martes, 5 agosto, 2025 - 5:35 am

La saga de la Argentina nuclear – XLIX

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui 49 – EL MERCOSUR NACIÓ ATÓMICO PERO TRATÓ DE SEGUIR INFORMÁTICO
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La primera calculadora CIFRA 211, sobria, bella, irrompible y diseñada por alumnos de Manolo Sadosky. Entre 1969 y 1976 esa división de hardware de FATE, CIFRA, hizo de la Argentina uno de los 10 mayores fabricantes mundiales de electrónica de oficina.
No lo recuerda nadie pero nadie lo niega: el Mercosur, por lo que vale, nació nuclear. Su peldaño inicial fue una operación audaz del embajador Adolfo «Chinchín» Saracho, que logró que el presidente Raúl Alfonsín invitara a su par, José Sarney, a visitar la plantita argentina de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, en la estepa patagónica, a 65 km. de Bariloche. Sarney vino con gran comitiva de la CNEN, que es la CNEA brasuca, y meses después retribuyó con una invitación para que los expertos argentinos fueran a ver la planta de enriquecimiento de Aramar. De ahí nació un tratado de inspecciones y control de combustibles nucleares y elementos físiles, el ABACC… y el resto de la trama de relaciones comerciales e industriales y pactos aduaneros que forman el Mercosur, que actualmente suma más de U$ 600 mil millones en intercambios, fue emergiendo como un inesperado pollo de aquel inesperado huevo. Lo dicho: el Mercosur nació nuclear. Lo raro es lo que hizo Alfonsín a continuación: discontinuó el Programa Nuclear Argentino. Pilcaniyeu a Alfonsín le sirvió para «hacerle el dentre» a Sarney, estilo «¿Siempre venís aquí? ¿Trabajás o estudiás?». Antes de que llegara Sarney la había cerrado, la reabrió para la visita y en cuanto se fue, la volvió a cerrar. Y si sólo hubiera sido Pilcaniyeu… En 1987 algunos diplomáticos, periodistas y estudiosos del área Ciencia y Tecnología, tanto brasucas como argentos, nos devanábamos los sesos tratando de fijar los lineamientos técnicos y comerciales de un “Mercosur Nuclear”. Era imposible: amén de que 37 años de desconfianza y rivalidad recíprocas en el área atómica no desaparecen a toque de botón, ambos programas, el argentino y el brasileño, venían en picada. Por distintas causas, pero no tan distintas. Lo común en ambos lados de la frontera fue que, recuperadas ambas democracias, la gente atómica ya no tenía campeones entre los partidos civiles y los medios, y en esta nueva etapa, los milicos –aunque chirriaran- estaban pintados en la pared. Mucho más en Argentina, donde habían matado civiles a rolete, destruido mucha industria y de yapa declarado (y perdido) una guerra. Las cúpulas partidarias en Brasilia y Buenos Aires no tenían ni idea de que el verdadero negocio nuclear es la venta de tecnología, no de energía. 36 años más tarde, asunto rarísimo, siguen en la misma. En Brasil, cuyo Programa Nuclear tuvo resultados menos espectaculares pero se avanzó mucho en enriquecimiento de uranio y en motorización naval, eso llama un poco la atención. Pero Argentina en el interín lleva exportados 8 reactores nucleares multipropósito, algunos verdaderamente complejos y poderosos (¡uno de ellos a Brasil!), amén de centros de medicina nuclear, y plantas de manipulación de radiofármacos medicinales e industriales. Tenemos clientes nucleares en la India, Australia, Holanda y Arabia Saudita. Y todavía hoy, no hay modo de que el político argento tipo entienda el prestigio y autoridad diplomáticas que esto confiere al país. Tampoco a nuestros diplomáticos les cae la ficha. Cuantimás, en 1987 las nuevas autoridades energéticas civiles renegaban del átomo y apostaban a la hidroelectricidad con entusiasmo de inventores en Brasil, y al estrepitoso yacimiento de gas de Loma de la Lata en Argentina. El descalabro de Chernobyl, el año anterior, había agravado además nuestra desconcertada orfandad política, la de los pro-nucleares sudacas. La muerte de Jorjón Sábato, radical, emblema científico y nuclear, respetado por el país entero, sucedida apenas un mes anterior a la jura de Alfonsín, había roto el único puente a prueba de terremotos entre aquel nuevo presidente, cofundador del Mercosur, y el distante Planeta CNEA. Pero aunque el Cono Sur viniera con átomos a la baja, 1986 pudo haber sido el año de boom de un “Mercosur Informático”. Ventana de oportunidad, la hubo y grandota: el mercado se había reinventado y disparado en los suburbios de Los Ángeles en 1981 con la aparición de las computadoras de escritorio. Rápida de reflejos, la industria electrónica brasuca, protegida por una gruesa coraza aduanera, se había trepado con decisión a esa rampa. Y… epa. Nos invitaba a subirnos. Ojo, no por bondad sino por necesidad, que es más durable. Desde 1979, literalmente entre gallos y medianoche, Brasil había devenido en la gran subpotencia informática regional: partiendo de un 27% de dominio del mercado propio, llegó al 60% en 5 años, los últimos 2 -1985 y 1986- bajo el paraguas de una ley de reserva de mercado. Habiendo devorado sus recursos humanos por exceso de éxito, las empresas brasucas, junto con los palacios de Planalto e Itamaraty, pedían acceso rápido a la vieja baquía de la UBA en Computación Científica, carrera creada por el clan de Manolo Sadosky en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. La fundación sucedió en 1962, con la instalación de la primera supercomputadora de la región, la célebre “Clementina”. Sadosky fue a los números lo que Sabato a los átomos, pero sin ningún paraguas naval, cuando todavía esos adminículos servían. Echado de la UBA por los trogloditas de Onganía y luego del país por la Triple A, el irrompible don Manolo volvía en 1983 como Secretario de Ciencia, a recoger los pedazos del sistema científico y juntarlos sin Poxipol, porque eso no estaba en el presupuesto. De todos modos, aunque Alfonsín no le diera un mango, don Manolo ponía huevo y sesera en todo lo que hacía, y además era pasajero inevitable en el avión presidencial. Buenísimo, porque los nuevos empresarios informáticos brasileños tenían por fin con quién hablar. Pero además tenían tema. No sólo querían asociarse a Sadosky y la UBA, querían sobre todo a sus hijos intelectuales, los dispersos ingenieros argentos de FATE Electrónica, con toda su rarísima experiencia en materiales, electrónica, diseño, fabricación y exportación. Esas personas habían quedado dispersas en el sistema científico, en las industrias, y buena parte estaba en el exterior. Esta historia tiene una prehistoria. Desde 1935, los empresarios Manuel y Adolfo Madanes se volvieron los más exitosos fabricantes de impermeables del país con su empresa FATE, sigla de Fábrica Argentina de Telas Engomadas. Durante la 2da Guerra no se conseguían neumáticos en Argentina, de modo que este par de audaces decidió fabricarlos aquí. Ya en 1945 dominaban buena parte del segmento rodados del mercado automotor argentino. Los hacían tan bien o mejor que las marcas yanquis, italianas, francesas e inglesas. En 1967 los Madanes vieron una nueva oportunidad, aunque muy distinta, en la electrónica liviana, que estaba a muy pocos años de volverse informática pero no lo sabía. La industria local avanzaba mucho en calidad en ventas, fogoneada por un mercado bastante exigente y quisquilloso, pero bien forrado. Entonces los Madanes, amigos y admiradores del «Clan Sadosky» y de su trayectoria en Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, aprovecharon la dispersión de cráneos (en más de un sentido) que desató Onganía en la UBA con su “Noche de los Bastones Largos”. Con la diáspora de profesores renunciantes y tratando de retener a muchos de los buenos en el país, los Madanes armaron otra empresa, “un aguantadero electrónico de tecnozurdos”, como la definen con nostalgia incrédula los memoriosos. Nuestro proyectito Manhattan criollo, pero benigno. Algo que conocí de chiquilín, y aunque la miraba de afuera (fui sólo un usuario), en su momento me dio asombro, y todavía me da orgullo. Los Madanes eran millonarios y contrataron a los próceres matemáticos e informáticos criados por Sadosky, entre ellos Humberto Ciancaglini y el radioastrónomo Carlos Varsavsky. Los que entonces eran muy jóvenes y siguen en la brecha informática recuerdan bien aquel minuto de fulgor argentino: Alfredo Moreno, que desde ARSAT diseñó en 2014 el software de la plataforma de cine argentino “Odeón”, o el maestro criptógrafo Hugo Scolnik, que dirigió hasta 2014 la seguridad informática de esa firma estatal de telecomunicaciones. Desde la citada noche de cachiporrazos y hasta la llegada de Martínez de Hoz, durante 9 años, “aquella chusma valerosa” (por decirlo a lo Borges) de Exactas y de Ingeniería, con Varsavsky como Jefe de Nuevos Proyectos, logró implantar la marca CIFRA en casi toda oficina privada o pública argentina y latinoamericana. “Implantar” minimiza lo que pasó. CIFRA barrió con la competencia. La pisoteó y pulverizó. ¿Quién era la competencia? Olivetti ante todo, que tenía el 90% del mercado hispanoamericano. Lo perdió. ¿Y Corea del Sur no aprovechó para colarse? Estimados/as: Corea ni pintaba. ¿Qué sabían esos de electrónica? Las firmas a vencer eran la mencionada italiana, más las yanquis Remington, Monroe, Hewlett Packard y Victor, más las emergentes japonesas Toshiba y Sharp. Y derrotadas fueron todas y cada una, desde Tierra del Fuego al Río Grande. Por CIFRA, Industria Argentina. Años de oro de la electrónica criolla: otros fabricantes argentos de electrónica se sumaron al malón, aunque con éxito menor: Czerweny, Drean, Talent. Y es que aquí, hay que subrayarlo, había una electrónica más que interesante en el segmento «top» del mercado de consumo. Los equipos de audio Audinac y Holimar eran MEJORES que los japoneses, y sólo les pisaba el poncho alguna marca “very high end” como la yanqui Marantz, la nipona Luxman o la inglesa NAD. Pero lo de FATE-CIFRA en calculadoras de escritorio fue un vendaval. Dominio total del 30% del mercado hispanoamericano, y del 50% del argentino. Exportaciones a Alemania… ¿Qué quedó de eso? Diez años y 30.000 muertos más tarde, en 1986, la de FATE-CIFRA era ya otra épica industrial olvidada en el Gran Alzheimer Argentino, una leyenda urbana algo tanguera y melancólica para los fieles y fanáticos, más o menos como lo es el Pulqui II para los aeronáuticos y el IKA Torino y el Rastrojero para los tuercas. Pero los industriales del palo brasileños en 1987 recordaban bien aquella breve patriada. Y el Mercosur, ese chiche nuevo, podía darles acceso a la vieja muchachada de CIFRA, vía Manolo Sadosky. La Política Nacional de Informática de Brasil había sido escrita de apuro en 1984 para decirle “vade retro” a Bill Gates, a Steve Jobs y a sus obras. El presidente Jose Sarney subió con mandato de volver inmortal el momento de gloria de sus propias marcas. Hablo de Modulo en software, e IGB, Itautec y Bravox en hardware, y varias más que aquí, en nuestras pampas, no pintaron nunca. En 1986, los brasileños habían chocado contra un techo interno: necesitaban no sólo de nuestros recursos humanos. Necesitaban también, y sobre todo, de nuestra capacidad docente para formarlos. Cuando los fabricantes informáticos de Sao Paulo tuvieran que sobrevivir fuera de su barricada aduanera, debían salir de la misma matando, mandarse “la gran blietzkrieg”. De modo que decidieron hablar con expertos en invasiones electrónicas. Sí, tal cual, no mire alrededor. Hablo de nosotros.

