De acuerdo a los reportes más recientes de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Región de las Américas enfrenta una “triple amenaza” de enfermedades respiratorias, ya que COVID-19, gripe y el VSR (virus sincitial respiratorio) están sobrecargando a los sistemas de salud.
Las infecciones por VSR, que afecta particularmente a los menores de 1 año y mayores de 60 años, han aumentado considerablemente en los últimos años principalmente en Canadá, México, Brasil, Uruguay y Estados Unidos.
Por ello, a través de su plataforma tecnológica de ARNm, Moderna da a conocer resultados positivos y alentadores de la fase 3 de su vacuna experimental de ARNm contra el virus respiratorio sincitial (VRS) en adultos mayores.
Demostro tener UNA EFICACIA DEL 83.7%
La compañía tiene previsto presentar la solicitud de aprobación reglamentaria en el primer semestre de 2023. A continuación, comparto la información y adjunto el boletín de prensa con más detalles.
Detalles de la vacuna
Según la compañía su vacuna contra el virus respiratorio sincitial (VRS) ha cumplido con los criterios primarios de eficacia en un ensayo de fase 3 en adultos mayores. ARNm-1345 demostró una eficacia de la vacuna del 83,7% en la enfermedad del tracto respiratorio inferior por VRS, definida por 2 o más síntomas en adultos mayores.
En general, ARNm-1345 fue bien tolerado, sin que la Junta de Supervisión de Datos y Seguridad (DSMB) identificara problemas de seguridad. Basándose en estos resultados, Moderna tiene la intención de presentar ARNm-1345 para su aprobación reglamentaria en el primer semestre de 2023.
El ensayo de fase 3, con la ConquerRSV de ARNm-1345, una vacuna experimental de ARNm dirigida contra el virus respiratorio sincitial (VRS) en adultos mayores..
“Los resultados de hoy representan un paso importante en la prevención de las enfermedades respiratorias bajas debidas al VRS en adultos de 60 años o más. Estos datos son alentadores y representan la segunda muestra de resultados positivos de ensayos de fase 3 de nuestra plataforma de vacunas de ARNm contra enfermedades infecciosas, después de la vacuna COVID-19 (Spikevax). Estamos impacientes por publicar el conjunto completo de datos y compartir los resultados en una próxima conferencia médica sobre enfermedades infecciosas”, declaró a Stéphane Bancel, CEO de Moderna.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóEl octavo capítulo de esta saga está aquí. Conste que todo esto fue escrito en 2016.
El período de la caza de cabezas
Fue el éxito mismo del programa nuclear de “Jorjón” Sábato, y en parte también la muerte temprana de ese personaje, las cosas que desataron su ostracismo y ruina desde 1983 hasta 2006. Aquel año, forzados por un déficit nacional de potencia instalada incompatible con el sobresaltado crecimiento chino de nuestro PBI, los Kirchner tuvieron que romper su visión parroquial, santacruceña y petrolera del mundo y redescubrieron el átomo. Eso fue 2530 después de que lo hiciera Demócrito de Tracia y 56 después de que lo volviera a hacer Perón, pero hizo una diferencia tremenda. Y la hizo porque la CNEA se moría. Literalmente, de vieja.
En sus libros, Cernadas y Mariscotti coinciden en que en parte la “cultura organizacional” nuclear, tan excepcionalmente autónoma y estable, fue el resultado inesperado del choque de Perón contra la realidad física y contra los físicos argentinos. La física y los físicos probaron ser duros. Y Perón, a la larga, sagaz.
Los sucesivos contralmirantes que dirigieron la CNEA aceptaron eso de movida: aquí la línea la fijan los que saben. Y como a fuer de militares les gustaba mandar, aprendieron. Ojo: antes de ser “reformateados” por esa misma cultura nuclear que en parte generaron, ya como materia prima eran personajes poco comunes: Iraolagoitía había protagonizado una aventura aeronaval importante (llegar en hidroavión a la Antártida… y volver), su sucesor Oscar Quihillalt era un matemático experto en explosivos y balística, y Eduardo Castro Madero, un diseñador de reactores nucleares con un doctorado en el Instituto Balseiro de Bariloche y posdocs en los National Labs de los EEUU.
Cada uno tuvo aciertos y errores, y Castro Madero, más aciertos y más errores que ninguno. En perspectiva, sumaron. Si hasta la propia CNEA surgió de un error. Y nada pequeño, además.
Vamos a esa prehistoria. En el “head-hunting” de lumbreras alemanas de la posguerra, Argentina jugó bien: la URRS se quedó con aproximadamente 3000 “experten”, EEUU con 1600, el Reino Unido con 800, Francia con 300, la Argentina unos 120 y Brasil 27.
Entre “los nuestros” –al menos nuestros un tiempo- estuvo Kurt Tank, horrible nazi medular, pero sin discusión, el mejor ingeniero aeronáutico de cazas de la 2da. Guerra, diseñador del temible Focke Wulf 190. Tank se mudó a Córdoba donde se abocó, junto a decenas de colegas argentinos con 30 años de “expertise”, a transformar su interceptor a reacción TA-163, que no había logrado salir de planos en la 2da Guerra.
