sus propias bacterias y hongos saprófitos, generalmente inofensivos.
Pero fundamentalmente la cúpula japonesa eligió que el país fuera ocupado por los autodenominados americanos antes que por los soviéticos, sabiendo que los primeros no tratarían de refundar socialmente al país, mientras que los últimos no tendrían miramiento alguno hacia la jerarquía empresarial y militar imperial. Paredón para todos.
En cuanto a la falta de bombas atómicas para asestarles, los generales nipones ignoraban que desde el 19 de agosto había un segundo carozo de plutonio listo para otra bomba implosiva tipo “Fat Man”, asignada probablemente a la ciudad de Kokura. Era la que seguía en la planificación Curtis Le May.
Sin embargo, por problemas industriales, no científicos, luego pasaría al menos un largo mes hasta que el Proyecto Manhattan lograra reunir suficiente material físil para una cuarta bomba, fuera de uranio 235 grado bomba o más bien plutonio militar. Éste es muchísimo más eficiente por su capacidad einsteniana de transformar materia en energía, y además, dentro de todo, es más pagable.
La tercera y cuarta bombas serían para, respectivamente, Nara y Kyoto. Luego, sobrevendría el grave problema de que no quedaban más ciudades en todo Japón. Bombardear con atómicas el campo, las montañas y los bosques no es militarmente redituable. ¿Cómo ocupar -y para siempre- un país cuya producción de comida quedará dañada durante décadas? Además, las bombas de plutonio, aunque más baratas que las de uranio, siguen siendo carísimas.
Quiero volver sobre esto: no sólo faltarían ciudades. Sobre todo y ante todo, faltarían bombas. Hasta agosto del ’46 no habría las cantidades necesarias de plutonio 239 de suficiente pureza para destruir con atómicas la retaguardia japonesa, en caso de desembarcos en las islas grandes, Honshu o más probablemente, Kyushu.
En suma, tras borrar Kokura del mapa y si Japón se obstinaba en seguir en pie de guerra, los EEUU debían resignarse a rascarse el higo casi un año en sus buques mientras hambreaban al enemigo por bloqueo naval. Pero mientras sucedía eso, era cantado que perdían Hokkaido bajo las botas del Ejército Rojo, y quién te dice, también la isla grande central, Honshu, o al menos su prefectura más boreal, Tohoku.
Por el contrario, una invasión de la isla bastante menor y menos poblada de Kyushu al estilo Normandía, con armas únicamente convencionales, significaba asumir la muerte de 1 millón de estadounidenses y al menos 4 millones de japoneses, fundamentalmente civiles. Esos eran los datos que le llegaban a Harry Truman, que por la muerte de Franklin D. Roosevelt, recién estrenaba sus zapatitos de presidente.
Y como suele suceder con los vicepresidentes de los EEUU, que ejercen roles más bien ceremoniales, en vida de Roosevelt, don Truman había sido puesto deliberadamente dentro de un termo para que no se enterara de casi nada. Cuando asumió, no sabía siquiera de la existencia del Programa Manhattan.
El núcleo de plutonio de las bombas sucesoras de “Fat Man” tardaba horrores en fabricarse en los “calutrones”. Un sincrotrón es primero y ante todo, un acelerador de partículas, un instrumento más académico que industrial: mueve muy poca masa usando demasiada energía eléctrica. Acumular los 6,2 kilogramos de plutonio “grado carozo” en 1945 y con tales medios era un trabajo de hormigas, algo así como llenar una pileta olímpica a cucharaditas o iluminar un estadio nocturno con fósforos.
Y Ud., que quería saber qué corno pasó en Ezeiza en la década de los ’80, y yo hablándole de carozos del diablo, físicos irradiados, soviéticos invencibles, islas japonesas y calutrones californianos.
Téngame paciencia y fe, no estoy tan perdido como parece. Estoy tratando de echar luz sobre algo importante que sucedió en nuestro país entre 1983 y 2000 y delante de nuestras narices,y cambió nuestra historia. Y no para bien. Es algo de lo cual ni siquiera nuestra dirigencia conserva recuerdos.
La Rioja tendrá un polo científico y tecnológico que cuya inversión alcanzará a los US$ 4.767.000.La obra que tendrá 4 mil metros cuadrados, estará ubicada en la zona sur de la ciudad y nucleará al sistema científico tecnológico provincial.
El acuerdo quedará plasmado en un convenio que será firmado entre el Gobierno de La Rioja y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Así lo anticipó el secretario de Ciencia y Tecnología Hugo Vera. “Estamos a días de que el gobernador (Ricardo Quintela) con el ministro Daniel Filmus firmen el convenio para iniciar el llamado a licitación”, dijo el funcionario a Radio La Red.
Lo había adelantado el Gobernador cuando anunció que el Gobierno nacional “tomó la decisión de acompañar el proyecto para la creación del edificio del Polo Tecnológico de la Provincia de La Rioja, con un financiamiento aproximado de 1.100 millones de pesos que firmarán próximamente en Buenos Aires”.
Por medio del Programa Federal “Equipar Ciencia”, se gestionó y ejecutó financiamiento para la adquisición de equipamientos con una inversión de 3.075.963 de dólares, destinados a laboratorios de la Universidad Nacional de La Rioja (UNLaR), Universidad Nacional de Chilecito (UNdeC), la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), CRILAR, CENTEC, IREPCYSA e INTA.
Mediante la disposición 1470/2023, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) autorizó, el pasado martes 7 de marzo, la comercialización de la especialidad medicinal denominada mifepristona y con ello permite su distribución y venta en farmacias y su uso en los tres subsistemas de salud -público, obras sociales y prepagas-.
La mifepristona es una medicación que se usa combinada con el misoprostol para la interrupción del embarazo en uno de los esquemas recomendados por la OMS. La aprobación para su comercialización se enmarca en el cumplimiento de la Ley 27.610 de acceso a la interrupción voluntaria y legal del embarazo (IVE/ILE).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) consideró, desde 2005, a la mifepristona y al misoprostol como drogas esenciales para proveer servicios de salud de calidad y ratificó su eficacia y seguridad en el reciente documento “Directrices sobre la atención para el aborto” publicado en 2022.
Cabe destacar que el laboratorio LIF de Santa Fe se encuentra en proceso de desarrollo de la producción pública de mifepristona y en el año 2022 el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires firmó un convenio con la Universidad Nacional de La Plata para su producción.
Además, el Ministerio de Salud de la Nación inició, en el 2022, la distribución del tratamiento combinado de mifepristona y misoprostol, a través del programa REMEDIAR, a los programas provinciales de salud sexual y reproductiva y centros de salud y hospitales públicos que garantizan IVE/ILE en todo el país.
Consecuencias positivas del uso de esta droga
Las estadísticas muestran que entre los años 2020 y el 2021 se logró un descenso del 40% de la mortalidad materna por embarazo terminado en aborto.
Las muertes maternas ligadas al “aborto médico, otro aborto, aborto no especificado e intento fallido de aborto” cayeron de 13 en 2020 a 9 en 2021. Si se consideran todas las defunciones por aborto, se observa que la disminución fue de 23 en 2020 a 15 en 2021.
En 1957, la Comisión Nacional de Energía Atómica conformó un equipo para construir el que sería el primer reactor experimental de América Latina. Entre sus integrantes había hombres y mujeres, la mayoría surgidos del primer curso de reactores que se dictó en la institución.
Trabajaron a la par, con roles repartidos en función de sus conocimientos y capacidades. De esta manera, el mismo proyecto que sentó las bases de la soberanía nuclear argentina, también fue una muestra de lo que significa la igualdad de género.