 

Notebooks: Fabricantes locales apoyaron la suba de aranceles dispuestos para algunas clases de computadoras

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  • El Gobierno rectificó la medida de Macri que bajó a cero el arancel para importar computadoras y tabletes. 
Empresarios nacionales del sector tecnológico avalaron la decisión del Gobierno, que reimplantó los aranceles de importación de cuatro clases de computadoras portátiles o notebooks con el propósito de “fortalecer al sector industrial en cuestión” elevándolos de cero a 8% y 16%, según el caso. El empresariado nacional venía reclamando la medida desde 2017. La decisión se formalizó mediante el decreto 136/2023, publicada ayer en el Boletín Oficial, e implica la revisión parcial del decreto 117 de febrero de 2017, por el cual el Gobierno del expresidente Mauricio Macri redujo a cero el arancel de importación de una serie de productos informáticos, con el consecuente cierre de plantas y despidos de miles de trabajadores. De esta manera, se eleva al 8% la alícuota de la posición arancelarias 8471.30.12, que comprende a las unidades “de peso inferior a 3,5 kilogramos, con teclado alfanumérico de por lo menos 70 teclas y con una pantalla de área superior a 140 centímetros cuadrados e inferior a 560 cm2”, y el mismo porcentaje para las posiciones 8471.30.19 y 8471.30.90, catalogadas como “las demás” en la Nomenclatura Común del Mercosur (NMC)”. “En la misma línea, resulta conveniente modificar la alícuota aplicable en concepto de Derecho de Importación Extrazona (DIE) en relación con la posición arancelaria de la Nomenclatura Común del Mercosur 8471.30.11, estableciéndola en un nivel del 16%”, agregó, en referencia a lo que el NMC clasifica como “de peso inferior a 350 gramos con teclado alfanumérico de por lo menos 70 teclas y con una pantalla de área inferior a 140 cm2”. La decisión “permitirá que coexistan ambos mercados de notebooks, las importadas por un lado y las nacionales de fabricación y ensamble nacional por el otro, permitiendo incorporar nuevos empleados a las fábricas”, dijo Federico Freitag, presidente de Solution Box citado por la agencia Télam. El gerente de la Cámara Argentina de Multimedia, Ofimática, Comunicaciones y Afines (Camoca), Carlos Scimone, aseguró que la medida “es un adelanto importante, que veníamos pidiendo”, y pronosticó que “en el segundo semestre se va a sentir en los precios, que van a mejorar bastante”. “Es la primera vez que, subiendo los aranceles, van a bajar los precios”, sostuvo, al entender que se va a pasar de una situación en que “tres empresas (HP, Dell y Lenovo) manejan el mercado y ahora van a aparecer cinco o seis más, así que la competencia va a ser importante”. En el mismo sentido se expresó Guillermo Freund, presidente del sector electrónico de Cadieel (Cámara Argentina de Industrias Electrónicas, Electromecánicas y Luminotécnicas), quien confió a esta agencia que el arancel cero de 2017 “generó una situación muy mala para el sector”. Pablo Rubio, CEO de Novatech, explicó que no habrá aumento de precio en las notebook y tablets de producción nacional. “Es una gran noticia para la industria, ya que ahora vamos a poder fabricar nuestras marcas o de terceros a precios competitivos y estamos convencidos de que no generará un aumento en los precios que pagan nuestros clientes”, aseguró Rubio, al conocerse la medida dispuesta por el Gobierno. “Hace muchos años que venimos invirtiendo en la fabricación nacional para poder lograr capacidad productiva”, mencionó Rubio, y destacó que gracias a ello los equipos de marcas locales no van a incrementar sus precios y las marcas que fabriquen nacionalmente tampoco deberían sufrir dicho incremento. En esa línea, el directivo destacó que: “Hay muchas empresas multinacionales con planes de iniciar la producción en nuestro país y esta medida favorece esa decisión, lo que les evitaría que aumenten los valores de los productos por el incremento de los aranceles de producto terminado, ya que genera una mayor competencia y se puede abastecer el 100% del consumo nacional”, detalló. Por su parte, el director ejecutivo de Positivo BGH, Juan Ponelli, indicó que “el decreto refleja un pedido que venía realizando la industria desde hace mucho tiempo”, debido a que el hecho de que los productos informáticos importados vuelvan al arancel externo común del Mercosur “permite a los fabricantes nacionales volver a un modelo de negocio mucho más sustentable”. “Un arancel del 16% para este tipo de productos permite salir de la excepción que representaba el 0% que tenía hasta ahora, y de la excepción del 35% que tuvimos en el pasado, es una medida madura, un punto de equilibrio muy saludable para todos los players de la industria”, manifestó Ponelli.

Petroleras paralizan la producción en el sur de Chile en protesta por el precio que fija Enap

Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo en cuanto al precio de venta de crudo con la empresa estatal Enap, las productoras FDC y GeoPark decidieron suspender sus operaciones. A fines del año pasado, la Empresa Nacional del Petróleo comenzó a pagar un valor menor por el crudo que se produce localmente. Concretamente, les ofreció Brent a 25 dólares menos, fijando el precio en US$ 56 por barril, cuando actualmente cotiza en US$ 81. Frente a esto, las compañías comunicaron que este valor no es rentable para continuar con la producción.

Las empresas productoras de crudo del sur de Chile, fundamentalmente GeoPark y FDC-una empresa de capitales argentinos que adquirió las áreas de YPF en el sur del país vecino-, paralizaron su producción. La decisión radica en la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre el precio del crudo con la Empresa Nacional del Petróleo (Enap). Esta situación se debe a que Enap -que lleva adelante el proceso de refinación- tomó la decisión de comenzar a abonar un precio menor por el petróleo que se produce localmente. Les ofreció a las productoras Brent a menos 25 dólares, es decir, US$ 56 por barril, cuando su cotización es de US$ 81. Ante esta medida, las productoras decidieron frenar la producción puesto que estos valores no resultan rentables. Sobre todo, teniendo en cuenta que, si Enap tiene que importar petróleo, no abona el Brent sino el Brent más US$ 5, lo que arroja un total de US$ 86 por barril, 30 dólares por encima de lo que le paga a las petroleras locales.

La situación de FDC

La productora FDC realizó la inversión de compra en 2021, adquiriendo los activos que estaban bajo la órbita de YPF. Se trata de pozos de petróleo y gas ubicados en el bloque San Sebastián. Frente a esta adquisición, el estado chileno analizó durante un año la validez de la transacción a través del Ministerio de Energía y de la Contraloría General de la República, quienes dieron certeza a la operación a través del proceso de aprobación que culminó con la Toma de Razón en septiembre de 2022. No obstante, y a pesar de que FDC recibió a la totalidad del personal, las instalaciones y los pozos de YPF, desde septiembre del 2022 no ha podido vender su producto porque las gestiones para celebrar el contrato de venta no han avanzado, y no han recibido respuesta por parte de Enap. A través de un comunicado, la empresa afirmó que el crudo que producen “es similar al de ROCH, empresa petrolera argentina a la cual Enap actualmente compra un volumen diario similar al que pueden proveer los pozos de FDC”. En ese sentido, desde la productora exigieron que el Estado proteja la inversión y desarrollo local “brindando seguridad jurídica, y dando certeza a los contratos”.

La inflación se aceleró por tercer mes consecutivo: fue del 6,6% en febrero

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La inflación se aceleró con fuerza por tercer mes consecutivo. En febrero se ubicó en el 6,6%, el nivel más alto desde agosto del 2022 cuando el IPC trepó hasta el 7% y muy por encima de lo proyectado por el mercado (+6,1%). Además, en un año superó el 100%, por primera vez en más de tres décadas, así lo informó este martes el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC).
Por otra parte, la inflación acumuló en el primer bimestre del año un alza del 13,1%. El ítem que más subió el mes pasado fue Alimentos y bebidas no alcohólicas que se disparó 9,8%, principalmente afectado por la fuerte alza de precios en los cortes de carnes y los productos lácteos. Las divisiones que tuvieron aumentos por encima del IPC en febrero fueron Comunicación (+7,8%), sobre la que pesó el alza de los servicios de telefonía e internet y Restaurantes y hoteles (+7,5%). En cuanto Salud (+5,3%) incidió las suba de las cuotas de las prepagas. Las dos divisiones que menos subieron fueron Prendas de vestir y calzado (+3,9%) y Educación (+3,2%).