Aquí el TA-163 dejó de ser un interceptor, bueno para trepar rápido y operar sobre suelo propio en un país de tamaño europeo, se volvió un animal conceptualmente distinto, rehecho para cubrir con un único modelo las necesidades de un territorio gigante. Fue el bellísimo caza multipropósito y de largo alcance Pulqui II, del cual sólo se fabricaron 5 prototipos, aunque en 1953 era marginalmente superior al Mig 15 y al F-86 Sabre. O por eso.
Esa historia, otro día.
En eso andaba Tank y todavía le iba bien, cuando se le ocurrió hablarle a Perón sobre la presunta genialidad del físico atómico austríaco Ronald Richter, ignorada hasta el momento por sus pares. Raro: los físicos del rubro en los años ’40 eran poquísimos en el mundo y se conocían bien entre sí.
Además, aunque hay excepciones como Enrico Fermi, es casi una ley de la física que los físicos puros, pensadores de lápiz y papel, sean poco fierreros, y viceversa. Tanto así que de Wolfgang Pauli, el tipo que describió los orbitales electrónicos y con ellos explicó definitivamente la tabla periódica y el funcionamiento cuántico de toda la química, se decía que bastaba que entrara al laboratorio para que los experimentos se fueran al diablo.
Un poco en contrapartida, los ingenieros suelen tener nociones vagas sobre quién es quién en el mundo enrarecido de la física básica. Se limitan a transformar ese insumo, quizás la más pura de las ciencias puras después de las matemáticas, en “pendorchos”. Pero eso lo logran únicamente una vez que alguien volvió investigación aplicada toda esa nebulosa abstracción. A los físicos puros, los ingenieros los consideran algo así como marcianos naturalizados. En la otra trinchera, los físicos puros no registran mucho la existencia de los ingenieros.
En la Argentina de 1947, cuya emergente pero rumbosa industria sustitutiva se las arreglaba aún sin física básica, con ingenieros nomás, el apadrinamiento de un fierrero “world class” como Tank bastó para que Perón se comprara un físico “diz que nuclear” a ojos cerrados. Era como un cheque del City endorsado por un millonario.
“Al Viejo” le fue muy mal: sin mala intención, Tank lo mandó como quien dice, al muere. Pero sin aquel error y el quemazo mundial que siguió, la existencia posterior de un programa nuclear serio y autónomo habría sido difícil. Y sin ese programa, 72 años después, hoy Rafael Grossi sería otro diplomático con otra vida más banal, yo no estaría peleando por su acceso a la dirección general de OIEA, y tampoco Ud. estaría soportando este mamotreto por una mezcla de patriotismo y curiosidad.
En la historia de la CNEA, esto de salir parado de una rodada y volver a remontar parece un karma. Júzguelo por lo que sigue (ver en los siguientes capítulos de Argentina nuclear).
Perón inaugura el hoy ya desmontado acelerador de partículas Cockroft-Walton de la CNEA, en pleno e impresionante despliegue de su período inicial, o académico.
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela en sus encuestas que un 43 % de los trabajadores no está satisfecho con las horas que trabaja. Además, asegura que el teletrabajo benefició la productividad, la conciliación y hasta la salud de los empleados.
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La pandemia obligó al mundo a flexibilizar jornadas laborales y generalizar el teletrabajo en muchos sectores, medidas que beneficiaron la productividad, la conciliación y hasta la salud de los empleados, por lo que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda que se mantengan.
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Es una de las principales conclusiones del primer informe de la organización sobre jornadas de trabajo y conciliación familiar, publicado este viernes y en el que se subraya también que más de un tercio de los empleados globales (35,4 %) aún trabaja más de 48 horas por semana y un quinto (20,3 %) no llega a las 35.
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Durante la crisis sanitaria se tomaron medidas como la reducción de horarios, que evitó muchas pérdidas de empleos, mientras que el teletrabajo, que ya había probado su eficacia en crisis como la del terremoto de Japón de 2011, “mostró que puede aplicarse a gran escala, cambiando la naturaleza del trabajo”, recuerda la OIT.
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Las medidas laborales de emergencia tomadas durante la pandemia “aportaron nuevas pruebas de que dar a los trabajadores más flexibilidad sobre cómo, dónde o cuando trabajar es positivo para ellos y para los negocios, mejorando por ejemplo la productividad”, destaca el informe.
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La pandemia, por otro lado, mostró la necesidad de flexibilizar los horarios y el lugar de trabajo de los empleados cuando éstos tuvieron que hacerse cargo de familiares enfermos, subraya el documento.
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El estudio de la OIT sin embargo advierte que la flexibilidad de horarios tiene costes como el desequilibrio por género en el mundo laboral, ya que las mujeres tienden más a reducir su jornada que los hombres.