Las mujeres eran minoría en ese equipo. Pero hasta hace muy poco, ocupaban apenas el 35% de los puestos de trabajo en la CNEA y solamente un 20% de las áreas técnicas.
El organismo, que este 8 de marzo se suma a la conmemoración del Día de la Mujer, impulsa una política para cambiar esa situación, incentivar la participación de las mujeres, alcanzar la equidad de género y quebrar el techo de cristal que durante años impidió el acceso femenino a los cargos jerárquicos.
“Cuando asumí no había ninguna mujer al frente de ninguna de las gerencias de la CNEA. Hoy ya tenemos casi equidad de género: pasamos de 0 a casi un 45% de mujeres a cargo”, cuenta la doctora en Física Adriana Serquis, que en junio de 2021 se convirtió en la tercera mujer presidenta de la CNEA.
Creada en 1950, la Comisión tuvo su primera mujer en la presidencia recién 37 años después: la física Emma Pérez Ferreira, quien se hizo cargo del organismo entre 1987 y 1989. La segunda fue la licenciada en Química Norma Boero, entre 2007 y 2016.
En 2023, todavía hay mucho por hacer. “Estamos dándole institucionalidad a una tarea que se empezó hace tiempo, dándole un apoyo a los movimientos de mujeres y colectivos de diversidades que están tratando de lograr una mayor representación en las posiciones de decisión, pero también en el día a día. Buscamos tener mayor equidad en la participación en temas técnicos y, también, evitar la violencia de género, que está presente con todas sus sutilezas como en el resto de la sociedad”, afirma Serquis.
Para eso, explica, se creó el Departamento de Mujeres, Género, Diversidades e Inclusión Laboral dentro de Recursos Humanos, junto al que actualmente se trabaja para la aprobación de un protocolo de intervención institucional para casos de violencia de género, acoso o discriminación.
Celda caliente donde se telemanipulan químicamente los radioisótos farmacológicos fabricados en el reactor RA-3 de Ezeiza.
Las pioneras de la energía nuclear y sus aplicaciones
En 1951, el químico alemán Walter Seelmann-Eggebert fue contratado por CNEA para crear una división de Radioquímica en la que brillarían las mujeres. Entre ellas, la física Ilse Franz y las químicas Josefina Rodríguez, Sonia Nassiff, María Cristina Palcos, Sara Abecasis y Maela Viirsoo, quien se sumó en 1961. La tarea de este grupo fue fundamental para el desarrollo de radioisótopos en la Argentina.
“Había siempre un trato directo y personal. Éramos todos muy jóvenes y nos tratábamos como iguales. Además, la mayoría éramos mujeres”, cuenta la doctora en Química Maela Virsoo, profesora e investigadora especializada en radioisótopos de la CNEA y fundadora de Women in Nuclear (WIN) Argentina. Tiene 85 años y está retirada, pero durante la entrevista en la que recuerda aquellos tiempos luce orgullosamente su guardapolvo de investigadora. Ella descubrió dos de los 20 radioisótopos identificados por su División.
Nacida en Estonia en 1937, Maela emigró con su familia durante la 2° Guerra Mundial, en 1944, y vivió en Finlandia y en Suecia. Ya en la Argentina, se radicaron en Tucumán, donde ella estudió en la Universidad Nacional de esa provincia. Su padre, ingeniero agrónomo, era docente universitario. En su hogar no había otra opción: ella también sería profesional.
“La Asociación de Mujeres Universitarias de Estonia, de la que formo parte, existe desde 1911 y la de hombres, desde 1860. Son tradiciones de la Edad Media”, dice Maela, que descree de que exista una diferencia intelectual entre los géneros. “Todo tiene que depender de la persona, de su capacidad y de su experiencia, más allá de su género. Por eso tampoco estoy de acuerdo con el cupo femenino”, opina.
En el equipo que construyó el RA-1, el primer reactor nuclear de América Latina que aún funciona en el Centro Atómico Constituyentes, también se destacaron las mujeres. Clara Mattei y Elda Pezzoni hicieron los cálculos de la configuración del núcleo del Reactor. Velia Hoffmann supervisó y trabajó en el desarrollo del blindaje de hormigón. Además, participaron Vera Vininski y María Delfina Bovisio.
“Mi mamá tenía 24 años y era la única ingeniera civil del grupo, que estaba a cargo de Fidel Alsina. Los operarios la respetaban porque se ponía el mameluco igual que ellos para hacer la dirección de la obra. Para mí era normal que mi mamá fuera ingeniera. Estudió esa carrera porque mi abuelo trabajaba en la Dirección de Obras Públicas y ella siempre lo acompañaba a las obras”, cuenta Mariana Geiger, la hija de Velia Hoffmann y del ingeniero Miguel Alberto Geiger, quien también trabajó en la construcción del RA-1. “El matrimonio atómico”, los bautizó la revista Vea y Leapor aquellos años.
Velia falleció en 2021. Pero dejó un escrito sobre su experiencia al frente del laboratorio que desarrolló hormigones de alta densidad para las paredes de protección contra las radiaciones del RA-1. Su taller estaba en un galpón en el predio de General Paz y Constituyentes. “Estábamos todos muy entusiasmados y poniendo el mayor empeño en pos del objetivo de lograr nuestro primer reactor nuclear. El avance de su diseño y el de la construcción de sus componentes no daba tiempo a pensar en otra cosa. Éramos un grupo de profesionales muy jóvenes, trabajando muchas horas, en el tramo final hasta de noche, en ese descampado”, relata.
También cuenta que dormía en un catre que había llevado al laboratorio y que, como no tenían baños, les prestaban los del taller mecánico que había en el mismo predio. “A mí me dieron la llave del privado del jefe del taller”, recuerda.
“Mi mamá me contó que en el proyecto no se hacían diferencias por sexo,sino por capacidad. Cada uno tenía un rol a cumplir y se sabía que tenía la capacidad para hacerlo. Era un trabajo en equipo. No tuvo un techo de cristal en CNEA, aunque sí lo tuvo cuando trabajó para una empresa privada. Ella pensaba que no debía haber diferencias por una cuestión de género”, enfatiza Mariana.
El 20 de enero de 1958, día de la inauguración oficial del RA-1, Velia se sentó en la consola y le indicó al entonces presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu cuándo accionar el botón para que el reactor alcanzara criticidad.
Detrás suyo estaba su esposo, Miguel Geiger. En el diario Noticias Gráficas salió una foto de ese momento en el que decían que ella era una operadora y él un ingeniero. “Esa nota causó malestar en mi casa, por su machismo –dice Mariana‒. Mamá también era ingeniera”.
“Gracias a todas esas pioneras siempre hubo un montón de capacidades aportadas por mujeres en CNEA. Pero con el paso de los años, por alguna razón se fueron invisibilizando”, evalúa Serquis. “Me parece importante darle impulso y visibilidad a las mujeres capaces que vienen haciendo su tarea en forma invisible”, concluye.
Las nuevas generaciones de mujeres de CNEA
Dentro del nuevo organigrama hay gerencias de área a cargo de mujeres. Una de ellas es la de Producción de Radioisótopos y Aplicaciones de la Radiación, encabezada por Natalia Stankevicius, quien es egresada de Aplicaciones Nucleares del Instituto Beninson.
Con 14 años de trabajo en la CNEA y conocimiento de los desafíos a enfrentar liderando grupos de trabajo, lo primero que se planteó al asumir fue cambiar ciertos roles prefijados por género. “En fisión o en la planta de producción de radioisótopos no había operadoras, a pesar de que había mujeres con capacidades para entrenarse para ese puesto”, señala. “En el imaginario estaba que una mujer no iba a tener fuerza para manejar los telemanipuladores, que son los brazos robóticos. Hoy tenemos operadoras, jefas de proceso, una jefa de instalación de la planta y una subgerenta. Y las mujeres tenemos mayor participación en la visión estratégica y en la toma de decisiones”, dice Natalia.