La saga de la Argentina nuclear – XLVIII

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui CÓMO DESARMAR A UN IDIOTA CON NO POCA INTELIGENCIA  picture1 El presidente brasileño general Artur da Costa e Silva, quien en 1967 nos convidó “a bombas”, y le contestamos amablemente: “Ud. primero”. Uno de los objetivos de esta saga “incubada” por AgendAR es demostrar que nunca fuimos proliferadores nucleares. Ni siquiera en las épocas más idiotas y belicistas del ispa. La cultura institucional de la CNEA y su “weltbild” lo impidieron siempre. Mucho decir para una institución fundada por un general en 1950 y dirigida hasta 1983 por tres sucesivos contraalmirantes. A más de un estudioso yanqui –por caso, John Redick, del Henry Stimson Center– lo nuestro le parece contraintuitivo, una rareza.  ¿Por qué la Argentina no optó por seguir el camino de la India en 1974, si le sobraban quilates técnicos para imitarla? Es más, ¿por qué no imitó a Brasil? Bueno, al menos hay UN yanqui que nos cree buenos, aunque no entiende por qué. Como causa suficiente “to go nuke all the way”, Argentina tenía en su vecino de puerta a un rival públicamente comprometido a ello desde 1967. Comprometido por boca, además, de su presidente, el general Artur da Costa e Silva. Aquel año, éste dijo ante el Consejo Nacional de Seguridad lo que debía desarrollar la agencia atómica brasuca, la entonces poderosa CNEN: “No las llamaremos bombas, las llamaremos artefactos que pueden explotar”. El general se aseguró de que sus dichos se filtraran a la prensa. Aquí, en cambio, el fúnebre general Juan Carlos Onganía, pese al susto ante el despliegue industrial e hidroeléctrico de los vecinos –tenemos la baja Cuenca del Plata, ellos la Alta-  no estaba para pelotudeces. Estaba demasiado ocupado con cosas más reales. Debía aprobar la decisión de hacer Atucha I con la alemana KWU, en lugar de con la canadiense AECL. Alguien le había dicho a “La Morsa” que a los primos les llevábamos suficiente ventaja tecnológica nuclear como para dormir sin frazada, y que valía más concentrarse en sumar capacidades pacíficas, en este caso la nucleoeléctrica. En términos geopolíticos (palabra tan de moda entre aquellos milicos), tener la primera central nuclear de la región generaba más prestigio y respeto que hablar al cuete de “artefactos que pueden explotar”. Y de paso, evitaba chocar de frente con los EEUU, que no es poco. Con da Costa e Silva tan entregado a su diarrea verbal, el contralmirante Oscar Quihillalt en 1967 tuvo que estudiar seriamente una vía rápida a la bomba “just in case”. Si el generalato brasileño probaba las palabras de da Costa e Silva con hechos, ¿qué remedio habría? De todos modos, don Oscar propuso -y no hubo votos en contra en la plana mayor de la CNEA- NO levantar aquel guante brasuca. Tras aquel primer concordato, a Quihillalt le quedaba la tarea más bien dura de calmar la paranoia profesional del Ejército. Pero contaba con dos ases en su mano: diseño propio en reactores, que los vecinos no tenían, y la sorprendente participación de industriales nacionales que se iban anotando para la electromecánica de la central nucleoeléctrica Atucha I. No es lo mismo comprar «a paquete abierto» que «llave en mano», como Brasil adquirió su primera Westinghouse, a la que le faltó llegar terminada y envuelta en celofán. Por lo demás, hubo bastante intervención de la CNEA sobre planos, especialmente en el diseño del circuito primario de refrigeración de Atucha 1, y la insistencia en que tuviera dos generadores de vapor (GV) y no uno, pese a la potencia tan reducida -320 MWe- de la máquina. Como los GV son los principales sumideros de calor del núcleo, tener un par aumenta la seguridad si se pincha uno. Esta discusión suponía «per se» una inversión de roles: un puñado de argentinos discutiendo de igual a igual la ingeniería del país que la plana mayor del Ejército, comprador histórico de fierros Krupp, Mauser y hasta cascos de infantería germánicos, siempre consideró el “nec plus ultra” tecnológico mundial. Era una diferencia de enfoque con Brasil, que aunque ya iba para país más industrial que la propia Argentina, todavía compraba todo fierro complejo llave en mano y “a paquete cerrado”. Podía pagar la transferencia de tecnología, y sólo si le interesaba la producción local. “Cancha mata billetera”, decía la CNEA, más cultora de la investigación tecnológica propia. Y a esto se añadía nuestra elección del uranio natural como combustible, frente a la opción brasileña de enriquecido para Angra I. Ahí el mensaje era parecido: “Autonomía mata potencia”. Onganía estaba obsesionado entonces porque los primos estaban haciendo demasiadas obras aguas arriba del Paraná y el Uruguay sin preguntarnos a los de aguas abajo. Y llovido sobre mojado, da Costa e Silva anunciaba bomba. Lo que le mostraba Quihillalt al Ejército Argentino, era que en know-how nuclear teníamos mejor manejo de la pelota. Mucho mejor. Quihillalt no era un hippie pacifista, título que el generalato sí le prodigaba más bien a Jorge Sábato, que de hippie no tenía nada pero sí de pacifista. El mensaje del contralmirante era que si Brasil nos convidaba a bombas, los podiamos dejar pasar a ellos primero, y que de paso, se aguantaran ellos la reacción yanqui. Después, con el know-how nuestro, los alcanzábamos caminando. Y al State Department le diríamos entonces que la bomba argentina era inevitable, puesto que existía la brasileña. En aquel momento a Quihillalt lo escuchaban generales con un considerable toque industrial nacionalista, como Juan Enrique Guglialmelli. Un tipo de ese calibre intelectual entendía el mensaje de la CNEA incluso por señas de truco: no había que venderle nada. Pero abundaron siempre más los gorilas de denso pelaje, inmersos en la persecución de peronistas y comunistas y muy proclives a chirridos con nuestros vecinos de mapa, y generalmente por cuestiones de mapa. Pero incluso los duros-duros en ese bando no estaban totalmente exentos de materia gris: Osiris Villegas, por dar un caso, que como jefe del Consejo Nacional de Seguridad creado por Onganía, tuvo algún grado de decisión sobre la elección del combustible de nuestra primera central, y posiblemente sobre el proveedor. Todos escuchaban a Quihillalt: mejor primerear a Brasil con una central nucleoeléctrica, ganar en «soft power», dar un poco de envidia y no pagar los costos desaforados de una carrera nuclear de armas regional. Porque si corríamos una con Brasil, se sumaría a la misma Chile, a la zaga pero de algún modo. Guglialmelli llegaba a plantear –y en los 60 eso era anatema entre generales- que con los brasileños había que dejarse de matoneos hidroeléctricos por ver quién la tenía más larga en el Paraná, y en cambio tejer algún gran proyecto industrial común. Y a todo ello, el menguado de Costa e Silva hablando de «artefactos que pueden explotar»…  Qué modo de sacarle la espoleta a la situación, don Quihillalt. Quihillalt no macaneaba respecto de nuestras capacidades autónomas. Como consecuencia de ellas, 47 años más tarde, en 2014, antes de la entrada en línea de Atucha II, nuestras dos centrales, envejecidas y todo, tenían factores de disponibilidad del 95,8% anual, casi 10 puntos arriba de las comparativamente más nuevas de los vecinos, y 17 puntos por encima de la media mundial. Por si el dato interesa a alguien. Medio siglo después de que da Costa e Silva hablara de cosas que pudieron explotar pero no lo hicieron, en los estados ricos del Sur de Brasil la medicina nuclear es posible gracias a algunos radioisótopos de diagnóstico y terapia fabricados por nuestro ya cachuzo RA-3, diseño y construcción 100% argentos. La producción específicamente nacional de radioisótopos en Brasil tiene lugar principalmente en el reactor IEA-R1 de 5 MW térmicos, instalado en el IPEN, organismo autárquico administrado por la Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEN) en el campus de la Universidad de Sao Paulo. Pero el IPEN es básicamente un importador. Con un presupuesto de unos U$ 15 millones, cubre el 85 % de la demanda nacional de medicina nuclear, el 80% de la cual pasa a su vez por un único radioisótopo de diagnóstico, el molibdeno 99 metaestable. El Mo 99 m es de vida tan corta que no resulta estoqueable. Hay que producirlo no muy lejos de sus sitios de uso, y si exporta, a tiro de un aeropuerto. El suministro tiene que coincidir con el uso, y al IEA-R1 le falta potencia para fabricarlo. La demanda de los vecinos es considerable, de modo que además del RA-3 de la CNEA en Ezeiza, con 10 MW térmicos, el IPEN gasta buena plata en importarlo, junto con otros radiofármacos desde Sudáfrica, Rusia Australia y Holanda. Y el consumo está básicamente en el Sur de Brasil. El Norte es más pobre y allí hay tanta medicina nuclear como fútbol en la revista Para Tí. Sí la hay en Argentina, ya con 14 centros especializados en las provincias, y también en Perú, gracias al reactor RP-10, bastante similar al RA-10 argentino… como que fue construido por la CNEA e INVAP. No es que Brasil no tenga planes de tener fabricación propia. Claro que los tuvo, máxime durante el pico del desabastecimiento mundial de Mo 99 m, que se volvió verdaderamente trágico a partir de 2009, y continúa siéndolo bastante, aunque la gente fina no se entere de ello. Pero siempre con esa tendencia a comprar llave en mano y pagando por la tecnología, en lugar de sudar el guardapolvo en laboratorio, el IPEN trató más de una década de que se la transfiriera Francia. Con ese país, desde la primera presidencia de Lula, que data de 2003, había gran romance por compra de submarinos de Naval Group por parte de la Marinha Brasilera. Sin embargo, Madame la République es algo estrecha, y Brasil jamás logró nada que no fueran las habituales propuestas «llave en mano», es decir, si messieurs les brasiliens veulent un réacteur, lo entregamos terminado y con un moño, quoi!. En 2010, ya con Dilma Rousseff como presidenta, Brasil terminó acordando que le diseñáramos una fotocopia del RA-10. No confundir nuestro actual RA-3, reactor de 1967, con este monstruo todavía a terminar, el RA-10. Pero debo explicar cómo el RA-3 contribuyó a la paz regional, y a mantener la rivalidad con los primos en el fútbol. Aquí ya veo que voy a sucumbir -me pasa siempre- a una disgresión, pero es imprescindible. Prometo volver al tema: el general da Costa e Silva asustándonos con «artefactos que pueden explotar». Y el pito catalán que le hicimos. El RA-3 fue la primera gran obra nuclear de la CNEA, y una apuesta contra el embajador estadounidense que le hizo ganar U$ 350.000 al jefe del proyecto, el ingeniero Jorge Cosentino. Era MUCHA guita. La cifra era una parte de un crédito que los EEUU nos daban para que les compráramos una planta de 5 MW llave en mano a General Dynamics. Cosentino contestó: «Minga, lo hacemos nosotros». No usaba muchos circunloquios. El representante de General Dynamics, L. Saccio, retrucó que la Argentina no iba a poder sola con un reactor tan grande como el RA-3… y apostó esa plata. Corría 1961. Cuando Cosentino inauguró el RA-3 en 1967, presente en la ceremonia atiborrada de milicos y curas, como era norma, Saccio se portó como un duque y pagó la apuesta. Cosentino depositó el cheque en la cuenta de la CNEA, y ésta no es la única anécdota por la que ha pasado a la historia nuclear criolla, en la que no sobra la cordura, con el sobrenombre de «El Loco». El RA-3 inauguró la medicina nuclear argentina. Conforme se iba creando la demanda, porque los radioisótopos en la medicina pública resultaban una enorme novedad, se le fue ampliando la potencia de 5 MW iniciales a 7 y desde esa cifra a los actuales 10 MW. Evidentemente el diseño original del Loco Cosentino era sensatamente previsor y aguantó mucha reingeniería. Pero nunca tanta como la que se le tuvo que hacer en 1978, cuando la Argentina se bancó un boicot de uranio enriquecido al 90% de EEUU, y hubo que rehacer de pe a pa todo el núcleo, la refrigeración y los espacios de irradiación para funcionar con enriquecido al 19,7%. Hoy el RA-3 es como un auto muy pisteado, al que le triplicamos misteriosamente la potencia pese a que el tanque de nafta hoy carga un 80,3% de agua. Como sea, el RA-10 será el remplazo del RA-3, que ya está viejito y tiene demasiadas salidas de servicio por reparaciones. El fastuoso RA-10 será a su modo una versión potenciada y pisteada del OPAL de 20 MW, considerada por Australia, Canadá, Holanda y EEUU la mejor planta de irradiación del mundo, por disponibilidad y capacidades. Con su habitual modestia, Argentina concuerda con esta caracterización: la barilochense INVAP, fundada por la CNEA, le vendió el OPAL a Australia en 2000 y lo terminó en 2006, en tiempo y forma, por U$ 300 millones. Y eso tras haber sacado del ruedo a la oferta estadounidense (además de la canadiense, la francesa, la rusa, la japonesa y la coreana). Conclusiones inevitables: 1) EEUU ya no pierde cheques contra nosotros, pierde obras nucleares, 2) El dólar evidentemente se ha devaluado, y sigue, 3) INVAP se puso de moda como proveedor de reactores, 4) Los brasileños se hartaron de melindres franceses. Como dice el Cantar de Gesta de don Rodrigo Díaz de Carreras, de Les Luthiers: «¡Nos descubrieron, por fin nos descubrieron!» Australia y Argentina se autoabastecen en Mo 99m y exportan, mientras en Europa, Japón y el resto de las Américas y Asia, falta. Y en Brasil, para qué vamos a hablar… Desde 2006, según admite Canadá, eterno competidor y perdedor ante nosotros, el OPAL es el mejor reactor del mundo en esto de producir molibdeno 99 m. Trabaja y trabaja sin romperse. Y además, sirve para decenas de cosas más en ciencia, tecnología y educación. En suma, que en 2010 los brasucas vinieron al pie y tras un anuncio conjunto de presidentas, Dilma Rousseff y Cristina Kirchner, el IPEN compró a INVAP y por U$ 70 millones la ingeniería básica del futuro RBM, o Reator Brasileiro Multiproposito, de 30 MW, el reemplazo del actual IEA-R1. La CNEN ya le asignó un terreno de 200 hectáreas en Iperó, São Paulo, y tiene resueltas las licencias regulatorias ambientales y de seguridad nuclear. La mesa está puesta: lo que falta es la comida. Si el RBM no se construyó en los 13 años que pasaron es porque el lobby radiofarmacéutico brasuca quiere monopolio sobre la venta de la producción de un reactor en el que no ha puesto ni pondrá un mango. Para sangrar, tienen a la CNEN, que es el estado. La Rousseff no se fumaba estas cosas. Pero por algo la tiraron, y después de ella llegaron a la presidencia señores como Michel Temer y Jair Bolsonaro, ambos proclives a este, en fin, «modelo de negocios». Es el que explica que siga la crisis del Mo 99m en el planeta entero. En Francia, Sudáfrica, Holanda y Bélgica, países que dominan el mercado mundial de radioisótopos, los reactores los construye y mantiene el estado. Las farmacológicas, en cambio, se ocupan del packaging, del márketing y de algún otro sustantivo anglosajón, hacen caja salvaje y no devuelven un cobre. Ergo, cuando el reactor llega a la «edad kaput», que anda por los 50 pirulos de funcionamiento continuo, no hay plata en el estado para una unidad de reemplazo. Por eso sigue faltando Mo 99m. Y por ello conseguir un diagnóstico decente por imagen nuclear en Norteamérica y Europa es difícil, y los seguros médicos se hacen los giles y te despachan con tests de menor resolución, su ruta. Eso cuesta vidas. Allá, no aquí. El RA-10 es otro monstruito de 30 MW, y probablemente tendrá resto no sólo para expandir la medicina nuclear a TODAS las provincias argentinas, sino para remediar la situación en Brasil, incluso en el Norte, mientras éste país se decide a ver cómo sigue el show con el RBM. El RA-10, con sus 30 MW de potencia térmica y su sofisticación de diseño, nos podría dar el dominio del 20 al 30% del mercado mundial de radioisótopos médicos, particularmente el de molibdeno 99, que hoy vale aproximadamente U$ 6300 millones/año, y que desde hace 20 años no hace sino crecer. Si estuviera en marcha, podríamos estar facturando arriba de U$ 1260 millones/año, para empezar. Y eso con un reactor que terminará costando U$ 400 millones con toda la furia a fecha de entrega. Y que debería durar al menos 50 años en operaciones. Es decir, se pagaría con los primeros 4 meses de facturación. Debería haberse inaugurado en 2022. Pero el gobierno de Mauricio Macri en 2016 le demedió el presupuesto 2015 a la CNEA, y luego clavó a la casa con esa plata en pesos en el fugaz inframundo de la Subsecretaría de Energía Atómica, dirigida por (¡¡!!) un sociólogo mandado a su vez por un petrolero de la Shell. La obra se paró en 2019. Con mejor presupuesto y una conducción más profesional y menos antinuclear en Energía, el Dr. Herman Blaumann de la CNEA, quien dirige la obra «ab initio» (2006), supone que en 2024 el RA-10 estará terminado y produciendo. Ojalá. Pero hay elecciones. Nunca se sabe. Todo esto para volver sobre el tema de la bomba brasileña. En 1967, con el RA-3 recién inaugurado, hasta Osiris Villegas e incluso Juan Carlos Onganía, entendían que la superioridad tecnológica en asuntos nucleares pasa fundamentalmente por lo civil. Habían estado en la inauguración. Tenían la prueba delante de las narices. Por eso ya en 1968 habían adoptado la postura de la CNEA: no responder a da Costa e Silva y concentrarse en construir, además del primer reactor de irradiación, la primera central nucleoeléctrica sudaca, y hacerla rápido y bien, y con mucha industria propia metida en la menesunda. Y que nos echen los perros o nos quiten lo bailado. Hacemos cosas útiles, cosas buenas, cosas propias. «Soft power». ¿Se entiende? Esto explica por qué en general Argentina no tiene problemas en transferir su tecnología nuclear como argumento de venta: en realidad, con el vecindario viene siendo nuestro mejor argumento de paz. Y de paso a veces eso ayuda a decidirse al cliente difícil, ya que INVAP suele no tener un mango y no puede ofrecer financiación, Esto la obliga a ganar casi exclusivamente por calidad de oferta, raramente por precio. ¿Somos tan buenos que nos copian la tecnología? Seguro. No problem. Es de la mejor calidad, en serio, en reactores multipropósito. En esos que sirven tanto para fabricar radioisótopos como para experimentar con nuevos combustibles, y de paso y cañazo para formar nuevos expertos, somos Gardel. Si nos quieren copiar, que nos copien. Pero mejor que nos compren. Como en la CNEA nunca paran de investigar en combustibles, materiales y termohidráulica, lo que nos pirateen hoy, en cinco años INVAP -que transforma en ventas toda esa I&D- lo habrá mejorado y ya será un poco viejo. Éste no es un lujo que nos damos sino una necesidad: vendemos así no porque nos sobren los clientes o la plata, como a AREVA, la empresa nuclear francesa, o ROSATOM, la rusa, sino para que no nos sobren los recursos humanos nucleares. Que no queden al cuete, desesperados, ganando poco y viendo cero progresos en el país y en sus vidas. Nuestro peor drama nuclear no ha sido perder ingenieros, físicos y químicos nucleares de la CNEA, que se han ido centenares. Lo peor ha sido cuando cierran su división nuclear las empresas proveedoras calificadas, o cuando quiebran las medianas. Por eso vendemos al mundo nuestro “know how” con manga ancha. Nuestro marketing no es un asunto ideológico ni tiene nada que ver con la filantropía. Más bien, con la supervivencia. Comparado con el alto oficial promedio de su arma, o de las otras dos, Quihillalt fumaba bajo el agua. Lo dicho: ésa ha sido una característica no demasiado personal, sino de casi todos los altos oficiales de Marina y Ejército que pasaron la vida en la CNEA, y más aún, los que egresaron con algún título del Instituto Balseiro. Salían reformateados, «sabatizados». Es una lástima para el país que los milicos ya no vengan como antes. Es una lástima para sus armas. Es conveniente recordar que el “soft power” de la CNEA hasta bien entrados los ’80 estuvo  acompañado de una dependencia directa con el Poder Ejecutivo, no de un ministerio y menos aún de una secretaría. Hasta 1983, el presidente de la CNEA entraba al despacho del Presidente de la Nación con un simple telefonazo, y en el día. Si llamaba era, fija, por algo estratégico. Lo que no podía predecir siempre el contralmirante Quihillalt era a quién se iba a encontrar en el resbaladizo sillón de Rivadavia: vio desfilar sobre el mismo a 18 presidentes, algunos francamente incompatibles con los otros. Pero todos esos se vieron beneficiados. La relativa paz en la que hemos vivido en la región es en parte consecuencia de nuestro dominio casi monopólico de una de las tres tecnologías duales que modelaron a escoplazos la historia del siglo XX, y continúan. Las otras dos son la aeroespacial y las TICs, y desde los ’80 hay que añadir las biociencias. En esa última también brillamos. El reciente embajador argentino en Hungría, Max Gregorio Cernadas, narró con buena pluma cómo en 1986 Alfonsín evitó una segunda carrera armamentista nuclear sudaca. Sólo añado que antes de Alfonsín hubo otro tipo que evitó una primera carrera con Brasil que pudo ser mucho peor, cuando nuestro vecino nos convidó abiertamente a bombas. Y ése fue Quihillalt, nada recordado.