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El informe recomienda mantener leyes que establezcan un máximo de horas diarias (algo que la OIT recuerda que ya reivindicó en el primer documento que publicó tras su fundación en 1919) y promover políticas públicas de reducción de horarios como las que han puesto en marcha recientemente países como Islandia, España o Reino Unido.
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El teletrabajo, añade en sus conclusiones, “ayuda a mantener el empleo y crea un nuevo espacio para la autonomía del empleado”, pero necesita ser regulado para que, entre otras cosas, se incluya el “derecho a desconectar” del trabajador cuando está trabajando en su domicilio, subraya la OIT.
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El informe subraya que los largos horarios -y también los que no pueden predecirse, como los “encargos de última hora”- están en general asociados a la baja productividad, que mejora a medida que hay reducciones de jornada y trabajos más predecibles.
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MÁS HORAS, PEOR SALUD
Horarios excesivos también contribuyen a una peor salud del trabajador, al aumentar el riesgo de estrés, ansiedad, o insatisfacción laboral, con mayores porcentajes en estos trabajadores afectados por la depresión o el alcoholismo.
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Aunque se considera que el horario estándar de trabajo semanal es el de 40 horas, la media mundial es de 43,9 horas, siendo los hombres quienes están más afectados por los largos horarios y las mujeres por los de corta duración.
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La región con la jornada semanal promedio más prolongada es el sur de Asia (49 horas, o 51 si se contabiliza sólo a los hombres), seguida de Asia Oriental (48,8), mientras que en Europa y América ya está por debajo de las 40 horas de promedio.
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El informe recoge en sus encuestas que un 43 % de los trabajadores no está satisfecho con las horas que trabaja, aunque son muchos más los que preferirían aumentar sus jornadas (36,6 %) que los que quieren reducirlas aunque ello supusiera menor sueldo (6,5 %).
La semana pasada recorrí la fábrica de cohetes Tronador de
@veng_argentina y @CONAE_Oficial
En este video hacemos un repaso de la recorrida y te cuento todos los avances para volver a ver un cohete despegar desde suelo argentino. 🚀🇦🇷
El 17 de enero de 1958, la Comisión Nacional de Energía Atómica puso en marcha su primer reactor experimental. Fue construido en apenas 9 meses, con técnicos, científicos, materiales y tecnología locales.
La idea original era comprar un reactor nuclear experimental llave en mano a la empresa estadounidense General Electric. Pero sobrevinieron órdenes de no venderle «fierros» a los argentinos. De modo que el plan B fue más modesto pero -en el fondo- más ambicioso: comprar los planos del reactorcito para formación de personal Argonaut del Argonne National Lab. Y que Dios te ayude.
A eso los autodenominados americanos accedieron. Estaban casi seguros de que no íbamos a poder construirlo, o de que no iba a funcionar bien. Y tenían sus razones: la CNEA no sólo debía juntar y calificar a 90 proveedores industriales argentinos para los componentes. En los ’50 éramos un país mucho más industrial que hoy, pero en los rubros metalúrgico, electromecánico y electrónico, pocas firmas locales llegaban a calidad de exportación y con volumen.
Mucho más difícil aún, había que resolver la metalurgia y el diseño físico de placas de combustibles. Estas placas de primera generación son diluciones de uranio en aluminio, sostenidas por armazones de aluminio. Los materiales, obviamente, debían resistir el daño por absorción de neutrones, y la corrosión que ello desencadena.
Eso no era pavada en un país cuya metalurgia más avanzada era la de fabricación de armas de tubo por parte de Fabricaciones Militares, en aceros, y otras aleaciones de acero en industrias privadas. País, además, que no producía sus propios aluminios ni sus aleaciones derivadas. Sí sabía manipular aleaciones aeronáuticas de aluminio como el dural, pero importando chapa para su entonces industria aeronáutica, bastante avanzada.
En cuanto a importaciones nucleares, los autodenominados se limitaban a suministrarnos el uranio altamente enriquecido por un convenio anterior, de 1955. En cuanto tomaron la decisión de no vendernos un reactor entero, se olvidaron del asunto.
Poco les duró el olvido. El RA-1 logró su primera reacción nuclear controlada el 17 de enero de 1958, hace 65 años. Fue inaugurado oficialmente tres días después y fue el primero en operar en América Latina. Y se tardó nueve meses en construirlo. Lo único que tenía de importado eran los planos, el uranio enriquecido (no así los elementos combustibles tipo placa), el grafito usado como moderador (era francés) y algunos componentes electrónicos. El resto de los componentes era -con cierto orgullo- Industria Argentina.
Y cosa fundamental, eran argentinos el combustible y la ingeniería del mismo.
Un camión grúa eleva componentes del edificio del reactor RA-1 en el Centro Atómico Constituyentes
La construcción del Reactor Argentino 1 o RA-1 salió de mucho entusiasmo e inventiva de los investigadores de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), y de no poca rivalidad regional con Brasil: había una carrera por lograr la primera reacción en cadena autosostenida en esta parte del continente.