En el medio hubo que acondicionar las instalaciones de la planta, como los baños, porque habían sido diseñados sólo para hombres. “Ante un evento de seguridad, las mujeres no tenían duchas y tenían que usar las del baño de hombres”, cuenta Natalia.
¿Qué es lo que falta? “Para mí hay que avanzar con respecto a la cultura organizacional, fortalecer una cultura de respeto, en condiciones seguras y vinculada con la perspectiva de género. Tener buenas condiciones laborales nos permite trabajar en forma segura y eso no se puede si no confío en mi compañero o si mi compañera no se va a animar a expresar su idea. Cómo nos tratamos forma parte de la cultura de la seguridad”.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóLos anteriores capítulos de la saga estan aquiTodo para nada
“Repro” había empezado en el Centro Atómico Ezeiza, en un laboratorio del tamaño de una cochera doble, el ERE. En 1974, bajo paraguas duplicado de Perón e Iraolagoitía, ya se había vuelto el PR, algo mayor en metros cuadrados, elenco y sistemas de radioprotección. Con ese tamaño nimio, reprocesó con el sistema químico PUREX 0,5 g. de plutonio del combustible quemado por el reactor vecino RA-3.
El paso siguiente –que interrumpió la bestia de Massera- era un segundo laboratorio, el PR2, donde trabajarían 40 expertos ya designados para modificar o afinar la química extractiva del proceso PUREX, que data de los años 40, con la idea de llegar a los centenares de gramos, y quizás a los kilos. Sobre esto, tengo información contradictoria.
La idea de llamar “Procesos Radioquímicos” (PR) a estos sucesivos laboratorios fue del propio Perón. Éste le había sugerido a Morazzo en 1974 evitar la palabra “reprocesamiento”, para no buscarse problemas. Pero cuando se planeó el PR2 las alarmas ya estaban sonando en La Embajada y los problemas ya lo estaban buscando a él. Sólo que Morazzo no lo sabía.
Ante el ataque físico contra Repro, Castro Madero se jugó a la desesperada y muy por fuera de su arma, o eso es lo que interpreto yo. Lo que explicaría lo siguiente:
Uno de los pocos físicos nucleares con grado militar de jefe que tenía el Ejército en la CNEA, el coronel Luis “Lucho” Argüello, quedó a cargo de liberar a los que pudiera de la ESMA. Al menos, eso le dijo Argüello al radioquímico Carlos Calle, entonces secuestrado, torturado y bastante resignado a morir, cuando lo fue a visitar a su celda.
¿Le dio mandato Castro Madero? No se sabe. Si parece que Argüello en esa movida no estaba solo: detrás se alineaban el entonces teniente coronel y físico nuclear Ricardo Rapacioli, y un general de brigada del arma de Ingenieros con iguales quilates atómicos, Máximo Abbate.
En tercera línea, detrás de todos, se adivina todavía hoy un “señor de la muerte” de gran calibre del Ejército, el general de división Luciano Benjamín Menéndez, ya muerto, como todos los milicos citados aquí. Pero éste partió de este valle de lágrimas con 13 condenas encima a prisión perpetua por imputado en más de 800 desapariciones, torturas y asesinatos en Córdoba. Sus conmilitones lo llamaban «El Cachorro», sus víctimas, «La Hiena».
No creo que Menéndez pudiera distinguir un protón de una llave inglesa, pero sí puedo imaginarlo tratando de conseguirle a su arma, el Ejército, una mayor autoridad, o tal vez la máxima, en aquel reducto académico-naval (y viceversa) bastante autogestionado que había sido hasta entonces la CNEA.
Menéndez era una bestia cuartelera clásica. No entendía una mierda de nada salvo de golpes de estado, matanza de civiles y alpinismo en el tótem militar, que viene a ser el «Trivium» escolástico básico de su arma desde 1930. Me lo puedo figurar con planes de que el próximo presidente de la CNEA fuera del Ejército, y que sus camaradas le debieran homenaje por ello. No me cuesta imaginarlo tratando de conseguir los planos o maquetas de «la bomba de Perón» (que no existieron nunca, pedazo de imbécil) para ver cómo usaba esa palanca con (o contra) Videla. O con la Embajada. Como fuera, a alguien le sacaría algo.
Creo que a fines de Marzo y principios de Abril de 1976, por las vidas de aquellos 33 secuestrados de la CNEA hubo una pelea múltiple y sorda: Menéndez por la suya y por la gloria, Argüello, Rappacioli y Abbate para plantar unos borcegos de Ejército en la dirección de aquel antro naval nuclear, y Massera intentando regalarle a la Embajada un sacrificio humano masivo, y junto a él, los planos de una bomba imaginaria. Y detrás de todos la CIA, discreta y letal, haciendo lo suyo.
Probablemente quien estaba tratando de salvar a algunos náufragos atómicos en aquel «feeding frenzy» de tiburones con gorra haya sido Castro Madero. Y añadiría también a los tres altos oficiales de Ejército con pergaminos atómicos. Y creo que si yo estuviera acertado, eso último sucedió porque, sin importar de qué arma, los milicos nucleares son (¿eran?) una rara hermandad de locos que trataban de reinventar al país a través de la tecnología. Estaban muy contagiados del ambiente atómico, muy asimilados: intelectual y políticamente volaban kilómetros más arriba que sus conmilitones supuestamente sensatos. Pero lo mío es conjetural, tal vez un poco ingenuo, y puedo estar muy equivocado.
Como sea, con el Proceso recién nacido pero ya gateando por lagos de sangre, la intromisión inesperada de Lucho Argüello en la celda de la ESMA donde Calle esperaba la muerte entre una y otra sesión de tortura debe haber sido, en lenguaje naval, un cañonazo por delante de la proa para el Almirante Cero, pero disparado desde el Ejército. Hasta acá, pibe. Pará las máquinas.
Era impensable que Marina y Ejército se agarraran a tiros como lo habían hecho en la decada del ’60 por ejemplo, y menos que menos por 33 científicos y tecnólogos civilacos. Pero Massera, aunque lo suficientemente imbécil para creerse en serio lo de «la bomba de Perón», y pese a que con Videla y Agosti formaba parte de la Primera Troika procesista, nunca brilló por su coraje físico. No por nada: toda vez que se fueron a las armas los verdes contra los azules, el Ejército siempre pudo más.
Resumiendo, de 33 desaparecidos nucleares (sumando todos los de la CNEA y 4 egresados del Balseiro), 12 pasaron de la ESMA a un buque cárcel y de ahí a la cárcel de Devoto, donde fueron declarados a disposición del PEN y posteriormente liberados, entre ellos Morazzo, físicamente hecho tiras. Los otros 19, parte de aquella burbujeante “primavera política nuclear” que empezó en 1970 con la campaña de APCNEA para que Embalse fuera de uranio natural, hoy tienen el mural que muestro arriba, y que los recuerda.
Y que me parte el alma.
Lo que nadie recuerda, lo que se ha hecho todo lo posible por olvidar o minimizar o bastardear, fue la respuesta de Castro Madero a Massera, y a la/las s embajada/s que probablemente secundaron el intento de exterminio de Repro.
Esa respuesta fue el LPR, o Laboratorio de Procesos Radioquímicos, una instalación monumental que costó U$ 200 millones (equivalentes a U$ 530 millones de hoy).
El LPR era más una planta de demostración tecnológica que una unidad fabril, pero su objetivo obvio era separar plutonio del combustible quemado de Atucha I, elegida deliberadamente. Como la central estaba bajo salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica, el reprocesamiento debía hacerse aceptando un control «full scope» de inspectores llegados de Viena sin avisar, y con rendición de cuentas del destino de cada gramo de los elementos físiles recuperados.