 

Inflación: ¿Qué medidas aceptaria la sociedad argentina para frenarla?

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En agendAR hemos insistido en señalar que la inflación argentina puede ser solo un sintoma mas de los problemas de su economia pero es uno que ya se ha vuelto insoportable. En esta nota proponemos acceder a la trilogia sobre el plan antiinflacionario de 1952, a la nota en el que Joaquin Waldman advertia, antes de la renuncia del ministro Guzman, que nuestro pais habia entrado en un regimen de alta inflación, y aqui  reproducimos esta excelente nota de Juan Manuel Telechea y dejamos para nuestros lectores la pregunta del titulo. Hoy no hay dudas de que el principal problema de la economía es la elevada inflación. Esa es la causa central del mal funcionamiento del sistema económico que no le permite crecer. Si tomamos la última década (2012-2022), podemos advertir que la inflación se cuadruplicó -pasó de 23% anual al 92% actual- mientras que el PBI per cápita se redujo 7%. Asimismo, existe amplia evidencia en la literatura que muestra que, a partir de cierto umbral (ubicado entre el 20% y el 40% anual, dependiendo del trabajo), se observa una clara relación negativa entre esta variable y el crecimiento (ver, por ejemplo, Barro, 1995; Bruno y Easterly, 1998; Khan y Senhadji, 2001).

«Campeones del mundo»

Si examinamos desde 2010 en adelante, hubo solo dos países en el mundo que durante todos los años presentaron una inflación anual superior al 20%: Argentina y Venezuela. Ojo, eso no significa que sean los casos más críticos. Por ejemplo, Líbano —que en 2010 tenía una inflación del 4%— tuvo una crisis económica en 2019 (con corralito incluido) que llevó a que la inflación fuera del 155% en 2021; Sudán presentó una escalada inflacionaria prácticamente ininterrumpida, que pasó del 11% en 2010 al 383% en 2021; Zimbabue, cuya inflación había sido prácticamente nula en toda la década, fue afectada por una sequía histórica que hizo que la inflación superara el 550% en 2020. Lo que distingue a la Argentina de estos países es que acá no se observó ninguna catástrofe económica, política o climática. Y, lo que es más llamativo de todo, es que a lo largo de toda esta década la inflación, como problema, prácticamente desapareció en todo el mundo. Recién ahora con el impacto que tuvo el COVID-19 en las cadenas globales de suministros, combinado con el aumento en los precios de la energía y los alimentos que provocó la guerra entre Rusia y Ucrania la inflación volvió a aparecer como un potencial problema, aunque todavía lejos de ser algo grave. Como se puede ver en el gráfico a continuación, que muestra para cada año la cantidad de países que tuvieron un aumento de precios superior al 20% anual, la inflación fue un problema relativamente global entre 1974 y 1995 (donde aproximadamente el 30% del mundo tenía una inflación elevada), pero una vez que los países lograron contenerla, no volvió a manifestarse. Salvo, claro, en muy escasas excepciones, como Argentina, que volvió a tropezar con la misma piedra.
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Cantidad de países con inflación superior al 20% anual

Fuente: Elaboración propia en base al Banco Mundial.
¿Por qué sucedió esto? Seguramente la primera respuesta que se nos venga a la cabeza es por una mala gestión. De acuerdo, de eso no hay dudas. ¿Pero alcanza con eso para explicar por qué fuimos uno de los pocos países con este problema? ¿Todo el resto del mundo hizo bien las cosas y nosotros no? Por lo general, no suelo utilizar la categoría “excepcional” para clasificar el comportamiento de las distintas variables de la economía argentina, porque muchas veces se lo cataloga de esta manera cuando, en realidad, los datos muestran algo distinto. Pero para la inflación argentina parece una categoría apropiada. Si tomamos todos los países que figuran en la base de datos del Banco Mundial con estadísticas de la evolución de los precios desde 1970 a la fecha (son más de 90) y utilizamos como corte una inflación anual del 20%, vemos que Argentina lidera el ranking: es el país que más años convivió con una inflación anual superior al 20%, 37 de los 53 años, es decir, exactamente el 70% del tiempo. Le siguen la República Democrática del Congo y Sudán (32 años), Turquía (29), Uruguay (25) y Ghana (24). Dada la cercanía, es dable aclarar que en la actualidad no hay similitud con el caso uruguayo, ya que no presenta una inflación superior al 20% desde 1998. Por otro lado, para Venezuela solo hay datos a partir de 1980, pero durante ese período convivió con una inflación elevada el 74% del tiempo, superando a la Argentina.