Los brasileños ya tenían en marcha su propio reactor. Compraron «llave en mano» otro Argonaut, sin ninguna objeción del State Department: habían sido aliados en una guerra todavía muy reciente, y eso pesaba.
La génesis del proyecto
En noviembre de 1956, la CNEA, a la sazón una organización exitosa y académica, anunció que la Argentina compraría un reactor nuclear para poder pasar de la teoría a la práctica, y de la práctica a la industria. Presidía el entonces capitán de navío Oscar Quihillalt, quien a principios de 1957 viajó a Nueva York para concretar la operación con General Electric. Pero lo esperaban con un laberinto de pedidos de papeles y de firmas: había contraorden obvia, pero evidentemente no declarada. Pareció que iba a tener que volverse con las manos vacías. Pero eso no era muy de Quihillalt.
En su libro “El sueño de la Argentina atómica” (Edhasa, 2014), Diego Hurtado de Mendoza cuenta que Quihillalt se dirigió entonces a Filadelfia para asistir a una conferencia. Allí se encontró con el ingeniero Carlos Büchler, quien había trabajado en la CNEA y en ese momento lo hacía en el Argonne National Laboratory de Chicago. El mismo donde el físico Enrico Fermi desarrolló el primer reactor nuclear artificial del mundo, en 1942, y bajo las gradas de un estadio de fútbol americano.
El entonces presidente de la CNEA, Oscar Quihillalt, consiguió sus planos del Argonaut convencido de que Argentina debía construir su propio reactor.
A instancias de Büchler, Quihillalt fue a conocer el Argonaut (Argonne Nuclear Assembly for University Training), un pequeño reactor experimental que había sido inaugurado unos días antes en Argonne, y se fue con los planos. No es imposible que el State Department haya pensado: «Se van a volver locos con los combustibles y las configuraciones del núcleo, no van a poder». Tenían razón. Bueno, en lo primero.
El 9 de abril de 1957 se decidió que la CNEA construiría el primer reactor nuclear de investigación argentino en un predio de la Dirección General de Fabricaciones Militares, en Constituyentes y General Paz. Hoy ahí está el Centro Atómico Constituyentes, pero entonces era poco menos que potreros y campo abierto, con algunos hangares tipo Quonset del Ejército.
El director del proyecto era el físico Fidel Alsina Fuentes, jefe de Ingeniería Nuclear de la CNEA, quien formó parte del grupo que viajó a Chicago para recibir formación técnica. “Al principio no los dejaban participar en los experimentos. Hasta que ellos encontraron un problema en el registro del reactor Argonaut y a partir de eso sí les permitieron presenciar las prácticas. Y aprendieron muchísimo”, cuenta el ingeniero electrónico Hugo Scolari, que lleva cuatro décadas como jefe del RA-1.
Aclaración gramatical necesaria: «ellos» son los autodenominados americanos. Nos invitaron a meter mano en los experimentos porque con su nuevo Argonaut, los muchachos de Argonne tenían problemas de instrumentación y necesitaban una manito para resolverlos. No son orgullosos. Tampoco nosotros. Y sí, aprendimos, claro que aprendimos. En cuanto a ellos, estaban escribiendo el manual.
En el país, al frente de la construcción quedó el ingeniero Otto Gamba, jefe del Departamento Reactores de la CNEA. A su mando había varios equipos de trabajo formados con egresados recientes de los también recientes cursos de reactores nucleares.
La construcción del RA-1
Carlos Domingo, quien integró la Sección Reactores de la CNEA entre 1955 y 1960 y fue parte de la comitiva que viajó a Chicago y escribió un relato acerca de aquellos días de prueba, error y búsqueda de soluciones durante la construcción del RA-1.
“Se trató de calcular la masa crítica del reactor para diferentes disposiciones de uranio, cálculo complicado por la geometría, que no era un anillo completo. El Taller, dirigido por Di Marzio, avanzó rápidamente en la construcción de las placas de control, el sistema de circulación de agua de enfriamiento y el tanque de aluminio del reactor. Velia Hoffman supervisaba y trabajaba en la construcción del blindaje. Había que diseñar los encofrados de las diferentes clases de bloques y controlar con cuidado el vaciado de cemento especial con la cantidad adecuada de barita (sulfato de bario, fundamental para hormigones pesados y de alta densidad). Koppel se encargó de controlar el corte del grafito que rodeaba al tanque”, contó Domingo.
Velia Hoffman era la encargada de supervisar la construcción del blindaje y diseñar los encofrados de las diferentes clases de bloques y controlar con cuidado el vaciado de cemento especial con la cantidad adecuada de barita.
Como seguramente preveían en EEUU, el problema duro fueron los combustibles, hechos con placas de óxido de uranio forradas por una fina cubierta de aluminio de alta pureza. “Se producían por un procedimiento de extrusión en caliente, a la temperatura en la que el aluminio es deformable. El grupo de metalurgia dirigido por Jorge Sabato, que contaba con gente muy preparada, estudió el problema y llegó a hacer un prototipo usando óxido de uranio natural preparado en el país y aluminio común”.