Los planes de uso del LPR eran limitados: obtener en total 15 kg. de un plutonio que, por haberse formado en una central que intenta el mejor quemado posible del uranio 235, iba fatalmente a venir sobreirradiado, demasiado cargado de isótopos 240, 241 y 242, excesivamente radioactivos y reactivos como para fungir de «pits» de bombas nucleares.
Pero las «salvaguardias pegajosas» adquiridas por el uranio en su paso por Atucha I obligaban luego a la CNEA a usar el plutonio para cosas potencialmente útiles y fiscalizables, como enriquecer el uranio natural de sus centrales, Atucha I y Embalse, y todo bajo vigilancia de Viena. Que era exactamente lo que quería Castro Madero. Legalidad internacional.
Se suponía que una dosis bajísima de plutonio añadida al uranio natural lograría un aumento importante no de la potencia, pero sí de la eficiencia del «quemado» de ambas centrales, medible en megavatios/día/tonelada de combustible. En los planes setentistas de la CNEA de llegar a 1990 con al menos 2700 MWe nucleares instalados en 7 centrales, el LPR podía ser un modo inteligente de paliar la probable escasez de uranio en el país, y evitar las importaciones.
Eso era lo que quería el reactorista Castro Madero de modo manifiesto. Un militar, a la sazón miembro de la única arma que prácticamente se jacta de haber importado casi todos sus fierros y no fabricar nada, y que tenía por ministro de Economía al vendepatria «summa cum laude» don José Martínez de Hoz, tratando de comprar nacional, y peleando por cierta autonomía tecnológica… Qué corso a contramano, ¿no?
¿Se entiende de qué hablo cuando digo que años de inmersión profunda en la cultura sabatiana de la CNEA le cambiaba el bocho a algunos milicos?
La física, en líneas generales, le dio la razón a Castro Madero: cuando en 1987 se probó enriquecer ligerísimamente no con plutonio sino con uranio 235 el combustible de Atucha, al pasarlo del 0,71% natural al 0,85%, el «quemado» de la máquina saltó de 6,5 MW/día/tonelada a alrededor de 12 MW/día/tonelada.
Esto significa que los elementos combustibles desde entonces duran un 80% más de tiempo en el núcleo de la central hasta perder reactividad. Y no la pierden por falta de uranio 235 sino por haber acumulado demasiados elementos de fisión, que atrapan neutrones.
Es bueno añadir que en 1978 Castro Madero se bancó el boicot de uranio enriquecido del presidente estadounidense James Earl Carter, destinado a dejar parados todos nuestros reactores y los dos que le acabábamos de vender a Perú. En respuesta, don Carlos Castro Madero, anticomunista fundamental, le compró enriquecido a la URSS, tomá mate, Jimmy. Entre tanto, le daba mandato a aquella empresita desconocida fundada por Franco Varotto, INVAP, para desarrollar una planta de enriquecimiento de uranio en algún lugar de la meseta patagónica.
Pero nada grande, muchachos, no fuera que los gringos la detectaran y se julepearan. Y en el máximo secreto,tampocofuera cosa de que nos siguieran desapareciendo expertos, como había sucedido con el Proyecto Repro.Y ése es el origen de Pilcaniyeu. Es de tecnología de difusión gaseosa, deliberadamente atrasada y cara en energía, pero nos permite comprar enriquecido libremente. Nadie objeta que lo hagamos bajo salvaguardias: presienten que si no nos venden, de pronto nos agarra el ataque de la argentinidad al palo y modernizamos y ampliamos Pilca, y a cantarle a Gardel. Somos impredecibles.
O no tanto: siempre que llega un gorilazo a la presidencia del país, cierra «Pilca». O no la reabre, si ya la encontró cerrada. Sí, mejor no me pregunte qué pasa hoy.
Seguramente, con el LPR Castro Madero también quería decirle a los EEUU que si sus propias leyes lo obligan a no reprocesar el uranio de las centrales nucleoeléctricas, y lo fuerzan a mandarlo a repositorio tras un único quemado, con un 96% de potencia térmica sin usar, y cuantimás hay que enterrarlo en su momento de máxima radiotoxicidad, bueno… esa ley no es argentina. Aquí no se aplica, pero no sólo por extranjera, sino básicamente por estúpida.
Tampoco se aplica aquí el mandato de los EEUU que impide que los países que no pertenecen al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas enriquezcan uranio, pese a la creciente lista de infractores. Y ésa del enriquecimiento también se la debemos a Castro Madero.
El objetivo del contraalmirante fue bastante obvio: dominar ambas tecnologías, enriquecimiento y repro, y poner al país a salvo de boicots y aprietes, onda «si exportás te dejo sin combustibles», o «si no nos das patente de sobrepesca, te dejo el AMBA en apagón». Por eso fue también Castro Madero quien continuó con las investigaciones tecnológicas de la CNEA en una tercera tecnología «non sancta» ante el ojo iracundo del águila: la fabricación de agua pesada. Las investigaciones se habían iniciandoen tiempos del presidente Arturo Illia.
Fabricar agua pesada es otro proceso de enriquecimiento, y esos siempre son difíciles, caros y dispendiosos en energía. Y además ofenden a adivinen qué Tío afecto a llamar «proliferantes» a vagos y malentretenidos como nosotros.
Pero Castro Madero sacó los asuntos de agua pesada del limbo académico y no paró hasta construir una gigantesca planta de demostración tecnológica, la PEAP, Planta Experimental de Agua Pesada, al lado de Atucha I. Grandota como era, resultaba de bajo rendimiento, daba muy pocas toneladas por año de producto. Usaba sulfuro de hidrógeno como gas de proceso. Y se hizo porque nadie se había atrevido a vendernos una planta realmente industrial, por no desairar al Tío, que sabe vengarse.
Pero con tal de que no mejoráramos y ampliáramos la PEAP, los autodenominados americanos no hicieron objeción a que lanzáramos una licitación internacional en la que se molieron las costillas a codazos cantidad de oferentes. De allí salió la actual Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP) junto al embalse de Arroyito, Neuquén. La hizo Sulzer de Suiza, funciona a amoníaco, y es muy distinta de la PEAP, hace décadas desmantelada.
Con una capacidad de 180 toneladas de producto por año, la PIAP hoy es la mayor unidad del mundo en su tipo, y como Pilca, resulta otro alerta fiel de primate en la Rosada: el que llega ahí, la cierra. O no la reabre. No abundaré en esto.
Con esto concluyo mi caso sobre Castro Madero, su Señoría: nos hizo crecer a velocidad de vértigo en las tres tecnologías que hay que dominar para tener un programa independiente.
¿Eso lo absuelve de partícipe en 33 secuestros, seguidos de 19 muertes? Como Juan D. Perón, Castro Madero no era ningún santo cívico. Al menos, no de mi devoción. Pero no me lo imagino mandando a asesinar a expertos de la CNEA, y menos que menos a los de «Repro». Por muy marino y mandón y facho que fuera, esos 33 eran nucleares, que durante décadas aquí fue como decir «familia». Y además porque don Carlos quería más o menos lo mismo que esos tipos, y no era de tirotearse las patas.
Y al negarse a dar de baja el proyecto PR, y redoblar la apuesta y construir el LPR bajo las narices del Tío que te dije, y de yapa con todos los amparos legales que fija para estos casos el OIEA, Castro Madero, antiperonista como pocos, estaba continuando una idea iniciada en 1973 por el contralmirante Iraolagoytía y el presidente Perón. Este último,por ende fue el verdadero autor intelectual real del LPR.