«Inflacionarios anónimos»

Al margen de que seamos el país de mayor inflación o no, evidentemente tiene que haber algo más —aparte de la mala gestión— que explique este problema recurrente. Y ahí tiene que estar la respuesta, en la recurrencia. Como si tuviésemos una predisposición a la inflación. O una enfermedad crónica. Como mostramos en una edición anterior, esto es porque la inflación tiene memoria, que podríamos definirla como la capacidad que tiene un proceso, en un momento dado, de conservar ciertas características a pesar de que las causas que la originaron ya no se encuentran presentes en ese momento. Así, el comportamiento de dicho fenómeno no puede ser explicado sólo por las circunstancias actuales, sino por todo el proceso acumulado en el tiempo. Asimismo, esto es lo que lo hace tan difícil de solucionar. Para entenderlo mejor, podemos compararlo con lo que le sucede a una persona que tiene problemas con el cigarrillo. Como la nicotina genera una adicción, eso hace que, a medida que la persona fuma más, se vuelve más dependiente. Con el transcurso del tiempo, la adicción se vuelve cada vez más difícil de combatir. No solo eso, sino que, aún si esa persona lograra dejar de fumar, las ganas de hacerlo la van a acompañar toda la vida, lo que hace más factible la recaída. Por tales motivos, el pecado original fue permitir que, tras la salida de la convertibilidad, la inflación volviera a ubicarse en niveles relativamente elevados. Para peor, en ese momento ni siquiera se consideró que fuese un gran problema, al punto de manipular las estadísticas oficiales para ocultarlo. Así, dejamos rápidamente atrás un contexto de inflación baja, para pasar a lo que la literatura denominada regímenes de inflación moderada, que se producen cuando los incrementos de precios se sitúan en un rango de entre 15% y 30% anual por más de tres años consecutivos (ver, por ejemplo, los trabajos de Dornbusch y Fischer, 1993; o Morra, 2014). Posteriormente, la inflación elevada, combinado con una serie de shocks externos, la acumulación de malas políticas macroeconómicas y un endeudamiento en moneda extranjera irresponsable se tradujeron en recurrentes devaluaciones que llevaron a la economía a la siguiente fase, el régimen de alta inflación, tal como se puede apreciar en el siguiente gráfico.

Inflación (en % anual)

Fuente: Instituto de Trabajo (ITE) e INDEC.
  Lo más preocupante de todo es que la fase siguiente es la hiperinflación. Ojo, con esto no estamos diciendo que estemos cerca de una catástrofe así. Por lo general, este proceso tarda varios años —y un par de experiencias fallidas más— hasta materializarse. Por ejemplo, antes de que la hiperinflación argentina de 1989 tuviera lugar se observaron 14 años consecutivos de inflación superior al 100% anual (con la única excepción del año 1986, cuando se aplicó el Plan Austral, que fue del 90%). Pero, precisamente por eso, debería ser la prioridad absoluta de la gestión económica.

«Un plan para dominarlos a todos»

Gran parte de la dificultad para combatir a la inflación reside en lo persistente que es este fenómeno frente a la aplicación de políticas económicas aisladas que buscan frenar los aumentos de precios. En los últimos años, se aplicaron políticas monetarias contractivas (la recomendación más utilizada por los bancos centrales en todo el mundo), controles de precios o anclas cambiarias, y todas fallaron. En algunos casos se observó cierta reducción de la inflación, pero luego resurgió (incluso retomando impulso y aumentando a una velocidad mayor). Esas herramientas pueden funcionar para contrarrestar un aumento repentino de los precios en una economía estable, pero no sirven para luchar contra una inflación crónica. En este tipo de casos, hay dos rasgos particulares que hacen que las políticas tradicionales no sean eficaces: la inercia y la falta de confianza en la capacidad para lograrlo. Para entender bien el concepto de inercia, quizás lo mejor sea apelar a su ciencia de origen, la física. Ésta la define como la resistencia que pone un objeto a que se modifique su estado de movimiento, incluyendo cambios en la velocidad o en la dirección del movimiento. Dicho de otra manera, la inercia no es una fuerza, sino lo que queda una vez que se eliminan todas las fuerzas que operan sobre el objeto. Llevado a la economía, esto significa que aun si lográramos eliminar de un plumazo todas las causas actuales que explican la inflación, seguiríamos observando aumentos de precios por varios meses más. Esto se explica, fundamentalmente, por el grado de indexación de la economía, es decir, por la cantidad de contratos (formales o informales) que se utilizan para ajustar los distintos precios y costos en un entorno inflacionario (esto lo analizamos en detalle acá). Si nos ponemos a mirar alrededor, notaremos que la indexación está por todos lados. La paritaria es el ejemplo clásico más visible, pero lo mismo aplica para los alquileres, el gasto público (por ejemplo, con la Asignación Universal por Hijo/a o la jubilación mínima) o incluso la manera en la que las empresas determinan sus aumentos de precios, porque para tomar dicha decisión no solo tienen en cuenta los incrementos de sus costos sino también los precios que esperan que fije la competencia. Para eso, por lo general su mejor estimación es que los mismos se van a comportar en línea con la inflación pasada. Así, podemos advertir que todos los precios de la economía se encuentran atados —parcial o totalmente— a la inflación pasada a través de un entramado de contratos. Esto hace que sea muy difícil bajar la inflación de manera rápida, ya que buena parte de la misma no depende de las condiciones presentes, que son precisamente aquellas sobre las cuales tiene impacto la política económica. Esto significa que la inercia tiene un efecto propagador, que hace que el proceso inflacionario sea más estable, pero, a la vez, más persistente, provocando que cualquier tipo de shock o cambio brusco en la política económica se transmita lentamente hacia los precios, pero prolongándose por bastante tiempo. Pensemos, por ejemplo, lo que sucede cuando uno calienta a 50 grados la punta de una barra de acero. Al tocar la otra punta no sentimos ningún cambio de temperatura. Pero a medida que el calor se propaga por la barra, la punta empieza a calentarse hasta que, finalmente, alcanza los 50 grados, logrando un punto de equilibrio. Si luego de esto, apagamos el calentador —es decir, aplicamos un cambio brusco— buscando reducir la temperatura, veríamos que tarda bastante tiempo en materializarse. Esto nos lleva al segundo rasgo distintivo, la falta de confianza en que el gobierno de turno pueda bajar la inflación, la cual está explicada por la falta de resultados mencionada anteriormente. Esto le quita potencia a la política económica porque las empresas para determinar sus precios también toman en cuenta la inflación futura, es decir, lo que esperan que suceda con el resto de los precios. Como mostramos acá, si las empresas creen que las políticas aplicadas van a funcionar, eso por sí solo ya va a tener un impacto mitigador, a través de la menor inflación proyectada. Por el contrario, el anuncio de medidas aisladas, que encima por lo general son elaboradas como respuesta a las distintas tensiones que van surgiendo, difícilmente tengan ese efecto persuasivo. Todo lo anterior sirve para cerrar con la conclusión más importante de todas. La única manera de atacar un fenómeno multicausal como la inflación, cuyos 4 componentes principales son la falta de dólares, el excedente de pesos, la inercia y la falta de credibilidad, es con un plan de estabilización diseñado a medida para atacar de manera simultánea los cuatro frentes.

Juan Manuel Telechea

Katopodis propone crear un Fondo soberano financiado con las exportaciones de petroleo, gas y litio

El ministro de Obras Públicas de la Nación, Gabriel Katopodis, impulsa la creación de un fondo soberano que, en caso de concretarse, será financiado con las exportaciones de hidrocarburos y otros recursos estratégicos como el litio. Un equipo dentro del ministerio esta elaborando una propuesta técnica al respecto. Por ahora es una idea solitaria pero el ex intendente de San Martín contó con el aval del Ministerio de Economía.

Katopodis comenzó a hablar en los últimos meses sobre la creación de un fondo soberano para el desarrollo del país. “Cada uno de los recursos naturales que la Argentina está potenciando como Vaca Muerta y otros tantos, tiene que ir conformando un fondo de desarrollo, un fondo soberano”, dijo el ministro en un video publicado en sus redes sociales a principios de año. Katopodis respondió que “nuestra tarea es contarle a los argentinos y argentinas cómo sigue la Argentina a partir de este tiempo, que es bisagra». «La constitución de un Fondo Soberano, de asignación específica, con los dólares que entren de las exportaciones de hidrocarburos y otros productos, nos debe permitir generar las condiciones necesarias para una transición en el cambio de la matriz energética y productiva de nuestro país”, explicó escuetamente sin entrar en detalles sobre la iniciativa. “A la vez es un Fondo de futuro para levantar el piso de las nuevas generaciones. Tenemos que garantizar que los que nos sigan tengan mejores trabajos, mejores salarios, mejor calidad de vida. Debemos consolidar un proceso y un horizonte de progreso para los próximos veinte o treinta años”, añadió. Un equipo dentro del ministerio de Obras Públicas ya esta trabajando en los trazos gruesos de la propuesta, que no fue consultada aún con la Secretaría de Energía Algunas de las asignaciones específicas del fondo serían financiar el desarrollo de las energías renovables, desarrollar las tecnologías y la economía del conocimiento para el aumento de la producción nacional y capacitar a los jóvenes y fomentar su ingreso al mundo laboral.

El BCRA pide a los bancos mejorar la ciberseguridad para evitar fraudes a los clientes

El Banco Central dictó una comunicación sobre ciberseguridad para los bancos, en vista de los crecientes fraudes a clientes que ven vaciadas sus cuentas en pocos minutos o que pidieron préstamos sin que fuera su real voluntad. La flamante Comunicación A 7724 del BCRA impulsa una actualización de las exigencias vinculadas con la gestión de los riesgos de la tecnología y seguridad de la información, la continuidad del negocio, la tecnología, la infraestructura informática y la gestión de ciberincidentes, explicó Agustín Allende, socio de Crearis Latam.
Esta norma tendrá vigencia a partir del 10 de septiembre próximo.
Los recaudos más relevantes que impone esta Comunicación pueden resumirse como sigue: Gobierno de la tecnología y seguridad de la información a ser establecido por las entidades deberá ser hecho a medida conforme sus operaciones, procesos y estructura. Pero deben asegurar supervisión adecuada de las actividades de tecnología de la información y gestión de los riesgos relacionados con la tecnología y seguridad de la información. Si bien establece obligaciones al directorio y a la alta gerencia, la norma omite considerar entre sus objetivos la protección de los datos personales.
Las medidas de ciberseguridad deben ser diseñadas a medida por los bancos
También se ocupa de obsolescencia de la tecnología y los sistemas, gestión de la relación con terceras partes, desarrollo y utilización de algoritmos de inteligencia artificial o aprendizaje automático, adopción de tecnología nueva o emergente, software o aplicaciones utilizadas por usuarios que no fueron formalmente autorizados, aspectos de protección de datos personales en el uso de tecnologías asociadas a blockchain, escenarios de ciberincidentes relacionados con datos personales, etc. La comunicación incorpora el análisis de la inteligencia artificial (IA) y machine learning (ML) debiendo identificar y documentar el objetivo del uso, por sí o por terceros, de software que utilice algoritmos de IA o ML en sus proyectos o procesos, afirmó Allende. Exige establecer roles y responsabilidades para la definición del contexto en que operan los sistemas de IA, la identificación de los modelos, algoritmos y los conjuntos de datos utilizados, y la definición de métricas y umbrales precisos para evaluar la confiabilidad de las soluciones implementadas. El algoritmo de IA no debe discriminar entre usuarios o grupos de clientes Adicionalmente, se deberán implementar procesos que promuevan la confiabilidad en el uso de este tipo de algoritmos e incluyan al menos, aclaró Allende: Otro item son las medidas para evitar la existencia de sesgos o discriminación contra grupos o segmentos de clientes o usuarios de los productos y/o servicios financieros. La nueva norma define a un ciberincidente como aquel evento cibernético que:
  • Pone en peligro la ciberseguridad de un sistema de información o la información que el sistema procesa, almacena o transmite.
  • Infringe las políticas de seguridad, los procedimientos de seguridad o las políticas de uso aceptable, sea o no producto de una actividad maliciosa.
Allende celebró que esta comunicación comulgue con convenios internacionales, pero consideró preocupante que todavía en el país no exista un marco general establecido por ley respecto a la ciberseguridad, especialmente cuando está en juego una infraestructura crítica como la del sector financiero.