Sabato fue el arma secreta del combustible, ayudado por el entonces jovencísimo Carlos Aráoz. Pensaban estar resolviendo un problema concreto, cuando en realidad estaban haciendo nacer una ciencia en Argentina: la de materiales.
Hubo dudas acerca de si el sistema de extrusión funcionaría con el uranio enriquecido, y máxime a más del 90%. Pero Harry Bryant, el director del Argonaut, aseguró con algún asombro que estos elementos combustibles diseñados en la Argentina eran de mejor calidad que los que se usaban en el reactor estadounidense. Y se decidió que los del RA-1 se harían en la CNEA.
Bryant no macaneaba y se corrió la bola. En 1958, la empresa alemana de metalúrgica avanzada Degussa AG, que participaba del programa nuclear de la República Federal Alemana (RFA), nos compró la patente para este tipo de combustibles. La Argentina había vendido su primera patente nuclear.
Es curioso que sólo 9 años más tarde la RFA, a través de la división KWU de Siemens, estuviera en condiciones de ofrecer a la Argentina no un reactor de entrenamiento, sino una central nucleoeléctrica completa: la actual Atucha I. Es menos curioso si se recuerda que aquel año de triunfo, 1958 a la CNEA, vaya a saber por qué, se le cortó el presupuesto por la mitad.El Grupo de Metalurgia dirigido por Jorge Sábato, que contaba con gente muy preparada, llegó a hacer un prototipo de combustible usando óxido de uranio natural preparado en el país y aluminio común.
Los científicos argentinos trabajaban de 12 a 18 horas por día para construir el reactor
La primera prueba comenzó el 16 de enero de 1958. Al principio parecía que no había uranio suficiente, o al menos lo suficientemente enriquecido, para alcanzar la criticidad. Eso los combustibleros lo solucionaron cambiando de posición los elementos combustibles: colocaron los que tenían mayor carga de uranio en el centro. No estaba en el manual, lectores: como todo constructor por cuenta propia, estábamos escribiendo el manual.
La reacción nuclear en cadena autosostenida se alcanzó a las 6:30 del 17 de Enero de 1958. No sucedió nada hollywoodense, simplemente relojes e instrumentos que certificaban que el núcleo del RA-1 había átomos de uranio 235 desintegrándose unos a otros, y que estaba emitiendo neutrones. Mucha gente que hacía nueve meses no pegaba bien el ojo, aquella noche pudo dormir por fin. No sin algunos brindis previos. Había sido la primera reacción nuclear en América Latina.
La inauguración oficial se hizo el 20 de enero y el reactor recibió el nombre de “Enrico Fermi”. Brasil inauguró su reactor cinco días después, aunque lo habían literalmente bajado en cajones desde un barco, con todos sus componentes «Made in USA». Y con el manual.
“Este hito fue el puntapié inicial para el desarrollo en el país de reactores de investigación y producción”, subraya Scolari.
Los diarios de la época daban a conocer los primeros resultados de la aplicación de tecnología nuclear argentina a la salud.
El legado del RA-1
En 1959, una reforma integral del RA-1 permitió subir diez veces su potencia máxima. Hubo que construir un nuevo tanque que albergara el núcleo y nuevas piezas de grafito. También se renovaron las placas de control y se instaló una torre de enfriamiento, porque ahora sí había calor a disipar.
Después de una prueba en la que no se logró criticidad alguna: ¡a rediseño! Hubo que reducir el diámetro del cilindro interno de grafito y agregar a su alrededor algunas placas de combustible. Pero para eso había que arquearlas. Ya las divergencias con los planos comprados en EEUU se iban agravando.
Los técnicos encontraron la manera doblar las placas en forma segura sin que se generaran fisuras cuando entraran en reacción nuclear. El reactor, que ya se parecía tanto al Argonaut como el Ford de Manuel Gálvez (auto de Turismo Carretera) a uno comprado en concesionario, volvió a alcanzar criticidad el 25 de diciembre de 1959.
El RA-1 fue utilizado para innumerables experimentos e investigaciones y fue pionero en la producción de radioisótopos nacionales para uso medicinal e industrial (a baja escala). Aún hoy se lo usa para capacitación de recursos humanos; extensas actividades de divulgación; ensayos por activación neutrónica de materiales; estudios de daños por radiación, por ejemplo, en metales que luego formarán parte de Reactores de Potencia, y el desarrollo de una terapia quizás revolucionaria en medicina nuclear para tratar ciertos tipos de cáncer, llamada BNCT (Terapia por Captura Neutrónica en Boro).
El RA-1 sigue activo hasta la actualidad. En imagen se puede ver un equipo de investigadores que realizó en 2018 un ensayo para desarrollar la Terapia de Captura Neutrónica en Boro (BNCT) contra el cáncer.