El Perón que yo conocí fue el de la Triple A y López Rega. No me muero de entusiasmo por su tercer gobierno. Me debe amigos, muertos de modo muy cruel. Pero me puedo imaginar, aunque sea contrafáctico, qué habría hecho El Viejo ante un boicot de uranio enriquecido por parte de los EEUU. ¿Mi pálpito?: mandar construir Pilcaniyeu, o algo parecido, en algún páramo parecido, y en un secreto parecido.
Habría convocado al ya célebre Franco (a) «El Petiso» Varoto, le habría dado plata y uno de sus célebres «metalé, amigo», y ya. Creo eso porque, mientras le duró la vida, Perón le puso un paraguas de fierro sobre la cabeza a Morazzo y al proyecto PR. Esas no son elucubraciones, son hechos.
La CNEA tenía, y tal vez todavía tiene, esa virtud de juntar archienemigos políticos y acollararlos a un proyecto tecnológico complejo y muy Nac & Pop, y hacerlos tirar juntos del carro. ¿No es un poco increíble? Pero es verdad. Es historia. Sucedió.
Sin embargo era muy impredecible que, llegado el presidente Raúl Alfonsín, hombre de instintos democráticos, nombrara sin embargo a un gauleiter sin charreteras en la CNEA, el ingeniero Alberto Constantini. El embajador Max Cernadas Gregorio, nuclear pero alfonsinista de frente y revés, escribió todo un libro tratando de explicarse ese desastre.
Constantini paró todo en la CNEA: Atucha II, la PIAP, Pilca, todo, todo, todo, sin perdonarle la vida a ningún proyecto. Pero la instalación del LPR la detuvo en seco justo cuando había que empezar los testeos preliminares. Y ahí quedó esa planta, tan bella e imponente, al cuete, a espera de que pasaran los años y las decepciones y llegara Menem a tumbarla, como tumbó tantas otras cosas.
Muicho antes de su demolición la pude ver por dentro. No soy dado a la química industrial, pero esa interfase de tecnología extractiva en fase líquida con recaudos de seguridad radiológica no los había visto jamás. Seguramente ya no los veré.
Me quedé un rato absorto en la contemplación de centenares de túbulos de titanio destinados a llevar combustible quemado disuelto en suspensión acuosa ácida desde el punto A al punto B. Las soldaduras de los túbulos en sus salidas y llegadas eran tan finitas, exactas y minuciosas que las habían tenido que hacer técnicos adolescentes, recién graduados de las escuelas técnicas locales. La CNEA siempre ha sido un segundo Ministerio de Educación, con sus obras complejas.
Y es que en los ochenta todavía no existían esos robots chiquitos de soldadura, y menos de titanio, y menos que menos capaces de suturar semejante ensalada de fideos metálicos. Se necesitaban pibes, de perfecta visión cercana y un pulso de neurocirujano. No creo que en su vida posterior esos muchachos hayan vuelto a conseguir trabajo soldando titanio. This is Argentina!
Eso me contó el jefe de planta, sabedor de que todo ese esfuerzo nacional había sido al pedo. «El titanio lo entiendo, no reacciona con nada, tolera casi cualquier ácido. Pero ¿por qué no usaron un caño único grandote y chau?», le pregunté al experto. «Para evitar excursiones críticas, pedazo de gil», me contestó el tipo, irritado.
Aclarando un poco: una excursión crítica no es un picnic de comentaristas de cine. Es la reacción en cadena espontánea e indeseada de demasiados átomos físiles en proximidad, y puede suceder no sólo en sólidos sino en fluidos. Eso en una planta como el LPR generaría unos fogonazos azules que te la cuento, y estallidos de cañitos por gasificación instantánea de sus contenidos líquidos.
Pero eso se había vuelto imposible por diseño, y ejecutado además con mucho arte.
Hay una belleza en ciertas instalaciones tecnológicas que es difícil de transmitir, incluso con imágenes. Lo que yo pensaba, más bien melancólicamente, era que iba a ser un parto venderle el LPR a Clarín, lograr que lo defendiera, derivando a la derecha como iba, día a día, el Gran Diario Argentino. Algo logré, finalmente. Obvio, no sirvió de nada.
El LPR nunca fue inaugurado. Los radicales no te clausuran jamás un proyecto tecnológico, sobre todo si éste tiene algún calor patriótico: sólo posponen las cosas indefinidamente y las dejan pudrir. Ya se sabe, dividen los problemas entre los que se arreglan solos, y los que no arregla ni Magoya.
Lo impresionante es cuánta y cuán distinta gente entró en esa volteada, pudrir el LPR. No fueron sólo los radicales.
Lo terminó demoliendo Menem, ¿quién otro? Pero en 1987 la decisión alfonsinista de cajonear el LPR vino acompañada de una rarísima campaña de medios. El LPR, se decía, amenazaba a la población de Ezeiza y también a la de Capital con un Chernobyl. Ni más ni menos.
No hay ninguna central nucleoeléctrica en Ezeiza. Pero las imágenes acompañantes no mostraban aquella mal diseñada central soviética tras su accidente, de suyo suficientemente desoladoras. Mostraban como fondo el hongo atómico de un arma nuclear, y un primer plano de lugares icónicos de Baires, como el Obelisco. Eran imágenes gráficamente muy torpes, como las viejas películas japonesas de Godzilla. No parecían fruto de una mente confusa, sino la de mentes expertas en confundir a otras mentes, pero ejecutadas con el nivel artístico de nabos totales, sin pedigrí publicitario alguno.
Raro, eso, porque esa campaña debió bancarla un grupo de vecinos millonarios de Ezeiza, en aquel momento un municipio más bien gasolero, de clasemedieros, laburantes y cuentapropistas. Digo «millonarios», porque la movida contra el LPR anduvo meses en las paredes del área metropolitana en forma de carteles, y cabalgó por los noticieros y horarios centrales de la TV y la radio. Nada de eso es gratis. Y el barrio, en aquel entonces, no daba para tanto.
¿Entonces, quién puso la tarasca y quién puso la jeta? A la plata ya llegaré. Sobre asuntos de jeta: como la gente suele hacer lo que le aconseja el médico, alguien persuadió a la hasta entonces políticamente inocua Federación Médica de Buenos Aires (FEMEBA) de lanzar una carga «banzai» sobre el LPR. No a toda FEMEBA, ojo, sino a su representación en Ezeiza, que decidió que el LPR nos iba a envenenar con plutonio a todos los habitantes del área metropolitana, y que había que cerrarlo. El mensaje visual siempre venía servido con una fragante salsa de hongos atómicos.
Los diarios y la TV se entusiasmaron y empezaron a tomar el tema por la propia. Se sabe, produce más huevadas un hato de periodistas amarillos que un fajo de billetes verdes, pero de esos no faltaron. «Money makes the world go round», como cantaban Liza Minelli y Joel Grey en la película «Cabaret».
No puedo omitirme en esta historia. Le escribí a FEMEBA un editorial en Clarín, página derecha completa. Increíblemente, me dejaron. Clarín todavía tenía un corazoncito desarrollista oculto en algún lado, aunque bien escondido. A algunos de sus directivos del tercer piso, frondicistas de origen, les daba un orgullito nacional inconfesable haber tenido un país tan industrial, tan cientifico, tan tecnológico, tan nuclear, y la página de Opinión -que me ayudó no poco- todavía me toleraba algunas atrocidades. Después Clarín se volvió Godzilla, pero ésa es otra historia.