La saga de la Argentina nuclear – XLVII

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Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyó Los anteriores capítulos de la saga estan aqui DE CÓMO LO PEOR DE LAS BOMBAS ATÓMICAS EN JAPÓN QUEDÓ EN LOS EEUU La planta de enriquecimiento de uranio por difusión gaseosa K-25 Oak Ridge, Tennessee, el mayor edificio del mundo en 1944, con 152 mil m2 cubiertos , y el de mayor demanda eléctrica exclusiva (necesitaba su propia planta térmica de 238 MW para funcionar). Aún así, su producto no llegaba ni remotamente al enriquecimiento del 95% que pedían los diseñadores de “Little Boy”, la bomba atómica de uranio testeada en Hiroshima. Para eso, hubo que alargar la cadena de enriquecimiento con los “calutrones” terriblemente ineficientes de la planta anexa Y-12, un cuello de botella intratable, pero que daban un producto más puro. La bomba «Little Boy» que finalmente se arrojó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 tenía 64 kg. de uranio enriquecido a un 80% promedio, pero la lentitud de ambos sistemas garantizaban que no volvería a haber una nueva «Little Boy» hasta diciembre de aquel año. A la luz de ello, el proyecto Manhattan se estaba concentrando desde 1943 en la bomba de plutonio 239 (“Trinity”, testeada en Los Álamos, “Fat Man”, detonada en Nagasaki). Ese material más barato y más físil salió del complejo de reactores plutonígenos y plantas de “repro” en Hanford, pero también tenía problemas de contaminación con isótopos indeseados (básicamente, el plutonio 240). Pero se pudieron resolver a fuerza ya no tanto de física como de pura ingeniería. Una evaluación rápida del Manhattan, 72 años más tarde y cruzando distintas fuentes, todavía sorprende por algunas cifras. Un proyecto bélico masivo, que empleó un total de 500.000 personas, originado en épocas en las que se sabía bastante poco de radiodosimetría, y cuyo objetivo era matar rápidamente un número descomunal de alemanes o en su defecto, de japoneses, sólo provocó dos excursiones críticas. Y ambas sucedieron con el carozo de una misma bomba, en Nuevo México. Y éstas mataron a tres personas, punto. Sin embargo, hubo contaminación masiva de tierras, aguas y salmónidos en el río Columbia. Las aguas de éste se usaban para refrigerar el reactor plutonígeno de Hanford, así como para insumo hidrometalúrgico en la planta de “repro” adjunta. Puede parecer absurdo, pero este último chorro de efluente industrial se almacenaba unas horas en un piletón abierto de casi 26 millones de litros, para descomposición radioactiva inicial de los productos de fisión de vida media más corta. Luego ese efluente radioactivo casi crudo se desechaba en el Columbia, sin ningún otro tratamiento o filtrado, y así se recorría el resto del río hasta su salida sobre el Pacífico. Su ruta. piletas salmones-radioactivos Los piletones de retención temporaria de fluídos radioactivos de Hanford. El efluente se dejaba decaer unas horas y se tiraba luego al río Columbia, visible al fondo. El resultado: salmones que brillaban de noche. Solo considerando el lado químico de la cuestión, la acidez se comía el concreto y el acero de las cañerías diseñadas apresuradamente y con materiales poco aptos. El lado radiológico era peor: en 1983, empezaron a desclasificarse documentos que indicaban contaminación con plutonio en los barros del Columbia más de 80 kilómetros aguas debajo de Hanford. El  general Leslie Groves y su manyaoreja, el teniente coronel Colin Mathias, recibieron quejas rarísimas de las reservas indígenas Yakima y Nez Percé situadas corriente debajo de Hanford: truchas y salmones que brillaban de noche. Groves y Mathias se plantearon si lo correcto era detener el complejo hasta investigar los efectos sobre la gente ribereña, unos malditos indios aislados y sin acceso a medios, o ganar la maldita guerra de una maldita vez. ¿Adivina qué decidieron? Exactamente. Pero como no eran idiotas y en los EEUU la prensa no siempre es totalmente controlable, iniciaron también un programa de estudio de la radioactividad sobre la vida acuática. Para ello, contrataron a dos ictiólogos, Lauren Donaldson y Richard Foster, y les pusieron un laboratorio para estudios preliminares sobre alevinos de salmónido, y la consigna de no encontrar nada serio. Donaldson y Foster cumplieron a medias: descubrieron cosas asombrosas y desconocidas. Primero, que incluso con el efluente de Hanford atemperado por el colosal factor de dilución de un río gigante como el Columbia, los peces entraban en colapso inmune, se llenaban de hongos y bacterias oportunistas. Literalmente, se pudrían vivos. El 99% no llegaba vivo a la madurez. Lo otro que descubrieron hoy es un principio básico de la ecología: lo llamaron biomagnificación. Hoy es una de las bases matemáticas de esa disciplina. Dice que algunos contaminantes logran almacenarse en dosis crecientes a medida que se escalan las cadenas alimenticias. Es decir que si hay X unidades de un determinado metal pesado en el agua, va a haber más en las algas, una concentración aún mayor en los organismos que las consumen, como el zooplancton, y números rampantes en  los predadores del zooplancton, como los bagres. Y todavía habrá concentraciones mayores entre los predadores de bagres, como los salmónidos, y la peor es la que se ligarán los superpredadores de las cadenas tróficas. En el caso de Hanford, los osos pardos, los grizzly… y los indios Yakima y Nez Percé, pescadores de truchas y salmones. Bueno, eso sucedía con los contaminantes químicos de Hanford, pero también con los radioactivos. Algunas truchas hacían crepitar a lo loco los contadores Geiger. Después de haber descubierto todo eso, Donaldson y Foster se callaron prudentemente la boca, acaso para no terminar contribuyendo a la contaminación del Columbia con sus propias personas y alguna ayuda de la Policía Militar de Groves. Los PM eran una presencia constante y pesadillesca en la vida diaria de todos los científicos del Proyecto Manhattan. En Oak Ridge se enriquecía uranio traído desde el Congo Belga, África Occidental. Ese National Lab estaba situado sobre el río Clinch, un muy alto afluente del Tennessee en medio de los Apalaches. El atractivo para esa ubicación boscosa y escénica no sólo era la soledad, o el acceso al agua fluvial. Eran también las líneas de alta tensión de los muchos y bastante cercanos aprovechamientos hidroeléctricos del TVA, la Tennessee Valley Authority, autoridad federal de cuenca de la cuenca del Tennessee. La TVA era un organismo con poderes extraordinarios y mandoneaba a su antojo a los estados del Tennessee, Kentucky, Mississipi, Alabama y Georgia, tan jarifos, sureños y orgullosos de su independencia que siempre lindaban con el secesionismo. La TVA les bajaba órdenes, les imponía diques y represas, y los estados ribereños se las tenían que bancar porque el organismo daba cantidad de puestos de trabajo, traía laburantes, fundaba pueblos y escuelas, reavivaba las economías, generaba electricidad a lo bestia y daba garantía contra las frecuentes inundaciones de la Alta Cuenca, la zona más boscosa, montañosa, deshabitada y semisalvaje del país, excepción hecha de Alaska. La TVA había sido creada por Franklin D. Roosevelt en su lucha contra la Gran Depresión de 1929, ese tipo de cosas por las cuales los republicanos no lo llamaban estatista o populista, sino directamente comunista. Regularizar el Tennessee es hacer lo propio con dos ríos aguas abajo del mismo: el Ohio y luego el mítico Mississipi. Con el TVA la del Mississipi se volvió la mayor cuenca hídrica navegable del planeta, y logró que casi todo puerto sobre ese río o sus grandes afluentes adquiriera capacidad de comercio de ultramar. En tiempos en que Mark Twain se hizo capitán de barco fluvial, allá por 1860, eso era casi imposible por las fluctuaciones de caudal y los arrecifes, que hundían rutinariamente su cantidad de barcos por años. Volverse puertos de ultramar fue mucho decir para ciudades ubicadas cuadradamente en medio del continente norteamericano como Kansas City, Saint Louis, Paducah, Memphis, Little Rock, Tulsa, Birmingham, Atlanta, Jackson y Dallas. El «reformateo» del Missisipi le agregó nuevas costas intracontinente abiertas al mundo a un país industrial que ya tenía dos enormes costas, y bien llenas de puertos profundos, sobre el Atlántico y el Pacífico. No existe nada parecido en el resto del planeta. Vuelvo al tema eléctrico. Aún en una red fluvial con tantos cerramientos hidroeléctricos como los de la TVA y con una población rural que todavía se iluminaba a querosene, al estilo de los Beverly Hillbillies, en la alta cuenca del Mississipi faltaba electricidad para el Programa Manhattan. La demanda de la planta de enriquecimiento de uranio K-25 era tan extravagante que se la tuvo que dotar de una central termoeléctrica propia, y de 283 MWe. La K-25 usaba el sistema, inventado por EEUU, de difusión gaseosa, muy poco eficiente en términos eléctricos, pero era el que había. Es el mismo sistema que adoptó INVAP para construir Pilcaniyeu. Con una planta tan chica y la seguridad de que en algún momento la Argentina la sacaría del clóset, era un modo de calmarle el pánico a la OTAN: con un sistema de enriquecimiento tan pedorro, una planta tan minúscula y líneas eléctricas de tan pocos kilovoltios, tenía que resultar obvio que la intención no era militar. En EEUU sí lo era y por eso se necesitaron 283 MWe térmicos para impulsar las miles de bombas de impulsión de un gas muy corrosivo, el hexafluoruro de uranio, a través de miles de membranas porosas que tendían a dejar pasar alguito más de uranio 235 que de uranio 238. Cada etapa de enriquecimiento generaba la materia prima de la siguiente. Y todo eso estaba bajo el techo del edificio mayor del planeta. Pero dada la mediocridad del producto final al término de una cadena de miles de etapas separativas, a la monstruosa K-25 hubo que añadir el consumo eléctrico de la vecina unidad Y-12. Ésta era más un instrumento científico gigante que un verdadero fierro de producción. Efectivamente, funcionaba como  un ciclotrón, un acelerador circular de iones, de uranio en este caso, rematado por un espectrómetro de masas. En un espectrómetro de masas se somete el chorro de salida de un ciclotrón a un campo magnético. Esto divide el chorro en dos haces: el que llevaba isótopo de uranio más pesado, el 238, tendía a conservar más su dirección, por inercia newtoniana. En cambio, el haz con uranio 235, más liviano, es deflectado en un ángulo mayor, y pega en otro lado. Repítase N veces en N etapas consecutivas. El sistema era lentísimo para acumular masa del producto deseado, pero al final lograba una pureza de uranio 235 imposible para la planta K-25 de difusión gaseosa. Todos los procesos de enriquecimiento de un elemento o compuesto natural son así, tienen una cantidad de etapas proporcional a la pureza final, y aún los sistemas más eficientes gastan energía a lo pavote. Tras haber consumido la mayor parte del tiempo, del personal y del dinero del Proyecto Manhattan, se llegó al 6 de Agosto con el uranio enriquecido para una sola bomba, y ésta resultó la peor de todas las armas atómicas. También sigue siendo la más famosa, pero sólo porque fue la primera: la de Hiroshima. ¿Quién se acuerda del nombre del segundo hombre en pisar la Luna? Lo cierto es que no había sobrado U-235 para hacer siquiera un test con «Little Boy».  