A 65 años de la inauguración del primer reactor, la CNEA construye el Reactor Nuclear Argentino Multipropósito RA-10 junto a la empresa estatal INVAP. Y hasta el día de hoy, la Argentina produce sus propios elementos combustibles para sus plantas y reactores nucleares. Todas y sin excepción.
“El RA-1 dio inicio a la carrera nuclear argentina y hoy se encuentra en servicio gracias a las capacidades científicas tecnológicas, humanas y de gestión de nuestro país y su gente. Las mismas que hoy permiten desarrollar el RA-10. Esta es la historia entrando en diálogo con el presente, para construir el futuro. El RA-1 es la semilla que se sembró en el ´57 y asomó en el ’58, dando lugar al actual ecosistema de excelencia nuclear que hoy lidera nuestra Nación”, destacan desde el Departamento de Reactores de Experimentación y Servicios de CNEA (GRyCN – GAEN), liderado por Fabián Moreira e integrado por Juan Manuel Politano, Florencia Parrino y Agustina González.
“La construcción y puesta en marcha del RA-1 es un hito en sí mismo, pero lo más importante es el sendero que comienza a marcar –subrayan-. Hoy en la CNEA las personas siguen capacitándose y llevando adelante nuevos proyectos con la misma energía, sed de conocimiento y de crecimiento para el ámbito nuclear, siempre asumiendo y superando cada desafío con compromiso, seguridad, profesionalismo, creatividad y con mucha pasión”.
Para sintetizar: el RA-10, con sus 30 MW de potencia térmica y su sofisticación de diseño, nos podría permitir abastecer del 20 al 30% del mercado mundial de radioisótopos médicos, particularmente el de molibdeno 99, que hoy vale aproximadamente U$ 6300 millones/año, y que desde hace 20 años no hace sino crecer. Podríamos estar facturando arriba de U$ 1260 millones/año, para empezar. Y eso con un reactor que terminará costando U$ 400 millones a fecha de entrega. Y que debería durar al menos 50 años en operaciones.
No es una argentinada: el reactor OPAL de Sydney, Australia, ha llegado a mover el 40% de ese mercado, con sólo 20 MW. Y también es argentino, lo construyó INVAP en 2006 y se lo considera la mejor planta multipropósito del mundo. El reemplazo del reactor PALLAS, en Petten, Holanda, probablemente se vuelva el 2do abastecedor mundial del mercado de radioisótopos. Dicho sea de paso, es otra obra de INVAP en la que el sello de la CNEA está en todos lados, empezando por los combustibles, que ahora ya son de tercera generación.
El RA-10, raro destino, tendrá como competidores más acérrimos otros dos reactores argentinos, al parecer. Debería haber estado operativo en 2020, pero en 2016 a la CNEA -vaya a saber por qué- se le volvió a cortar el presupuesto a la mitad del de 2015, y quedó clavado en pesos hasta 2020. Y trascartón de «la malaria», la pandemia…
Cambió la suerte y ahora la construcción, fogoneada por nuevo presupuesto, avanza a todo trapo. Y cruzamos los dedos. «Nunca faltan encontrones/cuando un pobre se divierte…», como decía el tango de Pichuco Troilo.
A contar reactores exportados: el RPO y el RP10 a Perú, el NUR a Argelia, el Inshas a Egipto, el OPAL a Australia, el reemplazo del PALLAS a Holanda, todavía sin nombre, una unidad docente a Arabia Saudita, y contando. Y 14 Centros de Medicina Nuclear en otras tantas provincias, y contando.
Ésa es la herencia del RA-1.
La Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) hace extensiva la invitación para participar de la encuesta internacional sobre «Valores, Ciencia, Percepción del Riesgo y Energía Nuclear» de la Agencia de Energía Nuclear (NEA, por su sigla en inglés), de la cual la República Argentina es miembro.
La encuesta de la NEA es anónima y se realiza de manera online a través de este enlace: bit.ly/3VXG29q. La NEA extendió el plazo para quienes deseen completarla hasta el 31 de enero de 2023.
La encuesta está dirigida al público en general, que puede estar dentro o fuera del sector nuclear, y busca identificar relaciones entre los valores individuales y las opiniones y percepciones sobre la ciencia, el riesgo y la energía nuclear.
Acceda a la encuesta internacional de la NEA en idioma inglés.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóEl septimo capítulo de esta saga está aquí.Dame un paraguas (político) y moveré el mundo
Mariscotti y Hurtado: no los fabrican más distintos, en términos políticos. Pero coinciden sin titubear, en esto: entre 1950 y 1982 la CNEA fue un modelo a imitar, sin imitadores. Fue también un fruto de su rara estabilidad de cuadros y de proyectos, y esa estabilidad nació no tanto de un error de Perón, como de lo que hizo para corregirlo.
En medio del canibalismo político argentino, que desde 1930 no perdonó escuelas, colegios, universidades, empresas tecnológicas del estado o instituciones científicas, desde su nacimiento hasta 1983 la CNEA tuvo siempre un paraguas de militares con posgrados en física que protegían a la craneoteca local de otros militares, y más discretamente, del Departamento de Estado de los EEUU.