A la mutual médica la incomodé con algunos datos. Según la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas, la medicina nuclear ya se había vuelto la principal fuente de exposición a radiaciones ionizantes de los humanos, muy por encima de toda instalación nuclear civil o militar. «Tordos necios que acusáis…»
Invité también a los directivos de FEMEBA –previa autorización de la CNEA- a conocer el LPR por dentro para que entendieran las diferencias entre una prolija planta radioquímica y una mala central nucleoeléctrica, como el RBMK de Chernobyl. La invitación serviría también para que algún médico experto en radioprotección con chapa mundial, como Dan Beninson, les explicara a sus colegas de la Regional Ezeiza las diferencias conceptuales entre instalaciones radioquímicas de demostración tecnológica y bombas atómicas.
Y les pregunté también, oh doctores, ya que en su preocupación por el LPR era la primera vez que esa prestigiosa mutual médica se metía de lleno en asuntos de salud pública, por qué FEMEBA no había dicho nada respecto de la leche bonaerense.
Me explico: había acaecido días antes una iniciativa del gobierno bonaerense (que pese a su origen lácteo, no cuajó). Era dejar de pasteurizar la leche de vaca para bajar su costo. Eso le hubiera abierto la puerta a dos infecciosas muy difíciles de tratar: la tuberculosis enteral y la brucelosis. Dicho sin mala leche, entiéndase.FEMEBA cambió de tema rápidamente y se olvidó por completo del LPR.
Por supuesto, sus dirigentes no visitaron jamás la instalación y los dejé en paz. De todos modos, el daño estaba hecho.
Prometí hablar de dólares. La abundancia de medios de FEMEBA Ezeiza para hacer campaña contra el LPR sucedió en coincidencia temporal con la visita a la Argentina del Dr. David Albright, representante del ISIS. Ojo, no del Estado Islámico o Daesh, todavía inexistente, sino de un antiguo y persistente think tank yanqui cuyo acrónimo viene de “International Science and International Security Institute”.
Este viejo organismo académico se dedica a generar información para el gobierno de los EEUU, y también a apretar a otros gobiernos respecto de temas “de proliferación”, como llaman ellos a intentos incluso tímidos de independencia tecnológica. Los Albright de este mundo viven en la primera clase de los aviones, paran en hoteles con más estrellas que la revista Hola, y no faltan a ningún congreso. Pero logran no pintar jamás en los medios grossos. Los «direccionan».
A Albright lo tuve que ver dos veces, ambas a pedido de él, y lo que me arrastró a la primera cita fue una curiosidad más bien entomológica: me faltaba conocer la especie. Albright, aburrido, hizo un intento ritual de convencerme de que el LPR era “proliferante”, es decir esa instalación ponía a la Argentina como país sospechoso de construir armas nucleares.
Le contesté, candoroso, que semejante sospecha, viniendo desde el gobierno de un país con entonces alrededor de 24.000 armas nucleares, era como que la madama se preocupara por la moral de sus putas. Cara de piedra, el ñato. Ya había escuchado decenas de veces ese tipo de réplicas. Yo también puedo ser ritual.
Los Albright de este mundo son un combo de espías, paganinis y chantajistas, con la ventaja añadida de no figurar oficialmente en la nómina de sueldos de las agencias federales de seguridad. No quiero decir con ello que don David fuera un valijero premium. ¿Un master en física y matemática haciendo esas cosas?
La pata faltante fue Greenpeace, que en abril de 1987 recién abría su filial argentina. Su dirección fundacional estaba formada por toxicólogos, biólogos y bioquímicos antes que por lobbistas y militantes científicamente silvestres, pero re-verdes. Aquella primera Greenpeace decía que en nuestro país había problemas más urgentes que la CNEA: a saber, peones rurales afectados por agroquímicos, y asuntos hídricos urbanos, es decir contaminación de ríos y acuíferos. El Riachuelo, sin ir más lejos.
Eran antinucleares, va de suyo, pero consideraban que el pequeño y atascado programa atómico local en tiempos de Alfonsín no merecía su atención inmediata, ya que todavía no había causado ningún desastre y además, estaba muriéndose solo y de pobreza. Eso me lo dijeron entre buenos canapés en el cóctel con que inauguraron su existencia oficial en el país, y me pareció científicamente coherente. El vino no era malo, tampoco.
Sin embargo, aquella paz duró poco. En Greenpeace Argentina sobrevino gran raje de autoridades con pergaminos científicos y el equivalente juvenil y verde de los Guardias Rojos de Mao, pero pro-capitalistas, gente vehemente y rápida para su business. Que es exactamente eso: business.
Desde el desastre de Chernobyl, en plan de salvar el planeta, nada hace que el pequebú de Holanda o Canadá haga sangrar su tarjeta de crédito tan rápido como el ser convencido de que Baires, por ejemplo, está bajo amenaza de un hongo atómico en Ezeiza, y eso debido a una maffia de científicos locos militaristas de la CNEA. La plata progre de Holanda y Canadá fluye desde las casas matrices al sitio de la periferia que logra generar más decibeles de ruido. Y este culis mundi, la Reina del Plata, capital del 2×4, es perfecta para decibeles. El que no llora no mama, dice el tango.
Y como buena multinacional que es Greenpeace, aunque a diferencia de una empresa no presente balances, no aclare cómo se elige a sus dirigentes y menos que menos pague impuestos, apunta su prédica adonde haya plata y pueda vender su producto principal… que es Greenpeace.
El LPR les encantó a los grinpisios. Se enamoraron. ¡Cómo facturaba! Cuando salí a pegarles desde Clarín, dado que no estaban acostumbrados a recibir sino a dar, me citaron a un bar. Allí me admitió “off the record” un directivo talibán de la nueva camada: “Si digo que hay que limpiar el Riachuelo ni salgo en tapa ni vemos un mango. Pero invento un quilombo nuclear, y soy Dios”. A ese muchacho le ha ido muy bien en la vida.
Para Greenpeace era facilísimo fajar a la CNEA cuando ésta agonizaba bajo la dirección del ingeniero AlbertoCostantini. Este señor, silbando bajito, se dedicaba al desguace material, intelectual y moral de la institución, tarea en la que acumulaba harta experiencia. Con el ing. Álvaro Alsogaray como jefe, en 1961 Costantini había intentado cerrar de un saque 17.000 km. de ramales ferroviarios del estado. Eso culminó en la primera huelga general por tiempo indeterminado de ambos gremios del riel.
El ingeniero Costantini sufría por ello de esa alergia a los medios que conviene al chatarreo silencioso. Atacar a la CNEA, otrora motivo de orgullo nacional, en 1988, con semejante presidente y cuantimás después del accidente de Chernobyl, a Greenpeace y similares saprófitos les resultaba tan sencillo y poco peligroso como pegarle patadas a una vaca muerta. Y encima, daba prestigio y plata.Aquel año recrudeció toda una guerra contra la CNEA que se focalizó en el LPR.
Y ya que hablamos de bombas y plutonio, evítenme repetir otra vez lo difícil que sería usar combustible de Atucha 1 para hacer una bomba de implosión, incluso muy primitiva, digamos una “Fat Man” gauchesca. En lugar de PUM haría FSSS, no sin antes irradiar a muerte a sus fabricantes y al piloto del avión. En este capítulo quise dejar en claro que el LPR, aquella instalación tan linda y por la que fueron secuestrados, torturados, ejecutados y siguen desaparecidos tantos compatriotas honestos, calificados y laburantes, estaba muy para otra cosa.
Sí Ud. nunca oyó hablar del LPR es porque también lo desaparecieron.
Me falta explicar eso y la segunda cita con Albright, en la que me vengué de él. Muy poco, sin embargo.
A través de la empresa VENG, cuyo accionista mayoritario es la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), la tecnología de los satélites SAOCOM llega cada vez a más mercados. La compañía es la encargada de comercializar las imágenes de los satélites argentinos, pero hay más.
Apartir del 2020, la Argentina comenzó a exportar las imágenes satelitales de los satélites radar SAOCOM 1A y SAOCOM 1B.