Se hizo sobre la desdichada ciudad que inauguró oficialmente, para su mal, la era nuclear y su percepción pública. Funcionó bien, era de diseño muy sencillo y en general no había muchas dudas de que explotaría. Pero el uranio 235 enriquecido al 80% para una segunda Little Boy sólo estaría listo para Diciembre de 1945. Para hacer rendir a los japoneses con al menos un par de bombas más y hacerles creer que había más listas para ellos, hacía falta plutonio, no uranio. Las plantas de enriquecimiento de uranio no tienen el potencial contaminante de las de reprocesamiento de plutonio. Oak Ridge, allá en los boscosos Apalaches, dejó una herencia más química que radioactiva en el paisaje: en 1983 se desclasificó que había vertido al río Clinch de más de 1 millón de toneladas de mercurio, y en 1988 se descubrió en los barros de White Oak Creek, kilómetros aguas debajo de Oak Ridge, una cantidad de PCBs (policloruros de bifenilo) muy cancerígenos. Pero no eran nada nuclear: probablemente habían chorreado de los muchos transformadores eléctricos de la enorme planta, más o menos como en el AMBA sigue pasando con los «trafos» de bajada de tensión media a domiciliaria de Edesur y Edenor. Los aceites clorados son llamados «forever chemicals»: no desaparecen del medio ambiente. Por liposolubles, se almacenan en las grasas y se concentran en los seres vivos, y a mayor altura en la cadena alimenticia, mayor la concentración. La causa es ese fenómeno fundante de la ecología, la biomagnificación descubierta por Donaldson y Foster con los salmones llenos de productos de fisión del río Columbia, esos peces que brillaban de noche. Oak Ridge cerró en 1964 y está llena de contaminantes químicos a gestionar. La situación de Hanford es incomparablemente peor. Pero sobre ella hablé en el capítulo anterior a éste. En New Mexico, esa vasta villamiseria de tablones y chapa acanalada donde debatieron 700 grandes físicos y se diseñaban y armaban las bombas, hubo una cantidad inevitable de muertes, bastante propias de la industria de la construcción, para peor dirigida por militares. En ese contexto ni se te ocurra hablar de sindicatos. Hablo de al menos 24 muertos, casi todos mecánicos, operadores de equipos pesados, carpinteros de obra y trabajadores no calificados. Entre ellos se observa una desproporción de apellidos hispánicos (Ruybal, Montoya, Salazar, Baca, Lovato, Aguilar, etc,). No es casualidad: los accidentes de construcción sucedieron casi todos en New Mexico, uno de los estados que el Tío Sam le robó a México en el siglo XIX, y que en 1943 seguía tan hispánico, precario, subdesarrollado en lo económico, técnico, urbano y educativo, que tenía más ganado que habitantes humanos. Si ampliamos el panorama al resto del Proyecto Manhattan, diseminado en 9 instalaciones gigantescas ubicadas en 5 estados muy distantes entre sí, hay un total de 3789 accidentados con secuelas discapacitantes, pero ningún muerto más que dos físicos demasiado audaces y un soldado por accidentes nucleares y exposición a radiaciones. No es simplemente raro, va de frente contra las estadísticas industriales de ayer y de hoy. Me lo imagino pensando que esto es puro “bullshit”. En 1986 el ing. Abel González, la referencia mundial del OIEA en radioprotección, me dijo que en los reactores plutonígenos, fueran yanquis o soviéticos, “el personal se irradiaba hasta las pelotas”. Me puedo imaginar sin esfuerzo que el reprocesamiento posterior de la torta de plutonio acumulada por yanquis y soviéticos durante la Guerra Fría debe haber sido un asunto muy desprolijo. ¿Control civil del asunto? Olvídate, cariño. No sobran los historiadores críticos del Manhatan, ni testigos vivientes de sus presuntos fallos en radioprotección. El proyecto involucró el manejo de todo tipo de explosivos convencionales, además del uso de cantidades descomunales de energía eléctrica y de sustancias corrosivas, o infernalmente tóxicas, o al menos de toxicidad hasta entonces desconocida. Esas cosas suelen matar laburantes. Un ejemplo: hubo casos fatales por inhalación de polvo de berilio, como consecuencia del maquinado de piezas de este metal que se usa como “espejo” o “fuente” de neutrones. Fue un “first timer” histórico. Nadie había aspirado polvo de berilio en toda la historia y probablemente tampoco en la prehistoria humana. El berilio no figuraba en los manuales de toxicología. Y sin embargo, ése, el primer accidente fatal por aspiración de berilio, aunque sucedido en un laboratorio de armas atómicas, sigue sin ser en absoluto un accidente radioactivo o radiológico. El 2 de septiembre de 1944, en un ínfimo laboratorio de enriquecimiento de uranio en los astilleros de US Navy en Filadelfia, tres ingenieros químicos trataban de destapar con un soplete un caño obturado por el que circulaba hexafluoruro de uranio, material entonces novísimo para cualquier profesional. El hexafluoruro es jodido de manejar porque pasa de estado gaseoso a sólido casi sin preaviso y tapa cañerías. Y destaparlas ya es asunto de riesgo. Pero además estaba en proximidades de otro por el que circulaba vapor seco caliente. Este último caño de vapor estalló vaya a saber por qué, reventó el de hexafluoruro, y los tres expertos quedaron de pronto bañados en una nube de ácido fluorhídrico formado por la combinación instantánea del vapor de agua con los 6 átomos de flúor liberados bruscamente de cada molécula de hexafluoruro. Otro «first timer» histórico. El fluorhídrico es el ácido más potente de la química inorgánica: disuelve el vidrio, y lo hace muy rápido. Los ingenieros no se disolvieron pero murieron en minutos, de quemaduras químicas. ¿Accidente nuclear? Estrictamente hablando, no. ¿Químico? Sí, y con probable afectación –por inhalación siquiera breve de vapor de ácido fluorhídrico- de toda la tripulación del acorazado USS Winsconsin, anclado en las cercanías. Si eso tuvo impacto epidemiológico, no se sabe: la US Navy, la Marina, no dijo ni «mu». El ya general Groves, mandón supremo del Proyecto Manhattan, era un experto en barrer su mugre bajo la alfombra y a fecha de hoy no hubo destapes al respecto. El mayor (y único) usuario de hexafluoruro de uranio en 1944 era la planta industrial K-25 de Oak Ridge, entonces también el mayor edificio del planeta, y en su larga vida operativa jamás hubo derrames de hexafluoruro de uranio. Si es verdad, mejor. Tampoco hay reportes de rampas críticas entre caños o tanques contiguos en la planta de “repro” de Hanford. Ningún fogonazo azul. El medio ambiente y los fogonazos azules no interesaban un comino en los ’40, pero sí mantener el inmenso secreto de un Programa con medio millón de empleados directos e indirectos, y ganar rápido la guerra. Me inclino a creer que algo de verdad hay en la falta de muertos por irradiación en el Programa Manhattan, salvo los casos que ya reporté de los físicos Daghlian, Slotin y el pobre soldado de guardia Hemmerlich. Habría sido imposible mantener un buen nivel de supresión de chismes en plantas con abundancia de accidentes radioactivos. Tras la rendición de Berlín pero un poco antes de los ataques nucleares contra Japón, la inteligencia aliada juntó a la craneoteca nuclear alemana. Allí se amucharon nada menos que Werner Heisenberg, Carl von Weiszäcker, Otto Hahn, Kurt Diebner, Walter Gerlach, Paul Harteck, Max von Laue y Karl Wirtz. Estaban viviendo a lo grande en la mansión campestre británica de Farm Hall, donde había micrófonos hasta en los baños, y donde se los dejó ostensiblemente a solas. Lógico, los tipos se sabían espiados, pero estuvieron meses viviendo allí, y nada puede hacer que un físico rodeado de físicos no termine discutiendo sobre física, y nadie puede hacerse el idiota tanto tiempo. La transcripción en inglés de las grabaciones revela que aquellos prisioneros de lujo no tenían la más mínima idea del Proyecto Manhattan: pasaron la guerra creyéndose la super-élite de la física atómica, sin poder avanzar gran cosa en la fabricación de plutonio por falta de agua pesada primero, y porque el que lograban sintetizar en su reactor experimental de Haigerloch estaba sobreirradiado y tenía demasiado isótopo 240. Cuando Heisenberg y compañía, los encargados de hacer la bomba atómica para Hitler, recibieron la noticia de que los EEUU había pulverizado Hiroshima, se quedaron atónitos. Pese a que Heisenberg tenía algún informante en Suiza que retransmitía información originada en Inglaterra, don Werner no tenía maldita la idea de lo que habían avanzado los EEUU por su cuenta. Sin quitarle méritos a Edgar Hoover y su gran telaraña, el FBI, donde quedaron pegados bastantes  espías y saboteadores nazis en la industria de guerra yanqui, la vanguardia de la física nuclear alemana no se enteró siquiera de la existencia del proyecto Manhattan, pese a sus muchas instalaciones de tamaño monstruoso. Y esto fue en parte posible porque éstas estuvieron razonablemente libre de accidentes específicamente radiológicos. Como mostró la experiencia de posguerra (ver casos de Slotin, Daghlian y Hemmerlich) los resultados de una gran exposición instantánea a rayos gamma y neutrones a veces pueden ser inocultables. La reacción de Otto Hahn cuando se entera de lo de Hiroshima es gritarle a sus colegas: “Si los americanos tienen la bomba de uranio, es porque Uds. son todos una manga de segundones”.  Para un idioma como el alemán, donde los insultos se dirigen a la inteligencia o a la autoridad social (o más bien a su falta) y rara vez tienen una raíz escatológica o sexual, lo de «segundón» sonó fuerte. Y Hahn tenía razón: los mejores físicos nucleares de Europa, incluidos los alemanes, se habían fugado en la preguerra a EEUU, en general por ser judíos ellos mismos o por tener esposas judías. Qué manera de tirotearse los pies, los superhombres arios antisemitas. Comparado con la accidentología habitual de la toda la industria estadounidense del momento, considerando todas sus múltiples ramas, el Proyecto Manhattan está un 62% abajo. Y habida cuenta de las cantidades de materiales radioactivos que se manejaron en cantidades industriales que sólo se habían testeado a escala de laboratorio, la accidentología por “excursiones críticas” en las plantas de “repro” en distintas partes del mundo parece cercana a cero. Fuera de los Yakima y Nez Percé, de los que significativamente no se sabe nada, no parece haber muerto gente por accidentes o por irradiación lenta causada por especies radioquímicas. Lo que sí sucedió, fundamentalmente en New Mexico, es gente muerta cuando A le pegó un tiro a B, o el hijo de C se ahogó en una pileta, o porque al carpintero X el operario D le pasó con una topadora por encima. Las tragedias de casi todo obraje gigante con contratistas sin entrenamiento ni una cultura de seguridad laboral. Y sin embargo también hubo –y queda para que la gestionen varias generaciones de estadounidenses- una cantidad espantosa de líquidos simultáneamente corrosivos y radioactivos mal gestionados en Hanford. Duermen desde hace décadas en recipientes deteriorados. Estos pierden y han contaminado de modo probablemente irreversible suelos y acuíferos. La seguridad laboral puede haber sido una prioridad del Manhattan. Aparentemente lo fue, probablemente por imposición de las agencias de contraespionaje, que no querían juicios ni periodistas, y la cautela casi inevitable en un proyecto dirigido por científicos de mediana edad, que sabían que estaban lidiando con sustancias y procedimientos peligrosos, pero a ciegas y sin el beneficio de guía alguna de manejo o de límites de exposición. Toda la biblioteca de la radioprotección todavía no había sido escrita. Lo claro, lo sorprendente, es constatar que hasta los años ’70 la idea misma de impacto ambiental prácticamente no existía en ninguna industria, y menos que menos en el ámbito militar. El único reprocesamiento de escala en los EEUU, conviene recordar, ha sido, es y sigue siendo asunto del Pentágono: en su apogeo de guerra tenía por objetivo llegar a muchos megatones termomecánicos para matar alemanes y/o japoneses, no por llegar a muchos megavatios eléctricos para iluminar a sus compatriotas. Luego la prioridad pasó a matar soviéticos, lo que requirió de plantas inmensamente mayores y en general libres de intromisión civil. Otro tanto se puede decir de las instalaciones homólogas de la extinta URSS. Pero la historia del reprocesamiento civil es bien distinta en todo el mundo. No estábamos condenados a hacer las idioteces de los yanquis. En buena parte, porque ya las habían hecho ellos.