Como sucedió con el físico Bob Oppenheimer y el general ingeniero Leslie Groves, que unieron cerebros muy diferentes durante el proyecto Manhattan para hacer “la bomba”, en la década siguiente, la de los ’50, también aquí ocurrió una fusión neuronal parecida entre el metalurgista Jorge “Jorjón” Sábato y el contralmirante Pedro Iraolagoitía, pero para NO hacerla. Y estamos hablando de gente muy distinta.
Desde su arribo en campera a la CNEA EN 1953, Sábato –a quien hoy llamaríamos un “científico de materiales” y un gurú- fue tejiendo una estrategia científica, técnológica e industrial que ha logrado sobrevivir hasta hoy, si bien con abolladuras, agujeros de bala, amputaciones, replanteos, un par de resucitamientos y alguna lobotomía.
De entrada, Iraolagoitía, un héroe aeronaval, garantizaba la holgura presupuestaria y la protección política de los proyectos. Fuera de ello, no había otro límite impuesto que desarrollar tecnología de impacto científico, tecnológico y económico, dual pero no específicamente bélica. Lo de la campera de Sábato, lo aclaro más tarde.
No insultaré la inteligencia del lector afirmando que manejar la fisión atómica puede ser un asunto únicamente pacífico. Líbrenos Manitú de tal bobera. Un solo litro de la nafta que mueve un auto, trasvasada a una botella Molotov, lo transforma en una pira.
Esa dualidad intrínseca a casi toda tecnología, potenciada “n” veces en el caso de la fisión del uranio 235, le ganó un enorme respeto interno y externo a la CNEA desde su fundación hasta 1983: eran “científicos autoexplicados”. Walt Disney con su capítulo “Mi amigo el átomo” del programa Disneylandia (viernes a las 20:00, Canal 13) le allanaba el camino hasta los hogares. Mientras tanto, las tapas de los diarios durante la Guerra Fría le aclaraban a taxistas, obstetras, ferroviarios, enfermeras, milicos, abogados, maestras, industriales y “doña Rosas” para qué le servían nuestros expertos nucleares al país, ventaja mediática que no tenían los biólogos puros como Luis Leloir, al menos antes de su premio Nóbel en 1970.
Vivíamos –o creíamos vivir- en “La Era Atómica”, un nuevo paradigma de la civilización, y corríamos pegados a la nuca del pelotón de punta mundial, para su incomodidad.
Y el país, tan distinto al de hoy, tanto más industrial y educado, estaba orgulloso de ello, aunque no entendiera mucho.
Acasi tres años de la primera identificación del SARS-CoV-2 está claro que es un típico virus “respiratorio”, pero también quedó demostrado que una infección por coronavirus puede dejar secuelas en muchos sistemas y órganos, incluido el cerebro. De hecho, en revisiones recientes de literatura médica se ha observado que el 36% de los pacientes ha informado algún tipo de afección neurológica, desde cefaleas y mareos, a encefalitis, ACV’s o síndrome de Guillain-Barré. Uno de los más comunes son las alteraciones en la cognición a las que, informalmente, se denomina “niebla” o “bruma” mental.
Sobre este tema Neomundo entrevistó al doctor Greg Vanichkachorn, director del Programa de Rehabilitación Post-Covid de la prestigiosa Mayo Clinic de Estados Unidos.
Según explicó Vanichkachorn, “la niebla mental es un síntoma muy común entre los afectados por el ‘covid largo’. En nuestra experiencia profesional en dicho grupo casi el 50% de los casos reporta estar afectado de alguna forma por esta bruma”.
Otro punto es que, si bien el Covid amenazó sobre todo a personas de la tercera edad, el grupo más afectados por covid prolongado y sus secuelas neurológicas es más joven: “La edad promedio de nuestros pacientes es más joven que los grupos de edad que normalmente asociaríamos con las consecuencias de infecciones graves. La edad promedio que tratamos en la Clínica Mayo por estos temas es de 45 años”.
En concreto, hay tres situaciones comunes que los aquejan. La primera es un trastorno del habla, la dificultad para encontrar la palabra “justa”.
“Suelen describirlo como una sensación de tener la palabra en la punta de la lengua, pero ser incapaces de decirla. Es frustrante y dificulta la comunicación”.
La segunda queja más frecuente es la afectación de la memoria a corto plazo. “Nos refieren que entran a su cuarto a buscar algo y ya no recuerdan qué querían”. Finalmente, la tercera situación es la “imposibilidad de hacer varias cosas al mismo tiempo”.
—¿Existe algún tratamiento?—Sí, el covid prolongado se puede tratar. Vale recordar que puede haber diversas manifestaciones: dolor de cabeza o muscular, insomnio o inflamación. Esos síntomas se pueden manejar. Tenemos opciones para muchas condiciones, de manera que estos pacientes mejoren. Por otra parte, hay investigaciones en marcha para tratamientos más específicos. Por ejemplo, estamos usando, con cierto éxito, drogas como la naltrexona.