Desde aquel entonces, ya se comercializaron más de 2600 imágenes, y las perspectivas según los directivos de la compañía, son alentadoras: “Ya superamos los 2 millones de dólares de facturación y para 2023 esperamos que las ventas crezcan al menos un 50 % o más. Con este trabajo que venimos haciendo la Argentina se suma al reducido grupo de países que pueden comercializar la información radar de sus propios satélites de observación de la Tierra”, sostiene Juan Cruz González Allonca, vicepresidente de VENG.
Desde fines de 2020, la compañía comenzó a tejer alianzas con empresas internacionales para potenciar la penetración de la tecnología SAOCOM en nuevos mercados. Recientemente durante los primeros días de febrero se firmó en Nueva Delhi, un acuerdo con la empresa de la India, Suhora, especializada en brindar soluciones con análisis geoespacial, para comercializar escenas SAOCOM en India, en nuevos mercados de Asia, y en todo el continente africano. Juan Cruz González Allonca, vicepresidente de VENG
El acuerdo se firmó en la residencia del embajador de Argentina en la India, Hugo Javier Gobbi, y en representación de VENG, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, Daniel Filmus, rubricó el convenio entre ambas empresas.
Amit Kumar, director de Operaciones y cofundador de Suhora, afirmó respecto al acuerdo: “Creemos que las imágenes en Banda L de los SAOCOM provistas por VENG ayudarán a Suhora a generar información importante en varios campos, como en infraestructura, monitoreo de desastres naturales y agricultura. Lo vemos como una situación en la que todos ganamos, tanto para nuestros clientes en la India como para el sector espacial argentino”.
Pero el acuerdo con la empresa de la India no fue el único, dado que el objetivo es cubrir la mayor cantidad de mercados posibles. “El objetivo de las alianzas comerciales con empresas internacionales para distribución de escenas SAOCOM apunta a penetrar nuevos mercados de una manera rápida y eficiente. En el caso reciente de Suhora, ellos conocen bien las necesidades de sus clientes en la India y en las regiones cercanas. Hacerlo nosotros sólos desde la Argentina llevaría mucho más tiempo”, explicó Adrián Unger, subgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.Adrián Unger, subgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.
El primer acuerdo VENG lo firmó en diciembre de 2020 con la empresa italiana e-GEOS, propiedad de la Agencia Espacial Italiana (20%) y la empresa Telespazio (80%). Luego durante la segunda mitad del 2021, VENG firmó acuerdos con Bsed (Beijing Smart Earth Digital), de China; Restec (Remote Sensing Technology Center of Japan), de Japón y MDA, de Canadá. Finalmente, en marzo de 2022, y en el marco de la feria internacional Satellite, en Washington D.C., VENG firmó un acuerdo con la empresa URSA Space Systems, de Estados Unidos.
Hasta ahora los países con mayor demanda para el tipo de imágenes que ofrece la constelación SAOCOM son en primer lugar, China, seguida de Brasil, Estados Unidos, Papúa Nueva Guinea e Indonesia. Durante 2022 la compañía recibió consultas y pedidos desde Arabia Saudita, Ghana, Golfo Pérsico, Haití, India, Malasia, Mongolia, Perú, Sudáfrica, Tanzania y Zambia.Imagen ilustrativa.
Respecto a su utilidad, las escenas satelitales radar de los SAOCOM son requeridas, en general, para detección de buques, monitoreo de recursos naturales, monitoreo ambiental, gestión y prevención de desastres, visualización de mapas de ambientes de humedad, detección de fugas de agua potable en zonas urbanas, y detección de manchas de petróleo en el mar y en el océano.
“Dado el incremento exponencial que estamos logrando con la comercialización de imágenes, y las perspectivas de crecimiento global del mercado de observación satelital de la Tierra, VENG dobla la apuesta y busca incorporar valor agregado a esas escenas, desarrollando distintos productos en cooperación con actores del sistema científico y tecnológico nacional. Y esto a través de la incorporación de procesos de I+D, donde se aplica ciencia de datos e inteligencia artificial”, concluyó González Allonca.
Un mercado global con perspectivas de crecimiento
Según datos publicados en diciembre de 2022 por Euroconsult, empresa internacional de consultoría especializada en el sector espacial y satelital, el mercado global de observación de la Tierra llegará a los 7900 millones de dólares para 2031. Esto incluye satélites de tipo óptico, infrarrojo, pancromático y radar (este último es el tipo de satélites que conforman la constelación SAOCOM).
Según Euroconsult, este mercado se compone de información satelital sin un uso específico al momento de la ventas, y, por otra parte, por aquella información satelital con valor agregado destinada a verticales de la industria específicos, como puede ser la minería, monitoreo de catástrofes, medio ambiente, industria marítima, entre otras. Mientras el primero generó 1700 millones de dólares en 2021 y se prevé que casi se duplicará en 2031 (2700 millones de dólares), el segundo generó 2800 millones de dólares en 2021 y se prevé que llegará a los 5200 millones de dólares para 2031.
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“Casi la totalidad de nuestras ventas se enmarcan en el primer tipo de mercado. Es decir, nosotros vendemos un tipo de escena de tipo primario que puede tener o no un procesamiento posterior. Luego es el cliente quién define qué tipo de uso le dará, explicó Adrián Unger, subgerente de soluciones basadas en Información Satelital de VENG.
En esa misma línea, señaló que, en general, gran parte de nuestras escenas son utilizadas para generar “stacks” interferométricos. Es decir, series temporales de escenas correspondientes a un mismo lugar, tomadas bajo idénticas condiciones que, mediante una preselección que realizamos desde VENG, sirven como materia prima para estudios interferométricos.
«Estos estudios permiten detectar cambios en el terreno de pocos centímetros que pueden utilizarse para el monitoreo de daños en infraestructura, alerta por probabilidad de aludes, explotación minera y petrolera, monitoreo de salud de represas y diques de cola, entre otros usos”, añadió.
A nivel global, hoy la información se comercializa a partir de 370 satélites que se encuentran en órbita y sólo 153 fueron lanzados en 2021. Según Euroconsult, en 2031, habrá alrededor de 1040 satélites en órbita desde los cuáles se comercializará información.
Con una agenda de trabajo centrada en la inminente puesta en marcha de la Planta Nacional de Desarrollo Tecnológico de Celdas y Baterías de Litio (UniLiB), se reunió en el Rectorado la Mesa de Litio de la Universidad Nacional de La Plata. Este espacio multidisciplinario coordina, diseña e impulsa proyectos de gran impacto en el sector, y está integrado por diferentes grupos de investigación que pertenecen a la Universidad platense.
El encuentro contó con la participación del presidente de la UNLP, Martín López Armengol, el vicepresidente Académico, Fernando Tauber, el secretario de Ciencia y Técnica, Nicolás Rendtorff y el secretario de Producción, Daniel Tovio. También asistieron a la reunión Calos Della Védova, vicedirector de CCT -CONICET La Plata, y Guillermo Garaventta, investigador, especialista en litio de la UNLP. La Mesa es coordinada por la secretaría de Vinculación e Innovación Tecnológica, a cargo de Javier Díaz.
Durante la reunión, se expusieron los detalles respecto al estado de avance de la Planta, creada en el marco de un consorcio del que participan la propia UNLP junto a la empresa Y-TEC, con el apoyo del MinCyT. Cabe recordar que, en el pasado mes de diciembre, arribaron a la ciudad de La Plata más de 115 toneladas de equipamiento tecnológico proveniente de China. Con esta etapa culminada comenzó a hacerse realidad uno de los hitos más importantes en el desarrollo de la cadena de valor del litio en la Argentina.