El alarmante auge de la industria de pago por respiración en la India

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Los meses de invierno suave son siempre ajetreados para Revathy K, neumóloga de Bombay, pero los últimos meses han sido especialmente agitados. En noviembre, un repentino descenso de las temperaturas oceánicas frenó los vientos que normalmente desplazan el polvo de la construcción, los escombros y los humos del tráfico de la ciudad. El enlace marítimo Bandra-Worli, un puente que conecta el centro de la ciudad con sus suburbios del norte, desapareció tras una cortina de smog cuando la calidad del aire de la ciudad bajó a «muy mala», superando brevemente a Delhi, la ciudad más contaminada del mundo. «Muchos pacientes llegaban con sibilancias», explica K., algo que suele ocurrir en pacientes con asma o trastornos relacionados con el tabaquismo. En pocos meses, de noviembre a enero, los médicos de Bombay informaron de un aumento de la tos crónica y persistente, junto con la temporada anual de gripe. «Se trata de pacientes que nunca habían tenido síntomas alérgicos, pero que ahora acuden con síntomas parecidos a los de la bronquitis aguda», dice K. (que, como muchos indios, usa una inicial como apellido). La contaminación atmosférica de la India es una catástrofe continua que no muestra signos de desaceleración. Un informe de 2022 del think tank Centre for Research on Energy and Clean Air concluyó que «casi toda la población de la India» está expuesta a una contaminación atmosférica superior a las directrices establecidas por la Organización Mundial de la Salud. Se calcula que en 2019 la contaminación atmosférica mató a 1,6 millones de indios. Mientras fracasan los intentos de solucionar el problema en su origen, un nuevo tipo de desigualdad se está afianzando en las ciudades indias. Frente a una calidad del aire potencialmente mortal, los indios más ricos pagan por respirar sin problemas, lo que ha creado un mercado en auge de purificadores de aire que, según las previsiones, crecerá un 35% hasta alcanzar los 597 millones de dólares en 2027. Pero en un país ya dividido económicamente en función de la casta, el sexo y la religión, donde el 63% de la población paga la sanidad de su bolsillo y el 10% de la población posee el 77% de la riqueza, pagar por un aire respirable no es una opción para la mayoría. «Estamos normalizando un mundo que apenas valora la naturaleza y los derechos naturales: necesidades básicas como el agua potable, el aire puro y no contaminado o el espacio para los peatones no forman parte de la planificación urbana ni conciernen a nuestra conciencia colectiva», afirma Suryakant Waghmore, profesor de sociología en la Universidad de la India Instituto de Tecnología de Bombay. Waghmore dice que los purificadores purifican el aire para los privilegiados «mientras se deja que el público se pudra y se degrade». Mientras una ola de frío azotaba Bombay en enero y la gente se ponía jerséis y pasamontañas para entrar en calor, en el aire flotaba una bruma polvorienta que a veces se apelmazaba en las hojas y se amontonaba en las esquinas. Las carreteras seguían congestionadas por el tráfico, y los residentes más pobres de la ciudad recurrieron a las hogueras de contenedores, quemando restos de madera, caucho y plástico para mantenerse calientes. Timothy Dmello, que pasa 12 horas al día al aire libre como paseador de perros remunerado, dice que empezó a notar el empeoramiento de la contaminación atmosférica cuando subía y bajaba por el paseo de Carter Road, un tramo bordeado de palmeras flanqueado por apartamentos de famosos de Bollywood que dan al mar Arábigo. Dice que no se ve el horizonte con claridad. La mujer de Dmello está en diálisis renal; él aceptó un trabajo como paseador de perros porque el horario flexible le permitía pasar más tiempo con ella y su hija de 14 años. En casa, el polvo del exterior se acumula, mientras que fuera está expuesto a humos y partículas. Demello dice que a veces respirar es un problema. Ha visto purificadores de aire en el hospital, pero el coste -los modelos más baratos cuestan a partir de 6.000 rupias (72 dólares)- está fuera de su alcance. Como la mayoría de la gente que conoce, este invierno enfermó de tos y resfriado y no pudo trabajar. El 60% de los casi 1.300 millones de habitantes de India viven con menos de 3,10 dólares al día, por debajo del umbral medio de pobreza del Banco Mundial. Sin contar a los trabajadores agrícolas, el 18% de la población del país trabaja al aire libre. La exposición a altos niveles de PM 2,5 ambiental (partículas de menos de 2,5 micrómetros, que se quedan atrapadas en los pulmones de las personas) puede causar enfermedades mortales como cáncer de pulmón, accidentes cerebrovasculares y enfermedades cardíacas. Las muertes relacionadas con la contaminación por PM 2,5 se han más que duplicado en los últimos 20 años, cobrándose 979.900 vidas en 2019. Es más, según el Informe Mundial sobre la Calidad del Aire 2022, la contaminación atmosférica le cuesta a la India 150.000 millones de dólares al año. En 2019, cuando 102 ciudades de la India incumplían las normas de contaminación atmosférica del país, el gobierno puso en marcha un Programa Nacional de Aire Limpio. Menos de cinco años después, el número de ciudades incumplidoras ha aumentado a 132. Los gobiernos nacionales y estatales han intentado sin éxito abordar la crisis de la calidad del aire. En Delhi, el partido Aam Aadmi, que gobierna la ciudad, probó un plan de «pares-impares» en 2016, cuando la calidad del aire bajó considerablemente. Los vehículos privados con matrículas acabadas en números impares podían circular los impares, y los que tenían números pares, los pares. Los ecologistas dicen que tuvo un impacto mínimo en los niveles de contaminación del aire. Delhi, así como la cercana Gurugram, que es un importante centro tecnológico, también han probado soluciones tecnológicas. En 2021, el Tribunal Supremo ordenó al gobierno de Delhi que instalara dos enormes «torres de niebla tóxica» de 24 metros de altura para filtrar las partículas del aire, mientras que Gurugram ha puesto en marcha un sistema de «torres de niebla tóxica». instalar purificadores de aire exterior. En febrero, la Corporación Municipal de Bombay anunció planes para instalar 14 purificadores de aire en toda la ciudad. Sin embargo, los expertos creen que estas medidas son un callejón sin salida. «Los purificadores no funcionan», afirma Ronak Sutaria, fundador de Respirer Living Sciences, una startup de datos urbanos que vigila la contaminación atmosférica. «Creo que hay un amplio consenso entre los investigadores de la comunidad científica en que los purificadores no resuelven el problema». Los purificadores de aire exterior son el último recurso cuando han fracasado otros métodos de control de la contaminación, según Pallav Purohit, investigador principal del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados de Austria. «Sólo tiene sentido utilizar purificadores de aire cuando los métodos tradicionales de control de la contaminación son insuficientes», afirma. «El déficit de la mayoría de los sistemas de purificación del aire exterior es un área de cobertura limitada, una eficacia limitada y un coste elevado». Purohit afirma que los purificadores crean estrechas columnas de aire purificado que sólo benefician realmente a las personas que están cerca de ellos durante un largo periodo de tiempo. Tras la crisis de la calidad del aire de Bombay este invierno, los críticos acusaron a la administración de Maharashtra Junta de Control de la Contaminación de trasladar los sensores de calidad del aire a zonas «más limpias» de la ciudad. Mientras tanto, los habitantes más ricos de la India han tomado cartas en el asunto. Las marcas de purificadores de aire se han convertido en tema de conversación habitual entre los residentes de clase media. Las personas que pueden permitírselo se trasladan de casas con aire purificado (donde cada habitación suele tener su propio purificador) a tiendas y centros comerciales con aire purificado, conduciendo coches con aire purificado. Las marcas han reclutado a estrellas del críquet y famosos de Bollywood, publicidad en periódicos en inglés, redes sociales y vallas publicitarias. Si hemos de creer la combinación de anuncios y cobertura informativa, respirar aire en la capital de la India equivale a 50 cigarrillos al día durante Diwali, un festival hindú en el que mucha gente explota petardos, y a 10 cigarrillos al día durante el invierno. Para un anuncio del Día de la Independencia de la India, Sharp sugiere «Impurities Quit India», en referencia al movimiento «Quit India» de la lucha por la libertad de la India. Los artículos de prensa responden a cada repunte de la mala calidad del aire con consejos sobre purificadores de aire: «5 purificadores de aire que le ayudarán a respirar aire limpio», reza uno de ellos; «¿Planea comprar un purificador de aire ante la caída del índice de calidad del aire? Conozca los costes y otros factores», dice otro. Deekshith Vara Prasad, fundador y CEO del purificador de aire AirOK Technologies, fabricado en la India, dice que las ventas de su compañía han crecido un 18% desde 2018. (Los purificadores de aire de AirOK Technologies se utilizan en gran medida en hospitales y oficinas). Prasad afirma que el aumento de la demanda ha dado lugar a productos de calidad inferior en el mercado. Para que funcionen en el aire de las ciudades indias, los purificadores tienen que filtrar partículas finas, hongos, bacterias, virus y gases tóxicos como el azufre y los óxidos nitrosos. Hay «cientos» de contaminantes, dice. «Si elimino dos contaminantes, puedo afirmar que ‘elimino contaminantes'». Las fronteras de los espacios privados, como las oficinas y, cada vez más, los hoteles -que a veces se comercializan en función de su purificación del aire- son un claro ejemplo del acceso desigual al aire limpio. Los porteros, aparcacoches, botones y guardias de seguridad que trabajan en las entradas y salidas de estos edificios no respiran el aire purificado del que disponen los que están dentro. Waghmore afirma que esta división se cruza con las desigualdades sociales de la India en torno al estatus y la casta, y que los purificadores de aire no hacen sino consolidar la ideología de la «pureza» como algo fundamental en la vida de la casta dominante. Esta desigualdad tiene graves consecuencias, pues los miembros de las castas desfavorecidas ya se enfrentan a considerables barreras para acceder a la atención sanitaria. Waghmore afirma que el sentimiento exacerbado de individualismo privilegiado -donde los ricos disponen de medios para valerse por sí mismos- «tiene las peores consecuencias en los países pobres, donde los gobiernos aún no invierten moral y económicamente en infraestructuras públicas y transportes para contrarrestar la degradación medioambiental». K, que trata regularmente a quienes sufren la desigualdad de la contaminación atmosférica en India, lo expresa de forma más concisa. «No creo que la gente deba vivir con esto», dice, y añade que todo el mundo debe adoptar soluciones reivindicativas. «Si no tienes algo tan básico como aire fresco, ¿qué sentido tiene vivir en nuestro país?».