Vanichkachorn finalizó recomendando que “los pacientes hagan una rehabilitación adecuada tras tener covid con secuelas. Solemos recomendar terapeutas físicos y ocupacionales, que ayuden a recuperar gradualmente las habilidades perdidas”.
Cuando la actividad nuclear argentina está en riesgo, queremos repasar algunos momentos del largo esfuerzo que la construyóEl sexto capítulo de esta saga está aquí.
Cuando Perón cazaba cabezas
Rafael Grossi no nació de un repollo. Es un integrante diplomático del Programa Nuclear Argentino, ya sexagenario, y para entender al personaje hay que entender a la madre del programa, la CNEA, esa institución que nació de un error de Perón.
De modo que presento al físico Mario Mariscotti, ex gerente de I&D de la CNEA, escritor de “El secreto atómico de Huemul”, una historia de las desventuras iniciales de Perón con la energía atómica que se lee como un “thriller”. Y para “los del palo atómico” pongo a Diego Hurtado de Mendoza, de la Universidad de San Martín (UNSAM), que no necesita presentación. Es el “scholar” argentino de referencia en la historia del Programa Nuclear Argentino, con decenas de trabajos publicados.
Añado a Ricardo de Cicco, del Centro Latinoamericano de Investigaciones Científicas y Técnicas, con su historia de los reactores multipropósito desarrollados por la Argentina, su mayor éxito de exportación por el momento, y la causa por la cual en la Argentina se hacen mucho mejores diagnósticos por imagen nuclear que en el Hemisferio Norte.
Son algunas de las fuentes de un relato que narraré de modo no secuencial, y cuya base son centenares de conversaciones informales con decenas de personajes rarísimos y notables, producto de mi propio trabajo ininterrumpido sobre el área nuclear como periodista científico desde 1985, y sigo. Admito una propensión a los gigantes coloridos, megafauna abundante en esos pagos. Citaré a los que deba cuando deba.
Con la presencia del Presidente Alberto Fernández y el Ministro de Ciencia, Daniel Filmus, se anunció la adjudicación de 207 equipos de mediano y gran porte para 69 instituciones científico-tecnológicas de las 24 jurisdicciones del país para fortalecer las capacidades de equipamiento.
Ambos anunciaron la adjudicación de 207 equipos de mediano y gran porte para 12 organismos del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología (CICyT), 50 universidades nacionales y 7 instituciones científicas y tecnológicas provinciales de las 24 jurisdicciones del país.
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Se trata de una inversión de $8.300 millones de pesos a través del Programa Federal “Equipar Ciencia”, que se suma a los $7.800 millones de pesos adjudicados en junio de 2022 en la primera etapa del Programa, alcanzando un total de $16.100 millones de pesos invertidos.
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“En el desarrollo de la ciencia y la tecnología está el futuro de las sociedades”, dijo el mandatario junto al ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus; la ministra de Salud, Carla Vizzotti; la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz; y el secretario de Articulación Científico Tecnológica, Juan Pablo Paz.
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“En tres años aumentamos el 26 % el presupuesto en términos reales por encima de la inflación para la ciencia y la tecnología, hoy estamos celebrando que el año pasado invertimos 100 millones de dólares en equipamiento, pero también aumentamos el presupuesto», indicó el Jefe de Estado.
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“Casi multiplicamos por dos el número de investigadores que entraron en 2019 y ellos son quienes nos dan estas alegrías, de tener un barbijo argentino, una vacuna argentina, de poner un satélite en órbita, de tener desarrollada la medicina nuclear, de tener INVAP y llenarnos de orgullo, de hacer radares. Eso lo hacemos porque tenemos una decisión política que dice que es importante la ciencia y la tecnología”, enfatizó.
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Entre los equipos adjudicados se destacan 33 para Espectrometría de masas; 18 para Microscopía; 5 Láseres; 5 para Rayos x; 4 para Resonancia Magnética; 2 para Citometría de flujo y 2 para Magnetometría, entre otros.
La distribución geográfica del equipamiento es de la siguiente manera: Buenos Aires (61); Catamarca (2); Chaco (5); Chubut (6); Ciudad Autónoma de Buenos Aires (17); Córdoba (12); Corrientes (4); Entre Ríos (4); Formosa (3); Jujuy (3); La Pampa (3); La Rioja (5); Mendoza (4); Misiones (4); Neuquén (3); Río Negro (8); Salta (3); San Juan (4); San Luis (4); Santa Cruz (5); Santa Fe (7); Santiago del Estero (3); Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (31); Tucumán (6).
Sobre el Programa Federal Equipar Ciencia
El Programa Federal Equipar Ciencia tiene por objeto fortalecer las capacidades de las instituciones del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) por medio de la adquisición de equipamiento de mediano y gran porte, con una perspectiva federal. El programa se nutre de los fondos aprobados por la Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, Ley 27.614 promulgada el 12 de marzo de 2021.