Con los equipos instalados, se estima que en dos o tres meses UniLiB comenzará a fabricar las celdas y baterías de litio. Es la primera Planta Nacional de Desarrollo Tecnológico de Celdas y Baterías de Litio.
Uno de los temas salientes de la reunión estuvo vinculado con la importancia de desarrollar este tipo de tecnologías desde la Universidad Pública. Sobre este particular, se coincidió en la necesidad de promover la transferencia de conocimiento y replicar la experiencia para avanzar en el camino de la soberanía en materia de energías limpias no contaminantes.
El presidente de la UNLP, Martín López Armengol, destacó “la importancia de la continuidad de esta Mesa que se aboca al trabajo de un tema importante y estratégico para nuestra Universidad”. Además, remarcó el “el carácter multidisciplinar de este espacio que se transformará en una herramienta de desarrollo surgida de nuestra Universidad Pública; un modelo a replicar en todo el país, que traerá beneficios para toda la comunidad”.
Por su parte, Fernando Tauber valoró el encuentro y destacó que “esta es una gran posibilidad para configurar nuestra política de transferencia hacia la comunidad. Este desarrollo sirve para concentrar nuestra experiencia y en un futuro ampliar esta fábrica para satisfacer las necesidades de la región”.
El vicepresidente dijo: “nuestro objetivo es que la universidad sea referencia y puntapié para el sector privado y estatal en la producción de energías limpias”. “Nuestra Universidad tiene la capacidad de generar conocimiento científico promoviendo la conciencia y el cuidado ambiental”. Y completó: “hay una incipiente concreción sobre una mirada estratégica de una universidad que desde el conocimiento es capaz de ser una referencia en políticas públicas que construyan decisiones soberanas”.
Planta de Baterías de Litio: la UNLP pionera en el tratamiento de este mineral
Denominada UniLiB, la UNLP contará con la primera planta de desarrollo tecnológico de celdas y baterías de ion litio de la Argentina. Se trata de un emprendimiento inédito en el país, impulsado y desarrollado por la Universidad Nacional de La Plata e Y-TEC, la empresa de tecnología de YPF, con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
Ubicada en el Centro de Innovación y Transferencia Tecnológica que la UNLP posee en diagonal 113 entre 64 y 66, según las estimaciones, la planta estará operativa y comenzará a producir las primeras baterías a fines de 2022.
El edificio donde funcionará UniLiB cuenta con una superficie de 1.650 m2. La planta tendrá una capacidad de producción anual -medida en energía almacenada- de 13 MWh, equivalente a 1000 baterías para almacenamiento estacionario de energías renovables o unas 50 para colectivos eléctricos.
La puesta en marcha de la primera fábrica argentina de baterías de Litio demandó una inversión total de 7 millones de dólares. De ellos, unos 5,5 millones corresponden a la obra civil, maquinaria y la producción de materiales de electrodos (MINCyT 1.5 MM, la Universidad Nacional de la Plata 2 MM, Y-TEC 2 MM). A su vez USD 1 M corresponde a los laboratorios y planta piloto adquiridos oportunamente por Y-TEC con fondos propios que permitieron desarrollar el conocimiento que hoy se utilizará en la producción industrial.
Cuando llegue el momento de acabar con la estación espacial internacional, la NASA no tiene planes para sustituirla. La agencia acaba de hacer pública su intención de ceder futuros desarrollos a compañías privadas y reservarse el papel de mero usuario de lo que en su jerga denomina CLD: “Destinos Comerciales en Órbita Baja”.
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Con el tiempo se quiere que sea la iniciativa privada la que vaya estableciendo pequeños (o no tan pequeños) laboratorios orbitales, desde instalaciones industriales para fabricación y procesamiento de materiales hasta los tantas veces soñados “hoteles espaciales”.
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Ya hay precedentes: Space X lleva años ofreciendo sus servicios de lanzamiento, tanto a la NASA como a empresas particulares, y ha llegado a poner en órbita cargas militares sujetas a serias restricciones de confidencialidad. Blue Origin acaba de firmar un acuerdo con la NASA para lanzar una sonda hacia Marte el año próximo, utilizando su nuevo supercohete New Glenn, que aún no ha volado.
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En 2016, otra compañía —Bigelow Aerospace— envió a la estación espacial un módulo inflable, una especie de esfera de tres metros de diámetro acoplable a la sección “Harmony” de la ISS, la que siempre mira hacia la Tierra. Allí sigue. Bigelow dejó de operar en marzo de 2020, víctima de las restricciones por la pandemia, y la propiedad del módulo pasó a la NASA, que continúa financiando las tareas de mantenimiento.
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Las estructuras inflables no son tan frágiles como pudiera parecer. Están construidas con un tejido similar al Kevlar de los chalecos antibalas y sus múltiples capas ofrecen buena protección contra radiaciones. Existen proyectos para emplearlas en la construcción de pequeños hoteles para turistas espaciales. Por el momento, acoplados a la ISS, pero en el futuro, una vez dotados de sistemas de generación de energía, podrían separarse y volar de forma independiente.
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La actual propuesta de la NASA se centra en que los propietarios de las futuras estaciones espaciales ofrezcan servicios completos, desde el entrenamiento de astronautas hasta su transporte a órbita, estancia y retorno a tierra. Y también, gestión de los que eufemísticamente denomina “percances”: como responder a fallos imprevistos durante el lanzamiento u operaciones en el espacio, incluida la participación de personal de la NASA en las tareas de rescate.
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En su papel de cliente, la NASA estima que podría necesitar entre 3.000 y 4.000 horas-hombre anuales, para realizar, como máximo, unos 230 experimentos. Eso implicaría llevar a órbita unas 5 toneladas de equipo con un volumen equivalente a una furgoneta pequeña y retornar al suelo los materiales procesados. Como cualquier cliente, la agencia cubriría los costes, pero la responsabilidad de las operaciones sería del propietario de la estación con supervisión de técnicos de la NASA.
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El pliego de requerimientos especifica que el hábitat deberá permitir la estancia en mangas de camisa, un ambiente tranquilo para facilitar el sueño y la relajación, eliminación de olores, una cocina adecuada para preparar comidas calientes y aparatos para practicar ejercicio (fundamental en situaciones de microgravedad).
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Y también otros detalles como que los astronautas deberán disponer de cepillo y pasta de dientes, sistemas de recogida de restos fisiológicos, como recortes de uñas o cabellos; tener acceso a internet, correo electrónico, películas, juegos y libros digitales. Además, deberán contar con un compartimento privado donde almacenar artículos personales: fotografías, joyas (que luego serán más apreciadas, al haber “estado en el espacio”) y, si se tercia, una guitarra o un saxo.
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Es curioso que las peticiones de la NASA no incluyen una exclusa de aire para salir al exterior, aunque reconocen que sería útil si hay que realizar reparaciones fuera de la nave y sí que se requiere algún sistema para exponer experimentos al vacío y recuperarlos después.
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Lo que subyace tras este detallado pliego de condiciones es que la NASA es muy consciente de los retos que depara el futuro a no muy largo plazo.
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La ISS no es la única estación espacial; China tiene su Tiangong, ya terminada y operativa. Es de tamaño muy inferior, más parecida a las antiguas Salyut y Mir rusas, pero más moderna y aún susceptible de futuras ampliaciones.
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China aún no ha llevado a su estación astronautas de otros países, aunque a través de la agencia de la ONU para asuntos espaciales sí que la ha ofrecido para acoger experimentos científicos a cualquiera interesado. Algunas compañías occidentales ya has aceptado la oferta, en detrimento de las capacidades que ofrece la ISS.
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En el futuro, el uso del espacio exterior puede ser el nuevo escenario en el que se generen proyectos multimillonarios.